Un imperio, en puridad, es un Estado por lo general multiétnico y multicultural que ha aglutinado parte de su territorio a base de conquistas de anexión y que –mientras dura– se mantiene en constantes crecimiento y expansión, pues no otro puede ser su objetivo. El término también alude a la presencia al frente de dicho Estado de un emperador (del latín imperator), si bien, como se verá en varios de los siguientes ejemplos, no siempre se cumplió a lo largo de la historia esta premisa. Y es que ha habido muchos tipos de imperios desde que el mundo es mundo, pero –a ciertos ambiciosos gobernantes actuales les convendría no olvidarlo– todos han acabado por extinguirse. Los imperios que han ocupado las páginas de la historia a lo largo de los siglos son tantos y tan variopintos que hemos querido reunir una decena más de ellos, en un timeline que va desde los remotos tiempos de Babilonia o los aqueménidas hasta el reciente ocaso de potencias imperiales como Rusia o Japón.
Torre de BabelImagen: Wikimedia Commons.
1 Imperio babilónico y asirio (siglo XVIII a.C. - siglo VI a.C.)
Babilonia fue uno de los grandes imperios de la Antigüedad, situado en el centro y el sur de Mesopotamia (entre los ríos Tigris y Éufrates, en los actuales Irak y Siria) y con epicentro en la ciudad del mismo nombre –la Babel del Génesis bíblico–. El Imperio Babilónico sucedió en la zona a la hegemonía acadia y al llamado Renacimiento sumerio y tuvo varias etapas: el Imperio Paleobabilónico de los amorreos o amorritas (siglos XVIII a XVI a.C.), cuyo gran artífice fue el sexto monarca de esta dinastía, Hammurabi, que reinó más de cuatro décadas (1792-1750 a.C.), expandió sus dominios por toda Mesopotamia y creó el famoso código que lleva su nombre, uno de los primeros conjuntos de leyes escritas de la historia; la dinastía de los casitas, nómadas de origen incierto que ostentaron el poder entre los siglos XVI y XII a.C.; la era de dominación asiria (siglos XII a VII a.C.), que contó con reyes tan afamados como Asurnasirpal II, Sargón II, Senaquerib, Asarhaddón o Asurbanipal, y el Imperio Neobabilónico de los caldeos, fundado en 626 a.C. por Nabopolasar, que acabaría con el declinante poder asirio. Al hijo y sucesor de este, Nabucodonosor II, se debieron las obras de embellecimiento y mejora que hicieron de la ciudad de Babilonia, ya en su última etapa, la mayor y más deslumbrante de la época: la Puerta de Ishtar, los Jardines Colgantes... Semejante esplendor, empero, terminó abruptamente en 539 a.C. a manos de la nueva potencia hegemónica de Oriente Próximo, el Imperio Aqueménida persa, que sometió a la en otro tiempo incontestable metrópoli.
Imperio aqueménidaImagen: Wikimedia Commons.
2 Imperio aqueménida (siglo VI a.C. - siglo IV a.C.)
Los sucesores de los babilonios como hegemones del mundo oriental antiguo no fueron tan longevos como aquellos, pero a cambio resultaron infinitamente más ambiciosos: en su momento de máximo apogeo, hacia el año 500 a.C., el Imperio Aqueménida llegó a abarcar los territorios de los actuales Irán –su lugar de origen–, Irak, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Palestina y Egipto, partes de los actuales Pakistán, Rusia, Grecia, Libia y Bulgaria y hasta ciertas áreas del Cáucaso, Sudán y Asia Central, lo que lo convirtió en el imperio de mayor extensión conocido hasta entonces. La expansión territorial comenzó con la anexión del reino medo durante el reinado de Ciro II el Grande (559-530 a.C.), monarca persa de la dinastía de los aqueménidas –proveniente de Aquémenes, de dudosa historicidad– y como tal creador del imperio, y culminó en la era de Darío I el Grande (521-486 a.C.). Este sería el organizador del Imperio Aqueménida, dividido en satrapías o provincias, así como el fundador de Persépolis, la gran capital imperial. Sin embargo, con él y con su hijo y sucesor, Jerjes I (485-465 a.C.), se sembró la semilla del fin del poderío persa, puesto que fueron los instigadores de las fracasadas Guerras Médicas contra las polis griegas: pese a algunas victorias tan resonantes como la Batalla de las Termópilas (480 a.C.), los aqueménidas serían finalmente repelidos por espartanos y atenienses y su plan de conquistas quedó así frenado en seco. Con Artajerjes I se inició una larga serie de crisis sucesorias y conflictos que, a pesar de ocasionales repuntes –el reinado de Artajerjes II (404-359 a.C.), el más largo de la dinastía, fue asimismo uno de los más exitosos–, dio al traste a la postre con el imperio, finiquitado por Alejandro Magno en 330 a.C.
