Muy Interesante

Casos sonados del espionaje industrial

El dinero o el descontento pueden llevar a un empleado o a un ejecutivo a pasar secretos a la competencia, cuenta Vicente Fernández de Bobadilla.

Pablo Colado

Hacerse con los secretos del rival tiene tanta historia como la humanidad. Y no va a menos: la era digital ha proporcionado nuevas herramientas a los espías, ya actúen por venganza o sean topos perfectamente adiestrados.

Aunque hoy, considerar que el soporte físico ha desaparecido del espionaje industrial se paga caro. Robert B. Fried, investigador estadounidense especializado en seguridad y protección de la información, advirtió de ello en su artículo Dumpsters: Beware of Treasures (Contenedores: cuidado con los tesoros).

En él Fried escribió que “no toda la información puede mantenerse dentro de los ordenadores […]. Siempre se generan desperdicios. Y dentro de esta pila de basura, que se suele tirar a la papelera sin pensarlo dos veces, hay información sobre las operaciones de la empresa y sobre marketing, hojas de cálculo con datos financieros, materiales de investigación e incluso historiales de los empleados”.

También es posible que una empresa decida deshacerse de soportes informáticos obsoletos como CD-ROM, disquetes, cintas de casete o de VHS, discos duros o incluso cintas de máquina de escribir. Muchas veces sin comprobar su contenido, que ya no pueden leer por falta de soportes adecuados; un problema que no tienen quienes saquen este material de la basura.  Mucho más cómodo que hurgar en el cubo de la basura buscando secretos es encontrar a alguien que lo haga por ti.

Esta estrategia provocó el caso apodado JapScan, que aconteció en 1981 y enfrentó a las empresas Hitachi e IBM. La primera se hizo con muchos documentos de la segunda y, cuando el gigante azul investigó, descubrió que varios de sus altos ejecutivos habían facilitado esa información a sus competidores.  El asunto se solucionó fuera de los tribunales, mediante un acuerdo por el que Hitachi pagó a IBM una compensación de 300 millones de dólares.

Otro caso espectacular ocurrió en 1997, cuando se descubrió que Pin Yen Yang, presidente de la compañía taiwanesa Four Pillars Enterprise Company, había pagado, durante nueve años, alrededor de 160.000 dólares al doctor Ten Hong Lee, empleado de la empresa de adhesivos Avery Dennison, a cambio de un suministro continuo de datos confidenciales.

Sin embargo, a veces la motivación no es el dinero. También en 1997, Steven Louis Davis trabajaba para Wright Industries, empresa norteamericana que fue contratada por Gillette para que trabajara con ellos en el diseño de un nuevo sistema de afeitado. Poco después, envió faxes y correos electrónicos a varias de las empresas rivales con los detalles del nuevo diseño. Una de esas empresas avisó a Gillette, que no tardó en descubrir la identidad del filtrador.

Condenado a veintisiete meses de prisión, Davis explicó que las razones de su acción, por la que no recibió ningún tipo de compensación económica, fue que estaba enfadado con su jefe.  Si puede parecer absurdo que alguien decida hundir su carrera profesional por  este motivo, los expertos coinciden en que el descontento de los empleados no debe descartarse como elemento de riesgo. Aseguran que Dapheon, un nuevo producto de seguridad que SAI tiene en estos momentos en pruebas, es capaz de detectar incluso la amenaza potencial de trabajadores descontentos mediante “un sistema de algoritmos de seguridad muy elaborado”. No dan más detalles.


Más información sobre el tema en el reportaje Espionaje industrial, escrito por Vicente Fernández de Bobadilla. Puedes leerlo en el número 418 de Muy Interesante. 

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