Algo tiene la guerra para que el ser humano se haya pasado practicándola desde su nacimiento como especie y sociedad. Ya sea por dinero, tierras, poder, libertad, amor o simple gusto por la sangre; la historia demuestra que preferimos solucionar nuestros problemas con la espada antes que con la pluma. Si las batallas y represalias posteriores no fueran suficientes, las distintas civilizaciones tienen la manía de cumplir lo de “la historia la escriben los vencedores” y edulcorar el rastro de sangre que se ha ido dejando. En su momento fue a través de las ilustraciones y grabados en piedra, más tarde llegaron las crónicas y los cuadros y, a partir del siglo XX, las películas.
Tal vez por una vergüenza secreta que todas las civilizaciones esconden por las guerras combatidas, es muy común que la historia sea reescrita y suavizada para ensalzar una serie de valores que cada país considera propios y reducir complejos conflictos a conceptos maniqueos de buenos y malos. Incluso cuando el general Custer llevó a una muerte segura a sus hombres, la historia lo recordó como un heroico acto de valentía y sacrificio. Desde el Acta Diurna de los tiempos de Julio César hasta los cantares de gesta, las adaptaciones de batallas famosas no siempre buscan el realismo histórico.
Con el cine, ese gran medio que acaparó todas las miradas durante el siglo XX, pasa algo parecido. Las historias que nos cuentan los directores y el reparto pueden perseguir muchas y muy variadas metas: entretener al público, homenajear a un personaje histórico, denunciar una situación o, en pocos casos, reflejar un acontecimiento importante de la forma más realista posible.
La guerra, al menos por ahora y hasta nueva orden, forma parte de nuestra historia. Pero la magia del cine y de la ficción es que puede crear mundos y situaciones destructivas que no tienen un efecto en el mundo real. Los muertos de una película solo mueren en la pantalla. Ya sea por diversión, patriotismo o por la epicidad capaz de ponerle los pelos de punta a cualquiera, hay guerras que merece vivir a través de la pantalla. Estas son algunas de las mejores batallas históricas que nos ha dejado el cine.
La carga de la brigada ligera (Michael Curtiz, 1936)
Aunque los guionistas cambiaron el año y el lugar de la acción –de la Crimea de 1853 a la India de 1850–, a nadie se le escapa que representa la famosa carga de Balaclava, que supuso la aniquilación del 27 Regimiento de Dragones del ejército inglés. Un nuevo desastre de la historia militar reconvertido en hazaña heroica por Hollywood, y un clásico con todos los honores.
Murieron con la botas puestas (Raoul Walsh, 1941)
Una versión suavizada, mitificada y, en definitiva, falsificada del famoso (e inepto) general George A. Custer, al que Errol Flynn convierte en un gallardo oficial destinado a enfrentarse a una muerte heroica en Little Big Horn. Toda la fuerza del Hollywood clásico combinada con el talento de Raoul Walsh consigue un título imperecedero. Una obra maestra y una película imprescindible aunque totalmente alejada de la realidad.
Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957)
Tenía que ser Kubrick y tenía que ser Kirk Douglas. El brillante director creó un drama bélico en el que, tras una intensa batalla durante la Primera Guerra Mundial, un grupo de soldados serán juzgados por los errores que sus superiores han cometido. Kubrick se centró en transmitir un mensaje antibelicista y en reflejar las duras condiciones a las que hacían frente los soldados en las trincheras más que a los enfrentamientos en sí. Aunque en ningún momento se menciona directamente, la batalla a partir de la que se desarrolla toda la trama es la de Verdún (1916).
Espartaco (Stanley Kubrick, 1960)
Este clásico del cine cambió la forma en la que se hacían películas históricas hasta ese momento. Con un guion de Dalton Trumbo, por aquel entonces miembro de la llamada “lista negra de Hollywood”, la película une la epicidad del rebelde tracio con la impresionante ambientación histórica y las actuaciones de Kirk Douglas, Tony Curtis o Lawrence Olivier. Destacamos la batalla del río Silario, sublimemente rodada y seguida por la mítica escena de “¡Yo soy Espartaco!” Un clásico como pocos.
El león de Esparta (Rudolph Mate ,1961)
Todo el mundo conoce ‘300’ (2007) de Zack Snyder y -esperemos- el cómic de Frank Miller, pero la batalla de las Termópilas se había llevado ya antes a la gran pantalla. Esta cinta inglesa es menos aparatosa que la versión moderna, pero comparte el espíritu narrativo y no pocos de sus diálogos. Aunque no se sabe quién tuvo la idea de vestir a los espartanos con cascos de la legión romana.
