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Ya hay más de 5 millones de humanos nacidos por fecundación in vitro

Desde la primera niña probeta en 1978, la biomedicina no ha dejado de investigar para ayudar a quienes tienen graves dificultades para concebir.

Una entre un millón. Estas fueron las probabilidades de éxito que los médicos auguraron a los padres de Louise Brown, la primera niña nacida por fecundación in vitro (FIV) en 1978, en el Reino Unido, cuando los científicos comenzaron a experimentar en este campo. Las últimas técnicas han logrado que, hoy, en cada intento se supere la tasa del 50 % de embarazo en mujeres menores de 38 años. La medicina avanza poco a poco para subir estas cifras a la vez que reduce el número de gestaciones múltiples. Y también para ir más allá: crear espermatozoides y ovarios para los individuos que son incapaces de generarlos o que presentan taras de fábrica. En definitiva, la biomedicina aspira a eliminar las barreras biológicas que impiden a algunas personas concebir un bebé.
El principal reto al que se enfrentan todos los especialistas consultados es el de aumentar las posibilidades de embarazo implantando un solo embrión en el útero. La ley española permite transferir, una vez que los óvulos han sido fecundados en el laboratorio, hasta tres embriones en el seno materno, aunque lo más frecuente es que sean dos. Esto se hace para incrementar la tasa de éxito en un solo intento, pero tiene su parte negativa: aumenta la probabilidad de embarazo múltiple –cerca de una cuarta parte de las mujeres que acuden a la FIV tienen embarazos gemelares–, lo que se traduce en un mayor riesgo de parto prematuro, diabetes gestacional e hipertensión materna. El desafío más inminente para la comunidad científica es implantar un único embrión con una tasa de éxito similar a la que se logra con dos, esto es, por encima del 50 %. Y, una vez logrado este punto, mejorarlo sin prisa pero sin pausa.
La última técnica que se usa para avanzar en este sentido es el time-lapse o embrioscopia. Se trata de observar los embriones durante los primeros días mediante unas incubadoras equipadas con una cámara y un microscopio que proporciona imágenes cada pocos minutos sin intervenir en su maduración. Hasta hace unos pocos años, solo se hubieran podido ver sacándolos de la incubadora, algo que se hacía cada varias horas. Observar la evolución del óvulo  permite conocer el comportamiento del embrión, la secreción de ciertas sustancias y el consumo de oxígeno, algo que da pistas sobre cuál es el más indicado para la implantación en el útero. José Muñoz, director del laboratorio del Instituto Madrileño de Fertilidad (IMF), explica que se están estudiando algoritmos para predecir con más precisión estas correlaciones y saber con exactitud cuáles son los blastocistos –embrión de cinco o seis días y unas doscientas células– con más potencial.
Crédito imagen: © Ted Horowitz/Corbis
Más información en el reportaje Nuevas fronteras de la fecundación in vitro, escrito por Pablo Linde. Puedes leerlo en el número 417 de Muy Interesante.
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