Mayo del 68 y su legado: cuando otro mundo era posible
En mayo de 1968, durante un mes vibrante e intenso, los cimientos del viejo mundo salido de la II Guerra Mundial se tambalearon y se atisbó uno nuevo. Cuando el estallido rebelde en Francia terminó, las aspiraciones revolucionarias habían fracasado y parecía que las aguas habían vuelto a su cauce, pero ya nada sería igual. Esa explosión de efervescencia contestataria no cambió nada y al mismo tiempo lo cambió todo. Muchas actitudes culturales o políticas posteriores son reconocibles en aquellas propuestas rupturistas.
Una oleada de movimientos revolucionarios sacudió el mundo en 1968. París estuvo a la cabeza, pero participaron de ella lugares tan distintos como Ciudad de México, Berkeley, Tokio, Varsovia, Berlín, Praga o Roma. Al tiempo, China vivía la Revolución Cultural, la Guerra de Vietnam entraba en su momento crítico y en España tomaba cuerpo la contestación contra la dictadura de Franco. El mundo salido de la Segunda Guerra Mundial, que había mostrado una gran estabilidad, fue alterado súbitamente.
Una nueva forma de pensar
Pero, mientras que el origen habitual de otros levantamientos históricos fue una injusticia objetiva y concreta, el de la rebelión parisina fue un rechazo genérico e intelectual de la autoridad por parte de los jóvenes. Los protagonistas fueron los universitarios. Sus levantamientos respondieron a la nueva forma de pensar de una generación nacida tras la guerra que cuestionaba los mecanismos económicos, los moldes políticos reactivos y los comportamientos anquilosados. Fueron revoluciones peculiares que no buscaron tomar el poder, sino solo cambiarlo, pero no por eso deben reducirse a un conflicto generacional. Fue mucho más: la crisis del sistema de la posguerra.
Desde hacía más de dos décadas, el mundo vivía transformaciones que afectaban profundamente a la vida cotidiana: el automóvil, los electrodomésticos, el teléfono, etc. Nunca antes se había producido un crecimiento comparable y el Estado del Bienestar se consolidó. La educación básica se generalizaba en todas partes y creció la enseñanza universitaria, que nunca había recibido a tanta gente. Pero, pese a esta prosperidad, los disturbios de Mayo del 68 indicaban graves descontentos. Las reivindicaciones hablaban de esperanzas, de un mundo mejor. Discutían las estructuras políticas, que sentían como autoritarias, y el modelo consumista de un capitalismo obsesionado exclusivamente por la rentabilidad.

Protestas Mayo del 68
Así las cosas, el germen común en el estallido de las protestas fue una vaga y poco racionalizada sensación de asco y desdén hacia la autoridad por parte del estamento estudiantil, una sensación que revistió a todo el movimiento de un tinte netamente antiautoritario, que fue como lo definió Daniel Cohn-Bendit más tarde.
Estas revoluciones no tuvieron grandes desarrollos teóricos: se trataba de cambiar el mundo, no de entenderlo. En las movilizaciones de aquel mes de mayo de 1968 hubo toda una retórica de izquierdas que entremezclaba planteamientos de distinta índole, fuesen anarquistas, maoístas, trotskistas o liberales. Hubo una apología del activismo, de la revolución, del cambio, aunque sin propuestas concretas. Se buscaron nuevos instrumentos de transformación social que, con el proletariado integrado en el sistema, pasaron a ser los estudiantes, los guerrilleros tercermundistas o los radicales negros de Estados Unidos. Además, se idealizaron las revoluciones de China y Cuba, que eran poco y mal conocidas.
Si bien los acontecimientos revolucionarios de Mayo del 68 fueron eminentemente colectivos y ‘anónimos’, hay que destacar en ellos a una serie de figuras y organizaciones de ambos bandos por su papel determinante en los hechos.

