Las obras de arte más importantes del Museo del Louvre
El Museo del Louvre es la pinacoteca más grande de Europa y una de las más famosas del mundo. Su colección está compuesta por cerca de 300 000 obras de arte
Todo aquel que sueña con viajar a París sueña con visitar el Louvre. Ambas ideas parecen estar enlazadas por algún poder invisible que hace que sea muy difícil concebir una sin la otra. Y es que no importa cuántas veces se diga lo gratificante que resulta pasear por sus galerías o las veces que lo hayamos visto en reportajes, documentales, series o películas. El Louvre es uno de esos lugares del mundo que siguen siendo puros; donde el arte manda y nosotros, simples mortales, obedecemos sus reglas.
El Museo del Louvre abrió sus puertas en noviembre de 1793, en el contexto inmediatamente posterior a la Revolución Francesa, convirtiéndose en la primera pinacoteca pública y de acceso abierto del mundo. Si bien sus orígenes se remontan hasta una fortaleza medieval (cuyos muros todavía pueden visitarse), el uso previo que se había dado al museo era el de palacio y residencia real desde los tiempos de Catalina de Médici. El creciente protagonismo que estaba ganando el Palacio de Versalles hizo que, en 1788, el Louvre se convirtiera en un espacio para albergar las exposiciones de la Real Academia de Pintura y Escultura y, tras la revolución, las colecciones privadas y los fondos reales se trasladaron allí para que el pueblo llano pudiera admirarse con su belleza.
Durante la época napoleónica, Bonaparte decidió ponerle su nombre al museo e hizo de él un centro en el que se homenajeaba la grandeza militar de Francia (es decir, la suya). De hecho, la expansión del corso por Europa y Egipto proporcionaría a Francia una oportunidad única para expoliar obras de arte y ver crecer sus colecciones nacionales. Muchas de estas piezas nunca fueron devueltas a sus países de origen. El museo también fue escenario de otro expolio distinto en el siglo XX, cuando las fuerzas de ocupación nazis utilizaron la pinacoteca para almacenar todos los bienes requisados a la población francesa.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la situación del Museo del Louvre se estabilizó y eso permitió que la institución creciera poco a poco pero sin detenerse, aumentando a la vez su fama internacional y convirtiéndose en el referente artístico que es hoy. Las expansiones y reformas posteriores permitieron al museo adaptarse a los nuevos tiempos y mostrarse al mundo como una institución de prestigio e interés cultural para todos. El símbolo perfecto de esa unión entre lo antiguo y lo nuevo es la doble pirámide de cristal ideada por Ieoh Ming Pei en 1980.
En total, el Louvre cuenta con una colección que ronda las 350 000 piezas de las cuales solo 35 000 (el 10%) están expuestas. En esta galería recopilamos algunas de las obras más importantes que uno puede disfrutar cuando visita la pinacoteca parisina.
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El propio museo
La belleza y el arte parecen ser una constante universal en París y uno empieza a sentir los efectos del síndrome de Stendhal antes incluso de entrar al museo. El complejo arquitectónico del Louvre es, por sí mismo, una obra de arte capaz de dejar boquiabierto a cualquiera que lo contemple por primera vez. Su fachada neoclásica, sus cuidadas galerías y sus ampliaciones modernas (incluyendo la subterránea, desde donde puede verse la doble pirámide que tantas polémicas generó hace tiempo) son un templo indescriptible al arte y el talento humano.
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La Gioconda
Tal vez sea la obra más famosa del Louvre y una de las más conocidas del mundo entero. El Retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, La Mona Lisa para los amigos, es un óleo sobre tabla de álamo pintado por el genio renacentista Leonardo da Vinci entre 1503 y 1519 y es considerado por muchos uno de los mejores exponentes de la técnica del sfumato del autor. Los enigmas sin resolver, los casos de robo y la conversión de un icono de la cultura popular (en parte gracias a El Código Da Vinci de Dan Brown) hacen de La Gioconda la joya más brillante del museo parisino.
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La Venus de Milo
Esta escultura de Afrodita (o Venus) es una de las más representativas del periodo helenístico y también una de las más hermosas. Se estima que fue creada entre el 130 a.C. y el 100 a.C., en mármol blanco y a partir de bloques separados que encajan a la perfección y parecen uno solo. Fue desenterrada por un campesino en Milo (Islas Cícladas) y comprada por Francia en el siglo XIX.
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El Código de Hammurabi
Esta estela maciza de basalto negro, de más de dos metros de altura, contiene uno de los códigos legales más antiguos y mejor conservados que se conocen. En la parte superior se muestra al rey Hammurabi recibiendo las leyes del dios Shamash y el cuerpo de la estela está recubierto por texto en escritura cuneiforme, donde se enuncian un total de 282 leyes basadas en la aplicación de la ley del talión, un principio jurídico retributivo en el que el castigo guarda relación con el crimen cometido.
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La Victoria de Samotracia
Esta imponente escultura de casi tres metros, situada en un lugar de honor para dar la bienvenida a los visitantes del Louvre, data de alrededor del 190 a.C. Se encontró en Samotracia, la isla que le da nombre, y representa a la diosa de la victoria Niké apoyada sobre la proa de un barco con las alas desplegadas. La fuerza de la imagen, el detalle de la escultura y su tamaño hacen de esta una de las piezas más potentes del Louvre.
