Diccionario de oficios

Aunque en el libro en contramos profesiones realmente exóticas, como la de polkista -el que se dedica a bailar la polka-, otras veces los nombres de los empleos resultan absolutamente previsibles. Así, el que vende o transporta besugos se llama besuguero, como se llama bocinero al que construye o vende bocinas. Ajero es el que comercia con ajos, y cebollero el que lo hace con cebollas. Cucharista, el que fabrica cucharas; saquero, el que compra y vende sacos, y flechero, nada más lógico, el fabricante de flechas. Hay veces también que la cosa no es tan sencilla: toldero, por ejemplo, no es como se llama al fabricante de toldos, como cabría esperar, sino al comerciante que vende sal al por menor.
Aforrador es el especialista en fabricar forros, y el adocenador, lógicamente, es el encargado de juntar por docenas todo tipo de géneros y mercancías. Faldera es quien, normalmente mujer, hace faldas, y sumista, la persona práctica y diestra en hacer sumas.
Entre los trabajos más geniales se cuentan el de hablistán, persona especialmente dotada para el habla, o el de arrimadora, la persona que en las obras arrimaba a los obreros materiales no pesados, como el agua. El balanzario, en las casas de moneda era el encargado de pesar metales antes y después de la acuñación, y el pendolista, quien escribe diestra y gallardamente. Una labor de mucha responsabilidad.