'La Guerra de Los Mundos': la invasión, vista por gente corriente
Los invencibles marcianos son destruidos no por la resistencia humana, sino por la acción de las bacterias, uno de los seres vivos más diminutos que existen en nuestro planeta.
Una de las novelas mas influyentes en la historia de la ciencia ficción sigue sin tener una versión cinematográfica definitiva; lo cual no quiere decir que las realizadas hasta ahora para cine y televisión sean malas, todo lo contrario, pero siempre les termina faltando algo a la hora de captar el espíritu original de la obra de H. G. Wells. Y llama la atención que ninguna de ellas se haya atrevido a desviarse del conocido final original y de la lección de humildad que encierra: los invencibles marcianos son destruidos no por la resistencia humana, sino por la acción de las bacterias, uno de los seres vivos más diminutos que existen en nuestro planeta.
No ha permanecido tan intacta la idea de Marte como el planeta de origen de los invasores. En los tiempos en que Wells escribió su novela, las sondas Viking de la NASA –y la propia NASA– estaban muy lejos de existir, y la astronomía imperante señalaba Marte como el principal candidato a albergar vida entre los planetas que nos rodean. Pero las cosas han cambiado, y han sido las naves terrestres las que han llegado a l planeta rojo , confirmándolo como un mundo sin vida inteligente. Por eso, en la versión que nos ocupa, dirigida por Steven Spielberg en 2005, el origen de los alienígenas no queda aclarado, y nunca se utiliza la palabra marciano.
Spielberg, como ya hizo también la versión dirigida por Byron Haskin en 1953, actualiza la trama de la Inglaterra de finales de siglo XIX a los Estados Unidos del presente (solo una de las dos últimas adaptaciones televisivas, ambas de 2019, ha regresado a los tiempos victorianos originales). Si puede considerarse la mejor de todas no es solo por la perfección de sus efectos especiales, algo que ya se daba por supuesto en el director de Parque Jurásico , sino porque consigue como ninguna otra captar la desesperanza y la angustia presentes en el texto de Wells. En su contra juega la afición de Spielberg a meter niños en sus películas, convirtiendo al protagonista, Ray Ferrier, en un atribulado padre de familia, lo cual en ocasiones pesa demasiado en la trama. Y Tom Cruise, buen actor pero con una excelente forma física y excesiva aura de superestrella, quizá no sea la elección más adecuada para interpretar al norteamericano medio. El resultado final se resiente como consecuencia de estas decisiones.
El gran mérito de la película es narrar la invasión desde el punto de vista del ciudadano común, tal y como hizo Wells. En la versión de 1953 abundan los altos mandos políticos y militares, y hasta el protagonista es científico de profesión. Aquí, no. Ray Ferrier es un operario de gr ú as divorciado que vive en Nueva Jersey y tiene la custodia de sus dos hijos los fines de semana. Precisamente cuando están en su casa, un gigantesco trípode metálico surge del suelo de l vecind ario y empieza a desintegrar edificios y personas. En los días siguientes, los tres vivirán una pesadilla tratando de sobrevivir a la invasión, con Ferrier obligado a asumir su responsabilidad como padre –algo que, se nos señala, no hizo durante su matrimonio– y a proteger su vida y la de sus hijos, mientras a su alrededor la sociedad se desmorona y el pánico y la desesperación animalizan a las personas hasta reducirlas a sus instintos más primitivos; él mismo se descubrirá llevando a cabo acciones inconcebibles s o lo unos días atrás.
Que una producción de Spielberg sea un éxito de taquilla no es, por lo general, noticia: sorprende, en cierto modo, que esta lo haya sido también, si consideramos que se rodó solo cuatro años después de los atentados del 11 de septiembre, cuando la conmoción colectiva provocada por la caída de las Torres Gemelas estaba aún demasiado reciente, y que no es una película agradable de ver. La entereza con la que mucha gente reaccionaba ante la invasión en la versión de 1953 es reemplazada aquí por una crudeza que a veces supera lo narrado en el libro de Wells: en él, el protagonista se oculta durante unos días en un sótano con un sacerdote enloquecido, al que finalmente debe dejar inconsciente para que no atraiga a los marcianos con sus gritos; en la película, el sacerdote se convierte en un loco con armas, interpretado por Tim Robbins, y Ray, por el mismo motivo, no lo deja sin sentido, sino que, directamente, tiene que matarlo, y hacerlo además a escondidas de su hija.
Spielberg aprovecha también muchas ideas del libro que otras versiones obviaron, como los prisioneros que los alienígenas recogen en jaulas gigantes, o la maleza roja con la que cubren el terreno conquistado y que está alimentada, precisamente, con la sangre de los humanos capturados. La película –al igual que la novela– tiene, eso sí, un final feliz: Ray se reúne con toda su familia, pero ni él ni ellos son las mismas personas que eran en un principio. La experiencia vivida ha sido demasiado horrible como para pensar que ninguna felicidad es definitiva.