Muy Interesante

El destino del oro nazi: incógnitas de un expolio

Durante la guerra, los nazis saquearon el oro de los bancos de los países ocupados, así como los bienes de los judíos y otras víctimas. En abril de 1945, según los aliados se acercaban a Berlín, estos tesoros se mandaron a sitios seguros fuera de la capital. Muchos fueron encontrados, pero otros aún pueden permanecer ocultos en algún lugar de Alemania.

Los soldados americanos descendieron a las profundidades de la mina de sal situada en los alrededores de la población de Merkers, en el centro de Alemania, y de pronto se toparon con lo que les pareció la cueva de Aladino: en la oscuridad se acumulaban enormes cantidades de piedras preciosas, lingotes de oro y cajas y sacos llenos de monedas junto a colecciones de pinturas y otras valiosas obras de arte, además de maletas llenas de bienes robados a los judíos. Los hombres se quedaron mudos de asombro.

Historias y rumores

Era el 7 de abril de 1945 y la guerra estaba llegando a su fin. Las tropas aliadas se metían cada vez más profundamente en Alemania y, según iban avanzando por un país destrozado por los bombardeos, se oían todo tipo de historias, incluyendo la que llevó al descubrimiento de la cueva. El 4 de abril, la 90ª División del Ejército de EE UU había ocupado la región de Turingia. Un par de policías militares americanos que patrullaban la zona de Merkers para –entre otras cosas– desarmar a los alemanes se encontraron en un camino con dos mujeres francesas que, según dijeron, se habían visto obligadas a abandonar su país para trabajar en Alemania. Una de ellas estaba embarazada, y los soldados les ofrecieron llevarlas de vuelta al pueblo.

Cuando pasaban por delante de la mina de Kaiseroda, las mujeres empezaron a hablar del oro que habían escondido allí los nazis. Según contaron, los habitantes de la localidad habían tenido que transportar todo tipo de tesoros a la mina. Como es lógico, los soldados retuvieron la historia y, al llegar al cuartel, la repitieron punto por punto. No pasó mucho tiempo antes de que la noticia se extendiera y, cuando los aliados oyeron la fastuosa descripción de lo que había allí escondido, decidieron que merecía la pena comprobarlo. Para ello enviaron a un equipo especializado, que solo pudo entrar después de hacer volar con explosivos uno de los muros. Así llegaron a la cámara del tesoro, que les reservaba aquel espectáculo de riquezas increíbles.

Oro robado por los nazis en la mina de sal de Merkers. Imagen: Wikimedia Commons

Oro naziOro robado por los nazis en la mina de sal de Merkers. Imagen: Wikimedia Commons

El traslado del oro

Dos meses antes, el 3 de febrero, Walther Funk, presidente del Reichsbank y ministro de Economía, se enfrentaba en Berlín a un panorama mucho menos atractivo: un caos de muebles destrozados, ventanas rotas y pilas de ladrillos inundaba el edificio del banco, que acababa de sufrir los devastadores efectos de un bombardeo aliado.

El Reichsbank fue alcanzado directamente en 21 ocasiones, pero era un edificio sólido y las distintas cajas fuertes y cámaras acorazadas en las que se guardaban las reservas de oro de Alemania, así como muchos otros objetos de valor, permanecían intactas. Aun así, era evidente que habría nuevos bombardeos y, además, las tropas rusas venían por el este y se encontraban cada vez más cerca.

Tras pensar con rapidez, Funk llegó a la conclusión de que era imprescindible sacar todos esos tesoros de Berlín y guardarlos en un sitio seguro, para lo cual tuvo que convencer primero a Hitler de que esa era la única forma de evitar que el oro cayera en manos del enemigo. Así, el 9 de febrero, 1 000 sacos con billetes, 250 toneladas de oro y 400 toneladas de obras de arte partieron hacia Merkers. La elección de la antigua mina de Kaiseroda se debió a la solidez de su construcción, que la convertía en prácticamente indestructible incluso en la eventualidad de un bombardeo aliado. Funk solo dejó en el Reichsbank una pequeña reserva.

La mayor parte del oro trasladado pertenecía a los bancos centrales de los países invadidos, pero también había una parte que había sido directamente arrebatada a judíos y otras víctimas del nazismo, incluyendo las piezas dentales de oro de aquellos que morían en las cámaras de gas. Todo ello había permitido a los nazis amasar unas reservas inmensas. Se estima que, al final de la guerra, los fondos del Reichsbank ascendían a 800 millones de dólares, una cifra que puede que fuese más alta dado que algunos valores ya habían sido depositados en Suiza.

