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Espionaje y contraespionaje: 5 figuras enigmáticas

En esta relación de nombres que operaron en la sombra durante la guerra hay de todo: agentes triples, héroes que descifraron códigos enemigos, informadores involuntarios y traidores con causa o sin ella.

Richard Sorge, el agente triple

De padre alemán y madre rusa y nacido por mera casualidad en Bakú (en la actual Azerbaiyán), Richard Sorge (1895-1944) se crió en Alemania y combatió en la Primera Guerra Mundial, de la que retornó firmemente convencido del ideario marxista. En 1924 se trasladó a Moscú y comenzó su carrera de espía. Ika, tal y como lo apodaban, era un hombre atractivo que despertaba la atención de las mujeres, una ventaja que iba a utilizar a su favor. Tras una estancia en China, los servicios de inteligencia militar soviéticos (GRU) lo destinaron a Japón.

Antes de partir, en 1933, Sorge viajó a Berlín y se afilió al Partido Nazi. En la capital alemana logró ganarse la confianza del influyente geógrafo político Karl Haushofer y que este lo recomendara como agente al teniente coronel Eugene Ott, un oficial destinado en Tokio que iba a servirle de enlace para enviar a los alemanes unos informes llenos de trampas y medias verdades. Con 38 años, Sorge estaba a punto de comenzar una fascinante peripecia.

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Despreciado por Stalin

Una vez se situó en Tokio, el agente doble averiguó que los japoneses no tenían intención de declarar la guerra a la Unión Soviética, ya que preferían centrar sus esfuerzos en China. También alertó a Moscú del ataque japonés a Pearl Harbor y del inicio del ataque de la Wehrmacht a Rusia (la Operación Barbarrroja) el 22 de junio de 1941. Se sabe que Stalin rechazó sus advertencias y lo ridiculizó en público afirmando que no iba a creer a un pervertido que malgastaba su vida en burdeles japoneses.

Los datos que había proporcionado Sorge sobre las intenciones de Japón de no atacar a la URSS dieron no obstante un respiro a Stalin, que ante la evidencia de la invasión nazi ordenó el traslado de la mitad de las tropas que defendían la frontera con Manchuria para tratar de frenar el empuje de los ejércitos alemanes sobre Moscú.

Descubierto y ahorcado

Cuando Sorge fue descubierto y detenido por los japoneses, sus informes ya habían llegado a la URSS. Eugene Ott no creyó las acusaciones contra su amigo e intercedió por él, aunque no sirvió de nada. No podía imaginar que Sorge era un doble agente soviético, o en realidad triple, ya que había proporcionado a Tokio información sensible que los alemanes ocultaban a sus aliados. Aunque Ika también engañó a los japoneses, transmitiendo a Berlín los secretos que Tokio quería ocultar a los germanos.

Su red de agentes en Japón incluía a un artista llamado Miyai Yotoku, al corresponsal de la agencia francesa Havas, Branko Vukelic, a su operador de radio Max Clausen y a Ozaki Hozumi, un periodista japonés de ideas marxistas. Tras ser desenmascarado, Sorge fue ahorcado el 7 de septiembre de 1944. Según consta en las actas de la ejecución, el espía soviético murió dando vivas a la Revolución de octubre.

Alan Turing, el vencedor de Enigma

La máquina de cifrado de mensajes Enigma, inventada por el ingeniero eléctrico alemán Arthur Scherbius en 1918 y modificada en 1930, funcionaba con varios rotores que podían usarse indistintamente. Los operadores llevaban con ellos las instrucciones sobre cómo debían colocarse esos rotores y cómo cambiarlos periódicamente. Al ser portátil, la máquina ofrecía la posibilidad de ser utilizada en el interior de los carros de combate, los buques de guerra, los submarinos o los bombarderos. Toda la información pasaba al Alto Mando de Berlín.

Cuando estalló la II Guerra Mundial, los británicos ya tenían en marcha las primeras instalaciones de Bletchley Park, edi­ficio victoriano cercano a Londres adquirido por los servicios de inteligencia. Pronto contrataron a un puñado de jóvenes y brillantes matemáticos para configurar el primer equipo de descifradores de Enigma, cuyo líder sería Alan Turing (1912-1954), que ya entonces descollaba como pionero de la computación. Su equipo encontró pautas en los mensajes alemanes, pero necesitaba algunos datos concretos o una máquina Enigma para avanzar en su trabajo. En abril de 1941, un marino inglés rescató del agua una bolsa arrojada desde un buque alemán que contenía datos fragmentarios que ayudaron a Turing a imaginar cómo funcionaba Enigma. Semanas después, los aliados capturaron un submarino nazi que tenía su máquina operativa. Era un gran paso, pero pronto surgieron nuevas di­ficultades.

