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El espía judío del Tercer Reich

En abril de 1941, Paul Fackenheim, un judío alemán veterano de guerra y recluido en el campo de Dachau, fue reclutado por los nazis como agente secreto y entrenado para infiltrarse en la Palestina bajo Mandato británico. ¿Qué hubo detrás de esta insólita y peligrosa aventura?

Nacho Otero

Febrero de 1941. El mariscal de campo Erwin Rommel llega a Libia para ponerse al frente del Afrika Korps, con el objetivo de expulsar a los británicos de Oriente Próximo y hacerse así con el petróleo árabe. Para ello, Alemania precisa información sobre Palestina a cualquier precio. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los nazis para conseguirla?

Dos meses después, el prisionero nº 26.336 del campo de concentración de Dachau iba a averiguarlo con sorpresa. Esta es, a grandes rasgos, su historia: la enigmática historia de Paul Fackenheim, alias Koch, tal y como se la relató él mismo al historiador, periodista, novelista y político israelí Michael Bar-Zohar, que la reconstruyó en el libro Koch, el espía judío de Hitler (1971, Editorial Juventud).

De héroe condecorado a ‘untermensch’

Nacido en 1892, Paul Ernst Fackenheim provenía de una acaudalada familia judía alemana. Su abuelo paterno era nada menos que rabino en Mulhausen (Turingia) y él era el hijo único de un estricto comerciante metalúrgico y de la hija menor de un rico peletero, por lo que su posición económica fue siempre más que desahogada. Ello, unido a una ideología familiar tirando a conservadora y a un exaltado patriotismo imperialista, lo llevaría, como a tantos jóvenes alemanes de su generación, a alistarse entusiasmado como voluntario cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en la que resultó condecorado varias veces y ascendió hasta llegar a teniente.

Tras trabajar como curtidor, contraer matrimonio, pasar varios años viajando por Extremo Oriente, divorciarse, arruinarse con el Crac de 1929, volver a casarse y perder a su segunda esposa en un trágico aborto clandestino, un desmoralizado pero todavía fervientemente nacionalista Fackenheim votaría en 1932 a Adolf Hitler. Poco podía sospechar las terribles consecuencias de su elección para el mundo y para sí mismo.

En 1934 comenzó el hostigamiento: pérdida de sucesivos trabajos, detenciones arbitrarias, miedo constante... Tras infructuosas gestiones con el vicecónsul británico en Fráncfort, Arthur Dowden, para que le procurase un visado con el que escapar a Londres y, ya estallada la guerra a finales de 1939, un igualmente baldío intento de alistarse en la Wehrmacht, una noche de verano de 1940 llamaron a su puerta. La suerte estaba echada: ahora era un Untermensch, un subhumano, como la ideología nazi calificaba a los judíos y otras etnias “inferiores”.

Dacahu. Imagen: Getty Images

DachauDacahu. Imagen: Getty Images

Extraña entrevista

Abril de 1941, campo de Dachau. Habiéndosele infectado una herida en la espalda, el prisionero nº 26.336 fue conminado por los altavoces a acudir a la enfermería. Temblando de desconfianza, Fackenheim obedeció. Para su sorpresa, el equipo médico le preguntó por su salud y tres enfermeras le limpiaron la herida con alcohol y algodón. Luego, un médico determinó que debía dejar de trabajar en el campo y ordenó que se quedase allí ingresado hasta que se restableciera y que recibiera comida y bebida en abundancia.

A sus 48 años, Fackenheim ya no esperaba nada de la vida. Desde su nueva y confortable cama, podía ver el humo negro de los crematorios: el infierno continuaba igual que siempre para los miles de prisioneros de Dachau, pero a él le aguardaba un destino distinto que no era capaz de prever. Así pasó una semana entera, comiendo y durmiendo bien, hasta que volvió a oír su número por los altavoces. Esta vez fue enviado a los barracones de la Gestapo, donde le recibieron dos hombres de paisano (tiempo después sabría que eran agentes de la Abwehr, el servicio de inteligencia). «Tome asiento, por favor, Herr Fackenheim», le invitó uno de ellos amablemente. Ya ni se acordaba de la última vez que se habían dirigido a él como Herr (señor). «Hemos venido a hacerle una pregunta: ¿le gustaría salir de aquí? Sabemos unas cuantas cosas de usted. Durante la Gran Guerra, se distinguió en el campo de batalla y luchó con valentía por su país».

En efecto, en la Guerra del 14 se había alistado en el 63º Regimiento de Artillería de Campo y había combatido en Francia. Una importante línea telefónica quedó destrozada por las bombas y él se presentó voluntario y arregló la conexión bajo un intenso fuego francés, por lo que obtuvo la Cruz de Hierro de segunda clase. Por entonces, a nadie le preocupaba su origen; de hecho, más tarde le sería concedida la Cruz de primera clase. Cuando en Alemania empezó la persecución antisemita, siguió llevándola como gesto de desafío. La condecoración no había servido, sin embargo, la noche en que dos agentes de la Gestapo llamaron a su puerta y lo subieron a un tren con destino a Dachau.