Daniel Cohn Bendit
Rebeldes sin causa
El origen habitual de las revueltas populares históricas había sido hasta entonces el rechazo a una situación agudamente injusta, ya se debiera a causas políticas, sociales o económicas. En cambio, los jóvenes parisinos que prendieron la mecha de la rebelión de mayo no lo hicieron por esas razones; no se sentían particularmente oprimidos ni tenían razones insoportables para rebelarse, como el hambre o la tiranía. La política tradicional los consideraba ‘rebeldes sin causa’, haciéndose eco del título de la famosa película de 1957 dirigida por Nicholas Ray e interpretada por James Dean.
Entre los líderes estudiantiles destacó Daniel Cohn-Bendit, también llamado ‘Pelirrojo sublime’ y ‘Dany el Rojo’, nacido en el seno de una familia alemana judía que se había refugiado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre, trotskista, fue amigo de Walter Benjamin, Bertolt Brecht y Theodor W. Adorno. En mayo de 1968, Dany tenía 23 años, estudiaba en Nanterre y era anarquista. El azar le hizo líder de los sucesos del 22 de marzo y del movimiento del mismo nombre, que se convirtió en la punta de lanza de los acontecimientos de mayo. La prensa comunista lo desacreditó tratándole de “anarquista judío alemán”, lo que se convirtió en eslogan: los estudiantes se manifiestaron al grito de “¡Todos somos judíos alemanes!”. El grupo de Dany ocupó el Teatro Odeón el 16 de mayo. El 21, cuando él regresa de un viaje a Alemania, es rechazado en la frontera, pero vuelve a París cuatro días más tarde. Cuando ve que la policía va a por él, huye a Cerdeña y no volverá a ser autorizado a pisar territorio francés hasta 1978.
Otro líder estudiantil es Alain Geismar. Físico e ingeniero de minas, tenía 28 años cuando los sucesos de mayo y era profesor y secretario general del SNESUP (Sindicato Nacional de la Enseñanza Superior, comunista heterodoxo). De familia alsaciana judía, Geismar fue desde el primer momento muy crítico con Stalin y denunció la represión soviética en Budapest en 1956. Estaba contra el comunismo ortodoxo y fue uno de los puntales de las manifestaciones y luchas estudiantiles junto a Cohn-Bendit, Krivine y Jacques Sauvageot. Este último tenía 25 años, estudiaba en La Sorbona y era vicepresidente de la UNEF. Fue uno de los 570 estudiantes detenidos el 3 de mayo de 1968 cuando intentó negociar la salida de La Sorbona de los CRS. El día 13 encabezó, con Geismar y Cohn Bendit, la gran manifestación de París.

George Pompidou
El cuarto gobierno de Pompidou
Cuando los acontecimientos estallaron, Charles de Gaulle era el presidente de la República francesa. Al viejo general de 77 años, convertido por la Segunda Guerra Mundial en héroe nacional, los sucesos de mayo le desbordaron. Para él, aquellos desórdenes no eran sino una chienlit (mascarada) que había que sofocar por la fuerza, cosa que le desaconsejaban vivamente sus ministros, y en especial el jefe del gobierno, Georges Pompidou.
El 18 de mayo, con las calles de París hirviendo, De Gaulle pronuncia un discurso conciliador prometiendo reformas. El gobierno de Pompidou, los sindicatos y las organizaciones de empleadores se reúnen, el 25 y 26 de mayo, para intentar acordar el aumento del salario mínimo en los Pactos de Grenelle. En vista del escaso éxito, el día 29 De Gaulle viaja secretamente a Baden-Baden, sede de las fuerzas militares francesas en Alemania, donde el general Massu le asegura la lealtad del ejército. De vuelta en París, reúne a sus ministros, disuelve la Asamblea Nacional y pronuncia un discurso en el que declara su propósito de continuar en el poder. Hace un llamamiento a la sociedad civil y amenaza con utilizar “otros medios” para mantener la Constitución. Esa misma tarde, París se llena de sus partidarios y la crisis comienza a disiparse.
El primer ministro, Georges Pompidou, que había inspirado los Pactos de Grenelle, trató de devolver las aguas a su cauce. Puso en libertad a los estudiantes detenidos, prometió grandes reformas universitarias y repartió paños calientes entre los demás actores. Tras la retirada de De Gaulle, fue presidente de la República de 1969 a 1974.
Pero hay un tercer nombre, Maurice Grimaud. Era el prefecto de la Policía de París, tenía 54 años en Mayo del 68 y había sido aviador de la Francia Libre (y amigo de Saint-Exupéry). De joven había militado en la izquierda y sus contactos de entonces le permitieron manejar la difícil situación en las calles. Su actitud resultó clave, porque evitó lo que pudo haber sido un gran baño de sangre. Una de sus consignas a los policías fue no golpear a los manifestantes caídos en el suelo. Su proximidad a los postulados conciliadores de Pompidou y del ministro del Interior, el diplomático Christian Fouchet, hicieron posible el milagro.
También fue clave el papel de Pierre Grappin, que en Mayo del 68 era el decano de la Universidad de Nanterre, origen del conflicto. Su actitud durante los sucesos estuvo enfocada a evitar violencias innecesarias. Fue él quien suspendió las clases en Nanterre el 3 de mayo. Aunque los estudiantes de entonces lo trataron de nazi, cuarenta y seis años después recibió el tributo de su viejo antagonista, Daniel Cohn-Bendit.

