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Oficinas para después de una pandemia

Podríamos asistir al final de las oficinas diáfanas y los grandes campus diseñados para que los trabajadores pasen la mayor cantidad de tiempo posible en sus puestos.

Es difícil visitar las oficinas de uno de los grandes campus de ingeniería de Google y no sentir la tentación de dejar el curriculum vitae a la salida. Sus espacios de trabajo, que hemos visto en innumerables reportajes a lo largo de los años, están repletos de servicios que prometen hacer la jornada laboral mucho más agradable y fácil: restaurantes con cocineros de alto nivel y un menú variado durante todo el día (y la noche), lavandería, jardín de infancia, zonas deportivas, gimnasios, salas de juego y recreo…
Todos estos extras existen por una simple razón: es mucho más probable que un empleado con acceso a tales cosas pase más tiempo en su puesto de trabajo y se sienta más integrado en la compañía. Pero lo más importante es que se han convertido más o menos en un estándar dentro de las empresas tecnológicas de Silicon Valley y, por extensión, en todas las compañías tecnológicas.
Una de las primeras compras que hará una start-up cuando consiga su primera oficina será, invariablemente, una mesa de pimpón o algún otro accesorio en esa misma línea. Conforme vaya creciendo, se verá obligada a apostar por este tipo de prestaciones adicionales para atraer y retener el talento. Es lo que se espera de ella, y esas cosas son tan necesarias como una máquina de café, aunque luego apenas se utilicen o la mesa de pimpón acabe haciendo las funciones de improvisado escritorio para reuniones.
¿Ha variado esto por la pandemia? Durante un año, los flamantes campus de Google, Apple, Facebook, Amazon o Microsoft y sus admiradas instalaciones han estado completamente vacíos. Ahora que se empieza a considerar una vuelta paulatina al trabajo presencial, todas esas atracciones pensadas para disfrutar en común parecen menos importantes, incluso un tanto frívolas. Algo está empezando a cambiar, y el caso de Google es el ejemplo paradigmático de la nueva tendencia. Podría tener los días contados el tradicional plano abierto de sus oficinas, con mesas comunes en espacios diáfanos que obligaban a utilizar auriculares a prácticamente todos sus empleados, los googlers, que empezarán a volver a sus puestos presenciales de trabajo a finales de este verano –el 1 de septiembre, en teoría–, pero con condiciones diferentes a las de los tiempos prepandémicos. Para empezar, la compañía espera que el 20 % de sus asalariados trabaje ya a distancia de manera indefinida, aunque ha anunciado que estudiará caso por caso.
Quienes no permanezcan en casa tendrán un calendario mixto: acudirán a la oficina tres días a la semana y trabajarán desde sus hogares los otros dos. La idea es que esas tres jornadas concentren las reuniones presenciales que se necesiten y que el resto de los objetivos se cumplan a distancia. En cualquier caso, para Google el cara a cara continúa siendo importante y muy útil. Como dice su primer ejecutivo, Sundar Pichai, “durante más de veinte años, nuestros empleados han estado viniendo a la oficina para resolver problemas: en una cafetería, alrededor de una pizarra, durante un partido de vóley playa...”. A menudo, esos contactos informales favorecen la creatividad.
En consecuencia, el aspecto de los centros laborales de la empresa se está transformando, empezando por su sede de Mountain View (California). Google ha instalado barreras móviles modulares para separar a los grupos de trabajo, y en las áreas comunes hay espacios aislados, para que los equipos trabajen unidos cuando sea necesario, pero sin aglomeraciones que faciliten los contagios. Además, los diseñadores de las nuevas oficinas han creado salas y espacios pensados para las videoconferencias grupales, algo imprescindible ahora que buena parte de los trabajadores cumplen sus tareas desde casa.
Microsoft está haciendo algo parecido en su enorme sede central de la ciudad de Redmond, situada 1350 kilómetros al norte de la de Google, aunque la pandemia de covid-19 llegó justo cuando la empresa estaba ampliando su cuartel general –los trabajos empezaron a principios de 2019– y ha retrasado los planes. Es un cambio significativo, porque Microsoft siempre ha tenido una organización más clásica que la usual entre las grandes compañías tecnológicas más jóvenes. Su gran fase de crecimiento tuvo lugar en los años ochenta y noventa, y en la configuración de sus oficinas se apostaba por una arquitectura más tradicional, con cubículos y despachos individuales. Algo similar ocurría con Apple y su histórico campus de One Infinite Loop en la ciudad californiana de Cupertino, pero el nuevo Apple Park (ubicado en la misma localidad) sigue una filosofía completamente opuesta.
En los últimos años, Microsoft había ido transformando sus oficinas para asemejarlas a las de Google o las de Apple, con planos abiertos y espacios comunes donde los trabajadores pueden interactuar, pero el nuevo diseño de su campus ha sufrido retoques a causa de la pandemia: ahora apuesta por las áreas compartidas y multifuncionales, pero mucho más pequeñas y modulares que las de antes. Estarán destinadas a equipos reducidos y con horarios flexibles, un aspecto en el que insiste la propia empresa, que dice ver esta flexibilidad como “esencial para mantener el equilibrio entre el trabajo y la vida”.
Este tipo de cambios en los centros de trabajo puede parecer poco relevante, pero afecta al conjunto de la economía, y más si hablamos de estas colosales compañías (Alphabet, la empresa cuya principal filial es Google, tiene más de 130 000 empleados en el mundo). Según un estudio hecho en 2012 por la Universidad de California en Berkeley, por cada puesto de trabajo de software o ingeniería de Silicon Valley, se creaban en la misma zona cinco relacionados con todo tipo de actividades: vigilancia, limpieza, restauración, enseñanza...
Si estas grandes empresas globales siguen siendo el espejo en el que se mira el resto, podríamos estar asistiendo al final de las oficinas diáfanas y los grandes campus diseñados para que los trabajadores pasen la mayor cantidad de tiempo posible en sus puestos, y esto tendrá un precio: si ya no es necesario que pase mucha gente por sus sedes, se perderán empleos indirectos ocupados por los más castigados durante esta pandemia, que ya soportaban condiciones de vida difíciles en comunidades diseñadas para ingenieros y ejecutivos con altos ingresos.

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