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Guerra Fría: el nuevo orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial

Vencida Alemania y conjurado el peligro del nazismo tras la más atroz contienda nunca librada, la paz, sin embargo, pronto dejaría de ser tal para dar paso a un antagonismo liderado por Estados Unidos y la URSS que marcó la política, la economía y la historia durante cuatro décadas.

Llamamos Guerra Fría al enfrentamiento –indirecto y a veces larvado, pero enfrentamiento al fin y al cabo– político, económico, social, militar, cultural y científico entre el bloque occidental y el del Este de Europa. Su origen se suele situar entre 1945 y 1947, durante las fricciones de la posguerra tras la Segunda Guerra Mundial, y su fin se asocia a la caída del Muro de Berlín en 1989, de la que se cumplen treinta años, y la subsiguiente disolución de la Unión Soviética y del bloque que lideraba en 1991 (si bien la huella de algunos de sus conflictos nunca resueltos puede observarse en la inquietante relación actual entre la Rusia de Putin, la América de Trump y la Unión Europea).
Las razones de este enfrentamiento fueron esencialmente ideológicas y estratégicas y acarrearon choques nada fríos en muchos puntos del globo, como se detalla en los siguientes artículos. Así, mientras que la URSS financió y respaldó revoluciones, guerrillas y gobiernos socialistas en todo el mundo, Estados Unidos hizo lo propio con desestabilizaciones y golpes de Estado de signo anticomunista, sobre todo en Latinoamérica y África. El miedo a desencadenar una nueva conflagración mundial enfrió la tensión en sus puntos más álgidos, como la Crisis de los Misiles en Cuba (1962), pero no por ello cejaron las dos superpotencias en su empeño por implantar su hegemonía en todo el planeta.

Comunismo VS Capitalismo

No hay un completo consenso sobre cuándo comenzó exactamente la Guerra Fría. La mayoría de los historiadores sostienen que empezó nada más acabar la Segunda Guerra Mundial, pero algunos creen que sus inicios se remontan al final de la Primera y a las tensiones surgidas entonces entre Rusia, por un lado, y el Imperio británico y Estados Unidos, por el otro. El choque ideológico y estratégico entre comunismo y capitalismo, de hecho, parte de 1917 y del triunfo de la Revolución bolchevique de la que Rusia emergió como el primer país socialista de la historia, lo que erosionó notablemente las relaciones rusoestadounidenses. Los mutuos recelos y sospechas, así, se alimentaron de hechos y situaciones como el apoyo estadounidense al Ejército Blanco contrarrevolucionario durante la guerra civil rusa (1917-1923), la retirada soviética de la I Guerra Mundial tras la firma del Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918), el Tratado de Rapallo (16 de abril de 1922) firmado por Rusia y la República de Weimar, la resistencia de EE UU a reconocer diplomáticamente a la URSS hasta 1933 o, ya a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, el Pacto Ribbentrop-Mólotov (23 de agosto de 1939).
Luego, durante la II GM, las relaciones entre los aliados continuaron deteriorándose. Rusia creía –no sin razón – que británicos y estadounidenses forjarían una unión antisoviética, una vez que la guerra estuviera decidida, para forzar a la URSS a firmar una paz ventajosa para los intereses occidentales. Por otro lado, no había acuerdo sobre cómo deberían quedar las fronteras europeas tras la conflagración. Para los americanos, la estabilidad de estas debería basarse en la imposición de gobiernos democráticos y mercados económicos capitalistas en Europa. Para los rusos, dicha estabilidad sería inviable sin respetar la integridad de las propias fronteras de la Unión Soviética. Este razonamiento nacía de la experiencia histórica de Rusia, que había sido invadida desde el oeste varias veces en los últimos dos siglos; el terrible daño infligido en la última ocupación –la invasión nazi: alrededor de 27 millones de muertos y una destrucción generalizada– llevaba a Moscú a querer asegurarse de que el nuevo orden posibilitara la existencia a largo plazo del régimen soviético, objetivo que solo podría alcanzarse mediante la eliminación de cualquier gobierno hostil a lo largo de la frontera occidental de la URSS y, por tanto, mediante el control directo o indirecto de los países limítrofes. La ruptura en dos bloques y, con ella, la Guerra Fría estaban servidas.
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Bomba atómicaImagen: Getty Images.

