La exposición al plomo en la infancia, ligada a la conducta criminal
Tres estudios recientes apuntan nuevas evidencias sobre que la exposición al plomo a edades tempranas incrementaría el comportamiento criminal ya de adulto.
Los niveles elevados de plomo en la sangre de los niños se han relacionado con una serie de retrasos en el desarrollo intelectual y emocional de los pequeños, así como en problemas de conducta, hiperactividad y un menor rendimiento en el colegio. La intoxicación por plomo puede provenir de ciertos carburantes (en el pasado se vendía gasolina con plomo), emanaciones industriales y tuberías antiguas, entre otras fuentes. Y son principalmente los menores de tres años los más propensos a sufrir una intoxicación.
Desde hace tiempo los investigadores vienen debatiendo sobre la posibilidad de que además exista una relación entre una mayor exposición al plomo durante la infancia y el comportamiento criminal durante la edad adulta. Y hay estudios para todos los gustos en este sentido: los que consideran que no existe una relación evidente entre la exposición al plomo y la conducta delictiva, como una investigación reciente de la Universidad de Duke (en Durham, Carolina del Norte); y los que opinan lo contrario, es decir, que ambos están asociados.
Siguiendo las premisas de estos últimos, Kevin Drum, un bloguero político estadounidense de gran reputación que escribe para la revista progresista Mother Jones, y otros especialistas sugieren que una alta exposición al plomo sería la causa de las altas tasas de criminalidad que se vivieron durante los años ochenta y muy a principios de los noventa.
Esta teoría –llamada en inglés “lead-crime hipótesis” (“hipótesis del delito de plomo”, en castellano) apunta que la exposición al plomo a edades muy tempranas provoca en los niños problemas de aprendizaje, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y falta de control de los impulsos. Y este tipo de problemas, según explican, pueden incrementar las probabilidades de que cometan crímenes violentos después, cuando llegan a la edad adulta.

atasco
La prohibición de la gasolina con plomo, clave
Durante muchos años, entre las principales fuentes de emisión de esta sustancia tóxica que contamina el aire, el agua y el suelo estaban los vehículos que consumían gasolina con plomo. El esfuerzo por eliminar este tipo de carburante en Estados Unidos comenzó en la década de 1970 y se prohibió del todo en 1986 (en la Unión Europea se hizo también, pero con más retraso: no se vetó su comercialización hasta el año 2000). Esa prohibición evitó que los niños se vieran expuestos al plomo y unos veinte años después, cuando esos niños se convirtieron en adultos jóvenes, las tasas de criminalidad disminuyeron. Según los defensores de esta hipótesis, es eso lo que explica la disminución del crimen que se inició a partir de principios de la década de 1990.
Tres investigaciones recientes e independientes entre sí han estudiado los efectos de la exposición al plomo sobre las tasas de delincuencia y las tres apuntan a que, efectivamente, dicha exposición conduciría a un incremento del comportamiento criminal. La primera, llevada a cabo por los estadounidenses James J. Feigenbaum, de la Universidad de Harvard, y Christopher Muller, de la Universidad de California en Berkeley, muestra que las ciudades estadounidenses con tuberías de agua potable hechas de plomo sufrieron a principios del siglo XX tasas de homicidio más altas.
La segunda, que se ha centrado en un total de 120.000 niños nacidos en Rhode Island (EE. UU.) entre 1990 y 2004, también ha relacionado a los niños con una mayor exposición al plomo –debido a que vivían cerca de carreteras donde eran habituales los atascos de tráfico y en viviendas antiguas en las que se habían usado pinturas a base de plomo– con el fracaso escolar, el comportamiento antisocial y la delincuencia. El estudio lo han escrito las economistas Anna Aizer, de la Universidad Brown, y Janet Currie, de Princeton.
En cuanto al último estudio, firmado por Stephen Billings, de la Universidad de Colorado en Boulder, y Kevin Schnepel, de la Universidad de Sídney, se basó en datos de niños nacidos entre 1990 y 1997 en el condado de Charlotte-Mecklenburg (Carolina del Norte) a los que se midió los niveles de plomo en sangre: si superaban los límites establecidos, se les repetía la prueba. Eso dio a los investigadores dos grupos: los que presentaban niveles demasiado altos en las dos rondas y aquellos que solo los presentaban en la primera (en la segunda se quedaron un poco por debajo). Los primeros recibieron ayuda para reducir su exposición al plomo en el hogar, así como asesoramiento nutricional para mitigar los efectos; el segundo, pese a tener unos niveles muy similares, no (de manera que se convirtió en el grupo de control). Los niños que recibieron ayuda redujeron los niveles de plomo en sangre y después se vio que, pese a que habían partido de niveles de plomo más altos, tenían muchas menos probabilidades de ser arrestados por cometer un crimen violento que los del grupo de control que no habían recibido asistencia para bajar sus niveles de plomo en sangre.