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La razón por la que algunas personas son significativamente más atractivas que las demás para los mosquitos y otros insectos no está en que tengan la sangre más o menos dulce, como suele pensarse, sino en el olor corporal.

Está demostrado que los seres humanos poseemos en la piel diferentes concentraciones y variedades de bacterias productoras de distintas sustancias volátiles que embriagan a los insectos, como el dióxido de carbono y el ácido láctico. Parece ser que los mosquitos tienen en sus antenas receptores sensoriales capaces de detectar la presencia de estos gases.

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