La 'vergüenza de volar' o no coger aviones por conciencia ecológica
Esta iniciativa es conocida como ‘flygskam’ por su éxito en Suecia, y anima a dejar de coger aviones como forma de lucha y protesta contra el cambio climático.
La joven activista sueca Greta Thunberg, impulsora de huelgas estudiantiles en todo el mundo para protestar por la inacción de los gobiernos ante la emergencia climática, no se sube nunca a un avión y es fiel usuaria del ferrocarril. Primero convenció a sus padres para que dejaran de desplazarse por aire y, más adelante, mucha gente de su país empezó a sumarse a esta moda con conciencia verde.
El término sueco flygskam se traduciría en español como ‘vergüenza de volar’, y significa tomar una actitud consciente y responsable de las consecuencias que tiene para el medio ambiente el hecho de montarse en un avión, debido principalmente a las altas emisiones de dióxido de carbono que acarrea esta forma de desplazarse. Y es que, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, cada kilómetro que nos desplazamos por el aire contamina veinte veces más que cuando nos movemos en tren.
Muchas personas, sobre todo en Suecia, se están sumando a esta iniciativa, evitando especialmente los trayectos en avión entre ciudades del mismo país, pues son distancias que se pueden recorrer fácilmente por tierra con una huella ecológica menor. “Este movimiento considera especialmente criticables los desplazamientos en avión de duración inferior a una hora, entre capitales, que están bien cubiertos por conexiones en tren”, explica Pablo Díaz, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universidad Abierta de Cataluña (OUC).
El flygskam no parece una moda de minorías: según datos de WWF, en el año 2018 un 23% de los suecos, una población con reconocida conciencia ambiental, renunció a volar para reducir su impacto.
El orgullo de viajar en tren
El otro término sueco popularizado en todo el mundo es el tagskyrt, que significa ‘orgullo de viajar en tren’, y que se ha materializado en la plataforma Stay Grounded (quedarse en la Tierra). Este movimiento tuvo su primera reunión en julio de 2019 en Barcelona, un congreso titulado ‘Decrecimiento de la aviación’ y al que, por supuesto, los asistentes llegaron por tierra. Para facilitar las comunicaciones de larga distancia y evitar los desplazamientos en avión, se utilizaron plataformas streaming y otros medios de telecomunicación.
El simbolismo de este acto puede enlazarse con una práctica que se puede tildar de incoherente, pero que es habitual en el mundo científico y resta credibilidad a los investigadores en materia de cambio climático, y es la cantidad de emisiones resultantes de los largos desplazamientos en avión que realizan los científicos para acudir a seminarios y congresos internacionales.

la vergüenza de volar
Ya lo decía Peter Kalmus, investigador de la NASA y autor de un libro con el sugerente título de Being the Change: Live Well and Spark a Climate Revolution (Ser el cambio: vivir bien y provocar la revolución climática), en un artículo de opinión publicado en el periódico The Guardian en diciembre de 2017, meses antes del comienzo de las huelgas climáticas de Greta Thunberg y de la generalización del movimiento anti-aviones:
“Este fin de semana, 25.000 científicos de todo EEUU y del extranjero volaron a Nueva Orleans para la reunión Anual de la Unión Geofísica Americana. Estos investigadores estudian el impacto que el calentamiento global está teniendo en la Tierra. Desafortunadamente, su viaje aéreo contribuirá a este calentamiento al emitir alrededor de 30.000 toneladas de CO2.
Como científico y miembro de esta organización, reconozco la importancia de su trabajo. Pero hay algo que falla. Por un lado, nuestras investigaciones nos informan, con terrible claridad y urgencia, de que la quema de combustibles fósiles está destruyendo los sistemas de soporte vital de nuestro planeta. Ya sabemos que debemos detenerlo. Sin embargo, la mayoría de los científicos emiten más que el estadounidense promedio, simplemente porque vuelan más”.
Científicos climáticos que no cogen aviones
En su artículo, Kalmus explica que dejó de coger aviones en el año 2012, consciente de que esta decisión tendría como consecuencia una ralentización en el progreso de su carrera científica, pero también de con ella estaba poniendo su parte para evitar la catástrofe medioambiental. Este científico también formó la plataforma No fly climate sci (científicos climáticos que no vuelan), una iniciativa que, como su nombre indica, pretende que los investigadores reduzcan la huella ambiental de sus desplazamientos, pero sin renunciar a los beneficios que les aporta el reunirse con sus colegas de profesión e intercambiar experiencias. Las reuniones a nivel regional y las teleconferencias son la clave para conseguirlo.