Los padres de la criatura

Pero ¿quién acuñó este término para designar la inestabilidad del período histórico que va de entonces a la caída del bloque soviético? Es una paternidad discutida. A finales de la Segunda Guerra Mundial, el escritor británico George Orwell lo usó en su ensayo La bomba atómica y tú, publicado el 19 de octubre de 1945 en el periódico Tribune. En medio del creciente temor a la guerra nuclear, Orwell se refirió así a las predicciones del politólogo trotskista americano James Burnham sobre un mundo polarizado: “La teoría de James Burnham ha sido discutida ampliamente, pero pocos se han parado a sopesar sus implicaciones ideológicas, esto es, el tipo de visión del mundo, el tipo de creencias y la estructura social que es probable que se impongan en un Estado inconquistable y en constante situación de guerra fría con sus vecinos”. Orwell volvió a utilizarlo en otro artículo aparecido en The Observer el 10 de marzo de 1946: “Después de la Conferencia de Moscú en diciembre pasado, Rusia comenzó a hacer una guerra fría contra el Reino Unido y el Imperio británico”.
No obstante, el primer uso del término para describir específicamente la confrontación geopolítica de posguerra entre la Unión Soviética y Estados Unidos parece hallarse en un discurso que Bernard Baruch, financiero estadounidense e influyente asesor presidencial –lo sería de Wilson, Roosevelt y Truman–, pronunció el 16 de abril de 1947: “No nos engañemos: estamos inmersos en una guerra fría”. La expresión acabaría por popularizarse de la mano del periodista Walter Lippmann, que tituló así, La Guerra Fría, un libro publicado ese mismo año. Cuando se le preguntó sobre el origen del nombre, Lippmann empero aludió a la guerre froide, una frase francesa de los años treinta.
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Muro de BerlínImagen: Getty Images.

El Plan Marshall

Sea como fuere, la expresión hizo fortuna porque, en efecto, ninguno de los dos países líderes emprendería nunca –aunque a punto estuvieron más de una vez– acciones bélicas directas contra el otro, sino solo a través de terceros. Y a esos actores secundarios estuvo dirigida una de las primeras iniciativas controvertidas de la Guerra Fría: el llamado Plan Marshall (por el nombre del entonces secretario de Estado americano, George C. Marshall, que había sido uno de los más famosos generales de su país durante la Segunda Guerra Mundial).
Oficialmente denominado Programa de Recuperación Europea –European Recovery Program (ERP)–, partió de la convicción del presidente Truman de que el equilibrio de poder en Europa no se alcanzaría solo por la defensa militar del territorio, sino que también se necesitaba atajar los problemas políticos y, sobre todo, económicos de las depauperadas y arrasadas naciones europeas para evitar su caída en manos del comunismo. Sobre esta base, en junio de 1947 se elaboró un plan de ayudas económicas destinado a la reconstrucción de dichos países que, claro, también implicaba contrapartidas: mediante el afianzamiento de las estructuras económicas capitalistas y el desarrollo de las democracias parlamentarias en ellos, se buscaba frenar el posible acceso al poder de partidos comunistas en lugares como Francia o Italia, donde estos partidos habían tenido y seguían teniendo gran fuerza y arraigo.
Con los fondos del Plan Marshall, de facto, se remodelaron numerosas ciudades europeas que habían quedado destruidas por la guerra, pero en efecto Estados Unidos obtuvo a cambio enorme peso e influencia en la política del Viejo Continente. Stalin vio enseguida en el plan una táctica para mermar el control soviético sobre la Europa oriental, a cuyos países también se les ofrecieron las ayudas, y prohibió a estos dejarse “comprar” por los americanos y participar en el Plan Marshall, pese al expreso deseo de varios de sus gobiernos de entrar en el reparto. Como premio de consolación, Moscú creó una serie de subsidios y canales de comercio englobados primero en el llamado Plan Mólotov y más tarde desarrollados dentro del COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica, creado en 1949 y antecedente, por tanto, de la Comunidad Económica Europea nacida en 1957 del Tratado de Roma). Stalin también temía que el Plan Marshall provocara un rearme de Alemania, una de sus mayores preocupaciones respecto al futuro.

