Hay momentos (en este caso, batallas) que cambian la historia de un país. En España podría ser la batalla de las Navas de Tolosa; para Cuba la toma de Santa Clara y, para Vietnam, la ofensiva del Tet. Para Japón, sin duda, ese enfrentamiento que tuvo repercusiones más allá de lo que cualquiera pudiera imaginar fue la batalla de Sekigahara. En ella se puso fin al periodo más largo de guerras civiles que el país había conocido y comenzó un momento que definiría al país en los siglos siguientes.
Desde el siglo XIII, Japón vivía una situación de inestabilidad similar a la que podía verse en muchos otros reinos de la época. Derivada de las luchas internas y las disputas por acumular poder se vivió un periodo de más de un siglo en el que las guerras civiles se sucedían de forma continua. La figura del emperador había perdido el poder que ostentase en el periodo Heian y pasó a convertirse en un elemento simbólico del estado, provocando que los señores feudales (daymios) se disputaran su autoridad y poder. Lo más parecido que hubo a una paz fue el intento de Oda Nobunaga por unificar el país bajo su shogunato, pero este se vio truncado cuando fue asesinado e hizo que las luchas perduraran hasta la subida al poder de Toyotomi Hideyoshi.
Cuando Toyotomi murió, las antiguas enemistades resurgieron y los daymios decidieron volver a disputarse el cargo de shogun y, con él, el dominio de la isla. En este caso los pretendientes al puesto eran el poderoso Tokugawa Ieyasu y el heredero de Toyotomi, cuyos intereses fueron defendidos por Ishida Mitsunari. Demostrando que el honor del guerrero era algo relativo cuando de ambición se trataba, las traiciones y emboscadas se sucedieron hasta que la tensión estalló en Sekigahara, campo de batalla que reunió a ambos ejércitos y en el que se decidió el futuro del país.
Sekigahara supuso el establecimiento de un poder político-militar absoluto, que ató en corto a los señores feudales y cerró sus fronteras al resto del mundo, especialmente a las potencias europeas. El periodo Tokugawa, que nacería tras lo ocurrido en Sekigahara, es el momento de más conocido de la historia japonesa y, curiosamente, el que más ha llegado al resto del mundo.
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El periodo Sengoku
En Japón, la era Sengoku se corresponde al tiempo transcurrido entre 1467 y el 1600 (para algunos historiadores el 1603). Esta época es conocida como el ‘periodo de las provincias en guerra’ y comenzó con el enfrentamiento entre la corte del Sur, que defendía el dominio del emperador, y el shogun Ashikaga. Esta lucha por el poder desembocó en una sucesión constante de guerras civiles en las que los distintos daymios (señores feudales) buscaban imponer su dominio y ampliar su influencia.
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¿Qué es un shogunato?
En el Japón feudal, el poder recaía en dos figuras principales: el emperador y el shogun. Mientras que el emperador ostentaba el poder religioso (se les consideraba descendientes de los dioses) y representaba la unidad de la nación, el poder nominal y la verdadera autoridad política era del shogun. Esta figura surgió durante las invasiones de los mongoles de Kublai Khan y se correspondía con el comandante en jefe de un gran ejército propio. Con el paso del tiempo, el shogun pasó a ser el gran señor que dirigía el país y abanderaba a los demás señores.
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La muerte de Oda Nobunaga
Oda Nobunaga comenzó como un daymio menor del periodo Sengoku. Primero tuvo que enfrentarse a su propia familia por el control del clan para después, una vez establecido en el poder, comenzar a expandir sus dominios. Es considerado uno de los primeros promotores de la unificación japonesa y el que más cerca estuvo de conseguir pacificar el país. Sin embargo, en el año 1582 fue asesinado por uno de sus generales y sería su lugarteniente Toyotomi Hideyoshi quien recogería el testigo.
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Toyotomi Hideyoshi y el problema de la sucesión
Toyotomi continuó la labor de quien había sido su señor y completó el proceso de unificación en su persona, dando lugar a un efímero periodo de paz. Debido a sus orígenes humildes, Hideyoshi nunca fue nombrado shogun y los daymios de Japón comenzaron a cuestionar el derecho a la sucesión de su hijo. Toyotomi Hideyori. Las espadas volvían a afilarse y solo era cuestión de tiempo que los tambores de guerra sonaran de nuevo.
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El consejo de los Cinco Regentes
Antes de morir en 1598, Toyotomi Hideyoshi estableció que el gobierno del país recaería sobre un consejo formado por los daymios más poderosos y cercanos a Toyotomi (los llamados Cinco Regentes) que comandarían el país desde Osaka hasta que su descendiente cumpliera la mayoría de edad y pudiera gobernar. Sin embargo, los pequeños señores vieron este vacío de poder como una oportunidad de recuperar la independencia perdida y algunos de los miembros del consejo como su salto hacia el shogunato.
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Comienzan las traiciones
Dentro del consejo había dos figuras que se destacaban tanto por su influencia como por sus intereses. Por un lado estaba Ishida Mitsunari, el responsable de la administración burocrática de Toyotomi y su principal benefactor. Por otro, Tokugawa Ieyasu era uno de los señores más poderosos y el que más posibilidades tenía de oponerse a Toyotomi.
