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El idioma y los jóvenes

Se dice que a los jóvenes no hay quien les entienda, y en muchos casos es cierto. Porque a su reconocida facilidad para inventar palabras y expresiones, hay que sumar la poca pervivencia de las mismas, que pasan de moda a una velocidad de vértigo.

Así, uno puede quedar como un auténtico retablo si anda por ahí diciendo chachi, guay, mola, fardar o ¡flipas!, palabras que aparecen incluso en la última edición del Diccionario, y cuyo origen se pierde en los más oscuros ancestros. Hoy, si uno quiere fundir en el ambiente juvenil, en vez de euros debe hablar de helios. Las cervezas son birras o birritas -en algunos casos se escucha incluso birrias-, y si algo interesa, se pilla o se pinza. Es un saldo la persona poco agraciada o la situación aburrida, y a quien se arregla hasta el ridículo se le tacha de ir operado.

Entre mis favoritas está el verbo engorilarse, que podría traducirse con los debidos matices como entusiasmarse. Tiene que ver con los gorilas y su llamativa manera de mostrar su gozo golpeándose el pecho con fuerza. Es un verbo que se puede conjugar -me engorilé, te engorila, estar engorilado-, e incluso utilizarse como sustantivo, de modo que uno se agarra o pilla un engorile.

Pero hay muchas más expresiones modernas: finde, por fin de semana; rallarse o írsele a uno el patín, por perder la cabeza; pillarse por enamorarse; rebotarse por enfadarse o colegón por amigo o compañero. Y vamos a dar por terminada esta lección antes de que acabemos hasta el nardo mismo o que nos nominen, que es lo que más se lleva.

Jesús Marchamalo

La ventana a un mundo en constante cambio

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