
Apocalipsis: maneras en que la Tierra podría desaparecer
¿De cuántas maneras podría ser destruido el planeta Tierra? En esta galería, vamos a explorar algunos de estos escenarios de apocalipsis, basándonos en hipótesis formuladas por los científicos.
La Tierra nació hace 4500 millones de años; es uno de los planetas rocosos del interior de nuestro sistema solar y, que sepamos, el único con vida.
Tras miles de millones de años de evolución, la Tierra se encamina hoy hacia la mitad de su existencia. Para este momento de la historia del planeta, la Tierra alberga una gran cantidad de organismos vivos, simples y complejos. Además, posee unas características que la convierten en un sistema vivo y cambiante: tiene un núcleo metálico más caliente que la superficie del Sol, que la dota de un campo magnético. Posee actividad tectónica, que transforma y recicla continuamente su superficie; y, además, está influida por eventos externos: el propio Sol, su satélite (la Luna), meteoritos que caen a ella con frecuencia, rayos cósmicos del espacio exterior…
Todos estos procesos forman un delicado equilibrio en el que la Tierra puede conservar sus características actuales, que son las que permiten que los seres vivientes que habitamos en ella podamos prosperar. Pero, como ocurre con cualquier sistema vivo, nada dura para siempre. Algún día, alguno de estos delicados procesos se alterará, y ello podría desencadenar consecuencias muy graves para la Tierra… incluso letales.
La muerte del Sol, el impacto de radiación procedente del exterior de sistema solar, la interacción de algún objeto astronómico colosal… En el universo, cualquier proceso superior (en tamaño y en poder) a la Tierra y su diminuto espacio vital en nuestro modesto sistema solar podría barrer para siempre nuestro planeta.
Que la Tierra desaparezca algún día, para algunos científicos, no tiene por qué significar, no obstante, la desaparición de la humanidad. La consecución de determinados logros tecnológicos podría implicar que la especie humana trascienda la propia Tierra, colonizando otros mundos o habitando en naves, y otros ingenios derivados. Pero la destrucción de nuestro planeta ocurrirá, antes o después, estemos ahí para presenciarla o no.
¿De cuántas maneras podría desaparecer el planeta Tierra? Y, si no desaparece, ¿de qué formas podría quedar completamente deshabitado y geológicamente muerto? En esta galería, vamos a explorar algunos de estos escenarios apocalípticos, basándonos en hipótesis formuladas por los científicos y en la influencia, tanto de nuestro propio vecindario cósmico, como de otros objetos estelares vecinos, asesinos potenciales de nuestro hogar.

Los científicos estiman que en el centro de todas las galaxias debe existir un agujero negro. En en centro de la Vía Láctea, se sitúa Sagitario A, cuya enorme gravedad (posee miles de millones de veces la masa de nuestro Sol) articularía la estructura de toda la galaxia. Es decir: probablemente estamos vivos gracias a este masivo objeto cósmico.
Y, de la misma manera, podemos también sucumbir a él. En entorno de un agujero negro posee un límite, llamado horizonte de sucesos, a partir del cual todo tipo de materia, incluida la luz, es absorbida hacia el interior de él. Nada puede escapar al beso de un agujero negro y, en un momento dado, la Tierra, junto con el resto de la galaxia, podrían ser consumidos por su abrazo mortal.
Nadie sabe lo que hay más allá de un agujero negro, pero todo apunta a que incluso las leyes de física, como el tejido espacio-tiempo, se verían deformadas.

Es una posibilidad que suena a ciencia ficción, pero que la ciencia no puede desestimar por completo.
Existe una célebre fórmula estadística llamada la ecuación de Drake, que estima que, en el peor de los casos, debería haber diez civilizaciones detectables solo en nuestra galaxia.
Desde los años noventa, los científicos descubren cada año varios planetas extrasolares. Para muchos científicos, es solo cuestión de tiempo que demos con alguna clase de vida fuera de nuestro planeta, inteligente o no.
Pero, ¿y si ellos dieran con nosotros primero? No todas las civilizaciones que, hipotéticamente, visitasen la Tierra, tendrían por qué hacerlo de manera pacífica. Esta posibilidad es la que contemplamos ahora.
De hecho, el ser humano ha lanzado un 'mensaje en una botella' cósmico viajando más allá del límite exterior del sistema solar: se trata de las sondas Voyager 1 y Voyager 2, que contienen un disco de oro con información y características sobre la Tierra: cómo encontrarla, qué tipo de criaturas viven en ella y cómo es su biología y su cultura. De hecho, el dispositivo incluye saludos en varios idiomas y sonidos de la Tierra, entre otros contenidos.
Quién sabe si esta simpática iniciativa no podría ser, irónicamente, la llave de la destrucción de nuestro planeta.

