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El poder de Roma: historia del papado y los pontífices más oscuros

Su origen está en el apóstol Pedro. Según los evangelios, este pescador del lago de Tiberíades (o mar de Galilea) cruzó su camino vital con el de Cristo y, marcado por su figura y doctrina, se hizo depositario y transmisor de su mensaje. Desde entonces, todos los obispos de Roma hasta nuestros días han personificado su legado y mantenido una autoridad férrea sobre la Iglesia.

“Se trata de la dinastía políticoreligiosa más prolongada y fascinante de la historia occidental”, sostiene el teólogo e historiador de la Iglesia Juan María Laboa Gallego. No es el dictado de la sangre el que guía la sucesión en este ámbito, sino un proceso electivo en el marco de la comunidad cristiana de Roma. Y es que Roma y papado están intrínsecamente unidos, así como la fascinación por el poder que, heredada de los emperadores romanos, ha marcado también a esta suerte de emperadores cristianos que, a lo largo de los siglos, han guiado los destinos de la Iglesia católica.

La roca de Pedro (y sus seguidores)

Tras la muerte del maestro, el que fuera el pescador Simón se convertiría en la piedra angular sobre la que se asentó la nueva iglesia. En el Nuevo Testamento es llamado 51 veces Simón, 9 veces Kefa y 154 veces Pietro; Kefa y Pietro significan en arameo y griego “roca”. En el Evangelio de San Mateo queda clara la primacía de Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella. Te daré las llaves del reino de los cielos”. Son las palabras de Cristo que, para la Iglesia católica, fundamentan la creación del papado.
Pedro es el primero que representa a los apóstoles ante el pueblo, sufre persecución y cárcel por extender el mensaje del maestro, tiene el poder de excomulgar o castigar y ejerce como misionero. No se sabe cuándo y cómo realizó su labor en Roma, pero diversos testimonios lo sitúan, junto a Pablo, en la capital del Imperio. Se supone que Pedro murió en Roma en el período comprendido entre el incendio del año 64 y la muerte de Nerón en el 68. Parece claro que pudo ser una de las víctimas de la persecución decretada por el emperador tras el devastador incendio de la ciudad, ya que la comunidad cristiana fue elegida como chivo expiatorio para desviar la atención.
A su muerte, la Iglesia de Roma se constituye en una red de comunidades que celebran sus ritos en la intimidad de sus domicilios, dirigidas por los más ancianos o presbíteros. Es un gobierno episcopal y en cierto modo compartido, en el que sobresalen algunos personajes más conocidos o representativos. A finales del siglo II, Ireneo de Lyon confeccionó una lista con los nombres de los obispos de Roma desde los orígenes hasta su propio tiempo: Lino, Cleto, Clemente, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telesforo, Higinio, Pío... Poco se sabe de ellos, salvo que posiblemente fueron los presbíteros más influyentes en su momento. En el siglo II comienzan a aparecer nombres con contrastada autoridad sobre la comunidad cristiana, como Aniceto (155-166), Sotero (166-174) o Eleuterio (174-189).

Títulos, atributos e insignias papales

El término “papa” proviene probablemente de la voz griega páppas, que significa padre, aunque también se cree que puede ser un acrónimo de Petri Apostoli Potestatem Accipiens (Recibiendo la potestad del apóstol Pedro). El papa ostenta diferentes títulos: es obispo de Roma, el título más antiguo, pues se remonta al siglo III; además es vicario de Cristo, lo que viene a significar “en lugar de Cristo”, es decir, representante de este en la Tierra. También responde a calificaciones como sucesor del Príncipe de los Apóstoles (Pedro), Pontífice Supremo de la Iglesia Universal, Primado de Italia o siervo de los siervos de Dios, entre otras.
La infalibilidad es el principal atributo de los papas, como resultado de la asistencia del Espíritu Santo; así, el papa está exento de error cuando habla ex cátedra en materia de fe o moral. Otra de sus atribuciones es la elección de cardenales. En cuanto a sus insignias, la principal es el anillo del Pescador. Representa a san Pedro pescando en su barca y lleva grabado el nombre del pontífice de turno. Su origen se remonta al siglo XIII y el papa lo utiliza como sello para estampar en los breves pontificios (documentos de rango menor al de la bula). Según la tradición, se fabrica especialmente para cada papa y cuando este muere o renuncia se destruye. El camarlengo se encarga de colocarle el anillo al papa en la inauguración de su pontificado y de destruirlo al finalizar el mismo.
La tiara papal es la triple corona usada en el pasado para la coronación u ocasiones solemnes. Tras el Concilio Vaticano II se cambió su uso por el de la mitra, una especie de bonete redondo del que cuelgan dos tiras de tela llamadas ínfulas, que representan la autoridad del Antiguo y del Nuevo Testamento. El palio es una faja circular que cuelga sobre los hombros, de la que penden al pecho y a la espalda dos tiras rectangulares con cruces bordadas. Simboliza la autoridad metropolitana del papa. El solideo −del latín soli Deo (solo a Dios)− es un casquete de seda que portan el papa y algunos obispos. Solo pueden quitárselo ante Dios, esto es, ante el Santísimo Sacramento. Y el báculo pastoral es un cayado que llevan los obispos como símbolo de su función pastoral. Suele terminar en forma circular o voluta; en el caso de los papas, finaliza en una cruz o un crucifijo.
Imagen: Getty Images.

