Los emperadores romanos más crueles y depravados
En el mundo antiguo, Roma se consideraba a sí misma un faro moral y cultural que iluminaba a los pueblos que conquistaba, pero algunos de sus gobernantes fueron más crueles y salvajes que cualquier bárbaro.
En el mundo antiguo, Roma se consideraba a sí misma un faro moral y cultural que iluminaba a los pueblos que conquistaba, pero algunos de sus gobernantes fueron más salvajes que cualquier bárbaro. Repasamos la vida de algunos de los emperadores romanos más crueles y depravados, por qué fueron tan odiados, y los apodos por los que se les conocía.

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Calígula, el insomne (37-41 d. C.)
Calígula se consideraba a sí mismo una deidad, y construyó tres templos en su propio honor. Veía conspiraciones por todas partes y se deleitaba contemplando la tortura y la ejecución de aquellos a quienes, de modo preventivo, decidía señalar. Ejemplo de paranoia autocumplida, murió́ apuñalado por una conspiración de senadores y pretorianos sublevados contra su tiranía.

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Tiberio, el pedófilo (14-37 d. C.)
Suetonio escribe también acerca de una roca escarpada en Capri desde donde el emperador arrojaba al mar a sus víctimas después de torturarlas. Al parecer, era una persona bastante creativa a la hora de infligir dolor. Por ejemplo, obligaba a los invitados a beber una gran cantidad de vino y les ataba con fuerza el pene para someterlos al doble suplicio de la presión de la cuerda y no poder orinar. Se dice que un pescador se acercó a él para regalarle un espléndido barbo que había capturado, pero lo hizo de manera tan repentina que asustó a Tiberio, así que este ordenó que le restregaran la cara con el pez. En medio del castigo, el pescador aún tuvo ánimo de bromear: “Menos mal que no le he ofrecido la langosta que he capturado esta mañana”. Tiberio, que oyó sus palabras, ordenó ir a buscar la langosta e hizo que le desgarraran la cara con ella.

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Nerón, el pirómano (54-68 d. C.)

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Domiciano, el paranoico (81-96 d. C.)

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Cómodo el gladiador (177-192 d. C.)
Después de sufrir varios intentos de asesinato, perdió́ la razón. En el Coliseo, ordenaba atar en el centro de la arena a soldados con alguna amputación de guerra para matarlos él mismo con su espada. Su imagen pública se derrumbó́ estrepitosamente hasta que, finalmente, su maestro de lucha lo estranguló en la bañera.

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Septimio Severo, el militarista (193-211 d. C.)
Pese a su férreo autoritarismo y la crueldad de sus decisiones a la hora de tomar represalias contra sus enemigos –ya fueran políticos o militares–, la mayor parte del pueblo amaba a Septimio Severo, pues había devuelto la gloria a Roma tras el decadente gobierno de Cómodo. No opinaban lo mismo los cristianos, quienes contemplaron, aterrorizados, cómo se multiplicaba el número de mártires durante su reinado.

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Caracalla, el fratricida (211-217 d. C.)

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Heliogábalo, el prostituto (218-222 d. C.)

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Teodosio I, el genocida (347-395 d.C.)
Cuando se enteró́ de lo sucedido, Teodosio decidió́ organizar una gran carrera de cuadrigas en Tesalónica. Los ciudadanos griegos, que habían demostrado su amor por ese deporte con su brutal defensa del auriga apresado, llenaron el estadio. Pero se trataba de una trampa. Teodosio había dado una orden secreta a los pretorianos: cuando el estadio estuvo completo, cerraron las puertas y ejecutaron a todos los presentes. Cerca de 7 000 personas fueron asesinadas a sangre fría. Según algunas fuentes, Teodosio se arrepintió́ de su decisión antes de que se llevara a cabo, pero la contraorden no llegó a tiempo.

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Diocleciano, el matacristianos (284-305 d. C.)
Aquel fue el comienzo de una sangrienta política de limpieza religiosa. En 303, el emperador arrasó la iglesia de Nicomedia –la actual ciudad de Izmit (Turquía)– y promulgó un edicto por el cual se ordenaba la destrucción de todos los textos y templos cristianos del imperio, al tiempo que se prohibía que los seguidores de esa fe se reunieran para celebrar liturgias. Las crucifixiones y ejecuciones en el circo acabaron con muchos cristianos, pero Diocleciano fracasó en su intento de hacer que estos regresaran a la religión tradicional. Al contrario: muchos romanos paganos estaban en contra de aquella persecución y, horrorizados e inspirados por tantos martirios, se hicieron cristianos.