Gran Muralla de ChinaImagen: iStock Photo.
3 Imperio chino (siglo III a.C. - siglo XX)
Ninguna otra entidad imperial ha durado tanto como la china tomada en su conjunto: 2.133 años, los que van desde la proclamación como emperador de Qin Shi Huang en 221 a.C. hasta la abdicación del famoso Puyi el 12 de febrero de 1912. En casi todo ese extenso período de la historia de China el país estuvo, en efecto, regido por un emperador, aunque no fue inmune a los cambios y vaivenes de los siglos y hubo breves interrupciones, debidas a guerras civiles entre dinastías, en las que el vasto territorio imperial se vio fragmentado en diversos reinos. Precisamente tras la fragmentación inicial durante el llamado período de los Reinos Combatientes (entre el siglo V y el III a.C., que fue cuando se inició la construcción de la Gran Muralla, emblema mundial del poderío e inmensidad chinos) nació el primer Imperio Chino, unificado por Qin Shi Huang en torno a su dinastía, la Qin, la primera de un total de nueve principales. Los Qin se mantuvieron poco en el trono –hasta 206 a.C. –, pero fueron los arquitectos de un Estado centralizado y absolutista que abolió el feudalismo, dividió China en 36 provincias, unificó la moneda, las leyes, las unidades de medida y, lo más importante, la escritura, expandió la Gran Muralla y comunicó el imperio mediante vías y carreteras. Les seguirían la dinastía Han, vigente cuatro siglos y que adoptó el confucianismo como religión oficial; tras una etapa de desunión, las dinastías Jin y Sui; ya en el Imperio medio, la longeva –tres siglos– y próspera dinastía Tang, otras décadas de agitación y la reunificación y modernización protagonizadas por los Song; el interregno en que China fue conquistada por el Imperio Mongol, que instaló en su trono a la dinastía Yuan (la de Kublai Kan), y, en el largo Imperio tardío (1368-1912) previo a la República, las dinastías Ming y Qing. Hubo un intento de restauración imperial entre 1915 y 1916 a cargo del general Yuan Shikai, pero no prosperó.
Mezquita de CórdobaImagen: iStock Images.
4 Imperio árabe califal (siglo VII - siglo XIII)
Aunque con todos los matices derivados de la complicada pugna religiosa entre suníes y chiíes (y otras facciones), puede afirmarse que el llamado Imperio Árabe nació con el mismo Mahoma y, a su muerte, se consolidó con los cuatro califas ortodoxos (632-661), cuyo centro de poder fue Medina. Pronto, no obstante, surgieron las mencionadas divisiones, que dieron lugar a califatos de distinto signo: la línea continuista estuvo representada primero por el Califato Omeya de Damasco (661-756), de orientación suní, y luego por el Califato Abasí (756-1258), también suní, que tuvo por capitales Kufa y más tarde Bagdad. Los abasíes destronaron y aniquilaron a los omeyas y conocieron un largo esplendor, con Harún al-Rashid (786-809), el rey de Las mil y una noches, como máximo exponente. Su hegemonía acabó a manos del mongol Hulagu Kan, aunque un miembro de la dinastía huyó a El Cairo y mantuvo allí cierto poder hasta el siglo XVI. Por otra parte, hubo una línea “rebelde” encarnada en dos califatos independientes de la ortodoxia abasí: el Califato Fatimí (909-1171), de credo chií y radicado en Kairuán y luego en El Cairo, y el deslumbrante Califato Omeya de Córdoba (929-1031), creado como emirato en 756 por Abderramán I, superviviente de la masacre de su familia perpetrada por los abasíes, y llevado a su cénit por Abderramán III en la que sería la edad de oro de Al-Ándalus. Otro foco de poder árabe muy notable en la época, aunque nunca utilizó el nombre de califato, fue el Imperio Almohade (1145-1269), con capital en Marrakech y que dominó el norte de África y el sur de la península ibérica durante más de un siglo.