ConclaveImagen: Getty Images.

Elegidos bajo llave

Entre los siglos I y IV, el clero y el pueblo cristiano de Roma elegían a quien debía ser su pastor o guía espiritual. Generalmente era un diácono, que debía ser ordenado obispo. Este método continuó usándose en gran medida durante algunos siglos más, hasta que el Imperio romano adoptó la fe cristiana. Entonces, esta decisión pasó a tener que ser ratificada por el emperador.
El ritual del cónclave, que ha llegado hasta nuestros días, se materializa durante un proceso histórico prolongado durante doscientos años, entre los siglos XI y XIII. El cónclave que ha pasado a la historia como ejemplo definitivo es el de Viterbo, celebrado en 1268. De esta reunión de cardenales, que duró dos años, salió elegido el papa Gregorio X, quien fue precisamente el que impuso la norma de que la elección se hiciera cum clavis, es decir, “bajo llave”: en condiciones estrictas y con un plazo limitado de unos tres días. Si no conseguían elegir al nuevo pontífice en ese intervalo se les restringía la alimentación, hasta llegar incluso a reducirla a pan, agua y vino.
Así pues, a partir de esas fechas los cardenales tendrán independencia del poder político para elegir al sucesor de Pedro, pero deberán mantenerse alejados del mundo. Asimismo, es por entonces cuando se establece la condición de reunir una mayoría de dos tercios para elegir al candidato.
Para la historia ha quedado también el ritual de la fumata blanca y la fumata negra. La primera es el humo blanco que sale de la chimenea de la Capilla Sixtina−donde se celebra el cónclave− para señalar que se ha logrado un consenso. La segunda avisa de que el acuerdo, por el contrario, todavía no ha sido posible. Para lograr los colores se añadían distintas sustancias a la quema de las papeletas de la votación (hoy, lactosa y colofonia para la blanca y antraceno y azufre para la negra).

266 pontífices (para todos los gustos)

Veinte siglos y 266 papas dan para mucho. Los ha habido de todo tipo: caritativos, honestos, humildes, altruistas, sabios, mártires, pero también fornicadores, locos, heréticos o asesinos. Pasamos revista por orden cronológico a una decena de nombres que han dejado un legado cuando menos dudoso:
Esteban VI y el Sínodo Cadavérico Esteban VI (896-897) protagonizó uno de los episodios más bochornosos de la historia del papado, movido por un odio incomprensible y exacerbado hacia su predecesor, Formoso. Haciendo gala de su demencia, mandó desenterrar el cadáver de este y celebró el llamado Sínodo Cadavérico, un juicio cuyo objetivo era degradar la memoria del difunto. Primero vestido con los ornamentos del papado y después despojado de ellos, el cuerpo de Formoso fue vejado en una macabra ceremonia, terminada la cual sería arrojado al Tíber. Pero Esteban recibiría poco después su propia medicina: prendido y encarcelado por el pueblo, murió estrangulado en prisión el 14 de agosto de 897.
Sergio III, el sanguinario Sergio III (904-911) sería elegido gracias a un golpe de Estado que acabó con el papa legítimo e impuso un gobierno aristocrático. Fue un personaje anodino, pero sanguinario y cruel hasta el punto de asesinar a sus dos rivales (León V y el antipapa Cristóbal). También honró al demente Esteban VI mandando inscribir un epitafio laudatorio en su lápida.
Juan XII: exprimir la vida Juan XII (955-964) fue uno de los primeros papas que cambió de nombre al acceder al cargo. Personaje nefasto según la tradición, de costumbres licenciosas, gozador de la vida y, al parecer, irreligioso, de él se dice que cometió incesto con su madre, que tenía un harén en Letrán de bellas jóvenes y apuestos muchachos, que brindaba por Satanás, que consagró como obispo a un niño de diez años, que regaló vasos sagrados a prostitutas... Un dechado de virtudes.
Sinodo cadavérico. Imagen: Wikimedia Commons.

Sinodo cadavéricoSinodo cadavérico. Imagen: Wikimedia Commons.

