De la Gran Redada al Porrajmos: la persecución de los gitanos
El pueblo romaní ha sufrido al menos seis siglos de persecución, expulsiones, leyes de exclusión y violencia. La Gran Redada, operación antigitana ordenada por Fernando VI que las autoridades de la época calificaron como “la solución definitiva al problema gitano”, es el precedente más claro del Porrajmos, el genocidio nazi de los gitanos de Europa. La “solución final”, por tanto, fue la culminación de siglos y siglos de odio racial y étnico.
«¡Oh, forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis navegando por húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio o andáis por el mar, a la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño a los hombres de extrañas tierras?».
Así se inicia el canto IX de la Odisea, el gran poema épico griego cuyo título se ha convertido en sinónimo de los viajes largos, larguísimos, casi eternos, en los que abundan las aventuras desagradables y difíciles. Y justamente esta última definición encarna casi a la perfección la historia, a la vez que odisea, del pueblo gitano.
El pueblo de los mil nombres
En España también se han utilizado los términos calós y calés para referirse a ellos, gentilicios que hacen referencia a la lengua que hablaban los gitanos españoles, el caló. Hay otra palabra que identifica a todos los gitanos del mundo, los romà, y que no tiene las connotaciones tan despectivas que aún conservan palabras como gitano o caló. El gentilicio "romà" proviene directamente de la lengua de los gitanos, el romanés o caló, y se traduce por "hombres". De ahí que el pueblo gitano se conozca, también, como pueblo romà.
La odisea de los romà
Para entender la persecución y el exterminio al que se han visto sometidos los gitanos a lo largo de los últimos cinco siglos, y especialmente durante la Segunda Guerra Mundial bajo el régimen nazi, es necesario conocer el viaje de este pueblo, su gran odisea, que sin duda ha marcado el carácter e identidad del pueblo romà.
Hoy en día parece claro que el origen de los romà se sitúa en el noroeste de la India, ya que su idioma tiene una raíz común con el sánscrito. El viaje del pueblo Rom se remonta siglos y siglos en la historia, aunque probablemente la referencia documental más antigua la encontramos en un relato del siglo V, cuando el rey persa Bahram V Gur solicitó al rey indio Sankal diez mil músicos para entretener a su pueblo.
Entre los siglos XI y XIII, los ejércitos túrquicos y mongoles obligaron a los gitanos asentados en Asia a huir hacia el oeste, dividiéndose en dos grandes grupos que seguirían rutas distintas: los Ben llegarían al Próximo Oriente y a Egipto a través de Siria, mientras que el grupo de los Phen llegaría a Bizancio a través de Armenia. A lo largo de esa prolongada diáspora ambos grupos adoptarían palabras distintas, lo que permite reconstruir dónde se asentaron durante más tiempo. Unos asimilarían a su idioma préstamos lingüísticos de la lengua griega y armenia, mientras que el segundo grupo haría suyas palabras de origen árabe.
El pueblo romà se asentaría durante más de tres siglos en el Imperio bizantino, donde fueron conocidos como "atcinganis", hasta que a finales del siglo XIV las guerras entre bizantinos, tártaros y otomanos les empujaron a cruzar el estrecho del Bósforo y a adentrarse en tierras europeas.
A lo largo del siglo XV, encontramos ya muchas menciones a la presencia de grupos de gitanos en diferentes países de Europa. De hecho, su condición de católicos y de peregrinos inicialmente les ayudó a viajar sin demasiados impedimentos a través del continente. Así, sabemos que en 1381 ya estaban en el sur de Grecia y que en 1417 el emperador Segismundo les permitió cruzar Hungría y les concedió cierta protección. En 1413 se menciona su presencia en la ciudad de Constanza, un año más tarde ya están en Núremberg, en 1419, en Milán y Aviñón, dos años más tarde en París y, finalmente, en 1424 cruzan los Pirineos.