En la década de 1930, se produjo el descubrimiento del positrón, una partícula opuesta al electrón: con la misma masa, pero con carga positiva en lugar de negativa.
El positrón es un ejemplo de antimateria, idéntica a la materia ordinaria en masa, pero con carga opuesta. Lo que teorizan los científicos es que todas y cada una de las partículas del universo poseen su propia versión en forma de antimateria. Según esto, podríamos pensar, abstrayéndonos un poco, a que cada uno de nosotros, y también el planeta Tierra, poseería una especie de 'clon' de antimateria. Pues bien; esta afirmación es algo inexacta, dado que sería como afirmar que las partículas de antimateria adoptaría la misma disposición y estructura que la materia.
Pero lo importante de la antimateria es que, teóricamente, implica que el encuentro entre una partícula de materia y su misma versión de antimateria produciría la destrucción de ambas, en un estallido de energía descomunal.
¿Cómo puede esto abrir la posiblidad de la destrucción del planeta Tierra? Si nuestro planeta chocase con su homólogo de antimateria, ambos volatilizarían en décimas de segundo.
Para que esto ocurriera, necesaríamos hacer confluir 2 500 000 000 000 toneladas de antimateria con la Tierra.

Cada día, cada hora, la Tierra es bombardeada por partículas procedentes del interior de nuestro sistema solar: restos de cometas que se desintegran en nuestra atmósfera, y que caen a nuestro planeta como un finísimo polvo extraterrestre. En ocasiones, los meteoros son lo bastante grandes como para caer en forma de pedazos de un tamaño considerable.
En la historia reciente del planeta, no ha caído un meteorito lo bastante grande como para acabar con gran parte de los seres vivientes. La última vez ocurrió hace 66 millones de años, cuando una roca de once kilómetros de diámetro precipitó la desaparición de la mayor parte de los animales de gran tamaño, como los dinosaurios (impulsando a su vez, por cierto, a los mamíferos).
Los científicos, no obstante, creen que es cuestión de tiempo que otra roca de un tamaño considerable vuelva a caer a la Tierra. Las preguntas: ¿cuándo? Y, ¿qué podemos hacer si esto sucede? Todo depende del tamaño de la roca.
Si el meteorito es lo bastante grande (tanto como un diámetro igual o superior a diez kilómetros, la altura de un avión de pasajeros), ya podemos olvidarnos de conservar la mayor parte de la vida en la Tierra; en cambio, existen protocolos universales de actuación para evitar el daño en el caso de que objeto de gran tamaño (unos pocos kilómetros de diámetro) impactase sobre la Tierra. Si no es muy grande, la humanidad podría sobrevivir, aunque alguna zona planetaria se viera especialmente dañada por la catástrofe.
Por otra parte, otros escenarios que implican grandes rocas podrían terminar, no solo con la humanidad, sino con el propio planeta Tierra.
Durante la primera fase de formación de nuestro planeta, con el sistema solar recién nacido, otro planeta de tamaño similar al de Marte se precipitó hacia la Tierra. Se llamaba Teia, y los materiales de ambos se fundieron para dar lugar a la estructura actual. Nuestra Luna sería un remanente de este viejo choque planetario, siendo esta una de las teorías más populares de la formación de nuestro satélite natural.
En la línea de lo ocurrido hace miles de millones de años, un impacto por parte de un objeto lo bastante grande como para alterar la estructura de la Tierra podría dividir ésta en varios fragmentos, o cambiar para siempre su composición.