Creación de la OTAN y el Pacto de Varsovia

Pero la verdadera amenaza militar para los soviéticos no iba a venir de Alemania. En 1949, ante la política expansionista seguida por la URSS con respecto a sus países satélites, surgió la iniciativa de crear una alianza defensiva más amplia que la entonces vigente Unión Europea Occidental y más eficaz que la ONU. Pronto se llevaron a cabo las negociaciones, en las que participaron casi todas las naciones europeas occidentales, EE UU y Canadá. La idea era la creación de una alianza militar basada en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas –que recoge el derecho a la legítima y mutua defensa entre sus miembros en caso de ataque armado exterior– y el resultado final fue la firma del Tratado de Washington, el 4 de abril de 1949, por el que se constituyó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, o NATO por sus siglas en inglés).
Una de las dificultades surgidas durante las negociaciones fue lograr la integración completa de Estados Unidos en la organización. Los países europeos, devastados por la guerra, estaban interesados en aliarse con los americanos para así asegurarse una defensa eficaz, pero en EE UU había muchas reticencias y oposición a la idea y se prefería una fórmula de colaboración parcial. Sin embargo, el golpe de Praga y el Bloqueo de Berlín hicieron aumentar la presión, especialmente de Francia, que acabó llevándose el gato al agua.
La sede de la OTAN, que hoy por hoy cuenta con 29 Estados miembros, se estableció en Bruselas. En un principio, la organización tuvo más un cariz político y de disuasión psicológica que militar, aunque enseguida iban a cambiar las cosas: la Guerra de Corea (1950-1953) hizo que se planteara como una coalición permanente y, con ello, que se forjase una auténtica estructura militar comandada por el ejército estadounidense. Pero la URSS no iba a permanecer de brazos cruzados. En respuesta a la “agresión imperialista” del bloque occidental, en 1955 fundó con los países de la órbita socialista el Pacto de Varsovia. La tensión proseguía su escalada.
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Tripulación Apolo XIImagen: Getty Images.

La carrera armamentística y espacial

Todo ello sucedía en medio de una competición sin precedentes entre las dos potencias por alcanzar la supremacía en el campo del armamento; el convencional y, muy en especial, el nuclear. La principal de estas armas nucleares era, naturalmente, la bomba atómica. Al principio de la Guerra Fría, solo EE UU disponía de ella, pero la URSS inició a contrarreloj su propio programa de investigación para producirla, algo que consiguió en solo cuatro años (en parte gracias al espionaje, como se relata en los artículos relativos al macartismo y los espías): en 1949, Moscú detonó su primera bomba nuclear de fisión.
Cuando Estados Unidos tuvo conocimiento de ello, dio luz verde a un nuevo y aterrador proyecto: la fabricación de la bomba de hidrógeno, arma sin límite de potencia conocido. El proyecto cuajó en 1952, pero una vez más la URSS no quiso quedarse a la zaga y obtuvo su propia bomba de hidrógeno al año siguiente. Esta carrera armamentística enloquecida se sustentaba en la teoría conocida como Equilibrio del Terror, según la cual la potencia que se colocase al frente en la producción de armas provocaría un grave desequilibrio en el escenario internacional: había que caminar constantemente a la par para, paradójicamente, evitar la destrucción. Tal situación propiciaría a su vez el nacimiento en todo el mundo de un poderoso movimiento antinuclear.
En paralelo a esta rivalidad surgiría otra, de frutos más benévolos pero tan feroz como aquella: la carrera espacial, cuyos primeros tantos históricos se apuntaron los rusos con el lanzamiento de los Sputnik I y II en 1957 y el periplo espacial de Yuri Gagarin en 1961. EE UU, no obstante, terminó venciendo gracias al histórico hito de la llegada del hombre a la Luna en 1969. Y también vencería a largo plazo en la pelea global de la Guerra Fría, que, tras atravesar diversas fases de mayor o menor intensidad –la Teoría de la Contención (años 40-50), el fantasma de la Tercera Guerra Mundial (años 50-60), la Détente o Distensión y la Coexistencia Pacífica (años 70-80) –, concluyó con el desmoronamiento de uno de los contendientes, el bloque comunista.
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Reagan y GorbachovImagen: Getty Images.

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