Anillos de oro y otras joyas robadas a los prisioneros del campo de concentración de Buchenwald. Imagen: Wikimedia Commons

Joyas robadasAnillos de oro y otras joyas robadas a los prisioneros del campo de concentración de Buchenwald. Imagen: Wikimedia Commons

Un envío accidentado

Cuando Funk se enteró de que los americanos habían encontrado el oro de Merkers, decidió que había que trasladar las últimas reservas, a pesar del riesgo que esto suponía. Para entonces, Alemania había quedado reducida a un estrecho pasillo entre los aliados y las fuerzas soviéticas, y por allí tendría que transitar el oro en su viaje al sur. Funk sabía de la existencia de planes para continuar la lucha una vez que el conflicto terminase. El punto de partida natural para una guerra de guerrillas era la zona fronteriza entre Alemania y Austria, por lo que el presidente del Reichsbank envió el oro hacia los Alpes con la intención de que sirviera para financiar dicho movimiento.

El 14 de abril empezó el traslado, a bordo de seis camiones Opel contratados a través de la policía berlinesa. En ellos iban también empleados del Reichsbank y varios escoltas de las SS. Durante el trayecto fueron atacados en más de una ocasión por cazas aliados y tuvieron que abandonar la carretera y buscar refugio en los bosques de los alrededores. Al final, tras una semana agotadora, el convoy llegó a un cuartel de los Gebirgsjäger –tropas de montaña– en Mittenwald, cerca de la frontera austríaca, adonde también fueron enviados un gran número de fajos de billetes extranjeros en tren desde Berlín. Todo ello quedó al cuidado del comandante del cuartel, el coronel Franz Pfeiffer, un militar de 40 años fiel a Hitler, con un gran sentido de la responsabilidad y un expediente intachable. Como experto conocedor del terreno montañoso, Pfeiffer recibió asimismo el encargo de encontrar un lugar adecuado para esconder el tesoro.

Inicialmente, tanto el oro como los billetes se guardaron en el cuartel de Mittenwald mientras Pfeiffer elegía el sitio. Es posible que, pese a su reputación, el coronel estuviera ya considerando la idea de apropiarse de parte del botín. No cabe duda de que, igual que muchos otros nazis, tenía claro cómo acabaría la guerra, y probablemente se habría dado cuenta del sinsentido de montar una resistencia después de la capitulación.

Soldado estadounidense posando junto a los lingotes de oro encontrados en la mina de sal de Heilbronn. Imagen: Getty Images

Soldado estadounidense con oro naziSoldado estadounidense posando junto a los lingotes de oro encontrados en la mina de sal de Heilbronn. Imagen: Getty Images

Por rutas de montaña

La tarde del 20 de abril –último cumpleaños de la vida de Hitler–, Pfeiffer reunió a algunos de sus hombres más fieles y les dijo: «Caballeros, se nos ha encomendado una tarea de gran importancia para la nación, una tarea que debe ser llevada a cabo con la máxima seriedad. Nuestro trabajo consiste en custodiar este tesoro. Tenemos que esconderlo tan a conciencia que sea casi imposible encontrarlo».

Por supuesto, la misión debía llevarse a cabo en el máximo secreto. El ayudante de Pfeiffer, el capitán Hans Neuhauser, sugirió que el oro se guardase provisionalmente en casa del guardabosques de la localidad. Mientras, los hombres debían preparar un sitio en el monte Steinriegel, que Pfeiffer y Neuhauser habían elegido como el escondite ideal.

Desde la casa del guardabosques, el tesoro fue transportado a lomo de mula a través de un terreno inaccesible y luego depositado en la montaña. Pero algunos de los hombres fueron incapaces de mantener la boca cerrada y, pocos días después, Pfeiffer tuvo que pensar en nuevos escondites. También dividió a los soldados en tres grupos, de forma que cada grupo conociera la localización de solo una parte del tesoro, con el fin de evitar que fuera descubierto todo a la vez.

Una vez acabado el trabajo, volvieron al cuartel y Pfeiffer dio permiso a los hombres para regresar a casa. Luego se disfrazó de guardabosques y se escondió en la montaña. También permaneció allí el capitán Neuhauser, oculto en una grieta del terreno desde la que podía vigilar si aparecían intrusos por la carretera que unía Mittenwald con Steinriegel.

Un soldado estadounidense posa junto a un cuadro de Reubens y otros objetos de valor saqueados por los nazis en una cueva de Siegen, Alemania. Imagen: Getty Images

Arte robadoUn soldado estadounidense posa junto a un cuadro de Reubens y otros objetos de valor saqueados por los nazis en una cueva de Siegen, Alemania. Imagen: Getty Images

Cambian las tornas

El 1 de mayo de 1945, el juego de los jefes nazis quedó al descubierto. Los americanos habían tomado Mittenwald y por la zona empezaba a trabajar la llamada Fuerza T, una unidad especializada en rastrear bienes alemanes de distintas clases antes de que los nazis los destruyeran.

Los americanos detuvieron al personal del Reichsbank que había viajado desde Berlín y, poco después, ya se sabía todo lo relativo al traslado. Varios hablaron incluso del escondite del monte Steinriegel, si bien no pudieron dar con la localización exacta porque solo la conocían Pfeiffer y Neuhauser, que seguían escondidos en las profundidades del bosque.

