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El sabotaje allanó el camino para el Día D

A primera hora del día 6 de junio, 175.000 británicos, americanos y canadienses intentarían desembarcar en la costa normanda, a pocos kilómetros de Bayeux. Pero, para que eso fuera posible, era fundamental que la Resistencia francesa realizara actos de sabotaje contra los alemanes tales como volar líneas de ferrocarril y puentes.

La mañana del 5 de junio de 1944, el ciclista francés Guillaume Mercader se despertó pronto y se vistió. Tenía por delante un duro día de entrenamiento por los alrededores de su ciudad, Bayeux, en el que tendría que soportar el fuerte viento de la costa normanda. Según pedaleaba hacia el norte, notó que sobrevolaban más bombarderos aliados de lo habitual y que algunos parecían dirigirse tierra adentro.

Esa tarde, guardó la bicicleta en el cobertizo. A las seis debía estar en el sótano para oír la emisión francesa de la BBC. Porque Mercader no era solo un héroe del ciclismo francés con todo un armario lleno de trofeos. En los tres años anteriores había entrenado en las carreteras de la costa cercanas a su domicilio, cosa solo posible porque la Gestapo había aceptado que una estrella del deporte como él merecía un permiso especial. La zona quedaba fuera de los límites permitidos al resto de los mortales para proteger los secretos del Muro Atlántico construido por los alemanes para defenderse de una previsible invasión.

Los soldados alemanes que saludaban a Mercader cuando pasaba encorvado sobre el manillar no podían imaginar que tal actividad tenía poco que ver con el entrenamiento. Lo que Mercader hacía, en realidad, era recoger información sobre búnkeres, ametralladoras y movimiento de tropas para pasarla inmediatamente a los británicos.

Esa tarde, sentado en el sótano, escuchó con atención los mensajes transmitidos por la BBC. Oyó las frases “hace calor en Suez” y “los dados están sobre la mesa”, dos mensajes en clave que llevaba esperando meses.

Así supo que la invasión aliada era inminente. A primera hora del día 6 de junio, 175.000 británicos, americanos y canadienses intentarían desembarcar en la costa normanda, a pocos kilómetros de Bayeux. Pero, para que eso fuera posible, era fundamental que la Resistencia francesa realizara actos de sabotaje contra los alemanes tales como volar líneas de ferrocarril y puentes.

Mercader se montó en la bicicleta y pedaleó bajo la luz de la luna para reunir a su célula de combatientes de 90 personas, en la que se incluían tres gendarmes. A lo largo de toda Francia, unos 50.000 miembros de la Resistencia, hombres y mujeres, se preparaban para una crucial batalla contra los alemanes. Había llegado del Día D y tocaba apoyar a los aliados.

Alemania lanzó la Blitzkrieg

Aunque en junio de 1944 el movimiento francés de la Resistencia demostró ser un ejército clandestino bien disciplinado, con capacidad para debilitar a los alemanes con operaciones muy específicas, el éxito no podía darse en absoluto por descontado.

Cuatro años antes, los franceses habían recibido una devastadora lección sobre las estrategias y tácticas de la guerra moderna. Apoyándose en una combinación de tanques y bombarderos en picado Stuka, los alemanes se lanzaron hacia el oeste en una guerra relámpago y las defensas francesas, esa Línea Maginot que había costado 3.000 millones de francos, no sirvieron para detenerles. En lugar de asaltar la fortificación, Hitler simplemente envió a sus ejércitos a través de Bélgica y las Ardenas y dejó completamente a un lado la Línea Maginot.

Uno de los oficiales franceses que lucharon contra la invasión alemana fue Charles de Gaulle, que había combatido heroicamente en la Primera Guerra Mundial, donde fue herido en dos ocasiones y cayó prisionero de los alemanes. Durante su cautiverio, se dedicó a arengar apasionadamente a sus compañeros y se hizo famoso por un intento de fuga disfrazado con ropa de mujer.

En el período de entreguerras, el temperamental De Gaulle mostró una marcada tendencia a exponer abiertamente opiniones controvertidas; por ejemplo, su oposición a las defensas estáticas, como la Línea Maginot, y su preferencia por unidades móviles de blindados. Su propensión a la polémica le labró una reputación de maleducado entre los oficiales franceses.

