¡Qué mareo!
La etimología es la parte de la gramática que trata del origen de las palabras y su evolución a lo largo del tiempo, una aventura que permite conocer historias realmente sugestivas. Por ejemplo, dos viene del latín duo, de donde derivan dúo, dueto o dualidad -existencia de dos caracteres o fenómenos distintos en una misma persona o cosa, según el Diccionario-. Pero también del duo latino surge duda, ya que al fin y al cabo dudar tiene que ver con elegir entre dos posibilidades. De ahí nace también el resto de la familia: dubitativo, dudable, dudoso? El estudioso de las palabras Fernando A. Navarro dedicó su libro Parentescos insólitos del lenguaje a estas familiaridades inesperadas de los vocablos. Cuenta, por ejemplo, que mareo y marisco provienen ambas de mar, mare en latín, mientras que rótula y rotulador comparten origen desde rueda o rodaja, de donde surgió rodilla, pero también rótulo y rotular. Otras veces, las relaciones son más accidentales, e incluso contradictorias. Así, fábrica ?establecimiento dotado de la maquinaria, herramienta e instalaciones necesarias para la fabricación de objetos-, procede del latín faber, que significaba originariamente artesano. También ocurre que las palabras se van transformando, convirtiéndose en otras de cuyo significado original se alejan. Comenzamos con turbinis, remolino en latín, de la que deriva turbión, aguacero con viento fuerte. De ahí se pasó a enturbiar ?hacer o poner turbio algo-, pero también turbar ?interrumpir, violenta o molestamente, la quietud-. Muy cerca de perturbar, pues. Pero de turbinis surgieron igualmente otros términos como turbación ?confusión, desorden, desconcierto?; turbado y turba ?muche dumbre de gente confusa y desordenada-. Y luego disturbio, conturbar, estorbar y torbellino ?remolino de viento-, con lo que casi volvemos al principio. Y es que hay palabras, como vemos, que dan muchas vueltas.
La etimología es la parte de la gramática que trata del origen de las palabras y su evolución a lo largo del tiempo, una aventura que permite conocer historias realmente sugestivas. Por ejemplo, dos viene del latín duo, de donde derivan dúo, dueto o dualidad ?existencia de dos caracteres o fenómenos distintos en una misma persona o cosa, según el Diccionario?. Pero también del duo latino surge duda, ya que al fin y al cabo dudar tiene que ver con elegir entre dos posibilidades. De ahí nace también el resto de la familia: dubitativo, dudable, dudoso?
El estudioso de las palabras Fernando A. Navarro dedicó su libro Parentescos insólitos del lenguaje a estas familiaridades inesperadas de los vocablos. Cuenta, por ejemplo, que mareo y marisco provienen ambas de mar, mare en latín, mientras que rótula y rotulador comparten origen desde rueda o rodaja, de donde surgió rodilla, pero también rótulo y rotular. Otras veces, las relaciones son más accidentales, e incluso contradictorias. Así, fábrica ?establecimiento dotado de la maquinaria, herramienta e instalaciones necesarias para la fabricación de objetos?, procede del latín faber, que significaba originariamente artesano.
También ocurre que las palabras se van transformando, convirtiéndose en otras de cuyo significado original se alejan. Comenzamos con turbinis, remolino en latín, de la que deriva turbión, aguacero con viento fuerte. De ahí se pasó a enturbiar ?hacer o poner turbio algo?, pero también turbar ?interrumpir, violenta o molestamente, la quietud?. Muy cerca de perturbar, pues. Pero de turbinis surgieron igualmente otros términos como turbación ?confusión, desorden, desconcierto?; turbado y turba ?muche dumbre de gente confusa y desordenada?. Y luego disturbio, conturbar, estorbar y torbellino ?remolino de viento?, con lo que casi volvemos al principio. Y es que hay palabras, como vemos, que dan muchas vueltas.