El día más largo (Andrew Marton, 1962)
El mayor plantel de estrellas para la mayor invasión; hasta 42 actores de primera fila aparecen en esta producción basada en el best-seller de Cornelius Ryan sobre el desembarco de Normandía. Con los testimonios de miles de personas que habían vivido la batalla, la película busca ese espíritu coral. Sin embargo, la dureza de la playa de Omaha quedaría mucho mejor retratada en ‘Salvar al soldado Ryan’ (Steven Spielberg, 1998).
La batalla de Inglaterra (Guy Hamilton, 1969)
El primer rayo de esperanza que detuvo las aspiraciones de Hitler de hacerse con toda Europa tuvo lugar sobre los cielos ingleses y franceses en 1941. No es de extrañar que el cine inglés no escatimara medios a la hora de rememorar esta hazaña en una producción con reparto internacional que, a pesar de su calidad, fue un fracaso de taquilla. Las batallas aéreas fueron rodadas en Sevilla y Huelva y recrean el arrojo de los soldados de la RAF.
Waterloo (Sergei Bondartchouk, 1969)
Está bastante olvidada esta reconstrucción cinematográfica de la derrota definitiva de Napoleón, pero el productor Dino de Laurentiis la filmó como una superproducción en toda regla: Rod Steiger interpretó a Bonaparte, Christopher Plummer fue Wellington y Orson Welles, un contundente Luis XVIII. Contaron con más de 20.000 extras para filmar las escenas de la batalla del modo más realista posible. Merece una revisión, si se puede encontrar.
Gallipoli (Peter Weir, 1981)
Uno de los mayores desastres en la historia del ejército británico es recreado aquí por el director australiano Peter Weir, con el protagonismo de un casi principiante Mel Gibson. A través de la amistad de dos soldados australianos, llegamos a la Turquía de 1915 y a la inhumanidad de unos oficiales resueltos a provocar el mayor desgaste humano posible con tal de vencer. La última escena sigue siendo memorable.
La colina de la hamburguesa (John Irvin, 1987)
De entre todas las películas sobre Vietnam que llenaron los cines en la década de los 80, está no se cuenta entre las más conocidas, pero sí entre las más apreciadas. Mientras Oliver Stone filmaba ‘Platoon’, John Irvin recreó uno de los enfrentamientos históricos más cruentos del conflicto: diez días de lucha sin cuartel para la toma de una colina que se cubrió de cuerpos destrozados. No es para estómagos sensibles.
Stalingrado (Joseph Vilsmaier, 1993)
El cine alemán sacó músculo en el 50 aniversario de esta batalla, que llevó a las pantallas en una película que no ahorró crudeza al recordar uno de los enfrentamientos más brutales de la IIª Guerra Mundial. La trayectoria de un pelotón de soldados alemanes enviado como refuerzo a una batalla que todos saben condenada desde un principio es el hilo conductor de una historia destinada a acabar sin esperanza ni supervivientes. ‘El enemigo a las puertas’ (2001) otorgó a esta batalla un punto de vista distinto al contarla a través de un francotirador ruso y su homólogo alemán.
Braveheart (Mel Gibson, 1995)
Resulta llamativo que, a pesar de que el lugar donde se celebró la batalla se llama Stirling Bridge, Mel Gibson decidiera que no hubiera ningún puente en el momento culmen de su película. Aun con los gazapos históricos e invenciones que el director y protagonista coló en su película sobre William Wallace, esta batalla sigue guardando una de las escenas más épicas y heroicas de la historia del cine.
Pearl Harbor (Michael Bay, 2001)
Los avances en efectos digitales permitieron al duo Bruckheimer/Bay lanzarse a la nueva moda de reconstrucción multimillonaria de desastres iniciada con ‘Titanic’ (1997). El ataque japonés a la base norteamericana está filmado sin escatimar en espectacularidad, con el espectador poniéndose incluso en el punto de vista de las bombas que caen, y una de las maquetas más grandes de la historia del cine: la del buque Oklahoma hundido durante la batalla.El problema es que toda la parte de la película ajena al ataque no tiene más interés que cualquier otra superproducción. Más interesante puede ser repasar ‘Tora! Tora! Tora!’ (1970), centrada en ofrecer el punto de vista de americanos y japoneses y en mantenerse fiel a la verdad histórica. Las escenas norteamericanas fueron rodadas por Richard Fleischer, y las japonesas por Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, después de que Akira Kurosawa abandonara el proyecto. El resultado es una película sólida y fascinante que ha conseguido envejecer más que bien.
Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002)
Un joven DiCaprio se veía las caras contra un enorme Daniel Day-Lewis que nos regalaba una impresionante interpretación del maniaco Bill ‘el Carnicero’ Cutting. En medio de una historia de venganzas personales, amoríos y corrupción en el olvidado suburbio neoyorquino de Five Points, Scorsese reflejó excepcionalmente el descontento de la población durante los llamados “disturbios de reclutamiento” que tuvieron lugar en 1863 como respuesta a la injusta política de reclutamiento del Ejército Unionista en plena Guerra de Secesión.
El último samurái (Edward Zwick, 2003)
A pesar de que esta historia consiguió ser un heroico homenaje a la mitificada figura del guerrero samurái, el trabajo de Edward Zwick y Tom Cruise se aleja bastante de la realidad histórica. Para empezar, el extranjero que se unió a los rebeldes japoneses se llamaba Jules Brunet y era francés, no estadounidense. Efectivamente, la historia se encuadra en la llamada guerra Boshin entre los seguidores del shongunato Tokugawa y los reformistas Meiji. La batalla con la que termina la película se basa en la batalla de Hakotade, donde la resistencia samurái y Jules Brunet fueron derrotados.
El Álamo (John Lee Hancock, 2004)
La versión dirigida y protagonizada por John Wayne en 1960 sigue siendo la película de referencia, mientras que esta, producida por la Disney, se hundió en taquilla. Injustamente, porque presenta una visión de los hechos mucho más ajustada a la realidad histórica y cuenta con un magnífico plantel de actores. Lograda reconstrucción del asalto al fuerte, y no menos lograda la revancha del militar Sam Houston.
Troya (Wolfgang Petersen, 2004)
Ha habido otros intentos de retratar la más famosa de todas las batallas de la Antigüedad –si bien aún no se sabe si fue histórica o solo mitológica-, pero este destaca no solo por su gran presupuesto y abundancia de estrellas y efectos especiales, sino por el empeño del director en mantener la historia a un nivel realista –anacronismos aparte-, anulando cualquier intervención divina directa a las que tan aficionados fueron otros cineastas. Sólo Aquiles (Brad Pitt) está filmado intencionadamente como un semidiós, para resaltar su condición de guerrero invencible. El resto consigue hacerse cercano al mostrar todas sus dudas y debilidades con especial mención para Orlando Bloom, que crea un Paris cercano a lo despreciable.
Banderas de nuestros padres (Clint Eastwood, 2006)
En 1945, estadounidenses y japoneses se enfrentaron durante semanas para asegurar el control de un insignificante islote en el Pacífico: la isla de Iwo Jima. Su importancia estratégica hizo que ambos bandos lucharan con todo lo que tenían y miles murieran. Clint Eastwood, con su particular tono y sensibilidad, contó esta importantísima batalla y cómo el gobierno estadounidense la convirtió en un símbolo de esperanza y victoria. Ese mismo año también dirigiría ‘Cartas desde Iwo Jima’, en la que la historia es vista desde el lado japonés.
Che el argenitno (Steve Soderbergh, 2008)
El director estadounidense retrató a uno de los mayores iconos del siglo XX a través de este interesante biopic. Basado en los relatos del propio Ernesto Guevara, la película narra desde el viaje hacia Cuba a bordo del yate Granma hasta la triunfal entrada de Fidel Castro en La Habana. El episodio que no podía faltar, por la importancia de este en el desarrollo del conflicto y por el papel que jugó en él, era la toma de la ciudad de Santa Clara. El sabotaje de un tren de armamento batistiano y la conquista de la ciudad reflejan a la perfección las técnicas de guerrilla que empleaban los revolucionarios.
El rey proscrito (David Mackenzie, 2018)
No es la primera vez que vemos al personaje de Robert the Bruce retratado en una película, pero es probable que sea la más cercana a los acontecimientos históricos. Dejando a un lado el papel de secundón que se le atribuyó en ‘Braveheart’ (1995), David Mackenzie nos presenta a un complejo Robert que deberá arriesgarlo todo para conseguir el trono que tanto desea y que le costará muy caro. La película termina en Loudoun Hill, donde se plantea la importante batalla que allí se libró desde una perspectiva realista y cruda en la que se ve a la perfección el desarrollo caótico que caracteriza a estos enfrentamientos.