Pero la vida de fugitivo no era del agrado del coronel, que comprendió además que los americanos no cejarían en su búsqueda y que tarde o temprano acabarían encontrándolo. Por eso, valiéndose de un intermediario, les ofreció un trato: su libertad a cambio de revelar el escondite del oro. De esta forma, el 7 de junio las fuerzas de ocupación habían recuperado ya 728 lingotes de 12,5 kilos cada uno. Y, en los días siguientes, siguieron apareciendo lingotes en los alrededores del Steinriegel. Durante las labores de búsqueda, los americanos también encontraron al capitán Neuhauser, que para entonces llevaba un mes escondido en el bosque y ofreció un acuerdo similar para garantizarse la inmunidad.

Trabajadores revisan el tesoro encontrado en la mina de sal de Heilbronn. Imagen: Getty Images

Oro naziTrabajadores revisan el tesoro encontrado en la mina de sal de Heilbronn. Imagen: Getty Images

Lo que nunca se halló

Aunque Pfeiffer y Neuhauser revelaron muchos de los escondites, se cree que parte del oro todavía no ha aparecido. Se especula con que ambos –y quizás también otros intervinientes en la operación– consiguieran ocultar algunos lingotes en el monte Steinriegel, así como en el vecino monte Klausenkopf, con la intención de recuperarlos más tarde, y que luego no fueran capaces de dar con el lugar.

Aún hoy circulan rumores sobre hallazgos de oro en la zona. Un ejemplo es la supuesta historia de un hombre que vio cinco lingotes en la hendidura de una roca, pero tuvo que refugiarse en el coche por una tormenta y nunca fue capaz de volver a dar con el sitio. Nada de esto está confirmado, pero la cantidad de oro que efectivamente se halló da crédito a la hipótesis de que aún puede haber oro en Steinriegel. Si se comparan la información del Reichsbank y las declaraciones de los testigos con el inventario del oro encontrado, se supone que a los americanos se les escaparon unas 3,7 toneladas.

Es probable que una pequeña parte del oro que falta haya acabado en manos de Pfeiffer y Neuhauser. Pfeiffer consiguió garantizarse la libertad a cambio de revelar los escondites y, tras la guerra, emigró a Argentina, adonde luego viajaron también varios familiares suyos. Sin fondos, nunca habrían podido emprender esos viajes.

El general Dwight Eisenhower inspecciona un arcón lleno de lingotes de oro expoliados por los nazis. Imagen: Getty Images

Oro naziEl general Dwight Eisenhower inspecciona un arcón lleno de lingotes de oro expoliados por los nazis. Imagen: Getty Images

En busca de tesoros

La posibilidad de que aún haya oro enterrado en los Alpes bávaros sigue llevando hasta allí a todo tipo de aventureros equipados con palas y detectores de metal. Todos los años, los alrededores de los montes Steinriegel y Klausenkopf se llenan de aspirantes a buscadores de tesoros, deseosos de llevarse el premio gordo.

Pero las exploraciones no se limitan a Baviera. A lo largo de los años, ha habido noticias de la existencia de oro en Europa Central, tanto en montañas como en lagos y bodegas de castillos. Los rumores han sido especialmente persistentes en relación a supuestos hallazgos en las profundidades del lago Toplitz, en Austria, aunque lo único que se ha encontrado allí hasta ahora han sido billetes de banco falsos.

Las informaciones sobre posibles escondites se extienden también a fuera de Europa. Se dijo que, en septiembre de 1943, cuatro meses después de la rendición del Afrika Korps en Túnez, cuatro miembros de las SS recuperaron seis cofres llenos de oro que el mariscal de campo Rommel había ocultado en Libia. Según esta historia, cuando el barco en que viajaban estaba a punto de llegar a Córcega –entonces ocupada por Alemania–, se produjo un ataque aéreo aliado y los hombres decidieron tirar el tesoro por la borda. Desde entonces, tanto el Estado francés como innumerables buscadores de oro han rastreado el suelo marino cerca del puerto corso de Bastia, pero en todos los casos sin resultado.

Un ejemplo reciente de la búsqueda de tesoros nazis data de 2013, cuando el periodista y expolicía israelí Yaron Svoray trató de encontrar oro en el fondo del lago Stolp, 70 kilómetros al norte de Berlín, con un equipo de sonar. Svoray emprendió este proyecto basándose en una supuesta orden dada por Göring a las SS para que tirasen cajas de oro en el lago al final de la guerra. La operación contó con el apoyo de las autoridades alemanas, deseosas de aclarar definitivamente si existía o no tal tesoro, pero todos los esfuerzos fueron inútiles. Tampoco había nada detrás de la afirmación realizada en 2015 por un polaco y un alemán que pretendían haber encontrado un tren que, según la leyenda, había desaparecido en la ciudad polaca de Breslavia. Se decía que estaba lleno de oro y tesoros diversos y que había sido metido en un túnel y allí enterrado. Una vez más, cazadores de tesoros de todas partes empezaron a inundar la ciudad, pero, hasta el momento, del tren no ha habido tampoco el menor rastro.

La ventana a un mundo en constante cambio

Muy Interesante

Recibe nuestra revista en tu casa desde 39 euros al año

Suscríbete
Suscripciones a Muy Interesante
tracking