Eso había sido nueve meses antes. Una voz lo devolvió al presente: «¿Estaría dispuesto a hacer algo por su país y recuperar la libertad?». Unas horas más tarde, estaba sentado en un Mercedes con la ropa que vestía el día de su detención. La Cruz de Hierro lucía de nuevo en su pecho y, por detrás, iban desapareciendo el alambre de espino y las torres de Dachau.

Herman Goring. Imagen: Wikimedia Commons

Hermann GoringHerman Goring. Imagen: Wikimedia Commons

Una misión llena de incógnitas

El viaje acabó en Bruselas, donde fue alojado en una discreta pensión. Todos sus gastos habían sido satisfechos por adelantado y recibió un documento de identidad en el que figuraba como Paul Koch. Aún no le habían dicho en qué consistiría su trabajo, pero la Abwehr lo tenía ya a su merced: en el momento de su liberación, Fackenheim prometió cooperar a cambio de la protección de su madre, Hedda, que vivía sola en Fráncfort. Su mayor miedo era que, como muchos otros judíos –como él mismo–, acabara en un campo de concentración. La Abwehr aceptó y, poco después, un desconocido se presentó en casa de Hedda y le entregó el primero de una serie de sobres mensuales con 300 marcos, cantidad nada desdeñable para un judío en aquellas circunstancias.

Pronto comenzó el entrenamiento –básicamente, centrado en el aprendizaje del código morse– a cargo de un tal Hans Müller, un hombre afable y vestido de civil que iba a visitarlo a la pensión cada mañana. Durante varias semanas, Fackenheim le preguntó una y otra vez a Müller en qué consistía la misión sin obtener respuesta (solo podía deducir que debía de tratarse de una operación de espionaje), lo que le hacía tener pesadillas sobre Dachau y sentirse culpable por su libertad. También le asaltaban las dudas sobre el motivo por el cual lo habían escogido a él. En la Primera Guerra Mundial, había trabado amistad con un joven piloto llamado Hermann Göring, ahora uno de los prebostes del régimen (de hecho, Paul le había escrito para protestar la primera vez que lo echaron del trabajo por ser judío, sin que Göring moviera un dedo en su favor). ¿Podía ser esa la razón oculta de su reclutamiento?

Fackenheim fue trasladado a Berlín y, semanas más tarde, a la Atenas ocupada por los alemanes, adonde llegó el mismo día –22 de junio de 1941– que Hitler lanzaba la Operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética. En la capital griega, tras ser puesto a prueba sobre su capacidad para tener la boca cerrada por unos agentes que lo emborracharon y lo acribillaron a preguntas indiscretas –estuvo tan torpe que casi lo mandan de vuelta a Dachau–, Müller decidió que había llegado el momento de contarle, por fi­n, el plan.

Imagen: Wikimedia Commons

Cruz de HierroImagen: Wikimedia Commons

Plan en marcha

En el verano de 1941, los alemanes avanzaban en todos los frentes, incluyendo el norte de África, donde el siguiente objetivo de Rommel era el estratégico Canal de Suez. Pero el éxito requería conocer las posiciones británicas en la zona y era ahí donde entraba en juego Fackenheim, que debería hacer de espía en Palestina. El país era ahora un Mandato británico y se había convertido en el refugio de miles de judíos que huían de la Alemania nazi, por lo que él, un hebreo que hablaba inglés, con experiencia militar y de probada lealtad a su patria, resultaba el candidato ideal para pasar inadvertido. La promesa de Müller de que solo recabaría información sobre los británicos, y no sobre los judíos, venció las últimas reticencias del por otra parte ya comprometido Fackenheim.

El entrenamiento prosiguió otros tres meses: le enseñaron a usar la radio, a encriptar mensajes y a lanzarse en paracaídas. Porque ese iba a ser el primer paso: saltar, de incógnito y de noche, sobre Palestina. Para la misión le darían un radiotransmisor y un ejemplar de la novela francesa L’âne Culotte, de Henri Bosco, cuyas letras constituían la base del código que usaría para mandar información, así como 500 libras para mantenerse en terreno enemigo.

Por fin, el 10 de octubre de 1941, en mitad de una noche sin luna, un bombardero alemán Heinkel HE 111 pintado de negro sobrevoló Haifa (Palestina) a escasa altitud. Minutos más tarde, un hombre descendía flotando hacia las pequeñas y brillantes luces de aquella población mientras el ruido del avión se iba extinguiendo. Ya no era el prisionero Paul Fackenheim, sino Paul Koch, un espía al servicio de la Alemania nazi y aparentemente dispuesto a enfrentarse a los británicos.