En 1940, en plena Blitzkrieg (guerra relámpago) De Gaulle consiguió repeler un ataque alemán en Montcornet con una fuerza de 200 tanques pequeños. Tras semejante hazaña, fue nombrado subsecretario de guerra, un puesto que le llevó a entrevistarse, entre otros, con el primer ministro Churchill para hablar de una posible evacuación del ejército francés a Marruecos, desde donde seguiría combatiendo contra la Alemania nazi.

Mientras, la ofensiva alemana continuaba imparable por Francia. El 16 de junio, las tropas alemanas tomaron París, y lo que quedaba de la defensa francesa se hundió definitivamente. Al día siguiente, De Gaulle partió hacia Londres, donde Churchill le había ofrecido la oportunidad de dirigirse a sus compatriotas a través de la BBC.

Un país con dos líderes

Francia fue derrotada y el primer ministro dimitió. El 18 de junio, el futuro líder del país, el ex viceprimer ministro Philippe Pétain, se dirigió por radio a sus compatriotas y les preparó para una inminente capitulación:

“Con el corazón dolorido os digo hoy que debe cesar la lucha. Anoche me dirigí al adversario para preguntarle si está dispuesto a buscar conmigo, como soldados, después de la batalla y de forma honrosa, los medios para poner fin a las hostilidades”.

Ese mismo día, De Gaulle entró en uno de los estudios de la BBC de Londres. La práctica de arengar a otros prisioneros, adquirida durante su cautiverio en la Gran Guerra, le sirvió de entrenamiento para animar a los franceses a que continuaran la lucha: “¿Debemos abandonar toda esperanza? ¿Es nuestra derrota irremediable? A todas esas preguntas, respondo: ¡No! El honor, el sentido común y los intereses de nuestro país obligan a todos los franceses, dondequiera que estén, a continuar combatiendo de la mejor forma posible”.

Churchill le ofreció a De Gaulle una mano tendida para que pudiese crear las Fuerzas Francesas Libres (FFL) con los 7.000 soldados evacuados junto a los británicos de Dunkerque en junio. En Francia, Pétain se rindió de buena gana a los alemanes. Pese a sus duras exigencias, Hitler permitió la creación de una zona “libre” en el sureste, con Vichy como capital, en la que los franceses se gobernarían a sí mismos, con Pétain al frente y siempre cumpliendo con estrictas directrices alemanas. Entre otras cosas, se introdujeron leyes raciales contra los judíos y el gobierno de Vichy aceptó pagar a Alemania 20 millones de marcos diarios por gastos de ocupación del país. Los franceses que habían caído prisioneros durante la invasión no serían liberados; trabajarían en fábricas alemanas y en la agricultura.

Actos de resistencia aislados

La derrota y la traición de Pétain causaron un gran resentimiento en la población francesa y, en el verano de 1940, surgieron las primeras manifestaciones de resistencia. Fueron actos aislados y sin coordinación, normalmente resultado espontáneo de injusticias perpetradas contra individuos concretos.

Uno de ellos fue Joseph Barthelet, de Metz, que se unió a la Resistencia después de ver las torturas sufridas por un amigo suyo durante un interrogatorio de la Gestapo: “Lo reconocí por el sombrero, solo por el sombrero. Podía verle la cara, pero él no podía verme a mí. Los ojos se le habían cerrado en dos enormes moratones violetas y amarillos”.

El 7 de septiembre se produjo la primera ejecución por actos de sabotaje; la víctima fue Pierre Roche, de 19 años, que había cortado unos cables telefónicos alemanes.

Los franceses se encontraron divididos en grupos que a menudo se odiaban entre sí más de lo que odiaban al invasor, a causa de sus enormes diferencias ideológicas: socialistas, comunistas, anarquistas, conservadores y nacionalistas radicales. En la práctica, esto suponía que un grupo no tenía el menor interés en lo que hacía el otro. Por ejemplo, un grupo de la Resistencia de Burdeos llevó a cabo un ataque contra un depósito de armas alemán que otro grupo llevaba preparando semanas. Hubo también desafortunados errores, como el de un grupo que mató a un gendarme sospechoso de colaboracionismo pero que en realidad era el correo de otro grupo de combatientes.

