Un vuelo misterioso: la extraña aventura de Rudolf Hess
El 10 de mayo de 1941, tras el fracaso de la Batalla de Inglaterra y en vísperas de la invasión de la URSS –con Alemania, pues, dividida en dos frentes–, el que fuera mano derecha de Hitler se subió a un Messerschmitt en Augsburgo y puso rumbo a Escocia en solitario. Atrapado por los ingleses, Hess declararía que buscaba la paz. ¿Era así realmente?
Un sábado de primavera de 1941, en el punto álgido de la segunda fase de la Segunda Guerra Mundial, Rudolf Hess (nacido en Alejandría, Egipto, en 1894), un hombre que lo había sido todo en el Partido Nazi y el Tercer Reich pero que no atravesaba sus horas más felices, se despidió de su mujer, Ilse, en el salón de su vivienda de Múnich. Vestido con el uniforme azul grisáceo de la Luftwaffe, camisa azul, corbata azul oscuro y botas altas, le dijo que tenía que viajar a Augsburgo y, a continuación, a Berlín. Al requerimiento de su esposa para saber cuándo volvería, Hess replicó: “No lo sé exactamente. Quizás mañana. Como muy tarde, el lunes”.
Al cabo de unas pocas horas, entró en la cabina de un caza Messerschmitt Bf 110 modificado que había estado aprendiendo a pilotar desde el otoño de 1940. El avión estaba en un aeródromo de Augsburgo, listo para volar. Llevaba dos depósitos adicionales de combustible, lo que le daba una capacidad de 1 800 litros y un alcance de cerca de 2 500 kilómetros.
Rumbo a Escocia
El combustible extra era necesario porque el destino del avión no era Berlín, sino Escocia. A las 17:30, Hess se instaló en su asiento, con un casco forrado en piel y un mono negro sobre el uniforme de la Luftwaffe, comprobó el paracaídas y los instrumentos de navegación y se puso un mapa sobre los muslos para orientarse durante el vuelo. Listo para partir, apretó el botón de inicio de los dos motores, que se encendieron con gran estruendo, y pidió permiso para despegar a la torre de control; enseguida, el avión rugió por la pista de hierba de 1 100 metros. A las 17:45, tiró con suavidad de la palanca de mando y el aparato se elevó lentamente.
El viaje a Escocia era la culminación de un largo período de intensos preparativos. Hess llevaba seis meses estudiando el mapa del noroeste de Europa y el mar del Norte y, en las últimas semanas, había estado muy pendiente de las predicciones meteorológicas. Para acostumbrarse al Bf 110, había realizado varios vuelos de prácticas en los que aprendió a despegar y aterrizar con seguridad, así como a volar en zonas montañosas. De este modo, se había preparado para atravesar las colinas de Escocia en dirección a Dungavel House, la elegante residencia del duque de Hamilton, situada 25 kilómetros al sur de Glasgow.
Entre el verano y octubre de 1940, la Luftwaffe había bombardeado ciudades y bases aéreas británicas para obligar a Inglaterra a rendirse, en lo que se conocería como Batalla de Inglaterra. Un viaje en solitario sobre territorio enemigo a bordo de un Messerschmitt con los emblemas nazis parecía suicida, pero Hess, al que la guerra con el Reino Unido disgustaba profundamente, tenía un plan. Valiéndose de la intermediación del duque de Hamilton, intentaría negociar la paz con el gobierno británico.

