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Abolición de la esclavitud, una cuestión de dignidad humana

Aunque hoy, en pleno siglo XXI, sigue habiendo esclavos en ciertos lugares del mundo (y mafias que se dedican a la trata de personas a escala global), la causa de la ilegalización de esta cruel e indigna explotación del hombre por el hombre triunfó desde fines del siglo XVIII en muchos países. A Estados Unidos le costó una guerra y casi partirse en dos.

"De manera que es usted la pequeña mujer que escribió el libro que provocó esta gran guerra”. Así saludó el presidente Lincoln a Harriet Beecher Stowe, la menuda autora de La cabaña del tío Tom (la novela más vendida del siglo XIX), al conocerse ambos en 1862. El relato había removido los sentimientos humanitarios de un ya fuerte movimiento en pro de la abolición de la esclavitud en el norte de Estados Unidos. Cuando Lincoln y Stowe se encontraron, la Guerra de Secesión (1861-1865) estaba en su apogeo porque la otra mitad del joven país, la del sur, no quería renunciar de ninguna manera al modelo económico y social construido en torno a la esclavitud.

Dos países en uno

El debate de la esclavitud polarizaba Estados Unidos desde hacía más de medio siglo, fruto del antagonismo entre los estados sudistas, cuya economía de grandes plantaciones agrícolas se basaba en el trabajo forzoso, y los estados del norte, con un modelo más comercial e industrial y un peso de la religión protestante muy fuerte en su ideología y conciencia.
El territorio pionero en abolir la esclavitud fue una pequeña región del norte, Vermont, fronteriza con Canadá. Prohibió esta práctica al mismo tiempo que se declaraba independiente en 1777, un año después de que las primeras colonias lo hiciesen. En su Constitución, Vermont incluyó este artículo: “Ningún hombre, nacido en este país o traído del mar, debe ser retenido por ley para servir a ninguna persona, como sirviente, esclavo o aprendiz, después de llegar a la edad de veintiún años, ni ninguna mujer, de la misma manera, después de que llegue a la edad de dieciocho años”.
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Guerra CivilImagen: Getty Images.

Pero Vermont fue durante más de una década un territorio soberano –no se integró en la Unión hasta 1791– y, por tanto, no participó en el debate que dio origen a la Constitución americana de 1787. Esta supuso un gran progreso para su tiempo en muchos aspectos políticos, por lo que no es de extrañar que el asunto de la esclavitud fuese objeto de calurosas discusiones, pero no se llegaría a adoptar una medida como la decidida por Vermont. No hay que cometer la ingenuidad de pensar que todas las propuestas de los padres fundadores (Founding Fathers, los líderes de la Independencia americana) fueron idealistas: sí se debatió prohibir el tráfico de esclavos, pero también crear instrumentos legales para poder perseguir sin reservas a los siervos que se habían escapado a otro estado y llevarlos de vuelta a sus dueños. Y también se discutió cómo se les contabilizaba a efectos electorales aunque ellos no votaran, porque sí daban derecho a una mayor representación a sus dueños.

El rechazo al esclavismo del norte y los intereses económicos del sur (plantaciones con mano de obra esclava) eran irreconciliables

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Benjamin FranklinImagen: Wikimedia Commons.

Franklin y la máquina desmotadora

Desde 1785, empero, existían sociedades que propugnaban la abolición de la esclavitud. La primera de ellas, la de Pensilvania, logró reclutar para su causa a Benjamin Franklin (1706-1790), uno de los padres fundadores. Este, ya casi al final de su vida, asumió la bandera antiesclavista y envió a la primera reunión del Congreso estadounidense en 1790 una petición en la que solicitaba “promover misericordia y justicia hacia esta raza afligida”.
Dos meses después, Franklin fallecía, pero su batalla sería continuada por muchos otros. Aun así, el Congreso tardaría en tomar una decisión definitiva. En muchos lances de los debates que se produjeron durante aquellos años en la joven Unión, los estados del norte no plantearon un pulso hasta el final porque, en el fondo, era creencia extendida que la esclavitud se iba a acabar por sí misma en breve. Se consideraba una institución caduca, moralmente reprobable y, desde un punto de vista práctico, cada vez más complicada de mantener.
Pero, paradójicamente, un invento propio de la revolución industrial le iba a devolver vigencia: la máquina desmotadora. Inventada por Eli Whitney en 1793, separaba mecánicamente las fibras de algodón del resto de la planta, lo que aceleraba la recolección respecto a cuando se hacía manualmente. La consecuencia fue que la industria algodonera se convirtió en la primera mitad del siglo XIX en el principal subsector económico de Estados Unidos, dominado por los estados sudistas. Y estos no iban a renunciar a sus plantaciones, mantenidas gracias a la mano de obra de los esclavos negros y que, de repente, se habían transformado en la inversión más beneficiosa posible.
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EsclavitudImagen: Wikimedia Commons.