La energía de vacío es una propuesta de la física cuántica para explicar la expansión constante del universo.
En el año 1900, Max Plank presentaba su ley de la radiación del cuerpo negro, basada en la idea de que la luz intercambia energía con la materia de modo discontinuo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que una extraña energía, que parecía ser infinita, se extendía por todo el universo incluso en ausencia de átomos. Esto es lo que conocemos como energía de vacío.
La energía de vacío ayudaría a explicar por qué el universo se expande de manera constante. Para solucionar este problema, Albert Einstein propuso la constante cosmológica, lo que ayudaría a comprender por qué el universo no se repliega y colapsa sobre sí mismo; pero quedó en entredicho cuando Hubble descubrió en 1929 que el universo no es estático, sino dinámico, y emitió la conocida como ley de Hubble, que explica que las galaxias se repelen entre sí.
La energía de vacío continúa siendo un misterio de la física. Pero, de existir, habría una posibilidiad, aunque remota, de que una proporción lo bastente abundante de esta energía impactase contra la Tierra y la destruyese.

El origen de la capa de ozono se remonta 460 millones de años atrás en el tiempo, cuando las formas de vida del planeta Tierra se limitaban a poblar los océanos. La razón es que la radiación dañina del Sol impediría a estas formas de vida prosperar.
Pero el oxígeno de la atmósfera, en aquel periodo primitivo de nuestro planeta, fue formando poco a poco una capa de ozono que, 120 millones de años más tarde, fue lo bastante gruesa como para permitir a los seres vivos colonizar la tierra firme.
El debilitamiento de la capa de ozono -producido por las emisiones de gases contaminantes que provoca, entre otras cosas, la actividad industrial humana- podría llevar al planeta a perder la dinámica que permite a la vida prosperar tal y como la conocemos; e impediría, como millones de años atrás, que la vida pudiese sobrevivir en la superficie de la Tierra.
Si el delicado equilibrio atmosférico de nuestra planeta se rompe, podría precipitarse un calentamiento global que convertiría a la Tierra, en un proceso que podría durar millones de años, en un infierno volcánico parecido a nuestro vecino Venus.

Si antes veíamos que el exceso de actividad volcánica podría desencadenar el infierno en la Tierra, la no actividad símica provocaría el proceso contrario, e igual de destructivo para el planeta.
Las placas tectónicas de la Tierra son la razón de que la consideremos un planeta geológicamente 'vivo', activo, capaz de albergar vida.
El núcleo metálico de la Tierra se encuentra a una temperatura superior a la superficie del Sol. El núcleo es capaz de mantener un campo magnético que protege a la Tierra de la radiación cósmica.
Los movimientos de las placas tectónicas reciclan periódicamente los materiales del suelo, y provocan actividad volcánica. A su vez, los materiales reciclados del suelo devuelven a la atmósfera determinados elementos químicos. El dióxido de carbono expulsado por los volcanes es esencial para aumentar la temperatura de la Tierra.
Sin el dinamismo interno de la Tierra, la vida no sería posible y nuestro planeta sería lo más parecido a un fósil gigante.
Hasta hace poco, se creía que Marte era una gran roca inerte. Pero recientes descubrimientos realizados por la misión InSight han revelado que Marte, en realidad, tiene actividad sísmica, probablemente provocada por el enfriamiento progresivo del planeta, dado que no posee placas tectónicas como la Tierra.

Antes hemos visto cómo el aumento de las temperaturas podría deteriorar la dinámica atmosférica y desatar el infierno en la Tierra. Pues bien, para desatar esta cantidad de dióxido de carbono, el mejor aliado es el vulcanismo.
En el pasado, los volcanes han sido capaces de provocar cambios profundos en la Tierra. Existe una hipótesis muy probable del estado de la Tierra en el pasado: una edad de hielo que duró el equivalente a setenta y cinco veces los años historia del ser humano, en la que la totalidad del planeta estaba cubierto de hielo. Esta hipótesis se denomina periodo Tierra bola de nieve. El planeta, al parecer, se habría desecho de su prisión helada gracias a la actividad volcánica.
Por otra parte, en la Tierra existe una serie de supervolcanes, denominados así porque poseen cien veces la potencia de un volcán convencional. Si varias de estas calderas, como la de Yellowstone, entraran en erupción a la vez, muy posiblemente la Tierra sería incapaz de sostener el cambio climático que se desencadenaría, lo que provocaría profundos cambios en la Tierra, que la dejarían irreconocible, y puede que incapaz de albergar vida.

