Iniciada en 1789, la Revolución Francesa agitó los cimientos sociales, políticos e institucionales de toda Europa. Nacida desde abajo, entre el grueso de la población, buscó derrocar el absolutismo y los privilegios de los poderosos. Culminó con la proclamación de la Primera República Francesa en 1792 y con el ajusticiamiento por guillotina de Luis XVI y su esposa María Antonieta.
Las motivaciones históricas que abonaron el terreno para que estallase la revolución tienen un origen político, económico, social y cultural. La primera de las grandes causas fue el rechazo de la institución monárquica francesa, con una serie de reyes manirrotos dados al exceso que culminó en la figura de Luis XVI. Luis XVI no estaba preparado para afrontar las responsabilidades de la corona. El título de rey le correspondía a su hermano, pero su muerte prematura, seguida del fallecimiento tanto de su padre, Luis XV, como de su madre lo dejaron a cargo del trono.
El descontento por las políticas económicas llevadas a cabo por Luis XVI se había generalizado entre el grueso de la población. Francia había participado en la represión de la Revolución de las Trece Colonias (1763-1783), que había permitido la independencia de las colonias americanas y su consiguiente conformación en los Estados Unidos. La deuda acumulada por la intervención en las colonias americanas obligó a Luis XVI a plantear una reforma que grabase los bienes territoriales de los nobles, algo inusitado que no agradó a los más pudientes.
Mientras tanto, la presión fiscal se hacía insostenible para los menos privilegiados. El sistema tributario grababa a unos súbditos cada vez más necesitados de ayuda y asistencia, mientras favorecía las economías de las clases privilegiadas, esto es, la nobleza y el clero. Aunque el pueblo llano o Tercer Estado constituía más del 95% de la población y la creciente burguesía generaba un gran volumen de riqueza, su peso en las decisiones políticas y económicas del país era casi inexistente.
Una serie de carestías debidas a las malas cosechas, las sequías reincidentes y el encarecimiento del pan, alimento básico de la población, endurecieron las condiciones de vida. Aunque la agricultura constituía la actividad económica básica del país, el sistema de producción resultaba anticuado y dependiente de las condiciones atmosféricas, las plagas y las catástrofes naturales.
En mayo de 1789, el monarca francés convocó en Versalles los Estados Generales, en los que se reunieron representantes de los tres estamentos sociales: el clero, la nobleza y el pueblo. El Tercer Estado presionaba para que el voto se realizase por cabeza y no por estamento, como se venía haciendo hasta entonces, una reivindicación que ya había hecho Jacques Necker, el destituido ministro de finanzas de Luis XVI. Siguiendo el llamamiento de Emmanuel-Joseph Sièyes, diputado que representaba a la burguesía y el pueblo llano, numerosos miembros del clero y de la nobleza menos privilegiada se unieron a las reivindicaciones del Tercer Estado. Juntos formaron la Asamblea Nacional, que desempeñó un papel esencial tanto en la Revolución Francesa como en la elaboración de una constitución que rompiese definitivamente con los pilares de desigualdad sobre los que se asentaba el Antiguo Régimen.
Los rumores de un golpe militar llevaron a los parisinos a arrasar la Bastilla para asegurarse armamento en caso de que la lucha se hiciese inminente. Era el 14 de julio de 1789. Esto dio pie a una serie de revueltas violentas en las que los campesinos, como reacción a las injusticias cometidas durante siglos, se dedicaron a arrasar, quemar y destruir las casas de los poderosos. Nacía así la época del Gran Miedo. Ese mismo año, la Asamblea General hizo pública la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Luis XVI se resistió a reconocer la autoridad de la Asamblea Nacional, lo que produjo numerosos enfrentamientos y protestas. El rey se mostró indeciso en los momentos clave del conflicto, intentó huir del país y prefirió refugiarse en la caza y otras actividades de ocio antes que enfrentarse a los problemas urgentes que acuciaban el país. Esta actitud tampoco contribuyó a dulcificar el conflicto.
Desde un punto de vista cultural, el estallido de la Revolución Francesa coincide también con la Ilustración, un movimiento intelectual que abogaba por la libertad, la razón, la separación entre el estado y la iglesia, y la evolución hacia formas de gobierno de corte constitucional. El pensamiento crítico de autores como Voltaire y Rousseau alimentó los principios revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad. Por otro lado, la revuelta de las colonias americanas incentivó las revueltas francesas al probar que el cambio político era posible.
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Luis XVI, un rey poco amado
Las políticas económicas desastrosas, la tendencia al derroche y la desantención a las reivindicaciones del pueblo hicieron de Luis XVI un monarca poco apreciado.
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La Revolución de las Trece Colonias
Los intentos de Francia de reprimir la Revolución de las Trece Colonias, que terminaría con la declaración de independencia estadounidense, dejaron al país fuertemente endeudado.
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Los Estados Generales y la Asamblea Nacional Constituyente
Luis XVI convocó en Versalles los Estados Generales, a los que acudieron los representantes del clero, la nobleza y el pueblo llano. Las protestas por la deficiente representatividad del Tercer Esrado llevó a la creación de la Asamblea Nacional Constituyente.
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Toma de la Bastilla
La ocupación de la fortaleza de la Bastilla por el pueblo parisino marca el inicio de facto de la Revolución Francesa.
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El Gran Miedo
Nacido al calor de la toma de la Bastilla, el Gran Miedo alude al período de revueltas violentas que llevó a los campesinos a destruir las posesiones de los nobles y poderosos. El hambre, la pobreza y la falta de representatividad en las instituciones se cuentan entre las razones de la rebelión.
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El pensamiento ilustrado
Filósofos ilustrados como Rousseau y Voltaire crearon un marco de pensamiento basado en los principios de la igualdad y la libertad que sustentaría la Revolución Francesa.
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