CarlomagnoImagen: Wikimedia Commons.
5 Imperio carolingio (siglo VIII - siglo X)
La dinastía carolingia, linaje de reyes francos que llegó a gobernar gran parte de Europa occidental tras la decadencia de la precedente monarquía merovingia, tomó su nombre del fundador de la familia, el mayordomo de palacio –intendente real que, con los últimos reyes merovingios, adquirió el rango de “primer ministro”– Carlos Martel, que en 732 venció a los musulmanes en la trascendental Batalla de Poitiers. El hijo de este, Pipino el Breve, fue el primer rey carolingio, pero el artífice de su imperio sería su hijo Carlomagno, que reinó al principio con su hermano Carlomán I y, desde la muerte de este en 771, en solitario hasta su fallecimiento en 814. Carlomagno conquistó y unificó un vasto territorio: bajo su mando, el Imperio Carolingio se extendió desde los Pirineos (la Marca Hispánica) hasta la mayor parte de la actual Alemania, pasando por casi toda Francia, Austria y zonas del norte de Italia. Además, se erigió en líder de la cristiandad occidental tras ser coronado emperador en Roma en el año 800 e impulsó el llamado Renacimiento carolingio en las artes. Sus sucesores no estuvieron a la misma altura: tras su hijo Luis el Piadoso, que reinó hasta 840, los dominios carolingios se disgregaon merced al Tratado de Verdún (843) y el imperio entró en un lento declive que culminaría con su total desaparición en 987. Su poder iba a quedar repartido a partir de entonces entre el reino de Francia, al oeste, y el Sacro Imperio Romano Germánico, al este.
Imperio portuguésImagen: Wikimedia Commons.
6 Imperio portugués (siglo XV - siglo XX)
Formado, como el español, en la Era de los Descubrimientos, el Imperio Portugués fue anterior a aquel: ya en 1415, los lusos colonizaron Ceuta, y a lo largo del siglo XV sus barcos exploraron la costa oeste de África y notables personajes –Enrique el Navegante, Bartolomé Dias, Vasco da Gama – expandieron sus conquistas hasta la India y Asia. La competencia con España –que absorbería a Portugal durante la etapa de la Unión Ibérica – tras el descubrimiento de América se resolvió mediante el Tratado de Tordesillas (1494), y pronto los monarcas portugueses se hicieron con una vasta colección de posesiones: de las Molucas (Indonesia) y Nagasaki (Japón) a Goa (India) y Mozambique (África). Pero sin duda la joya de la corona fue Brasil, que tanto por su extensión como por su riqueza (oro, piedras preciosas, azúcar, café...) se convertiría en la más importante colonia portuguesa desde que Pedro Álvares Cabral pusiera pie en ella en 1500 hasta su independencia en 1822. Aun desposeído del gigante brasileño, el imperialismo portugués logró sobrevivir, aunque en un formato reducido, nada menos que hasta 1975, cuando la Revolución de los Claveles liquidó el fascista Estado Novo y, con él, las guerras coloniales que todavía libraba para conservar Mozambique, Angola y otros dominios africanos.
Imperio colonial francésImagen: iStock Photo.
7 Imperio colonial francés (siglo XVII - siglo XX)
La historia colonial de Francia se inició el 27 de julio de 1605 con la fundación en Norteamérica de Port Royal, en la colonia de Acadia (en la actual Nueva Escocia, Canadá). Poco después, en 1608, el explorador Samuel de Champlain fundaría Quebec, y a lo largo de los dos siguientes siglos los sucesivos monarcas galos, de Luis XIII a Luis XVII, no harían sino ampliar los márgenes del Imperio Francés, y no solo en el Nuevo Mundo (Canadá, Luisiana, Guayana Francesa, Guadalupe, Martinica...): Senegal, Bengala o las Seychelles enriquecieron asimismo las arcas de Francia. Tras la Revolución y las Guerras Napoleónicas, un segundo Imperio nació de la mano de Bonaparte y, sobre todo, de su sobrino y último monarca del país, Napoleón III, que hasta su deposición en 1870 intervino en México, se hizo con Cochinchina (parte del actual Vietnam) y Camboya... Pero fue realmente en tiempos republicanos cuando el colonialismo francés alcanzó su apogeo, expandiéndose por toda África y por la Polinesia. El colapso del Imperio Colonial Francés empezó en la Segunda Guerra Mundial, se agudizó con la dura Guerra de Argelia (1954-1962) y concluyó con la pérdida de sus últimas posesiones en 1980.