Una verdad muy incómoda
Renunciar a volar no es sencillo, sobre todo en un contexto en el que las compañías low cost han hecho asequibles los desplazamientos en avión para la clase media y en el que viajar ya no es un lujo al alcance de unos pocos, sino que lo tenemos interiorizado como un derecho y como algo que parece ‘imprescindible’ para abrir la mente y adquirir nuevas experiencias vitales.
Como siempre que se apela a la responsabilidad individual en un contexto global en el que los políticos y gestores, y no los ciudadanos, son quienes deberían tomar cartas en el asunto, muchas personas están en desacuerdo con esta iniciativa, pues no parece justo hacer caer sobre nuestros hombros la pesada carga de mitigar el cambio climático. Otras personas opinan que, sin embargo, la presión de los consumidores puede ser capaz de provocar verdaderos cambios que inciten a gestores y grandes compañías a modificar sus prácticas o a implementar tecnologías menos contaminantes.
En el caso del flygskam, ”la conciencia medioambiental entre los turistas va creciendo y el sector ha percibido estas señales: cada vez se desarrollan más productos con conciencia ecológica y para estos públicos”, explica Díaz, el investigador de la UOC. Algunas compañías aéreas empiezan a considerar mejoras tecnológicas para disminuir las emisiones contaminantes y mejorar su imagen.
Y es que, nos guste o no, el avión es el medio de transporte más nocivo en relación con el cambio climático y además es una de las fuentes de gases de efecto invernadero que experimentan un crecimiento más rápido.
Además, como recuerda un manifiesto que se puede leer en varios idiomas en la página web de la plataforma Stay Grounded, “solo el 10% de la población mundial ha viajado alguna vez en avión. Sin embargo, son sobre todo aquellos que no utilizan este medio de transporte los que se ven más afectados por la crisis del cambio climático y por los efectos negativos de la expansión de aeropuertos, como la ocupación de tierras, el ruido y los problemas de salud de conllevan. Las comunidades del Sur Global, que apenas han contribuido a la crisis, son las más afectadas”.
Otra forma de turismo es posible
Más allá del movimiento para evitar coger aviones, mucha gente está empezando a reflexionar sobre los problemas que acarrea el turismo insostenible y masificado. El viajero de hoy en día ya no es un viajero, sino un turista cuyo impacto sobre el medio ambiente y la sociedad que visita puede llegar a ser muy negativo.
Al problema de las emisiones de los viajes en avión se suma la gentrificación de los barrios de las ciudades más turísticas: aumento del precio de la vivienda y de la cesta de la compra, problemas de convivencia, pérdida de la esencia y de las formas de vida típicas de muchas culturas, y desplazamiento forzoso de los habitantes de estas áreas a zonas periféricas de la ciudad.
Mucha gente se plantea si, en este contexto de globalización, redes sociales y turismo masificado, es realmente necesario y enriquecedor lanzarse a viajar por el mundo. Por otro lado, también existen formas de viajar y conocer lugares con un turismo más local y consciente.
Es una verdad incómoda, pero ahí está. Puede ser relativamente fácil llevar un estilo de vida sostenible, consumir responsable o moverse en bici por la ciudad, pero parece que todos esos comportamientos se olvidan a la hora de viajar y dejamos a un lado nuestra conciencia ambiental para coger un vuelo barato que nos lleva a la otra punta del mundo o nos dejamos seducir por la comodidad de un alojamiento barato en piso turístico en el centro de una ciudad.
¿Nos hará reflexionar el flygskam? ¿Servirá para hacer presión y que se faciliten otras formas de desplazamiento? “En países muy concienciados, como los nórdicos, sí puede notarse un descenso en la demanda de vuelos de corto recorrido y una alta sustitución hacia el tráfico ferroviario”, reflexiona el investigador de la UOC. Díaz afirma que el fenómeno cogería fuerza si los estados tomaran parte en el asunto. “Si las autoridades emprendieran medidas de restricción de vuelos de corto recorrido, y fomentaran y subvencionaran más el uso del tren y otros transportes menos contaminantes, las consecuencias entonces sí podrían ser mayores”, concluye Díaz.