La megalópolis maya de Chichén Itzá fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988 y su pirámide central es uno de los monumentos más visitados del planeta.
Cuando los mayas se vieron abandonados por sus dioses, sin comida ni agua y obligados a destruir la selva que les había acogido para intentar sobrevivir o a luchar contra sus pueblos hermanos para conseguir un pedazo de tierra en el que cultivar, fueron conscientes de que su fin se aproximaba y abandonaron las imponentes ciudades que habían habitado para hacer las paces con las trece deidades de su panteón y con ellos mismos. A unos 100 kilómetros de la costa, hubo una ciudad que fue llorada más que ninguna otra: Chichén Itzá, la joya de Yucatán.
Fundada aproximadamente en el año 525 d.C., esta imponente urbe reunió en su interior a diferentes pueblos mayas que fueron influenciándose los unos a los otros en ese espacio común. Su tamaño e importancia religiosa la convirtieron en el centro de atención de todos los mayas e hicieron que creciera y se convirtiera en un lugar próspero y rico con una alta población incluso para las abarrotadas ciudades mayas. Sus 25 kilómetros cuadrados acogían a un número de habitantes cuya densidad de población se equipararía a Los Ángeles hoy en día.
Chichén Itzá se convirtió en un interesante lugar en el que las clases guerreras, feroces y poderosas, y los nobles intelectuales, maestros de las matemáticas y la astronomía, se unieron. Desde el lugar que ocupa hasta la distribución de sus edificios o las características de los mismos, los mayas diseñaron una ciudad altamente eficiente y avanzada dedicada en su totalidad a dos de los más poderosos dioses mayas: Kukulkán y Chaak, el creador del mundo y el dios del agua. Su pirámide central, que en realidad era un castillo para los gobernantes de la ciudad, se edificó en honor a ambas deidades.
Aun cuando la civilización maya perdió su esplendor y acabó menguando a partir del siglo XIII, los restos arqueológicos de Chichén Itzá redescubiertos a finales del XIX levantaron pasiones y sorprendieron al mundo conforme los estudios e investigaciones desvelaban la increíble habilidad e inteligencia de este pueblo. Habiendo muchas otras grandes ciudades mayas y sin pretender desprestigiar al resto de yacimientos, resulta imposible negar que Chichén Itzá carga en su ambiente un halo de magia y misterios antiguos. Te contamos algunos sorprendentes secretos de esta maravilla del mundo moderno.
Significado del nombre
Chichén Itzá es, obviamente, una palabra en lengua maya que se puede traducir como “boca del pozo de los itzaes” o brujos de agua. El nombre se debe al cenote sagrado junto al que los mayas establecieron su ciudad y que era una parte fundamental de su cultura y sus creencias y que estaba ligado con el dios Chaak, deidad de la lluvia y del agua. Si su nombre se deriva desde la lengua huatesca, se traduce como “serpiente con apariencia de pájaro”.
Imagen: Daniel Delgado.
Esplendor de la ciudad
La imponente ciudad maya fue fundada en el siglo VI d.C., aproximadamente en el año 525. Surgió de la unión de distintos pueblos mayas que combinaron a grupos de eruditos e intelectuales con guerreros y se asentaron en un terreno mayor de 25 kilómetros cuadrados, a 100 kilómetros de la costa y que en pocos años se convertiría en un lugar sagrado y centro de peregrinaje para los mayas de Yucatán y alrededores.
Imagen: Daniel Delgado.
Suelo cimentado y calles adoquinadas
Los estudios arqueológicos y sobre el terreno han demostrado que, cuando los mayas llegaron a la actual Chichén Itzá, se encontraron un terreno irregular y con frondosa vegetación que transformaron rápidamente. Cimentaron el suelo excavándolo, colocando estructuras y sepultándolas para crear un llano que después recubrieron con adoquines para formar calles y caminos. Hoy en día, se pueden seguir encontrando indicios de este trabajo.
Imagen: Daniel Delgado.
Murallas sociales
Aunque Chichén Itzá contaba con un gran número de guerreros y estaba rodeada por murallas, estas no ejercían una función defensiva. Como también ocurre en las ruinas de Tulum (Yucatán) y otros yacimientos mayas, las murallas eran utilizadas para dividir las ciudades en clases o “barrios” según la posición social. El interior de la ciudad estaba ocupado por los nobles y sus palacios mientras que, conforme pasabas a las zonas exteriores, era más común encontrar al pueblo llano y sus sencillas chozas.
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Rojo, azul, amarillo y verde
Aunque el paso del tiempo y el clima han cubierto Chichén Itzá con un aspecto grisáceo y deteriorado, de piedra bruta, los edificios estaban pintados en su origen. El comercio y las redes de comunicación de los mayas eran muy extensas y les permitían transportar pigmentos minerales con los que pintaban sus construcciones y que eran considerados de gran valor. Los colores predominantes eran el rojo y el azul, colores sagrados para los mayas, seguidos del verde y el amarillo o dorado.