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Información esencial

Los alemanes empezaron a transmitir una porción creciente de sus mensajes a través de otros medios, entre ellos, la máquina Lorenz, lo que dificultó todavía más el trabajo en Bletchley Park. En 1942, Bill Tutte, un estudiante de química que posteriormente se pasó al campo de las matemáticas, recreó sobre el papel un posible modelo de Lorenz. Su trabajo de desciframiento de la segunda máquina alemana lo hace igualmente merecedor de reconocimiento. En junio de 1943, los expertos británicos en criptoanálisis descifraron 114 de los 575 mensajes que el Alto Mando alemán en Italia había enviado a Berlín a través de Lorenz. Aunque el ­ flujo de información descifrado en el código Enigma fue más importante: sirvió para localizar las posiciones de submarinos alemanes (y hundirlos), para conocer los problemas de combustible del Afrika Korps o para filtrar a la URSS los movimientos de las divisiones blindadas alemanas días antes de la decisiva batalla de Kursk (julio-agosto de 1943).

En cuanto a Turing, genial pionero de conceptos como la máquina universal y creador del primer programa de ajedrez por computadora, cayó en desgracia tras la guerra, sobre todo al ser procesado y condenado en 1952 por “indecencia grave y perversión sexual” (es decir, por ser homosexual). Dos años más tarde, falleció envenenado en circunstancias nunca aclaradas –¿suicidio?, ¿asesinato?–. En 2013, la reina Isabel II ordenó su indulto y completa rehabilitación.

Hiroshi Oshima, el informante involuntario

El barón Hiroshi Oshima (1886-1975), embajador japonés en Berlín durante la II Guerra Mundial, fue “espía” de los angloamericanos sin saberlo: todos los mensajes que transmitió a Tokio fueron leídos por los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos. Nunca antes Londres y Washington habían tenido tanta información de una sola fuente, y lo más asombroso es que esa fuente era un alto funcionario enemigo ajeno a lo que sucedía. El general estadounidense George C. Marshall llegó a asegurar que Oshima fue para los aliados el principal informante sobre las intenciones de Hitler en Europa.

En 1934, el entonces coronel Oshima fue nombrado asesor militar en la Embajada japonesa. Hablaba fluidamente el alemán y pronto trabó amistad con Joachim von Ribbentrop, ministro de Exteriores del Tercer Reich. Sus contactos con altos jerarcas nazis y con el propio Adolf Hitler, con el que pronto mantuvo asimismo una relación muy estrecha, contribuyeron a su vertiginosa carrera profesional.

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Conversaciones nada privadas

En octubre de 1938, Oshima fue nombrado embajador ante Alemania. Durante sus primeros meses en el cargo, acordó con Heinrich Himmler un pacto de colaboración entre los dos países en asuntos de inteligencia. Además realizó varias visitas a los frentes de guerra y asistió a reuniones periódicas con Hitler, con el que mantenía conversaciones supuestamente privadas sobre sus planes militares. Pero el embajador transmitía luego a Japón aquel continuo caudal de información que provenía directamente del Führer, sin sospechar que Estados Unidos había logrado descifrar el código Púrpura de los japoneses y que, por tanto, sus mensajes los leían en Washington casi al mismo tiempo que en Tokio.

Todos los despachos que envió Oshima desde 1941 fueron interceptados por los estadounidenses: 75 en 1941, cerca de 100 en 1942, 400 en 1943, 600 en 1944 y alrededor de 300 en los últimos meses de vida del Tercer Reich, en 1945. A pesar de que algunas de sus predicciones resultaron erróneas, la información que transmitió sobre los planes militares y políticos de los nazis fue una valiosísima ayuda para los aliados.

Anthony Blunt, el comunista exquisito

El 15 de noviembre de 1979 saltó el gran escándalo. La primera ministra británica Margaret Thatcher reveló que sir Anthony Blunt (1907- 1983), prestigioso historiador del arte, caballero desde 1956, era un espía al servicio de Moscú. Aquel hombre exquisito, pariente lejano de la reina y asesor personal de esta en cuestiones de arte, se convertía así en el cuarto nombre que se destapaba del denominado Círculo de Cambridge, un grupo de agentes dobles británicos reclutados en la década de 1930 por el NKVD (servicio de inteligencia soviético precursor del KGB). Todos ellos se infiltraron en distintos organismos públicos –el Ministerio de Exteriores, el MI5...–, de donde extrajeron un auténtico caudal de información que pasaron a los rusos durante décadas.