Rudolf Hess y Adolf Hitler
Caída en desgracia
El 10 de mayo de 1941, Hess se encontraba ya muy lejos de sus pasadas glorias: su fulgurante carrera había caído en picado. Su gran cercanía inicial a Hitler, de quien había sido partidario incondicional, amigo, consejero y secretario –en 1924, en la prisión de Landsberg, le ayudó a corregir Mein Kampf–, había comenzado en 1920. Después de la subida al poder en 1933, el líder lo recompensó nombrándolo su sucesor y número dos del partido. Pero, tras el inicio de la guerra, algo había cambiado y la estrella de Hess se había apagado. Ya no contaba con la influencia de antaño y Hitler –que, según algunos, empezaba a verlo mentalmente inestable– lo había sustituido como sucesor por el jefe de la Luftwaffe, Herman Göring. Además, el secretario de Hess, Martin Bormann, le había dado la espalda para convertirse en el secretario personal del Führer y, en consecuencia, en uno de los hombres más poderosos de Alemania.
Después de tres horas de vuelo sobre el mar del Norte, Hess se aproximó a la costa de Northumberland y a la cadena de estaciones de radar que vigilaban la llegada de aviones enemigos. A las 22:08, la estación de Ottercops Moss detectó que el Messerschmitt entraba en el espacio aéreo británico, un dato que pronto confirmaron otras estaciones. Dos Spitfires que se encontraban ya en el aire recibieron la orden de investigar, pero fueron incapaces de localizar al Bf 110. El Mando de Caza envió otros dos aparatos, con idéntico resultado.
El Royal Observer Corps (ROC), sin embargo, sí pudo trazar la trayectoria del vuelo punto por punto desde el mismo momento en que pasó sobre la costa inglesa hasta cuando, a las 22:30, llegó a la frontera con Escocia. Hess había planeado el vuelo con gran detalle desde el despacho de su casa de Múnich y tenía la imagen de Dungavel House grabada en la memoria, pero se había hecho ya de noche y, según contaría más tarde, fue incapaz de reconocer las agujas y torres que, en teoría, debían sobresalir por encima del bosque.

Accidente Rudolf Hess
Salto de emergencia
Todo estaba oscuro y tampoco se veía un lugar donde poder aterrizar. Había perdido ya la orientación por completo cuando una rápida mirada al indicador de combustible le hizo saber que no tenía tiempo de seguir buscando: el depósito estaba prácticamente vacío y, ante la imposibilidad de efectuar un aterrizaje, no le quedaba más remedio que saltar en paracaídas por primera vez en su vida.
Subió hasta los 1 800 metros, apagó los motores y abrió la cabina, pero la enorme presión debida a la velocidad le impidió salir del aparato, que ahora caía rápidamente hacia el suelo. Para evitar el choque, tuvo que poner el avión panza arriba.
Por unos instantes perdió el conocimiento, pero por fortuna lo recuperó enseguida. Entonces, se empujó haciendo presión con las piernas y salió despedido hacia atrás. Luego abrió el paracaídas. El Bf 110 se estrelló contra el suelo, explotó y quedó envuelto en llamas. Pocos segundos después, Rudolf Hess aterrizó en mitad del campo. El hombre que había sido la segunda persona más importante del Tercer Reich se encontraba ahora perdido en Escocia, a unos 20 kilómetros de la residencia de Hamilton.

Accidente aéreo Rudolf Hess
El alemán caído del cielo
El primero en toparse con aquel misterioso extranjero fue un granjero de la zona, David McLean, que oyó el ruido de un avión que volaba a una altura peligrosamente baja y, cuando miró por la ventana, vio cómo se estrellaba y empezaba a arder. McLean salió corriendo de su casa justo cuando el piloto tocaba tierra y empezaba a ser arrastrado por el paracaídas; llegó hasta Hess y le ayudó a incorporarse, al tiempo que le preguntaba si era alemán. “Sí, soy el capitán Alfred Horn. Traigo un importante mensaje para el duque de Hamilton”, le respondió en inglés. Se había hecho daño en un pie y McLean le ayudó a entrar en su casa, donde su madre le ofreció una taza de té que el desconocido rechazó educadamente.
