Bonnie & Clyde, los gánsteres románticos
La prensa los encumbró, los americanos los idolatraron y Hollywood los convirtió en los forajidos más fascinantes de Estados Unidos. ¿Fue la pareja de delincuentes outsiders por excelencia fruto de la profunda crisis que vivía el país tras el Crac de 1929?
Hasta el 24 de octubre de 1929, Estados Unidos parecía un país boyante donde todo iba sobre ruedas, pero aquella aparente bonanza era un espejismo: el boom económico se basaba en créditos y la mayoría de los americanos no tenían ahorros. Como no podía ser de otro modo, la burbuja estalló finalmente y, a las diez de la mañana de aquel fatídico Jueves Negro, la bolsa cayó; perdería en tres semanas 12 veces más dinero que el que el gobierno gastaba en un año.
A la crisis de Wall Street siguió la falta de confianza en los bancos que, en un imparable efecto dominó, se vieron obligados a cerrar sucursales hasta que no quedó ninguna abierta en 28 estados. El gobierno federal no respaldaba a los bancos, así que el número de desempleados pasó en solo dos años de 4 a 12 millones de personas. En total, 34 millones de americanos estaban sin ingresos y sin posibilidades de encontrar trabajo.
Colapso económico
Cuando en 1932 Franklin Delano Roosevelt ganó las elecciones, el país estaba en clarísima recesión. Por si no fuera bastante que la caída de Wall Street hubiese diezmado los mercados, una sequía extrema había convertido las fértiles tierras del Medio Oeste en un desierto de polvo. La Gran Depresión devastó con la fuerza de un huracán, sobre todo en aquella zona del país, donde la mayoría de los negocios cerraron y las granjas fueron abandonadas.
Los pobres llegaron a situaciones límite. Como los personajes de Las uvas de la ira, la novela de John Steinbeck, familias desesperadas dejaron atrás sus tierras y sus casas para atravesar las montañas y el desierto, a través de la Ruta 66, hasta llegar a los ricos valles de California, donde anhelaban empezar una nueva vida. El Oeste era la última oportunidad, pero muy pocos se enriquecieron. A la inmensa mayoría se les negó el sueño americano.
Sequía, miseria, revueltas sociales: América se sumió en una crisis económica y humana sin precedentes. En ese contexto, no es de extrañar que se desatara una oleada de delincuencia de dimensiones inimaginables. Aparecieron bandas armadas que, a punta de metralleta, atracaban bancos y tiendas o secuestraban a potentados con la esperanza de cobrar un suculento rescate. Fue la época de John Dillinger, Kelly El Ametralladora y Ma Barker, entre otros fuera de la ley. El crimen organizado actuaba por todo el país. “Los pillajes de esos despiadados forajidos que vagan de estado en estado como manadas de lobos son una vergüenza, una verdadera invasión armada en América”, diría J. Edgar Hoover, por entonces al mando de la Oficina de Investigación, precedente del famosísimo FBI, que también lideraría.