Sus miembros, además de Blunt, fueron Kim Philby, Donald Mclean, Guy Burgess y John Cairncross, el último en aflorar, delatado por un exagente del KGB (durante mucho tiempo se especuló con la posibilidad de que ese quinto integrante del grupo fuese el filósofo Ludwig Wittgenstein). En la guerra, los también llamados Cinco de Cambridge proporcionaron a Stalin valiosa información sobre los planes angloamericanos. Su peripecia inspiró novelas como Un espía perfecto, de John le Carré, o El intocable, de John Banville, y películas como Another Country (1984, Marek Kanievska, sobre una obra teatral de J. Mitchell).

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¿Idealistas o traidores?

En su biografía sobre Anthony Blunt, la escritora e historiadora Miranda Carter desvela la compleja personalidad de este británico aristocrático, culto y homosexual y las de sus cuatro idealistas compañeros de viaje. «Los cinco agentes dobles pensaban que el avance del fascismo y el nazismo, la actitud pusilánime de las democracias europeas y el impacto de la Guerra Civil española situaban a la Unión Soviética como única esperanza de contención contra el empuje fascista», afirma. El historiador Max Hastings, por el contrario, opina que los Cinco de Cambridge fueron unos simples traidores que compartían un cierto odio hacia sus respectivas familias –Philby, en particular, detestaba a su padre– y hacia la clase a la que pertenecían. «Tenían cualidades intelectuales y un cierto encanto personal que los hacían irresistibles en algunos círculos, pero a mí no me parecen nada atractivos», confiesa.

Burgess se infiltró en el servicio de inteligencia británico, el MI5, y transmitió a los soviéticos secretos militares. Eventualmente, escapó junto a Mclean a la Unión Soviética, donde el KGB los condecoraría. El más exitoso fue Philby, que utilizó su trabajo como corresponsal en la Guerra Civil española para espiar a favor de los soviéticos. Un documento secreto desclasificado hace pocos años desveló que Moscú le había encomendado la misión de asesinar a Franco, un atentado que, obviamente, Philby no pudo llevar a cabo.

Klaus Fuchs, el espía atómico

Nacido en Rüsselsheim, Alemania, Klaus Fuchs (1911-1988) ingresó en el Partido Comunista de Alemania en 1932 y solo un año después, tras un altercado con los nazis, decidió exiliarse a Francia y posteriormente al Reino Unido, donde se doctoró en Ciencias en la Universidad de Edimburgo. Al estallar la guerra, el joven físico fue trasladado a Canadá e internado en un campo de seguridad por su ascendencia alemana. Gracias a sus colegas británicos, que intercedieron por él para que lo dejaran en libertad y pudiera regresar a Edimburgo, su internamiento duró poco tiempo.

Jürgen Kuczyski, agente del GRU soviético, reclutó a Fuchs en agosto de 1941. A finales de 1943 fue invitado a trabajar en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y en agosto de 1944 sería contratado por la División de Física Teórica del Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, para trabajar en el Proyecto Manhattan, cuyo objetivo secreto era fabricar la primera bomba atómica.

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Klaus FuchsImagen: Wikimedia Commons

Stalin y la carrera nuclear

Aquel mismo año, Fuchs patentó junto a John von Neumann un método para iniciar el proceso de fusión en un arma termonuclear con un disparador de implosión. Los soviéticos quedaron muy impresionados –y alarmados– cuando Fuchs y otros agentes les comunicaron los enormes recursos económicos que los estadounidenses estaban destinando al Proyecto Manhattan. Stalin entendió con rapidez el tremendo poder y la naturaleza transformadora de aquella arma prodigiosa.

Es probable que, en esos momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, el joven físico alemán ya estuviera pasando a los soviéticos información sensible del Proyecto Manhattan. Lo que es seguro es que, desde otoño de 1947 hasta mayo de 1949, proporcionó a Moscú el esbozo teórico para crear una bomba de hidrógeno y los diseños preliminares para su desarrollo. Asimismo, Fuchs envió informes sobre la producción de Uranio 235 y otros datos que facilitaron a los soviéticos el cálculo del número de bombas nucleares que podían tener los estadounidenses.

Cuando regresó al Reino Unido, el científico fue sometido a severos interrogatorios hasta que, en enero de 1950, confesó sus labores de espionaje a favor de la Unión Soviética. Fue procesado y condenado a 14 años de prisión, aunque lo excarcelaron nueve años después. Una vez en libertad se trasladó a Dresde, en aquel entonces en la República Democrática de Alemania, donde se convirtió en uno de los físicos más sobresalientes del bloque del Este.

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