El 12 de enero de 1425, el rey de Aragón, Alfonso V, les permitió recorrer su reino durante tres meses. Desde entonces su presencia en la península ibérica será continua, y pronto se asientan también en Castilla y en Andalucía. De hecho, durante la segunda mitad del siglo XV otros pequeños grupos de gitanos llegarán a tierras hispanas desde el Mediterráneo. Y de España a América, ya que en 1498 cuatro gitanos acompañaron a Colón en su tercer viaje al continente recién descubierto.

Campamento gitano
Primeras persecuciones
La imagen de devotos peregrinos errantes de la que disfrutaban los romà al arribar a España cambió pronto, y ya en 1499 los Reyes Católicos dictaron la primera Pragmática (ley ordenada y firmada directamente por el rey) en su contra. En ella se les ordenaba abandonar el nomadismo y asentarse en algún lugar conocido, así como vivir de oficio respetable. Si no lo hacían, se ordenaba su destierro temporal. Si reincidían, el castigo eran cien azotes y el destierro perpetuo. Si aun así volvían a ingresar al reino, el castigo era el corte de orejas, ser encarcelados y encadenados durante sesenta días y, de nuevo, el destierro de por vida. Si incluso así reincidían, el castigo era la esclavitud. Desde entonces, todos los reyes ordenaron pragmáticas en su contra, desde Carlos I hasta Fernando VI.
Normalmente, los gitanos errantes capturados eran condenados a trabajos forzados, bien en las minas de azogue de Almadén, bien como remeros en las galeras reales. De hecho, un número importante de gitanos españoles participaron por este motivo en la batalla de Lepanto.
Desde entonces, las Pragmáticas antigitanas fueron cada vez más estrictas. Si Felipe II les prohibía cualquier actividad ambulante, Felipe III les ordenaba asentarse en ciudades de más de mil habitantes, les prohibía que usaran sus ropajes y lengua propia y decretaba la pena de muerte para aquellos que retornasen al reino tras ser expulsados. Pero fue Fernando VI el monarca que llevó al extremo la persecución al pueblo romà.

Marqués de la Ensenada
La Gran Redada o Prisión General de Gitanos
Durante las últimas horas de la tarde del miércoles 30 de julio de 1749, oficiales del ejército entregaron sobres lacrados a los corregidores de las ciudades españolas. En su interior, órdenes directas del rey Fernando VI obligaban a las autoridades municipales a detener, con la ayuda del ejército y de madrugada, a todos los gitanos de los que se tuviera conocimiento.
A partir de las doce de la noche, unos cinco mil soldados cercaron con extremo sigilo los barrios de las ciudades donde residían y les detuvieron, haciendo salir de sus casas a hombres, mujeres y niños. De allí fueron conducidos a las prisiones más cercanas, mientras una guardia de soldados quedaba resguardando los bienes de las familias gitanas hasta que, ya a la mañana del jueves 31 de julio, un escribano confiscaba los bienes de las familias con el fin de subastarlos y pagar así la manutención de los apresados y el viaje de estos hasta su destino último.
Las instrucciones eran claras: con el fin de hallar la «solución definitiva al problema gitano», las familias gitanas debían ser apresadas y separadas. Así, los niños de menos de ocho años debían quedarse con las madres mientras aprendían oficios útiles, hasta que al cumplir los quince años se les enviara a trabajar, forzados y en condiciones de esclavitud, a los arsenales de la Marina en La Carraca (Cádiz), Cartagena o La Graña (Ferrol), junto al resto de hombres gitanos. Las mujeres, por su parte, fueron destinadas a trabajos forzados en cárceles y fábricas textiles de todo el país. En cuanto a los matrimonios mixtos, si el hombre era gitano, su esposa era tratada como tal y, por tanto, privada de libertad. En cambio, si el esposo no era gitano, su esposa gitana era respetada y se le permitía seguir en libertad junto a su marido.
A lo largo de esa fatídica noche fueron apresados más de siete mil gitanos, a los que se sumarían otros dos mil a lo largo de las semanas siguientes.