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Ishida Mitsunari
Su posición privilegiada dentro del gobierno de Toyotomi le convirtió en su gran defensor. Siendo consciente de la posibilidad de un nuevo conflicto armado, Mitsunari quiso ahorrar al país otro derramamiento de sangre asesinando a Tokugawa y sus principales seguidores pero la jugada le salió mal y tuvo que huir y refugiarse en el castillo del propio Tokugawa, que se vio obligado a acogerlo siguiendo su estricto código de honor.
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Tokugawa Ieyasu
Estratega brillante y poseedor de uno de los mayores ejércitos del país nipón, el poder de Tokugawa Ieyasu superaba con creces al del resto de daymios y eso le convertía en un más que digno contrincante para Toyotomi Hideyori. La muerte de Maeda Toshinaga, otro de los grandes aliados de Toyotomi Hideyori, en la primavera de 1599 precipitó los planes de Tokugawa.
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La guerra en el norte
Mientras Tokugawa reunía a sus tropas para dar un golpe de Estado y tomar el poder, el daymio Uesugi Kagekatsu se le adelantó y se alzó en armas en el norte de la isla. Las negociaciones no fructuferaron y Tokugawa en persona decidió avanzar con sus huestes para aplastar la revuelta de Uesugi. Mitsunari, que también estaba preparándose para ir a la guerra, decidió perseguir a Tokugawa en su avance hacia el norte y atraparle entre sus tropas y las de Uesugi.
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El plan de Tokugawa
Avisado por su extensa red de espías, Tokugawa era consciente del avance de sus enemigos y decidió frenar su paso para encontrarse con Mitsunari mientras sus aliados contenían a Uesugi en el norte. Sin darse cuenta, lo que podría haber sido una emboscada aislada derivó en una guerra abierta que, de nuevo, volvía a implicar a los principales señores de las islas. La facción de Tokugawa y la de Mitsunari, cada una con cerca de 85.000 hombres, se encontraron en Sekigahara el 21 de octubre del año 1600.
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El desarrollo de la batalla
La batalla comenzó alrededor de las 8:00 de la mañana, cuando la densa niebla se despejó y los ejércitos vieron que estaban mucho más cerca de lo que pensaban. Aunque las fuerzas estaban técnicamente igualadas, las huestes de Tokugawa eran superiores y supieron aprovechar ese hecho para imponerse a lo largo de todo el combate. El desarrollo de la batalla se basó, más que en una estrategia cuidadosa, en el embiste constante de los de Tokugawa contra las tropas de Mitsunari, que estuvieron a la defensiva casi en todo momento. Se destaca la devastadora actuación de li Naomasa y su caballería acorazada de élite, los llamados Diablos Rojos.
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Arcabuces, cañonazos y puñaladas por la espalda
Gran parte del éxito del ejército Tokugawa se debió al uso de los arcabuces, que emplearon en abundancia y permitieron diezmar las tropas enemigas con rapidez, otorgándoles una ventaja inicial que supieron aprovechar. Por su parte, el mejor momento de Mitsunari se consiguió gracias a la acción sorpresa de unos cañones comprados a mercaderes europeos que causaron el terror en un primer momento, pero que no fueron suficientes para detener el avance masivo de las tropas de Tokugawa.Con todo, lo que realmente marcó la victoria fue el cambio de bando o la pasividad de algunos señores en mitad de la batalla. Mitsunari, que contando con sus aliados sumaba unos 85.000 soldados, estaba combatiendo con cerca de 30.000 mientras supuestos aliados como Shimazu Yoshihiro o Kobayakawa Hideaki se mantenían al margen hasta ver quién sería el ganador. Hideaki cambió de bando en las horas bajas de Mitsunari y concedió la victoria a Tokugawa.
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Victoria aplastante
La batalla había terminado para las 14:00 y los hombres de Tokugawa recogían el botín de guerra y cortaban las cabezas de los generales enemigos. Mitsunari fue atrapado pocos días después y decapitado junto a sus restantes aliados y Tokugawa terminó de pacificar el país y estableció su liderazgo absoluto.Precisamente, uno de los elementos clave para entender la victoria de Tokugawa en Sekigahara es el hecho de que su ejército presentaba un frente unido y sólido en el que ninguno de sus seguidores cuestionaba la autoridad del futuro shogun. Por su parte, las tropas de Mitsunari estaban compuestas por pequeños señores a los que solo les unía un enemigo común y su empeño por aumentar su poder. Por ello, cuando llegó el momento, muchos daymios prefirieron pasarse al bando de Tokugawa y salvar el pellejo.
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El periodo Tokugawa
El periodo Tokugawa o periodo Edo, nombre que recibió debido a que la capital imperial se trasladó a la ciudad de Edo (actual Tokio), comenzó oficialmente en el año 1603 y duró hasta 1868. Tokugawa Ieyasu aseguró su situación de poder y, tras casar a su hija con Toyotomi Hideyori, fue nombrado shogun por el emperador Go-Yōzei. Si bien es cierto que el periodo Tokugawa es recordado como un momento de paz en la historia japonesa, lo cierto es que también ha pasado a la historia por ser el asentamiento del shogunato como una dictadura militar absoluta en la que los daymios estaban sometidos al poder del shogun. La era Tokugawa también supuso el aislamiento absoluto de Japón y el cierre de las fronteras, además de la época de esplendor de los samuráis, situaciones que cambiarían drásticamente con la Restauración Meiji.
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