Se hizo entonces evidente la necesidad de coordinar esos esfuerzos y, puesto que De Gaulle no podía hacerlo personalmente en Francia, se buscó a una persona de probada credibilidad para la tarea. La elección recayó sobre Jean Moulin, funcionario del Estado de 41 años que había ocupado diversos puestos de responsabilidad. En 1936, por ejemplo, había estado en el Ministerio de Aviación y había sido responsable del envío secreto de pilotos y aviones a la Guerra Civil española.

Cuando los alemanes atacaron Francia, Moulin era prefecto del departamento de Eure y Loir, con despacho en Chartres, al sur de París, donde trató de mantener en todo momento la cabeza fría y conseguir que la administración siguiera funcionando en las nuevas condiciones. Al principio, los alemanes apreciaron ese esfuerzo, pero enseguida se vio metido en problemas por negarse a dar falso testimonio.

Detenido y torturado

Durante la invasión, una mujer de la zona había muerto en un bombardeo, pero las fuerzas ocupantes aseguraban que había sido asesinada por soldados coloniales senegaleses. Moulin se negó a firmar la acusación alemana y fue encarcelado.

Para entonces, los alemanes habían empezado a sospechar que Moulin era comunista y fue sometido a torturas para hacerle confesar. Aprovechando una pausa en el interrogatorio, Moulin trató de poner fin a su sufrimiento cortándose la garganta con un trozo de cristal. El intento fracasó, Moulin recuperó la libertad y durante un tiempo siguió ejerciendo de prefecto (ahora con una terrible cicatriz en el cuello).

El 3 de noviembre de 1940, el gobierno de Vichy aprobó un decreto por el que destituía a todos los alcaldes de izquierdas de la “zona libre”. El prefecto Moulin fue también destituido por negarse a aplicar esa norma en su área y pasó rápidamente a la clandestinidad.

Entretanto, la recién creada Dirección de Operaciones Especiales británica (Special Operations Executive, SOE), dedicada a operaciones de sabotaje, había advertido el intento de Moulin de unir a las fuerzas de la Resistencia francesa.

A lo largo de 1941, la SOE envió a Francia más de un centenar de agentes para promover la creación de grupos de resistentes. Los agentes abordaron entonces a Moulin y lo invitaron a Londres, donde esperaba De Gaulle.

Pasarían, sin embargo, varios meses antes de que Moulin pudiera salir de Francia. Ese período lo aprovechó estableciendo contactos con combatientes y reuniéndose con los líderes de los principales grupos de la Resistencia: Combat , France Liberté y Libération–Sud .

Cuando por fin pudo viajar a Londres, el 19 de octubre de 1941, Moulin poseía un inestimable conocimiento de la situación de la Francia ocupada. Los responsables de la SOE se mostraron tan entusiasmados con él que trataron de convencerle de que trabajara directamente para los británicos en lugar de para De Gaulle, una invitación que Moulin declinó cortésmente.

El general De Gaulle y el funcionario Moulin se complementaron a la perfección y, al cabo de unos días de conversaciones, Moulin declaró su completa lealtad a De Gaulle, que, a su vez, lo nombró su representante en Francia.

A las tres de la madrugada del 2 de enero de 1942, Jean Moulin, acompañado por un guardaespaldas y un radioperador, saltó en paracaídas de un avión de la RAF a la fría noche de invierno francesa, en un lugar indeterminado entre Avignon y Aix–en–Provence.

Arrestado por la Gestapo

Comenzó así un peligroso capítulo en la vida de Moulin, que, protegido por el seudónimo de Max, se mantuvo en constante movimiento para coordinar a la Resistencia. Como tapadera para sus frecuentes viajes y reuniones, abrió una galería de arte en Niza. Su primera tarea importante fue conseguir que los distintos grupos aceptaran como líder al adusto militar De Gaulle.

En enero de 1943, los grupos Combat , France Liberté y Libération–Sud se unieron en los MUR (Movimientos Unidos de la Resistencia), pero continuaron profesándose desconfianza y recelando de los motivos de los otros para luchar contra los alemanes. Esto facilitó la labor de la Gestapo y el Sicherheitsdienst (SD), el servicio de inteligencia de las SS, que, valiéndose de la infiltración y la tortura de sospechosos, descubrieron distintos sitios de reunión y nombres falsos, entre ellos el de Max. El cerco se estrechaba sobre Jean Moulin.