La operación, orquestada por el marqués de la Ensenada y por Gaspar Vázquez Tablada (obispo de Oviedo y gobernador del Consejo de Castilla), fue posible gracias a la Pragmática de 1745, en la que el anterior monarca, Felipe V, había ordenado la residencia forzosa de los gitanos en determinados pueblos y ciudades. Además, bajo esa Pragmática se confeccionó un padrón de familias gitanas que, cuatro años más tarde, haría posible el ubicarlos rápidamente.

Niño gitano
Un nefasto precedente
La operación se preparó meticulosamente. De hecho, se pensó incluso en cómo impedir la inmunidad eclesiástica, el derecho de cualquier persona a solicitar protección en recintos sagrados: así, el derecho al asilo eclesiástico se anuló un año antes, en 1748, al firmarse un acuerdo con la Santa Sede.
La Gran Redada, también conocida como Prisión General de Gitanos, tuvo consecuencias funestas. Al menos medio millar de gitanos, la mayoría mujeres y niños, murieron a causa de las condiciones de insalubridad y hacinamiento en que se les retuvo. Es más, la Gran Redada afectó sobre todo a las familias gitanas más integradas, las que tenían oficio y hogar propio, mientras que unos 2 000 gitanos, los menos integrados en la sociedad, nómadas y sin oficio conocido, pudieron burlar la persecución.
Tres meses después de la Gran Redada, a finales de octubre de 1749, el rey firmó un nuevo decreto en que se ordenaba la liberación inmediata de todos los gitanos que pudieran demostrar arraigo, es decir, domicilio y oficio conocido. Este cambio de rumbo, en parte motivado por centenares de súplicas de vecinos y alcaldes en que se pedía al rey la liberación de sus vecinos gitanos, permitió que unos 5 000 de ellos pudieran retornar a sus pueblos y ciudades. Aunque la vuelta no fue tan dulce como cabía esperar: la mayoría de las familias gitanas liberadas se encontraron con que sus bienes habían sido subastados, así que se toparon de la mañana a la noche ante una situación de penuria acuciante que aumentó aún más, si cabe, la desconfianza y el recelo hacia el resto de la sociedad.
El mea culpa lo entonaría el confesor real, Francisco Rávago y Noriega, al declarar que la voluntad del rey no había sido la de apresar a todos los gitanos, sino solamente a «los gitanos malhechores, vagabundos, viciosos, sin oficio o ejercicio con que ganar la vida. esta fue la intención del rey, ni pudo jamás tener otra, y esta fue la orden que mandó dar a las justicias, ofreciéndoles el auxilio de la tropa para la más segura ejecución. Pero el efecto ha sido no solo lo contrario, sino el más injusto, habiendo preso y atropellado muchos buenos vasallos, solo por tener nombre de gitanos, mezclándose en esto mil atropellamientos y venganzas particulares, y disipándoles sus bienes injustamente».
El resto de apresados, unos 4 000, fueron liberados a cuentagotas hasta que, en 1763, un indulto de Carlos III ordenó la puesta en libertad de los últimos cientos que aún seguían recluidos. Aunque no sería hasta dos años después, en 1765, cuando los últimos gitanos fueron liberados. Habían pasado dieciséis años entre rejas, condenados a trabajos forzados simplemente por ser gitanos.
En 1783 una nueva Pragmática, auspiciada por el conde de Floridablanca, dio por concluidas las persecuciones anteriores, reconoció a los romà como españoles de pleno derecho y les permitió la libre elección de residencia y oficio. Eso sí, tres siglos de persecuciones habían dejado tras de sí una comunidad destrozada, empobrecida y recelosa, volcada hacia sí misma y marcada aún a fuego por los prejuicios de gran parte de la sociedad española.
Habrían de transcurrir dos siglos hasta presenciar un intento tan radical de exterminio de la comunidad gitana. Y esta vez no tendría lugar en España, sino en la Alemania nazi.

