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Los vientos, junto con las diferencias de temperatura y salinidad, originan las llamadas corrientes oceánicas superficiales y profundas. Las que nacen en los polos transportan agua fría a las regiones cálidas y viceversa, lo cual tiene una influencia mayúscula en el clima terrestre.

Uno de los motores que alimentan estas corrientes planetarias es una gigantesca catarata submarina en el océano Atlántico Norte, frente a las costas de Groenlandia. En un área de 10.000 km2, las aguas de la corriente del Golfo que han ido enfriándose y aumentando su salinidad -y, por tanto, su densidad- se precipitan literalmente hasta los 2 kilómetros de profundidad. Estos sumideros marinos arrastran varios millones de metros cúbicos de agua por segundo, que relegan a las cataratas terrestres, como las del Iguazú, a meros riachuelos. En el hemisferio Sur ocurre algo similar. En el mar de Weddell, el agua superficial se hiela, pero sólo en parte, ya que la sal no lo hace. Esta sal suplementaria provoca que el agua se torne densa y pesada, hasta que se precipita en cascada hacia el fondo.

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