Mayo del 68
Escenarios y fases del conflicto
Tras los sucesos de la Universidad de Nanterre en marzo y el cierre del centro el 3 de mayo, sus estudiantes ocupan La Sorbona, desalojada por la policía el día 6 y vuelta a ocupar una semana después.
Las manifestaciones se extienden por el Barrio Latino. El día 7, el bulevar Saint-Michel se llena con 40 000 manifestantes, entre los cuales hay muchos obreros jóvenes, a pesar de la prohibición de los sindicatos. El Teatro Odeón, tomado por los estudiantes, se convierte en un foro abierto. La noche del 10 de mayo, el Barrio Latino se llena de barricadas levantadas por los estudiantes con adoquines (transportados en largas cadenas humanas) y las calles se iluminan con las llamas de los automóviles ardiendo. La última barricada de esa noche, la de la calle Blainville, se toma al amanecer. El día 24 regresan las barricadas y las hogueras, y se asaltan dos comisarías de policía. Cuando vuelve la calma, a las 5 de la mañana, se cuentan 800 heridos.
Otro escenario es el edificio de la Bolsa de París, asaltado el día 24. Los insurgentes tratan de incendiarlo sin éxito y luego intentan dirigirse al Ayuntamiento, pero la policía consigue impedirlo. Se produce el primer muerto: un estudiante alcanzado en el pecho por una granada. Ese día, muere en Lyon un policía de un disparo.
En los locales de la Oficina de la Radio-Televisión Francesa se libra la guerra de la libertad de información. La presión gubernamental para ignorar los sucesos en TV es tan descarada que provoca la ira de los profesionales y de los manifestantes. El día 16, tras el discurso de Pompidou, los estudiantes piensan marchar contra la ORTF, pero los líderes revolucionarios lo desaconsejan (sí hubo una huelga, seguida por 12 000 profesionales: durante cinco semanas, del 17 de mayo al 23 de junio, la TV solo ofreció servicios mínimos).

Jean Paul Sartre
El peso de los intelectuales
El escritor y filósofo Jean-Paul Sartre (cuya fama creció a partir de 1945 hasta hacerse universal) desarrolla una actividad frenética durante los sucesos de mayo. Comprometido con la izquierda antes y después de 1968 (fue un marxista muy crítico con el régimen soviético), con 63 años acude a las fábricas, a las manifestaciones y a la Universidad, donde los estudiantes lo escuchan ávidos. Entrevista a Cohn Bendit y, cuando De Gaulle propone elecciones, emite su famoso eslogan “Elections, pièges á cons” (Elecciones, trampas para gilipollas). Continuó militando en la izquierda hasta que murió en 1980, rodeado de gran admiración intelectual.
Otro intelectual ligado a Mayo del 68, como ministro de Cultura, fue André Malraux, que entonces contaba 67 años. Los motines estudiantiles, que estaba obligado a contemplar desde el lado del poder, removerían sin duda el corazón izquierdista de este gran escritor, hombre de acción y antifascista –luchó en la Guerra Civil española–, pero su admiración incondicional por De Gaulle le llevó a encabezar la manifestación de apoyo al general del 30 de mayo, decisiva para la restauración del orden republicano. Permaneció ligado al gaullismo hasta su muerte en 1976.
Gran influencia tuvieron también en los sucesos de mayo las enseñanzas del filósofo marxista Louis Althusser. Pasó los cinco años de la guerra en un stalag nazi y desde su inicial catolicismo saltó a un marxismo profundo; aunque se adhirió al PCF, su antiestalinismo lo hizo esquivo con el partido y sus líderes. Empezó a interesarse por el maoísmo y de entre sus alumnos surgió el núcleo de la UJC (ml) o Unión de Juventudes Comunistas marxistas-leninistas, muy activa en la Universidad y en la calle.
Y no podemos olvidar la importancia del cine. Jean-Luc Godard, elemento central de la Nouvelle Vague (Nueva Ola) del cine francés, ya había filmado Pierrot le Fou (1965), que lo convirtió en un cineasta de culto. En 1967 rodó La chinoise, considerada más tarde una prefiguración de los acontecimientos de 1968. En el film, un grupo de estudiantes de Nanterre influenciados por los cambios culturales y sociales de la época y los movimientos políticos de la izquierda francesa intentan convivir según las tesis maoístas.
En mayo, con el movimiento en su plenitud, Godard, Truffaut, Polanski, Lelouch y Malle exigen la suspensión del Festival de Cannes, lo que consiguen después de que Milos Forman, Alain Resnais y Carlos Saura decidan retirar sus películas.
El papel de la izquierda
Los partidos y sindicatos comunistas ortodoxos eran la organización no gubernamental más fuerte y mejor posicionada. Disponían del partido (PCF), el sindicato obrero (CGT), el sindicato estudiantil (UEC) y su órgano de propaganda, L’Humanité. La izquierda no comunista se agrupó bajo las siglas FGDS (Federación de Izquierda Demócrata y Socialista), cinco organizaciones dirigidas por François Mitterrand, que había sorprendido con sus resultados en las elecciones del 67. Y hubo una pléyade de organizaciones trotskistas, maoístas, anarquistas e izquierdistas de distinto carácter (algunas surgidas al calor de los acontecimientos e integradas casi en su totalidad por grupos estudiantiles), que fueron las que recibieron los primeros palos y afrontaron las oleadas represivas iniciales, y las que hicieron movilizarse a los partidos y los sindicatos. Su relación con estos fue muy variable, e inexistente u hostil con los comunistas ortodoxos. A aquellos izquierdistas ‘independientes’ se debió el olor a nuevo y la imaginación que caracterizó los eslóganes, los carteles, etc. En realidad, podría decirse que fueron estos grupos los que aportaron la esencia y la peculiaridad que conserva la historia de aquellas semanas revolucionarias.

Mayo del 68