La pirámide de la serpiente
La imagen más mítica del recinto arqueológico de Chichén Itzá es la de su majestuosa pirámide de 30 metros. Esta construcción (un castillo en su origen) se situó en el centro de la ciudad y fue erigida en honor a Kukulkán o Quetzalcoatl, la serpiente emplumada. Esta deidad es una de las más importantes del panteón maya, responsable de la creación del mundo, y su imagen está presente tanto en las escaleras de la pirámide como en otras muchas construcciones del recinto.
Imagen: Daniel Delgado.
Reconstruida con su propia piedra
La piedra caliza con la que está construida la pirámide fue saqueada durante años y utilizada para levantar iglesias u otros edificios. Cuando la ciudad fue redescubierta, se decidió hacer un proceso de restauración en el que se cogieron piedras de dos de los lados de la pirámide y se emplearon para arreglar la fachada principal y su colindante, haciendo que media pirámide tenga un aspecto excelente y la otra haya quedado más deteriorada.
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El calendario más grande de México
La pirámide de Quetzalcoatl cuenta con un cuerpo dividido en dos lados con nueve zonas escalonadas a cada lado, haciendo un total de dieciocho (número de meses que tenía el calendario maya). Además tiene cuatro escalinatas, una por cada extremidad del cuerpo humano, con 91 escalones por escalera y sumando 364 escalones. Si a eso se le añade el remate de la pirámide (la cabeza) hace un total de 365, el número de días que tiene un año maya.
Imagen: Daniel Delgado.
Ilusiones ópticas
Si uno se coloca frente a la escalinata principal y comienza a desplazarse hacia la izquierda en línea recta, la barandilla de la escalera será visible entre los huecos que forman los diferentes niveles, haciendo que parezca que alguna criatura descomunal está descendiendo lentamente por la pirámide. Al llegar al lateral y ver completamente el otro lado, nos encontraremos de frente con la cabeza de una serpiente.
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El descenso de Kukulkán
Los mayas eran uno de esos pueblos que no dejaban nada al azar. El castillo de Kukulkán fue construido para lograr un impresionante efecto visual. Durante el equinoccio de primavera, el sol proyecta la sombra de los 9 niveles de la pirámide sobre la piedra de la escalera, creando la ilusión del cuerpo ondulado de una serpiente. Este momento era una de las fechas más importantes para los mayas de Chichén Itzá y, hoy en día, el descenso de la serpiente emplumada a la Tierra sigue atrayendo a miles de curiosos.
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El canto del quetzal
Si uno se planta frente a las escaleras de la pirámide y da una palmada, la construcción le devolverá un curioso sonido distorsionado, casi animal. Resulta que eso que se escucha tras la palmada es un ruido muy similar al canto del quetzal, un ave tropical de pequeño tamaño y vivos colores que los mayas consideraban sagrada.
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La acústica, al servicio de los gobernantes
El castillo, además de ser el epicentro de la ciudad, era un símbolo de poder inconfundible. Su diseño y la distribución de los edificios de alrededor permitirían a un gobernante situado en su cima poder comunicarse con todo su pueblo sin necesidad de levantar en exceso la voz. Pero, aún más cómodo, las posibles quejas o comentarios de los súbditos no llegarían a oídos del gobernante por lo que no existía opción a crítica.
Imagen: Daniel Delgado.
La matrioska maya
Investigaciones previas dentro de la pirámide descubrieron que, tras su fachada y primeras estancias, encerraba un segundo edificio. Los escáneres por ultrasonidos y últimos avances tecnológicos han permitido profundizar aún más y encontrar un tercer edificio en su interior. Los mayas crearon una especie de gigantesca matrioska en la que cada construcción era recubierta por otra de mayor tamaño.
Imagen: Wikimedia Commons.
El jaguar en el castillo
Cuando se hizo la primera incursión al interior de la pirámide, los arqueólogos encontraron una estatua del dios Chaak con el vientre plano, probablemente utilizada para dejar las ofrendas, y un valioso trono en forma de jaguar. El asiento era de piedra y estaba decorado con jade y presentaba el aspecto del temible dios Balam, señor de la noche y símbolo de poder y muerte para los mayas, como un jaguar con las fauces abiertas.
Imagen: iStock Photo.
Chaak, dios de la lluvia
Yucatán es una zona propensa a las sequías (de hecho, la teoría más extendida es que los mayas desaparecieron debido a la falta de lluvia). Después de Quetzalcoatl, la deidad a la que estaban dedicadas la mayoría de las construcciones era Chaak, dios de la lluvia y del agua. Los altares de ofrendas encontrados o el grabado que aún se puede ver en la cabecera de la pirámide representan a este dios con su característica nariz en forma de trompa. Incluso el nombre de la propia ciudad y la presencia del cercano cenote hacen referencia al elemento de Chaak, el agua.
Imagen: Daniel Delgado.