El 21 de junio de 1943, tenía lugar en la casa de un médico de Lyon una importante reunión a la que asistían varios importantes dirigentes de la Resistencia entre los que se encontraba Moulin. Hacia las 15:00, ya con todos los participantes allí, dos coches se detuvieron frente a la entrada. De ellos bajaron ocho miembros armados del SD, que rodearon la casa y gritaron: “¡Manos arriba! ¡Policía alemana!”.

La casa tenía solo una entrada, por lo que los resistentes estaban atrapados. El capitán alemán Klaus Barbie, conocido como el Carnicero de Lyon, entró y ordenó el arresto de todos.

“¿Quién es Max?”, preguntó una y otra vez Barbie en los interrogatorios que siguieron, obsesionado con dar con el líder de la Resistencia.

Pese a que nadie habló durante las sesiones de tortura, Barbie averiguó lo que quería por las características físicas de Moulin (sabía que Max era un hombre delgado y de mediana edad). Entonces se recrudeció la violencia contra el líder. Barbie le rompió los brazos, las piernas y varias costillas, pero no consiguió que delatara a ninguno de sus compañeros ni que revelara su cooperación con los ingleses. Al cabo de un par de semanas de brutal tormento y ningún resultado, Moulin fue enviado en tren a Alemania para que la Gestapo continuara allí los interrogatorios. Nunca llegó. Murió de camino a causa de las heridas.

Los jóvenes pasan a la clandestinidad

Con la muerte de Moulin, la Resistencia se enfrentó a nuevas dificultades, entre ellas reconstruir los lazos de colaboración que había tejido el líder y hacer frente a la ansiedad que se apoderó de muchos de los miembros tras la desarticulación de la cúpula de la organización. Iban a recibir, no obstante, un regalo de los alemanes: un decreto que obligaba a todos los jóvenes de entre 18 y 20 años a trabajar durante dos años en Alemania para la industria bélica. Afectaba a un cuarto de millón de jóvenes y, además de potenciar la fabricación de armamento nazi, entorpecería el reclutamiento de nuevos miembros de la Resistencia, pero tuvo el efecto contrario: enfrentados a la perspectiva de trabajar en Alemania en condiciones de esclavitud, miles de esos jóvenes decidieron pasar a la clandestinidad. Muchos de ellos huyeron a la montaña y se unieron a los grupos de combatientes que allí se escondían. Esta enorme afluencia de nuevos miembros permitió que los grupos de la Resistencia se convirtieran en un verdadero ejército clandestino, conocido desde entonces como el maquis por los matorrales del paisaje en el que operaban.

Uno de estos grupos, el liderado por el comunista Georges Guingouin, llevó a cabo varios espectaculares actos de sabotaje, entre ellos el atentado contra la fábrica de caucho Wattelez, cerca de Limoges, que producía 20 toneladas de caucho diarias para vehículos militares alemanes.

El grupo disponía de 1,4 toneladas de explosivos robados en una mina, por lo que contaban con material para una acción de envergadura. Guingouin y cuatro compañeros se desplazaron en bicicleta hasta la fábrica, que se encontraba a 50 kilómetros de distancia, llevando los explosivos en mochilas cargadas a la espalda. A consecuencia del atentado, la fábrica tuvo que cerrar durante cinco meses. La audacia de la operación atrajo a nuevos combatientes y el grupo pasó de estar compuesto por un puñado de hombres a contar con más de un centenar.

Batalla en los Alpes

En octubre de 1943, los aliados quisieron conocer la verdadera fuerza del maquis y enviaron al agente de la SEO Yeo–Thomas a visitar a un grupo en Cahors. Yeo–Thomas se mostró muy impresionado: “Con el debido apoyo y armamento, el maquis puede proporcionarnos una ayuda muy eficiente el Día D”, declaró de vuelta en Inglaterra. Pronto los maquisards demostrarían lo que eran capaces de hacer.

Ese año el maquis había eliminado a las tropas alemanas de la región de Alta Saboya, en los Alpes, cerca de la frontera suiza. Este hecho era una espina clavada en el régimen de Vichy, que quería reafirmar su autoridad en la zona y demostrar a los alemanes que su milicia fascista, la Milice, servía para algo más que simplemente auxiliar a la Gestapo.