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La libertad guiando al pueblo
Esta obra es la alegoría hecha cuadro. El pintor romántico Eugène Delacroix compuso una imagen icónica como pocas al llevar a la libertad personificada, enarbolando la bandera francesa, a las calles de París para liderar al pueblo en las barricadas y su lucha por la Libertad. El cuadro es una representación de las revueltas que hubo en julio de 1830 (mismo año en que se pintó el cuadro) contra el rey Carlos X.
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Las bodas de Caná
Paolo Veronese pintó este óleo sobre lienzo en apenas un año, entre 1562 y 1563, y en la actualidad ocupa un lugar destacado frente a La Mona Lisa. El cuadro representa el relato bíblico de las bodas de Caná, recogido en el Evangelio de San Juan, en el que se relata cómo Jesús obró un milagro al convertir el agua en vino durante la celebración.
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Psique reanimada por el beso del amor
Este grupo escultórico de mármol blanco representa a la mortal Psique siendo reanimada (había caído en un profundo y eterno sueño) por el beso de Cupido, su antiguo amante al que había estado buscando sin descanso. Fue esculpida por el artista neoclásico Antonio Canova entre 1787 y 1793 y utiliza el mito de Cupido y Psique para representar la interpretación socrática de la unión entre cuerpo y alma.
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La consagración de Napoleón
Este impresionante óleo sobre lienzo de más de seis metros de alto y nueve de ancho representa la ceremonia de coronación de Napoleón I como emperador de Francia en el momento en que Bonaparte impone la corona a su mujer Josefina. El cuadro fue encargado por el propio corso a Jacques-Louis David en 1804, el mismo año de la coronación, y toda la escena está construida en torno a la idea de la grandeza de Napoleón, haciendo del arte una demostración de fuerza y grandeza que sigue resultando muy efectiva en la realidad.
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Los caballos de Marly
Bajo el nombre de Los caballos de Marly se conoce a dos grupos escultóricos en los que se representa a unos caballos salvajes y a sus palafreneros intentando domarlos. Fueron el último trabajo del escultor Guillaume Coustou y en un primer momento fueron concebidos para decorar las puertas del Palacio de Marly, aunque en 1794 fueron trasladados a la plaza de la Concordia. Buscando una mejor conservación, las estatuas fueron sustituidas por réplicas exactas y las originales se llevaron al Louvre, donde permanecen.
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El sarcófago de Cerveteri
El sarcófago de Cerveteri es una urna funeraria etrusca de gran tamaño (de ahí que se refieran a ella como ‘sarcófago’) que data del 520 a.C. y representa a una pareja reclinada y sonriente. Siguiendo la tradición, las urnas funerarias representaban a los difuntos como en una escena de banquete, tumbados plácidamente y con un gesto alegre y lleno de vida. La pareja mantiene una diferencia de altura con predominancia del hombre y parece fundirse en uno solo conforme se desciende por su cuerpo, simbolizando la unión y el amor de ambos.
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Escriba sentado
A pesar de su apariencia sencilla y mundana, esta estatua de caliza es una de las piezas más representativas y mejor conservadas (data de entre el 2480 a.C. y el 2350 a.C.) del Antiguo Egipto. La pieza está diseñada con un estilo realista que presenta al escriba realizando sus labores cotidianas y preparado para ponerse a escribir. En un Egipto en su momento de máximo esplendor y con un estado fuertemente centralizado, los escribas jugaban un papel importante dentro de la sociedad.
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Toros alados
Procedentes de la antigua fortaleza de Dur Sharrukin, estos imponentes toros alados con cabeza humana datan de la segunda mitad del siglo VIII a.C. En el Imperio asirio, estas figuras híbridas de hombre y bestia eran conocidas como lammasu y eran criaturas protectoras que la fertilidad, la riqueza o el poder.
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Retrato de Luis XIV
Este retrato constituye la imagen más conocida que el mundo tiene del rey Luis XIV, uno de los monarcas más poderosos de la historia de Francia y quien mejor representó el poder del modelo absolutista. Fue encargado al artista François Hyacinthe Rigaud en 1701 y en un principio iba a ser un regalo para el nieto del rey, Felipe V de España, pero el resultado gustó tanto en la corte que Luis XIV acabó por quedárselo. El cuadro muestra a la perfección todo el poder y el lujo que ostentaban los reyes del Antiguo Régimen.
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Autorretrato de Durero
Este autorretrato del pintor más famoso del Renacimiento alemán se realizó en 1493 y es un óleo sobre vitela que posteriormente se pegó en un lienzo. En él vemos a un joven Durero mirando directamente 'a cámara', con un gesto que recuerda al gótico alemán y una flor de cardo (símbolo del sufrimiento de Cristo) en las manos. A lo largo de su vida, Durero se dibujaría en varios autorretratos que, al ponerlos uno al lado del otro, nos permiten ver su evolución como persona y su evolución como artista a la vez.
Imagen: Wikimedia Commons
La coronación de la Virgen
Fra Angélico fue uno de los grandes maestros del Renacimiento temprano y esta pieza lo demuestra. El retablo fue pintado a mediados del siglo XV para la Iglesia de Santo Domingo de Fiesole y en él se muestra a Jesús coronando a una María que se arrodilla ante él mientras un amplio grupo de santos y personajes bíblicos son testigos del ceremonioso acto. Fra Angélico tiene otra imagen de La coronación de la Virgen (expuesta en la Galería de los Uffizi de Florencia), pero la del Louvre cuenta con mayor nivel de detalle en la escena y sustituye el fondo dorado por uno azul más realista.
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