Infiernos: representaciones artísticas del inframundo
De lugar en el que moran los muertos a espacio de eterno castigo: recorremos algunos de los infiernos más representativos de la historia.
Fuegos abrasadores, demonios torturadores y una eternidad de dolor. La tradición judeocristiana ha dado forma a un infierno que, popularmente, se identifica con un lugar de castigo eterno para las almas de los pecadores. El infierno, sin embargo, tiene una historia rica y compleja. Sus características representativas cambian según la cultura que le da forma y refleja, a su vez, los principios y valores sobre los que esa cultura se sustenta.
Aunque en las tradiciones religiosas de origen cristiano el término «infierno» alude a esa esfera de castigo en la que las ánimas de los pecadores difuntos pagan por los desmanes y crímenes cometidos en vida, lo cierto es que la etimología del término entronca con las formas latinas inferus «inferior, subterráneo» e infernus «de las regiones bajas, que se encuentra debajo». El infierno, por tanto, es ese espacio de la ultratumba que se posiciona en las regiones subterráneas.
La asociación entre mundo infernal y castigo o sufrimiento no es común a todas las culturas. En la Mesopotamia antigua, por ejemplo, todos los difuntos terminaban en el infierno, con independencia de la justicia o la iniquidad con la que se hubiesen conducido en vida. Similar al seol de la tradición hebrea, el infierno era un lugar hecho de sombras y silencio del que resultaba imposible salir, y sus habitantes espectrales tan solo lograban mitigar su hambre y su sed a través de las ofrendas de pan y agua ofrecidas periódicamente por sus familias.

Codex Aureus
En Egipto, los muertos conducían una existencia ultraterrena similar a la que hubieran tenido en vida, aunque desprovista de las diferencias sociales que gobernaban las sociedades humanas. En la Grecia clásica predominaba un concepto infernal similar al mesopotámico, aunque se encuentran trazas textuales de la creencia en un castigo post mortem. Así, según La odisea de Homero, el héroe Ulises presenció los castigos que sufren los transgresores de la ley divina. El fecundo en ardides vio como dos águilas devoraban constantemente el hígado de Ticio, culpable de haber querido unirse carnalmente a Leto, y como Tántalo sufría las penas de un hambre y una sed que no conseguían aplacarse nunca.
La imaginería de lo infernal desplegó toda su potencia evocadora en la tradición cristiana. Los debates teológicos sobre la naturaleza del Bien y del Mal, el pecado original y la posibilidad del perdón y la redención dieron pie a la elaboración de representaciones moralizantes sobre el destino que les esperaba a los pecadores. Iluminaciones medievales, capiteles historiados y estatuaria mostraban a los fieles los peligros de cometer crímenes abominables y las penas que esperaban a los transgresores en los infiernos. Ejemplo de esto todavía puede observarse en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela. Con La divina comedia, Dante Alighieri, en la primera mitad del siglo XIV, enriquece la visión de los territorios infernales de un modo tal que su influencia resonará todavía en nuestros días. Dante es heredero de una larga estirpe de viajeros del infierno entre los que se cuentan el fantasma de Enkidu que describe el mundo de ultratumba a Gilgameš y Orfeo, que intenta rescatar de las fauces infernales a Eurídice.
Los infiernos, por tanto, no solo materializan a través de las artes y las letras lo que hay más allá de la muerte, sino que también ayudan a vivir conforme a las reglas sociales y a entender en profundidad la posición que ocupa el ser humano en lo creado.

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La boca del infierno

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El lugar de las torturas

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Jigoku, el infierno japonés

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Orfeo y Eurídice, de Pieter Fris

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El juicio universal de Giotto

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El infierno dantesco

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El naraka hindú

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