Pedro I de RusiaImagen: Wikimedia Commons.
8 Imperio ruso (siglo XVII - siglo XX)
La subida al trono de Rusia con solo diez años de Pedro I el Grande, en 1682, fue el pistoletazo de salida del Imperio Ruso, que duraría hasta que la Revolución bolchevique borrara a los zares de la historia en 1917 (aunque, en cierto modo, la URSS dio continuidad al gigante imperialista que en teoría había venido a liquidar, pero esa es otra historia). La capital del imperio fue San Petersburgo, fundada por dicho monarca en 1703, y la dinastía reinante en esos 235 años, la de los Románov, entre los que hubo grandes estadistas –el mismo Pedro I, Catalina II la Grande e incluso Alejandro II– y un buen número de mediocres o directamente pésimos zares. No obstante, a finales del siglo XIX la extensión de las posesiones imperiales era del todo impresionante: además del actual territorio de Rusia, el imperio comprendía los de los actuales Estados bálticos, Ucrania, Bielorrusia, Finlandia, Armenia, Georgia, Azerbaiyán, Turkmenistán, Tayikistán, Kirguistán y Uzbekistán, partes de los de Polonia, Moldavia, Rumanía y Turquía y, hasta 1867, Alaska, al otro lado del estrecho de Bering (además de diversos protectorados y reinos vasallos). Más de 125 millones de personas componían su censo en 1897; precisamente, tal vastedad y densidad de población lo volvió inabarcable e ingobernable, lo que unido a la ya mencionada ineficacia de sus peores líderes y a otros factores acabó precipitando su caída.
Asesinato de Francisco FernandoImagen: Wikimedia Commons.
9 Imperio austro-húngaro (siglo XIX - siglo XX)
Duró poco más de 50 años –de 1867 a 1919–, pero este Estado europeo, creado tras el llamado Compromiso Austrohúngaro (un pacto firmado por el emperador Francisco José I de Austria con una delegación de patriotas húngaros), fue una de las potencias hegemónicas en el complicado tablero político anterior a la I Guerra Mundial. La anexión de Hungría a Austria bajo la fórmula de una monarquía dual fue en realidad una concesión de la segunda para no perder influencia en aquel país, sublevado varias veces contra el poder austríaco, en un momento en el que Prusia había pasado a ser el reino de lengua alemana más importante. Territorialmente, el Imperio Austrohúngaro siguió siendo lo que ya era el Imperio Austríaco: Austria y Hungría más partes de las actuales República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro, Italia, Rumanía, Polonia y Ucrania. Precisamente, los conflictos territoriales, culturales y étnicos no resueltos entre estos pueblos serían la causa del atentado de Sarajevo que, en 1914, acabó con las vidas del archiduque heredero Francisco Fernando y su esposa Sofía y precipitó el estallido de la Gran Guerra y, con ella, el hundimiento del imperio.
Imperio MeijiImagen: Wikimedia Commons.
10 Imperio japonés (siglo XIX - siglo XX)
Nacido casi al mismo tiempo que el austrohúngaro –en 1868–, el Gran Imperio del Japón tuvo algo más de vigencia: hasta que la Constitución de 1947, tras la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial, lo declaró cancelado (siguió habiendo un emperador, pero ahora convertido en fi gura simbólica en el marco de una democracia parlamentaria). El año de su fundación fue el del inicio de la Restauración Meiji, un cambio en la estructura social y política del país del Sol Naciente, hasta entonces en manos del shogunato Tokugawa y que ahora pasaba a las del emperador absoluto Mutsuhito. La era Meiji trajo la modernización industrial y económica, pero también un militarismo desaforado que se cobró piezas en la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895) y la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905). Ya no habría quien parara la ambición imperial nipona hasta las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki: en la I Guerra Mundial, Japón luchó del lado aliado y aprovechó para hacerse con las posesiones alemanas en China y para incursionar en Mongolia; siguieron la conquista de Manchuria en 1931 –ya adherido el imperio al fascismo–, la Segunda Guerra Sino-Japonesa, la ocupación de la Malasia británica y las Indias orientales holandesas, el Pacto Tripartito con Hitler y Mussolini y, finalmente, la guerra directa contra EE UU, su perdición.
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