Harina la Carmita
Hay un libro de Ángel Rosenblat, El castellano de España, el castellano en América, en el que se pasa revista a los equívocos y divertidos malentendidos que provoca el español que se habla en diferentes países del mundo.
Hay un libro de Ángel Rosenblat, El castellano de España, el castellano en América, en el que se pasa revista a los equívocos y divertidos malentendidos que provoca el español que se habla en diferentes países del mundo. Así, el turista que viaja a México tiene que decidir, nada más salir del aeropuerto si sube a un camión (es la manera de llamar allí a los autobuses) o si llama a un ruletero, o taxista, quien después de darle más vueltas que una ruleta le dejará frente al hotel con los velices en la banqueta, es decir, con las maletas sobre la acera. En Caracas, a los atascos se les denomina galletas, o engalletamientos; en Buenos Aires, el tranvía es el bondi (actualmente se le dice así a los autobuses, dado que en la capital argentina ya no hay tranvías) y en Bogotá los problemas surgen cuando uno pide un café, que sin leche es un tinto, y cortado, un perico.
Pero, a veces, las confusiones no tienen tanto que ver con las palabras en sí, sino con los acentos y dejes propios de cada zona. Contaba Miguel de Unamuno que había visto en una ocasión el siguiente letrero pintado en la pared de un almacén de materiales: "K PAN K LA", por "ca pan calá", o sea, "cal para encalar".
Y también es divertida la historia de esa señora de Málaga que daba a unas amigas de Madrid la receta de un bizcocho: "tanto de huevos, tanto de azúcar, y harina la carmita". Después de buscar infructuosamente harina La Carmita por todas las tiendas de ultramarinos del barrio, tuvieron que consultar de nuevo a la amiga, quien aclaró que no se trataba de una marca, sino de la cantidad necesaria para hacer el pastel: harina, la carmita. Para entendernos, "la que admita".
Jesús Marchamalo