La noticia del aterrizaje de un paracaidista se extendió con rapidez y un enjambre de policías, militares y curiosos apareció enseguida por la granja. Uno de los primeros fue el comandante Graham Donald, del Scottish Royal Observer Corps. El oficial observó detenidamente la cara del alemán y creyó reconocer a Rudolf Hess. Luego empezó a interrogarlo y fue oyendo, con creciente estupefacción, cómo el piloto le explicaba que se encontraba en una misión especial y que tenía un importante mensaje para el duque de Hamilton.
Esa noche, Hess fue trasladado al cuartel de Maryhill, en Glasgow, donde recibió atención médica. A pesar de lo tarde que era, insistía en que tenía que reunirse con el duque. A las diez de la mañana del día siguiente, Douglas Douglas-Hamilton (1903-1973), aviador y miembro del escocés Partido Unionista, de centro-derecha, se enteró con enorme sorpresa de que había un piloto germano que tenía gran urgencia por hablar con él. El alemán se presentó al duque como Rudolf Hess y le explicó que viajaba en misión de paz con el objetivo de poner fin a la guerra entre Alemania y el Reino Unido. Hamilton, sin embargo, no demostró la menor simpatía por las pretensiones de Hess, que le parecieron incomprensibles.

Rudolf Hess
La postura de Churchill…
Pero este no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente y dio por sentado que la postura del primer ministro, Winston Churchill, sería distinta, por lo que le pidió a Hamilton que se reuniera con él. Unas horas más tarde, el duque y parlamentario voló a Ditchely, en Oxfordshire, donde Churchill se encontraba pasando el fin de semana con el secretario de Estado del Aire, Archibald Sinclair. El premier se mostró moderadamente sorprendido al oír el relato de Hamilton.
Al día siguiente, sin embargo, Churchill llevó a Hamilton al número 10 de Downing Street, donde estuvieron analizando la cuestión de Hess con miembros del Gabinete de Guerra y el Estado Mayor. Al fi nal, se decidió que fuera un experto en relaciones con Alemania, sir Ivone Kirkpatrick, quien le echara un vistazo más de cerca al prisionero. Kirkpatrick había estado con Hess en persona varias veces, por lo que probablemente sería capaz de determinar si ese hombre era o no quien decía ser.
Ese mismo día, Kirkpatrick y Hamilton volaron a Escocia. Mientras tanto, Hess había sido trasladado al hospital militar de Drymen, cerca del lago Lomond. Kirkpatrick reconoció a Hess, quien aprovechó para embarcarse en un monólogo de una hora en el que, ante la irritación creciente de sus interlocutores, expuso toda una serie de condiciones imprescindibles para la paz. Sabía, no obstante, que su viaje al Reino Unido habría enfurecido a Hitler hasta tal punto que la Alemania nazi jamás reconocería su misión negociadora.

Juicio Rudolf Hess
… y la ira de Hitler
Así había sido, en efecto. El domingo 11 de mayo por la mañana, el ayudante de Hess, Karlheinz Pintsch, solicitó audiencia con el Führer y fue enseguida recibido por este. Pintsch le entregó un sobre lacrado a Hitler, que inmediatamente lo abrió y empezó a leer: “Mi Führer, cuando reciba esta carta yo estaré en Inglaterra...”. A medida que los propósitos de Hess iban saliendo a la luz, a Hitler le iba cambiando la cara. Al final, según el testimonio de Albert Speer, presente en dicha audiencia, dejó escapar “un grito incomprensible, como de un animal”. No obstante, sí hizo caso de una recomendación incluida en la carta: si al final la misión de paz con Inglaterra fracasaba, debía declarar que Hess estaba loco.
Así, al día siguiente –12 de mayo– a las 20:00, el Partido Nazi emitió por radio un comunicado oficial en el que se decía: “Hess ha partido en un vuelo del que todavía no ha regresado. Ha dejado una carta en la que, desgraciadamente, hay claras evidencias de algún tipo de perturbación mental”. Hitler también declaró no saber nada del vuelo y anunció que todos los ayudantes de Hess serían de inmediato arrestados.