Vichy envió a 2.000 miembros de la Milice a la zona de Alta Saboya, al mando del oficial Joseph Darnand, con la orden de acabar con los “terroristas”. Pero el plan se filtró y, el 2 de febrero de 1944, la sección francesa de la BBC advirtió a la Resistencia:

“¡Atención los maquis! ¡Atención, Alta Saboya! Llamando a los maquis de Alta Saboya, SOS, SOS. El Oberführer Joseph Darnand ha decidido lanzar un ataque masivo mañana, 3 de febrero, contra los patriotas que se esconden en las montañas de Alta Saboya. No hay un minuto que perder: ¡A vuestras posiciones defensivas!”.

Unos 600 combatientes del maquis se encontraban en la meseta de Glières, a 1.500 metros de altura. Se habían retirado allí parar reorganizar sus fuerzas y de pronto quedaron rodeados por los miembros de la Milice. En los días siguientes, los maquis consiguieron repeler los ataques, pero ya casi no tenían suministros y empezaban a pasar hambre y a congelarse. Era imprescindible recibir ayuda.

La noche del 13 de febrero, cuatro aviones de la RAF consiguieron hacerles llegar 54 contenedores con armas y ropa de abrigo. Un mes más tarde, llegaron otras 50 toneladas de suministros. El equilibrio de fuerzas se había invertido y la Milice tuvo que retirarse. En su lugar, llegaron tres batallones de infantería alemanes con un total de 7.000 hombres y el apoyo de la Luftwaffe.

Era una superioridad excesiva. Trescientos maquis escaparon de la meseta, pero otros 149 murieron. En el bando contrario, hubo 3.000 bajas entre miembros de la Milice y soldados alemanes.

La derrota hizo daño al movimiento de la Resistencia, pero fue una victoria moral en la que había quedado de manifiesto la capacidad de supervivencia del ejército clandestino.

Más suministros ingleses

En una reunión mantenida en el norte de África en enero de 1944, Churchill habló con los americanos del papel de la Resistencia durante y después del Día D y consiguió lo que quería: que los combatientes recibieran más armas.

La SOE aumentó los envíos y, a lo largo del invierno, la Resistencia se transformó por completo. Ahora había 50.000 combatientes listos repartidos por todo el país, a los que también había que hacer llegar alimentos, puesto que ya no era suficiente con los que les daban los propios franceses. En el segundo trimestre de 1943, los aviones de la RAF lanzaron 150 toneladas de suministros en 1.361 contenedores y una serie de cajas. Los contenedores, de color negro mate y la altura de una persona, tenían cabida para 113 kilos de armas, explosivos, municiones y comida. De enero a marzo de 1944, los envíos sumaron 938 toneladas que, entre abril y junio, se convirtieron en 2.689.

En febrero, los grupos de la Resistencia se unieron en las Fuerzas Francesas del Interior (FFI), dirigidas por De Gaulle. Con la llegada de la primavera, las FFI y la SOE decidieron dejar a un lado las plantas industriales y concentrarse en el sabotaje de conexiones ferroviarias, líneas telefónicas y puentes con la intención de detener o retrasar los movimientos de tropas alemanas durante la invasión.

Los líderes de la Resistencia elaboraron minuciosos planes de sabotaje identificados por colores en los que a cada tipo de objetivo –por ejemplo, ferrocarriles o telecomunicaciones– le correspondía un color. La SOE eligió 571 objetivos relacionados con el transporte ferroviario y esa primavera envió a Francia las llamadas unidades Jedburgh para organizar las acciones de la Resistencia durante el Día D.

Cada unidad Jedburgh estaba compuesta por tres integrantes: un británico, un americano y un francés, lo que garantizaba una comunicación efectiva entre los miembros de la Resistencia y los ejércitos invasores.

El Día D se anunció por radio

Se acercaba el día clave y, la noche del 5 de junio, cientos de líderes de grupo, como el ciclista Mercader, esperaban junto a la radio para oír la señal.

En 15 minutos, la BBC envió 200 mensajes cifrados. Ahora cada grupo sabía lo que tenía que hacer. En la localidad de Saint–Clair, cerca de la ciudad normanda de Caen, por ejemplo, un grupo de resistentes recibió la orden de entrar en acción. La tarea era parte del Plan Verde: debían hacer volar la línea ferroviaria que unía Caen y Laval, que era vital para el transporte de las tropas alemanas que combatirían la invasión aliada.

El líder del grupo, Jean Renaud–Dandicolle, que había saltado en paracaídas hacía unas semanas, entregó a cada uno de los cinco miembros una pistola, explosivo plástico y detonadores; todo era parte del equipo que, pocos días atrás, habían lanzado en plena noche aviones aliados.

