Muy Interesante

El arsénico, un cosmético peligroso

Durante el siglo XIX, los cosméticos a base de arsénico prometían una piel lisa y brillante.

Las modas cambian, pero el deseo de amoldarse a determinados ideales estéticos permanece. Sin embargo, y como la historia se encarga de demostrarnos, mantener la belleza conlleva sus riesgos.
El arsénico es un metaloide extremadamente tóxico y cancerígeno. Se caracteriza por ser inodoro y estar desprovisto de sabor, lo que lo convierte en una sustancia casi indetectable. A lo largo de la historia ,se ha utilizado como un potente veneno y como una sustancia terapéutica. Se consideraba efectivo para tratar enfermedades como la malaria y el cólera, y se utilizaba en la fabricación de tónicos y reconstituyentes que, se creía, revigorizaban el cuerpo.
¿Cómo llegó, entonces, a convertirse en un ingrediente común de la cosmética europea? Fue el médico suizo Johann Jakob von Tschudi quien, en 1851, publicó la noticia de que algunas poblaciones austríacas de la región de Estiria consumían arsénico por vía oral. A esta práctica se le atribuían numerosos beneficios para la salud, desde un aumento de energía a una complexión más luminosa del rostro. Esta observación contribuyó a que se desarrollasen productos cosméticos arseniosos durante la segunda mitad del siglo XIX.
Pastillas, caramelos y jabones a base de arsénico se vendían en las perfumerías o podían adquirirse por correo. Los fabricantes de estos productos les atribuían la capacidad de eliminar las pecas, los puntos negros y las rojeces. También se aconsejaba su uso para ganar fuerza y ánimo, recuperar el apetito, las malas digestiones y el dolor de cabeza. Podían, además, blanquear la piel y producir una complexión radiante que, según aseguraba la publicidad de la época, proporcionaba a las jóvenes un encanto incomparable al suavizar y redondear las facciones del rostro.
La palidez y la transparencia de la piel proporcionaban una apariencia distinguida y aristocrática, en contraposición a la tez morena o quemada por el sol, que revelaba la pertenencia a una clase trabajadora que se veía obligada a laborar al aire libre para ganarse la vida. Este gusto por la palidez también encuentra su reflejo en la moda de la época, en la que predominan sombreros, parasoles y guantes que protegían las partes expuestas del cuerpo. El arsénico, efectivamente, proporcionaba la deseada complexión pálida, pero lo hacía de un modo mortífero: destruyendo los glóbulos rojos.
Aunque se conocían bien los efectos perniciosos del arsénico, se consideraba que, si se administraba en pequeñas cantidades, podía resultar beneficioso. Lociones y pastillas como las promocionadas por las marcas Dr. Mounterbank y Dr. Campbell insistían en la seguridad del producto. Se utilizaban este tipo de marcas comerciales que incluían nombres de presuntos doctores en su nomenclatura para transmitir un mensaje de fiabilidad, fruto de una supuesta investigación científica.
Otras sustancias altamente tóxicas, como el mercurio, el amoníaco y el plomo, compitieron con el arsénico en los tocadores. Las sombras de ojos empleaban mercurio y plomo, y el plomo, cuyo uso cosmético se remonta, como mínimo, al antiguo Egipto, también constituía el ingrediente principal de muchas cremas faciales.

La ventana a un mundo en constante cambio

Muy Interesante

Recibe nuestra revista en tu casa desde 39 euros al año

Suscríbete
Suscripciones a Muy Interesante
tracking