Varias horas después del comunicado de la radio alemana, los medios británicos también dieron la noticia del vuelo de Hess. Tanto la BBC como los periódicos anunciaron que el antiguo número dos de Hitler había sido detenido y que, a pesar de las heridas producidas por el salto en paracaídas, se encontraba en buen estado. El famoso prisionero fue encerrado primero en la Torre de Londres y luego, bajo estrictas medidas de seguridad, en la mansión de Mytchett Place –denominada en clave Campo Z–, en Aldershot, 50 kilómetros al sudoeste de Londres.
En Campo Z, Hess pasó de la exaltación a la melancolía y de ahí a una profunda depresión, como muestran las numerosas cartas que escribió a su mujer, su hijo, sus padres e incluso a Hitler. El 16 de junio intentó suicidarse; se salvó de milagro. A lo largo de los meses y años siguientes, se iría mostrando cada vez más errático y aseguraría que los británicos estaban tratando de envenenarlo. Los médicos determinaron que era un hipocondríaco con rasgos paranoides y una clara tendencia a la histeria. La pregunta era si no habría padecido siempre esa inestabilidad mental y si la «misión» no habría sido sino un síntoma de la misma.

Prisión de Spandau
Tres teorías ‘conspiranóicas’
La falta de una respuesta definitiva a esa pregunta ha dado pábulo desde entonces a diversas especulaciones, entre las que destacan tres. La primera es la que sostiene que Hamilton actuó en connivencia con Hess. Según esta teoría, el duque simpatizaba con el nazismo y habría conocido al jerarca nazi durante las Olimpiadas de 1936 en Berlín. La realidad es que apenas se saludaron, que Hamilton ni lo recordaba y que la obsesión de Hess por este –hizo que un conocido común, Albrecht Haushofer, le escribiera en septiembre de 1940 solicitando un encuentro en Lisboa, pero la carta fue interceptada por la inteligencia británica y no llegó a su destinatario– carecía de base: el duque aborrecía a Hitler y su partido no era contrario al gobierno de Churchill, como Hess había supuesto.
La segunda afirma que Hess fue engañado por los servicios de inteligencia británicos, que habrían filtrado el bulo de que importantes personajes de la política querían destituir a Churchill e iniciar conversaciones de paz con Alemania. Los defensores de esta teoría la basan en el hecho de que se permitiera a Hess traspasar las barreras defensivas de las islas, pero hay documentos que prueban que se enviaron cuatro aviones para abatir –no escoltar– al Messerschmitt, pero que no pudieron encontrarlo.
El tercer mito, muy difundido, es que fue el propio Hitler quien envió a Hess a negociar de tapadillo con Londres: la paz permitiría a la Wehrmacht invadir la Unión Soviética sin tener que combatir a la vez en dos frentes. No hay la menor evidencia que apoye esta teoría; como se dijo, varios testigos aseguran que el Führer montó en cólera cuando tuvo noticias de la iniciativa de su antiguo número dos.
Lo más probable es que Hess decidiera embarcarse en esta aventura por su cuenta. Sea como fuere, la paz no se produjo y el exsucesor de Hitler quedó bajo custodia británica hasta el fin de la guerra. En Núremberg, se sentó en el banquillo de los acusados. Aunque alegó que sufría pérdidas de memoria –aparentemente, no recordaba ni quién era Göring–, fue declarado apto para ser juzgado y condenado a cadena perpetua.
El 18 de julio de 1947, lo trasladaron a Berlín y lo encerraron en la cárcel de Spandau, donde cumpliría la pena. Veintidós años más tarde, el 24 de diciembre de 1969, vio a su mujer, Ilse, y a su hijo, Rüdiger, por primera vez desde su viaje a Escocia. No había regresado a casa al día siguiente ni «como muy tarde, el lunes». No volvió nunca: murió en 1987 en la cárcel. Según todos los indicios, se suicidóahorcándose en su celda.