Bonnie y Clyde
¿Unos modernos Robin Hood?
Con todo, los forajidos más infames eran una joven pareja de amantes que llevaban dos años huyendo de la policía y acumulando delitos en once estados: robo a mano armada, robo de vehículos, secuestro y asesinato. Para unos eran unos modernos Robin Hood; para otros, unos criminales sanguinarios. Sea como fuere, los enemigos públicos más famosos del momento cautivaron a todo el país. Su situación no difería de la de tantos millones de personas de su tiempo: les unía la falta de dinero en el presente y la falta de esperanza en el futuro. Y ellos se encargarían de complicar aún más las cosas…
Bonnie Elizabeth Parker, nacida en 1910 en el seno de una familia pobre de Rowena (Texas), perdió a su padre cuando tenía cuatro años; su madre se trasladó con sus tres hijos a Dallas. Aquella niña inteligente se convirtió en una atractiva joven, que a los 16 años se casó con un maleante. Tres años después, estando él en la cárcel, se separaron y empezó a trabajar de camarera.
Fue entonces cuando conoció a Clyde Barrow, que tenía 21. Se dice que fue en casa de unos amigos comunes, la víspera de Reyes de 1930, y que el flechazo fue inmediato. Clyde, que era más bien bajo y poco atlético, había nacido en 1909 en un área rural próxima a Dallas, y también conocía la miseria. Ya lo habían detenido en dos ocasiones por sendos robos, y un tercero lo llevaría a la cárcel de Eastham Farm.
A diferencia de lo que le ocurrió con su ex marido, Bonnie no albergaba ninguna duda sobre sus sentimientos hacia el encarcelado Clyde. Estaba enamorada y no veía el momento de su liberación. Hasta le envió una pistola con la que logró evadirse, aunque volvió a ser capturado y devuelto a prisión. También le escribía cartas de amor que debieron reconfortar mucho a Clyde, que pasaba un calvario: era violado sistemáticamente por otro recluso; se llamaba Big Ed, y un buen día alguien lo mató en los lavabos. Aunque todo apuntaba a Clyde, nunca pudo probarse. Fuera quien fuese, se libró de aquella pesadilla, como también de los trabajos forzados, aunque para eso tuvo que dejarse cortar dos dedos del pie.
Romeo y Julieta al ataque
A principios de febrero de 1932, Clyde obtuvo la libertad condicional y abandonó la cárcel, cojo y lleno de rencor hacia una sociedad que no le concedía la mínima oportunidad. Aunque para entonces Bonnie, aconsejada por su madre, había empezado a quedar con otros chicos, nada más verlo de nuevo los olvidó a todos. Ya no se separarían. Iniciaron una fulgurante carrera al otro lado de la ley en la que recorrerían el sudoeste del país sembrando el terror. Aunque los delitos de la banda de Barrow –de la que, entre otros, formaba parte Buck, hermano de Clyde– empezaron siendo atracos de poca monta, acabarían incluyendo secuestros y asesinatos y mantendrían en vilo a un país sumido en la dureza de una crisis galopante. Durante el robo a una tienda, se produjo un tiroteo y el dueño murió. Y en agosto de 1932, mientras Clyde y otros hombres bebían en un establecimiento en Stringtown, Oklahoma, al intentar el sheriff detenerlos, Clyde lo mató de un disparo.
Parece ser que Bonnie no tomó parte en ninguno de los dos crímenes. Es más, según un miembro de la banda, W. D. Jones, nunca usó un arma. Se dijo, incluso, que durante la huida lloraba abrazada a su mascota, un conejito, porque echaba de menos a su madre; que tarareaba canciones de moda y que su mayor anhelo era convertirse en una nueva Shirley Temple. Fuera cierto o invención, lo que está fuera de toda duda es su complicidad en los delitos de la banda. Por eso, también caería sobre ella –la mujer más buscada de América– todo el peso de la ley, que para entonces se había endurecido considerablemente.
En efecto, a raíz del secuestro y asesinato del hijo del famoso aviador Charles A. Lindbergh (mayo de 1932), se aprobó una ley contra el secuestro a la que seguiría otra que daba vía libre a los agentes federales para intervenir cuando las autoridades de un estado no conseguían detener a bandas armadas; ya no servía ir pasando de un estado a otro para burlar la ley. Y lo más importante, los agentes federales empezaron a poder llevar armas. Estaba claro que iban a por todas y que las cosas se pondrían realmente difíciles para los fuera de la ley.

Cartel de Se Busca de Clyde Barrow y Bonnie Parker
Caza al forajido
Bajo las órdenes de J. Edgar Hoover, los G-Men (hombres del gobierno o federales) empezaron una implacable cacería al delincuente, incluida la banda de Clyde. A partir de mayo de 1933, cuando fue acusada de transportar un coche robado de Illinois a Oklahoma, el cerco sobre ellos se fue estrechando. Ya solo irían de fuga en fuga hasta el final.
En una de estas huidas, olvidaron una cámara de fotos y se publicó en la prensa una instantánea de la pareja posando con sus armas junto a un Ford Sedán. Aquellos fuera de la ley se ganaron así la simpatía del público americano, que tendía a verlos, más que como peligrosos delincuentes, como unos héroes que intentaban sobrevivir rebelándose contra una sociedad a todas luces injusta. A dicha visión mítica ayudó la publicación en los periódicos de un poema que Bonnie había escrito en prisión: The History of Suicide Sal.
La prensa, siempre necesitada de lectores, detectó un filón en aquel tándem formado por un ex convicto y su atractiva novia. Se hizo eco de sus hazañas y publicó fotos suyas, acompañadas de narraciones sobre sus crímenes que los dotaban de un halo de romanticismo. Aquellos forajidos jóvenes, salvajes y enamorados, los “Romeo y Julieta del crimen”, copaban portadas y conversaciones. Al convertirse en superestrellas criminales, el miedo inicial que la gente sentía ante ellos se tornó admiración, y muchos estaban convencidos de que se burlaban de la ley porque esta había sido injusta con ellos. Ser fugitivos era su única salida. Se habían convertido en mitos en vida, pero su buena fama no duraría eternamente.