Gitanos durante la Segunda Guerra Mundial
Porrajmos, el Holocausto gitano
Sin duda, el genocidio más conocido y masivo de la historia es el de los judíos bajo el Tercer Reich. Pero esos seis millones de judíos compartieron campos de concentración y exterminio con republicanos españoles, comunistas, homosexuales, testigos de Jehová... y gitanos. De hecho, el exterminio del pueblo romà perpetrado por los nazis comparte con el genocidio judío que ambos parten de un odio racial visceral, atávico. Ambos pueblos, el romà y el judío, eran considerados por los jerarcas nazis peligrosas razas extranjeras a exterminar si se deseaba asegurar la pureza racial aria.
El Holocausto, la Shoah de los judíos, es para los gitanos el Porrajmos (palabra que en romaní significa “devoración”). Y al igual que pasa con el caso judío, la persecución de los gitanos en Alemania no era en absoluto una novedad, sino más bien una continuidad, una evolución de la historia más reciente.
No es casual que, ya antes de la llegada al poder de Adolf Hitler, desde el Instituto para la Investigación de la Higiene Racial, una serie de científicos y doctores –el más destacado de los cuales fue el dr. Robert Ritter– determinaran que los gitanos eran un pueblo asocial que debía ser apartado de la raza alemana. Ese conjunto de teóricos, psicólogos, médicos y científicos nazis simplemente estaban barnizando con una pátina seudocientífica los prejuicios y estereotipos de los que la cultura popular europea bebía, desde hacía siglos, acerca de los gitanos: ladrones, vagos, criminales, amorales...
Así, en 1933 se planteó una operación, que no llegó a materializarse, de deportación masiva de los gitanos alemanes a algunas islas del Pacífico. Un año más tarde se prohibieron los matrimonios mixtos entre alemanes y romàs, y apenas dos años después, en el verano de 1936, mientras Alemania deslumbraba al mundo con las Olimpiadas de Berlín, cientos de gitanos fueron arrestados en Baviera, conducidos a los campos de concentración de Dachau y de Marzahn y esterilizados. En los años siguientes, la práctica se extendió y cientos y cientos de romàs fueron arrestados en masa, enviados a Buchenwald y esterilizados.

Gitanos en Dachau
En los guetos judíos
El Porrajmos, el exterminio masivo y sistemático del pueblo gitano, dará comienzo en 1939, con la Segunda Guerra Mundial recién iniciada. Los arrestos masivos comenzaron precisamente ese año, con el envío de casi 20 000 gitanos desde Alemania hacia los guetos judíos de Varsovia y Lodz. De nuevo ambos pueblos, el judío y el romà, parecían compartir un mismo y trágico destino. En los guetos, los gitanos no tenían permitido trabajar (a diferencia de los judíos), así que miles de ellos murieron de hambre y de enfermedades (mayoritariamente, de tifus y de fiebres tifoideas). Entre marzo y abril de 1942, los supervivientes fueron enviados al campo de exterminio de Chelmno, en el que se calcula que más de 5 000 gitanos fueron asesinados en las cámaras de gas.
La Zigeunernacht y otros horrores
Los gitanos concentrados en el gueto de Varsovia no tuvieron mejor suerte, y en abril de 1942 fueron enviados a los campos de exterminio de Belzec, Sobibor y Treblinka y posteriormente asesinados (algunos fusilados, aunque la mayoría gaseados).
Durante la guerra, miles de mujeres y niñas romà fueron asimismo enviadas al campo de concentración femenino de Ravensbruck, en el que fueron inmediatamente esterilizadas. Entre junio y agosto serían redirigidas a Mauthausen, donde a las pocas semanas fueron gaseadas.