Leyes y trampas

Surgió así un importante choque entre los intereses económicos del sur y la dinámica política de rechazo al esclavismo. En 1794, una ley prohibió a los barcos estadounidenses traer esclavos de países extranjeros. Unos años después, otro padre de la patria tomaba el testigo de Franklin: ­ Tomas Jefferson, presidente desde 1801, urgió a tomar medidas más decisivas para acabar con el tráfico de esclavos africanos, que ahora realizaban barcos extranjeros, recurso con el que se sorteaba la ley. Finalmente, el Congreso aprobaría en 1807 la Ley de Prohibición de la Importación de Esclavos, que entró en vigor el 1 de enero de 1808.
Pero la medida no era plenamente eficaz, ya que no legislaba nada sobre el comercio interno de esclavos en el país y este se había convertido en una actividad boyante, apoyada en la creciente demanda algodonera. Se ha calculado que fueron trasladadas de estado en esta época entre 800 000 personas y un millón. La ruta habitual las llevaba desde los estados más al norte del sur (el llamado Upper South) hasta los más meridionales. Es decir, Carolina del Norte, Virginia, Maryland y Kentucky solían ser los puntos de partida, mientras que los de llegada eran Carolina del Sur, Georgia, Arkansas, Alabama, Misisipi y Luisiana. Estos últimos territorios eran de más reciente colonización y, por tanto, en ellos se instalaban muchas nuevas plantaciones, que requerían de mano de obra.
No solo los propietarios agrícolas del sur se beneficiaron de ello. Historiadores económicos que han analizado las transacciones de la época han llegado a la conclusión de que ser traficante interestatal de esclavos en Estados Unidos era por entonces un trabajo con mayor potencial de ingresos que, por ejemplo, dedicarse a un oficio mecánico especializado. Las ganancias a obtener llevaron a situaciones que hoy nos parecen escandalosas, como que los jesuitas de Maryland vendieran en 1838 a 272 esclavos que vivían en plantaciones de su propiedad para obtener con la transacción recursos económicos con los que financiar la prestigiosa Universidad de Georgetown, fundada por ellos, que pasaba una mala situación económica.

El carismático Abraham Lincoln

Mientras todo esto ocurría, la opinión pública del norte cada vez estaba más sensibilizada. El periódico The Liberator de Boston, crítico con el esclavismo desde una óptica religiosa, ejercería una influencia importante sobre las capas más ilustradas. Y, sobre la ciudadanía en general, tendría una enorme repercusión la publicación del libro Vida de un esclavo americano. Biografía de Frederic Douglass, la narración escrita en 1845 por este hombre negro huido de la esclavitud en Maryland y que se instalaría en Massachusetts. Esta autobiografía fue todo un best seller.
Al llegar la década de 1850, la abolición de la esclavitud se había convertido en un debate que eclipsaba a los demás. La publicación de La cabaña del tío Tom en 1852 fue un aldabonazo. Más de 300 000 lectores (solo en ese año) quedaron impresionados por sus desgarradoras descripciones de la crueldad esclavista. Apenas dos años después surgió un nuevo partido, el republicano, al que hoy percibimos como muy derechista pero cuya gran causa fundacional fue la oposición decidida a la esclavitud. Los republicanos se hicieron pronto muy populares en el norte y, cuando encontraron a un líder carismático como Abraham Lincoln, uno de los grandes oradores de la historia, consiguieron acceder a la presidencia en 1860.
Lincoln rehusaba contemporizar sobre el asunto de la esclavitud, al contrario de lo que había pasado medio siglo antes. En un discurso en New Haven en marzo de 1860, medio año antes de su elección, ya había avisado: “Esta cuestión de la esclavitud es más importante que cualquier otra; de hecho, se ha convertido en algo tan importante que ningún otro asunto nacional puede llegar a ser oído en este momento”.
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Abraham LincolnImagen: Wikimedia Commons.

Guerra civil

La victoria de Lincoln fue muy ajustada, entre otras cosas porque en los estados sureños ni siquiera había papeletas con su nombre. Su elección indignó al “Viejo Sur”, y los estados que lo componían anunciaron su secesión de la Unión antes incluso de que Lincoln tomase posesión del cargo y formaron la llamada Confederación. El camino hacia la guerra estaba pavimentado.
Durante cuatro años, los veintitrés estados fieles a la Unión se enfrentarían a los once confederados. A mitad de la guerra, el 1 de enero de 1863, Lincoln utilizó sus poderes excepcionales de comandante en jefe para emitir una orden de Proclamación de la Emancipación que convertía en hombres y mujeres libres a más de tres millones y medio de personas esclavizadas en el sur. A medida que se tomó el control de este, los esclavos fueron emancipados en virtud de dicha orden. Aun así, a Lincoln le preocupaba que una medida emitida de forma tan excepcional pudiera ser recurrida en los juzgados tras la guerra, de forma que alentó a su partido a promover la 13ª Enmienda a la Constitución, con la que la abolición quedó definitivamente adoptada en la legislación el 18 de noviembre de 1865.
La esclavitud había terminado. Para la igualdad entre razas, todavía quedaba mucho.
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