Soldado británico en Palestina. Imagen: Getty Images

Soldado británico en PalestinaSoldado británico en Palestina. Imagen: Getty Images

Condenado al fracaso

Colgado en el aire, Fackenheim no tenía la menor conciencia de ser un peón en un juego despiadado, ni sabía que su misión estaba destinada a fracasar. Cuando la Abwehr del almirante Wilhelm Canaris lo sacó de Dachau, varios nazis de alto rango –entre ellos el todopoderoso Heinrich Himmler, alma máter de las SS y la Gestapo y principal enemigo de Canaris– montaron en cólera. Tenían claro que un judío siempre traicionaría a Alemania y que no debería haber sido liberado (de hecho, es el único caso acreditado documentalmente, si bien se cree que por la misma época los nazis reclutaron asimismo como espías a varios judíos armenios y a uno polaco). A partir de entonces, intentaron desacreditar a Fackenheim –y con él a la Abwehr– en varias ocasiones, pero en todas ellas Canaris y Müller consiguieron cubrirle. Decidido a abortar la operación, Himmler ordenó entonces filtrar información y bulos a los británicos. Fackenheim fue presentado como un peligroso y consumado espía, por lo que, cuando saltó sobre Haifa, el ejército británico al completo estaba en alerta máxima. Para colmo, en pleno descenso se rompió la correa que sujetaba el equipo de radio, que cayó al vacío; el medio que debía servirle para comunicarse con el servicio de inteligencia alemán se había perdido.

Tras aterrizar ileso en un viñedo y atravesar diversos avatares (un tipo que pretendió ayudarle le robó todo el dinero que llevaba encima), el bisoño agente secreto decidió utilizar su identidad falsa –Paul Koch– para entregarse a los soldados británicos asegurando que era un refugiado judío alemán, llegado en un pesquero en busca de asilo. Varias horas de interrogatorio –los ingleses no se tragaban sus insostenibles explicaciones y querían que les hablara del avión que había sido avistado sobrevolando Haifa la noche antes– acabaron por agotarlo física y mentalmente y le hicieron confesar: «Me llamo Paul Ernst Fackenheim. Soy judío, con residencia en Fráncfort. La Abwehr me ha asignado el nombre en clave de Paul Koch». Acto seguido, contó toda la historia: su estancia en Dachau, la inesperada oferta, el entrenamiento... No le sirvió de nada y, pasados unos días, lo trasladaron fuertemente escoltado a Egipto. En el cuartel general británico de El Cairo estaban convencidos de que Fackenheim era en realidad el superagente que estaban buscando.

Aviones de la RAF en Egipto. Imagen: Getty Images

Aviones de la RAF en EgiptoAviones de la RAF en Egipto. Imagen: Getty Images

Trágica confusión

No ayudó a desenmarañar el asunto que hubiera aterrizado en Palestina en medio de una extraña red de coincidencias. No era solo que los nazis hubieran convencido a los británicos de la inminente llegada de un importante espía, sino también que su nombre (Fackenheim) y su alias (Koch) guardaban una gran similitud con los de otros sospechosos. Los ingleses llevaban mucho tiempo tras una agente llamada Paula Koch y, a la vez, varios informes del servicio de inteligencia aseguraban que un militar alemán de nombre Fackenheim estaba intentando crear una quinta columna en Siria y el Líbano.

Así las cosas, convencidos de que habían dado con una destacada red de espionaje, los británicos se mostraron decididos a hacerle confesar la verdad. Una vez en El Cairo, fue inmediatamente trasladado al centro de detención de Maadi, en las afueras de la ciudad, donde lo encerraron en una pequeña celda y lo sometieron a interminables días de tortura psicológica. Por otra parte, preocupado por lo que pudiera ocurrirle a su madre al no dar señales de vida a la Abwehr, Fackenheim trató de hacer llegar a esta un mensaje en morse a través de otro preso alemán que resultó ser un cebo de los ingleses, lo cual empeoró todavía más su situación.

Afortunadamente para él, poco después el 8º Ejército Británico entró en Libia y el interés por su caso decayó rápidamente. Tras pasar varios meses encerrado, Fackenheim fue juzgado por espionaje y pudo al fin contar con un abogado defensor. Ninguna de las partes sería capaz de presentar pruebas contundentes y el proceso terminó con la absolución del acusado. El fallo, no obstante, no condujo a su liberación: fue enviado a un campo de internamiento en Latrún (Palestina), donde al menos tuvo la posibilidad de moverse libremente y hablar con otros prisioneros. Allí permaneció hasta la caída del Tercer Reich, en 1945. Luego lo transfirieron al campo de concentración de Neuengamme (Hamburgo), ahora bajo control aliado, y un año más tarde recuperó la libertad.

El 23 de junio de 1946, pudo al fin regresar a Fráncfort y la encontró en ruinas. La casa familiar estaba vacía. Se enteró de que su madre había sido detenida en 1943 y enviada al campo de concentración de Theresienstadt, y de que allí había muerto. Destrozado, Paul Fackenheim, el forzoso y fallido espía judío de Hitler, se recluyó para siempre en una pequeña ciudad cercana a Hamburgo.

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