Frank Hamer
Vivos o muertos
En el verano de 1933, Bonnie y Clyde iniciaron un viaje sin billete de vuelta. A cada golpe, los problemas crecían y más cadáveres dejaban a su paso. Se cree que los Barrow mataron a nueve policías y a algunos civiles; además, en julio de 1933, Buck murió en un robo. Aunque frecuentes, ninguno de sus golpes fue lo suficientemente importante como para poder retirarse o dejar el país. El más destacado tuvo lugar en enero de 1934, cuando liberaron a su antiguo socio Raymond Hamilton y a otros cuatro presos de Eastham Farm, entre ellos a Henry Methvin. Después de eso, se encargó al cazarrecompensas Frank Hamer –antiguo miembro de los rangers, la policía estatal de Texas– capturarlos vivos o muertos.
La reputación de la banda empeoró especialmente después de que mataran a dos policías de tráfico el domingo de Pascua de 1934. Según un testigo, los agentes no llegaron a sacar sus armas. Cinco días más tarde, el 6 de abril, otro policía cayó herido mortalmente. La fama de la pareja cayó bajo mínimos y la prensa, que antes justificaba sus acciones, se mostraba inflexible, como prueba la caricatura que publicó el Dallas Journal: una silla eléctrica vacía junto a un cartel que rezaba: “Reservado para Bonnie y Clyde”.
El 19 de mayo, Bonnie, Clyde y Methvin se vieron obligados a separarse. Para casos de fuerza mayor habían establecido un punto de encuentro cerca de Ruston, en Louisiana, donde vivían los padres de Methvin. Este acudió allí y contó todo lo sucedido a su padre, quien hizo un trato con el sheriff local: revelaría el punto de reunión si Henry no era condenado a muerte.
Así se enteró Frank Hamer de dónde iban a encontrarse y pudo buscar el mejor lugar para tenderles una emboscada. Él, sus tres subordinados de Texas y dos policías de Louisiana se apostaron en la carretera 154, ocultos por la vegetación. Tras más de un día de guardia, cuando Hamer estaba a punto de abandonar convencido de haberse equivocado de lugar, apareció el Ford V8 robado. Sin esperar la orden, el agente Morel Oakley efectuó dos disparos. Clyde perdió el control del vehículo y los otros cinco hombres imitaron a Oakley y vaciaron sus cargadores.

Coche de Bonnie y Clyde
Final trágico
Según recogió el Dallas Dispatch, dos de los agentes describieron así el tiroteo: “Cada uno de nosotros tenía una escopeta, un fusil automático y pistolas. Abrimos fuego con los automáticos y se vaciaron antes de que el coche llegara ante nosotros. Entonces usamos las escopetas. Y después de vaciarlas, vaciamos las pistolas sobre el coche, que pasó frente a nosotros. Y seguimos disparando incluso después de que se parase”. La versión oficial contabilizó 167 casquillos. Ambos cuerpos estaban destrozados, sobre todo el de Clyde, al que alcanzaron más de 50 balas. Aunque la banda se había ganado a pulso la infamia, la actitud de los agentes, los únicos testigos, fue cuestionada, sobre todo tras correrse la voz de que no habían dado a los fugitivos posibilidad de rendirse. Además, los informes se contradecían entre sí.
Bonnie y Clyde se hicieron más famosos por su halo mediático, alimentado por la aparición en la prensa de algunos poemas escritos por Bonnie, que por la categoría de sus atracos. Su final fue seguramente el colofón inevitable a una huida hacia delante, la de dos jóvenes enfrentados a un sistema hostil en el que no encontraron la forma de encajar.
Fueron muchos los que dieron muestras de cariño en sus funerales, sobre todo en el de Bonnie, al que acudieron miles de personas. Resulta tremendamente curioso que quienes más flores enviaron fueron los vendedores de periódicos de Dallas, que gracias a la pareja habían llegado a vender 500.000 ejemplares.
Se sabía que los amantes querían ser enterrados juntos, pero la familia Parker se negó en redondo. Ambos cuerpos están en Dallas, pero en cementerios distintos: Bonnie en el Crown Hill Memorial Park y Clyde en el Western Heights Cemetery. En la lápida de ella puede leerse parte de un poema suyo: “Así como las flores son endulzadas por el sol y el rocío, este viejo mundo es más brillante por las vidas de gente como tú”. En la de él, “Ido pero no olvidado”. Ninguno de los dos lo ha sido, hasta el momento.

Faye Dunaway y Warren Beatty en 'Bonnie y Clyde' (1967)