El hongo que secuestra la mente
Si fueras un hongo selvático que solo se reproduce a una determinada temperatura, humedad y distancia del suelo, pero que no puede desplazarse para alcanzar ese lugar ideal del bosque tropical, ¿qué harías? Una solución muy práctica sería secuestrar el cuerpo de un animal y dejar que hiciera el trabajo por ti. Eso es lo que consigue Ophiocordyceps unilateralis al parasitar a la hormiga carpintera, Camponotus leonardi.
Si fueras un hongo selvático que solo se reproduce a una determinada temperatura, humedad y distancia del suelo, pero que no puede desplazarse para alcanzar ese lugar ideal del bosque tropical, ¿qué harías? Una solución muy práctica sería secuestrar el cuerpo de un animal y dejar que hiciera el trabajo por ti. Eso es lo que consigue Ophiocordyceps unilateralis al parasitar a la hormiga carpintera, Camponotus leonardi.
Sus esporas entran en el cuerpo del insecto y, allí, el hongo comienza a devorar aquellos tejidos que no sean vitales para que su víctima continúe con vida, hasta que llegue el momento de reproducir más esporas. Entonces, extiende sus micelios y penetra en el cerebro de la hormiga, para tomar su control. El parásito es capaz de desarrollar múltiples mecanismos de manipulación fisiológica que parecen extraídos de un manual de vudú. El hábitat normal de la hormiga son los árboles del bosque húmedo, pero una vez que recibe la orden de su despiadado dueño, descenderá por el tronco y buscará la cara inferior de una hoja situada a pocos centímetros del suelo. Una vez allí, dará un mordisco con una fuerza descomunal en la vena principal de la planta. Los científicos lo llaman agarre mortal, pues es momento de que el hongo mate a su portador, invadiéndole el resto de su cuerpo. Luego, desarrolla una especie de tallo que sale por la parte posterior de la cabeza del himenóptero. Aquel produce un cuerpo elipsoidal, denominado peritecia, del cual saldrán las esporas para infectar nuevas hormigas.
Otros animales de pesadilla en el artículo Criaturas macabras, escrito por Mario García Bartual, en el número 376 de Muy Interesante.
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