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Es bien sabido que las luces intermitentes producen un efecto hipnótico. Cualquier fuente luminosa que emita a intervalos provoca en el cerebro un progresivo estado de somnolencia. De hecho, numerosas religiones han aprovechado ese efecto en sus rituales. Las hogueras que se encienden en la santería, las vidrieras de las catedrales católicas o los ventanucos en el techo de los templos musulmanes buscan una cierta cadencia rítmica.

También podemos observarlo en la vida cotidiana. Conducir por la noche viendo los faros reflejados en los objetos o quedarse mirando las luces de una discoteca produce una sensación de sosiego. Las velas han sido, desde antiguo, la forma más sencilla de conseguirlo, por lo que se han empleado en muchas culturas y diferentes ceremonias a lo largo del tiempo.

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