Los hombres llegaron en bicicleta hasta la pequeña villa de Grimbosq, donde había un importante nudo ferroviario. Allí colocaron los explosivos bajo cuatro vías y se resguardaron tras un sitio seguro. La explosión hizo temblar el suelo y arrancó 50 metros de vía férrea.

Esa noche, se llevaron a cabo operaciones similares en toda Normandía. En 24 horas, la red de ferrocarril se vio afectada por un millar de actos de sabotaje: locomotoras destruidas, trenes descarrilados, puentes demolidos... El tráfico ferroviario total se redujo un 50 por ciento.

Los ferrocarriles eran especialmente importantes porque los alemanes transportaban a la mayor parte de las tropas y el equipo en tren. También se bloquearon carreteras con árboles talados y se cortaron líneas telefónicas.

El desembarco dio esperanzas

Simpatizantes de la Resistencia que trabajaban en el servicio postal y telegráfico indicaron cuáles eran los cables que usaban para comunicarse las unidades alemanas y cuáles conectaban el cuartel general alemán de París con el Alto Mando en Berlín. Todos fueron cortados por distintos sitios.

El sabotaje de líneas telefónicas obligó a los alemanes a comunicarse por radio, lo que facilitó que los servicios de inteligencia americanos y británicos interceptaran y descodificaran los mensajes.

El 6 de junio, Michel Béchet, de 22 años, oriundo de Gorron, cerca de Rennes, supo que el Día D tendría éxito: “¡Los aliados han desembarcado! Las noticias han empezado a circular a primera hora de esta mañana. Al principio, no me lo creía. Llevamos cuatro años esperando este día”, escribió Béchet en su diario.

La perspectiva de una liberación inminente dio renovadas fuerzas a la Resistencia y permitió que el movimiento empezara a actuar a plena luz del día. Miles de hombres y mujeres que habían permanecido en casa por indiferencia o miedo salieron de las sombras luciendo el brazalete de las FFI con el objetivo de participar en la liberación de su país. Tras el Día D, las FFI sumaron unos 100.000 combatientes. Todos eran necesarios, ya que la lucha estaba muy lejos de haber terminado.

Alzamiento en la capital

El 15 de agosto de 1944, los aliados desembarcaron también en Marsella, en el sur de Francia (Operación Dragón), lo que sometía a los alemanes a una presión por dos flancos distintos. Ese mismo día se declaró una huelga general en París.

Desde Alemania, Hitler ordenó que la capital francesa fuera reducida a escombros antes de la llegada del enemigo. Para no provocar a los alemanes, el comandante en jefe aliado, Dwight D. Eisenhower, decidió que las fuerzas aliadas dejaran París a un lado y pusieran rumbo a Alemania.

Entretanto, la huelga general parisina se convirtió en un alzamiento en toda regla, con barricadas en las calles y enfrentamientos entre miembros de la Resistencia y soldados alemanes.

Para entonces, las Fuerzas Francesas Libres combatían junto a los aliados en Francia, pero a la luz de los acontecimientos parisinos se temió que la ciudad corriera la misma suerte que Varsovia, que había sido brutalmente aplastada tras un alzamiento popular. Los soldados franceses desobedecieron las órdenes y se encaminaron hacia la capital.

Las fuerzas aliadas llegaron la tarde del 24 de agosto y, al día siguiente, los alemanes se rindieron. De Gaulle se trasladó rápidamente a París para estar presente en el desfile de la victoria.

El éxito de la invasión aliada de Francia no habría sido posible sin la Resistencia, pero el precio fue muy alto: se estima que la participación en este movimiento costó la vida a unos 100.000 civiles. Solo en los días posteriores al desembarco, murieron más de 3.000.

Posdata: El ciclista Guillaume Mercader recibió varias condecoraciones después de la guerra y se convirtió en líder de un equipo profesional de ciclismo.

El jefe de Estado del régimen de Vichy, Philippe Pétain, fue condenado por traición y pasó el resto de su vida en la cárcel.

De Gaulle estuvo al frente del gobierno provisional de Francia hasta 1946, cuando cayó en desgracia por exigir una reforma constitucional que fortaleciera al Ejecutivo. Fue presidente de Francia entre 1959 y 1969.

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