El cenote de los guerreros
Los cenotes son pozos naturales que se forman a partir de aguas subterráneas y hundimientos de tierra. En la cultura maya, los cenotes eran considerados la entrada al inframundo (Xibalbá) y muchos entierros se hacían arrojando al cadáver a la poza con sus riquezas y posesiones. Chichén Itzá se encuentra muy cerca de cuatro cenotes, aunque el más próximo está dentro de la propia ciudad y se consideraba sagrado. Como curiosidad, a comienzos del siglo XX el estadounidense Edward Herbert Thomas compró la propiedad del cenote por 75 dólares y sacó de sus profundidades gran cantidad de objetos y joyas mayas.
El templo de las mil columnas
Al otro lado de la explanada, detrás de la pirámide, se encuentra el llamado Templo de los Guerreros, conocido popularmente como “el de las mil columnas”. Su estructura se encuentra dividida en varios niveles y la parte baja está repleta de columnas de piedra que en su día sirvieron para sostener un techo de madera. Aunque en realidad hay menos de 500 columnas, al verlas desde lejos dan la sensación de ser muchas más.
El observatorio
Bautizado como ‘el caracol’ por los españoles debido a una escalera en espiral que oculta en su interior, este edificio es el ejemplo perfecto del gran dominio de la astronomía que alcanzó el pueblo maya. Observando las estrellas y aplicando conocimientos matemáticos muy avanzados para la época, los mayas diseñaron su calendario y establecieron las épocas de cultivo en sus campos. Los últimos estudios demuestran que, por ejemplo, los mayas conocían el ciclo de 584 días de Venus.
Imagen: Daniel Delgado.
Plataforma de baile
Un cuadrilátero de piedra de unos 3 metros de altura fue utilizado por los mayas como plataforma de baile, probablemente en ceremonias y rituales relacionados con los dioses. Entre los muchos grabados y ornamentos que presenta se destacan los remates en forma de cabeza de serpiente y el relieve de Quetzalcoatl en sus tres estados: como serpiente emplumada (señor del cielo), como hombre-bestia (señor de la tierra) y como serpiente marina rodeada de peces (señor del inframundo).
Imagen: Daniel Delgado.
El juego de la pelota más grande de Mesoamérica
Uno de los grandes pasatiempos de los mayas, probablemente el más conocido, es el juego de la pelota. En Chichén Itzá se encuentra la cancha más grande de toda Mesoamérica, con 120 metros de largo y 30 metros de ancho. El tamaño del recinto, los distintos elementos que lo componen y los grabados encontrados en sus muros apuntan a que este juego era mucho más que un deporte para los mayas.
Imagen: Daniel Delgado.
Cómo se jugaba
El juego consistía en un enfrentamiento entre dos equipos de siete jugadores cada uno. Debían usar las caderas (con un tablón de madera atado), cabeza, rodillas y hombros para elevar una pelota de caucho de entre 2 y 3 kilos y colarla por un agujero de piedra a 7 metros de altura. En los muros se encontraban espacios reservados para los gobernantes, eruditos y religiosos de la ciudad, además de gradas para las clases bajas. Cuando el juego terminaba el capitán del equipo campeón era sacrificado, cosa que se consideraba una recompensa ya que se le enviaba con los dioses.
Imagen: Daniel Delgado.
Siete ecos
Si se mira el muro de la derecha en la cancha de Chichén Itzá, se puede observar que a la derecha del aro las piedras son de gran tamaño y a la izquierda más pequeñas. Ocurre lo mismo en el lado izquierdo pero en sentido invertido. Este detalle consigue que, cuando uno se sitúa en el centro de la cancha y da una palmada mirando hacia uno de los muros, se escuche un eco que repite el sonido siete veces exactamente. Para los mayas, el número siete era sagrado y tenía una profunda relación con los dioses.
Altar de los cráneos
Muy cerca del juego de pelota se encuentra otra estructura en forma de cuadrilátero con una curiosa decoración: sus muros están recubiertos de grabados en forma de calaveras humanas. Aunque en un principio se pensó que eran las cabezas de sus enemigos, todo parece apuntar a que se corresponden con las cabezas de los capitanes ganadores en el juego de pelota. El grabado de la forma de sus cráneos y de sus nombres era señal de respeto y honor hacia los vencedores.
Imagen: Daniel Delgado.
La nobleza deformaba su cabeza
Se sabe que todos los cráneos tallados en el altar pertenecían a nobles por la forma ovalada de la parte posterior. Para los mayas eran señales de estatus y belleza cosas tan bizarras como deformarse el cráneo, tatuarse todo el cuerpo, ser bizco, separarse los dientes o incluso afilarlos en forma de colmillos.
Imagen: Daniel Delgado.
Abandono y redescubrimiento
La poderosa civilización maya, una de las más avanzadas de su tiempo, acabó por desaparecer debido a una prolongada época de sequías que desembocó en hambrunas, deforestación y guerras. Chichén Itzá fue abandonada alrededor del año 1.200 d.C. y se redescubrió a finales del siglo XIX. Cuando las ruinas fueron halladas, se encontraron consumidas por la vegetación y fue necesario un prolongado proceso de restauración. En 1988 fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad y es considerada una de las siete maravillas del mundo moderno.