Aunque el campo de exterminio de memoria más infame es, sin duda, Auschwitz. Allí tuvo lugar la Zigeunernacht, la noche de los gitanos. Durante la noche del 2 al 3 de agosto de 1944, miles de gitanos fueron asesinados mediante cámara de gas bajo la supervisión de Johann Schwartzhuber, comandante nazi del campo. Schwartzhuber también había sido comandante de los campos de Dachau y Ravensbruck, en los que ordenó miles de asesinatos. Cientos de gitanos fueron, además, sometidos a macabros experimentos médicos en Auschwitz. El doctor Mengele, director de los ensayos médicos del campo, tenía predilección por los niños, a los que sometía a tratamientos inhumanos. Otros nombres de infausto recuerdo son los de Adolf Eichmann y Heinrich Himmler, los responsables directos de más alto rango de los campos de concentración nazis.
No todos los gitanos europeos acabaron en campos de exterminio. Muchos de ellos fueron fusilados en Europa del Este por soldados nazis, que tenían orden de exterminar a todo comunista, gitano o judío que encontraran en los territorios ocupados. De hecho, existía un conjunto de escuadrones militares de élite, los Einsatzgruppen, formados por miembros de las SS y las SD, que tenían como objetivo dar caza a judíos y gitanos a lo largo de toda la Europa ocupada. Es más, en los países bajo control nazi, sobre todo en Serbia y Grecia, se popularizó una práctica macabra entre las tropas alemanas: decenas de judíos y de gitanos apresados eran asesinados en público en represalia por las muertes de soldados nazis a manos de los partisanos.

Monumento al Holocausto romaní
En primera persona
Se calcula que unos 500 000 gitanos murieron a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial por toda Europa, desde Holanda hasta los confines de Ucrania y la Unión Soviética. Gaseados, fusilados, víctimas de enfermedades terribles, de experimentos médicos, de agotamiento o de hambre, tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial se les negó, como pueblo, la consideración de víctimas del terror nazi, al considerar que su intento de exterminio no había tenido lugar por motivos raciales, sino sociales (recogiendo así los prejuicios y estereotipos de los que había partido el nazismo). Al sufrimiento y a la injusticia se le sumó la pobreza más absoluta: tras el exterminio, los pocos que consiguieron retornar con vida a sus hogares se encontraron con que sus bienes habían sido requisados. Y lo peor: los prejuicios y estereotipos de los que eran víctimas seguían plenamente latentes en la sociedad europea.
En ocasiones, no hay mejor manera de entender lo profundas que pueden llegar a ser las heridas de la historia que dar voz a aquellos que las sufrieron. Ceija Stojka, escritora, pintora y música gitana austríaca que sufrió la persecución y el genocidio de la comunidad romaní en la Alemania nazi, es una de esas voces que debemos recordar:
«¡Que construyan en Auschwitz una chimenea que arda en llamas! No solo una, ¡cinco! Y arden día y noche. Para nosotros lo peor era cuando llegaban los trenes a las tres de la madrugada. Oyes el chirrido de los frenos, oyes cómo la gente camina, cómo los empujan los kapos y los soldados con perros. Los perros aúllan y sus aullidos llegan hasta el cielo. Entonces oyes cómo les resbalan las ropas hasta el suelo, cómo llegan al crematorio. Y luego, durante un rato, ya no oyes nada. Está todo en silencio, ¿entiendes? Y de repente sopla el viento y el olor se mete en el barracón. Mi madre siempre decía: "Seguro que entre los judíos también hay gitanos. ¿Dónde estarán tus abuelas?".
Dos veces estuve esperando a las puertas del crematorio, una vez dos días y dos noches y otra vez un día entero. La segunda vez estábamos preparados. Solo queríamos que terminara rápido. Y mi madre lo expresó con estas palabras tan bonitas: "Allí arriba te esperan tu abuela, tu padre, toda tu gente. Están listos para recibirnos. Aquí estamos solos. Vuestro padre no está con vosotros". Hizo que se nos fuera el miedo. Cuando nos llevaron de allí, sentimos como una decepción, porque teníamos claro qué iba a ocurrir».

Carromato gitano