Por encima del bien y del mal

Los tres asaltos de Benedicto IX
Benedicto IX (1032-1044; abril-mayo de 1045; 1047-1048) era sobrino de Benedicto VIII y fue elegido por presiones de su padre, Alberico III, conde de Tusculum. De vida disoluta y escandalosa, el pueblo romano, cansado de sus excesos inmorales, se levantó contra él en 1044 y le obligó a abandonar la ciudad, eligiendo en su lugar a Silvestre III. Pero un año después volvió a Roma y expulsó a Silvestre del trono, aunque este mandato duró apenas un mes: se vio forzado a abdicar. Logró el papado una tercera vez antes de ser derrocado definitivamente por orden imperial.
Bonifacio VIII, el despiadado
Altanero, prepotente y despiadado, tuvo la dudosa cualidad de granjearse numerosos enemigos. Enfrentado con Inglaterra y Francia y también con ciertos círculos de poder romanos, Bonifacio VIII (1294-1303) difundió uno de los documentos pontificios más famosos de la historia: la Unam Sanctam, texto en el que se defendía la supremacía de la Iglesia sobre el Estado. Intentó excomulgar al rey francés Felipe IV, pero fue víctima de un complot y acabó arrestado. Aunque liberado poco después por el pueblo, regresó a Roma humillado y no volvería a ser el mismo. Cuando falleció un mes más tarde, con él moría también una idea del papado medieval: la premisa de que la Iglesia dominaba el mundo por encima del bien y del mal.
Alejandro VI. Imagen: Getty Images.

Rodrigo BorgiaAlejandro VI. Imagen: Getty Images.

Corrupción y escándalos

Clemente VI, amante del lujo
Clemente VI (1342-1352) sustituyó la austeridad de otros papas por la ostentación, el lujo, el nepotismo y el despilfarro. “Mis predecesores no supieron ser papas”, afirmó en una ocasión: toda una declaración de intenciones. En 1348, compró para los Estados Pontificios la ciudad de Aviñón, donde residía entonces la corte papal. Le tocó lidiar con la peste que asoló Europa de 1348 a 1350.
El papa Luna y el Cisma de Occidente
En 1378, se produjo una importante quiebra en el seno de la Iglesia católica: en el cónclave para elegir nuevo pontífice, el elegido oficial fue Urbano VI, pero un grupo de cardenales se sublevó y apostó por otro papa, Clemente VII. Así, tras el Cisma de Occidente coexistirían dos sedes papales enfrentadas, Roma y Aviñón. Al morir Clemente VII, le sucedió el aragonés Pedro Martínez de Luna, más conocido como el ‘papa Luna’, con el nombre de Benedicto XIII. Fue el último pontífice de Aviñón. Durante más de veinte años desafió a cuantos se pusieron en su contra y, tras negarse a renunciar, sería finalmente depuesto de su cargo en 1415, tras el Concilio de Constanza.
Inocencio VIII o la corrupción
Inocencio VIII (1484-1492) casó a su hijo Franceschetto con una hija de Lorenzo de Médici en el Vaticano, en una ceremonia que escandalizó a muchos; vació las arcas vaticanas, usó todo tipo de corruptelas para volver a llenarlas y, por si fuera poco, estuvo obsesionado con la brujería.
Alejandro VI y los Borgia
Alejandro VI (1492-1503) o Rodrigo de Borja es uno de los nombres más citados en la historia del pontificado. Pertenecía a la influyente familia Borgia (Borja en origen), natural de Xàtiva, Valencia. Dejando a un lado su leyenda negra, es cierto que tuvo múltiples hijos ilegítimos entre los que destacaron la famosa Lucrecia y César, el condotiero que sirvió de modelo para El Príncipe de Maquiavelo. Alejandro VI nombraba cardenales a cambio de dinero, con la promesa de estos de que, al morir, sus bienes pasarían a la Iglesia, y poco después mandaba envenenarlos.
León X, el poder de los Médici
Juan de Médici era el segundo hijo de Lorenzo el Magnífico y fue elegido papa a los 38 años como León X. Durante su pontificado (1513-1521), la política internacional vaticana estuvo encaminada a proteger los intereses de su poderosa familia. Además, en ese tiempo la Iglesia sufrió una de las mayores crisis de su historia: la Reforma luterana. Fue el papa que excolmulgó a Martín Lutero.
Imagen: Wikimedia Commons.

Papisa JuanaImagen: Wikimedia Commons.

La leyenda de la papisa Juana

Para concluir, uno de los mayores misterios de la historia del papado. Entre los de León IV (847- 855) y Benedicto III (855-858) suele situarse la fecha del supuesto pontificado de Juana. ¿Existió realmente? Según algunos relatos, su papado habría durado dos años y medio. Se le dan otros muchos nombres a tan enigmático personaje −Inés, Gilberta, Jutta o Teodora− y se la hace natural de Maguncia o de Inglaterra. La leyenda tiene varias versiones: en algunas, se la identifica con el propio Benedicto III, y en otras, con Juan VIII (872- 882). En todas ellas, una mujer vestida de hombre consigue escalar socialmente hasta la cumbre del poder de la Iglesia. La historicidad de Juana es más que dudosa, pero su figura no deja de ser fascinante.

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