Esta catástrofe va ligada al final, a su vez, de nuestro Sol, y va precedida de una muerte lenta y dolorosa de nuestro planeta.
Los científicos mantienen un conseso en cuanto a la edad del Sol: tiene unos 4500 millones de años, y parece que se encuentra en la mitad de su vida. Esto quiere decir que, dentro de otros tantos millones de años, nuestro astro rey morirá, y lo hará de una manera que no pasará desapercibida para la Tierra.
El Sol produce energía fusionando átomos de hidrógeno, que dan lugar a átomos de helio. Conforme el Sol vaya agotando su combustible de hidrógeno, tendrá que comenzar a fusionar átomos de helio, lo que provocará que vaya aumentando progresivamente de tamaño, 'arrancándose' sus capas externas. Al tiempo, la zona de habitabilidad del sistema solar se irá desplazando hacia sus límites exteriores..
Esto crea, a partes iguales, una situación desoladora para la Tierra, pero emocionante para otras zonas del sistema solar, porque algunas lunas con características prometedoras para albergar organismos podrían convertirse entonces en hogares de nuevas formas de vida aún inimaginables.
En la Tierra, mientras tanto, el calor se irá haciendo cada vez más insoportable. Llegará un punto en el que los océanos se evaporarán, hasta que todo microorganismo viviente se extinga.
En cuanto al final de los finales, los científicos no se ponen de acuerdo en determinar si la Tierra será engullida por el avance de las capas externas del Sol o, en cambio, ocurrirá lo que proponemos en el siguiente escenario. Sigue leyendo.

La otra posiblidad es que, tras el estallido final del Sol (que, dado su mediano tamaño, no parece probable que dé paso a una supernova), la Tierra quede a la deriva, sin un astro en el que empadronarse y sin gravedad a la que aferrarse: una roca muerta y sin vida.
Esto podría ocurrir si las capas exteriores del Sol no acaban antes con la Tierra. Es difícil aproximar cuánto se expandirá el Sol cuando llegue el momento de su muerte. Los científicos que se decantan por el final de la deriva de la Tierra estiman que el tamaño del Sol gigante roja alcanzará la posición actual de Venus, con lo que nos 'salvaríamos' por poco; si bien esta situación no es una salvación.
La deriva por el cosmos se antoja, si cabe, un destino incluso aún más angustioso que el que implica ser engullido por el Sol.

Todas las estimaciones que podamos hacer sobre el final de nuestro Sol dentro de 5000 o 4500 millones de años pueden ser completamente fútiles. Puede que no dé tiempo a que nuestro Sol muera.
Entonces, ¿de qué aciago destino estamos hablando? De una curiosa y abobinable posiblidad: que una galaxia vecina nos acabe devorando. Estamos hablando de Andrómeda. Los científicos han estimado que ya se tragó a otras dos galaxias en su pasado caníbal, y es probable que la Vía Láctea sea la siguiente dentro de 'solo' 4000 millones de años.
La Vía Láctea, como el resto de objetos del cosmos, no permanece estática, sino que se mueve, y está en curso de colisión con Andrómeda. Y está claro que en esta feroz lucha no seremos vencedores, porque Andrómeda tiene 220 000 años luz de diámetro, y la Vía Láctea, solo 130 000. Todo apunta a que, en el futuro, 'nos asimilaremos' con Andrómeda.

Los rayos gamma son estallidos electromagnéticos de muy alta energía procedentes de fenómenos astrofísicos de gran violencia.
Hemos hablado de la importancia de la capa de ozono para nuestro planeta. Pues bien, si uno de estos poderosos rayos entrara en rumbo de colisión con la Tierra, es posible que aniquilase su capa de ozono, convirtiendo al planeta en el blanco de una gran cantidad de rayos ultravioleta, letales para la vida sobre la superficie.
Una oleada lo bastante potente de estos rayos podría dejar a la Tierra, no solo incapaz de sustentar vida, sino completamente fría e inerte.

Ya hemos visto cómo una estrella mediana como nuestro Sol podría acabar sus días. Pero las estrellas que tienen una masa ocho veces superior a la de nuestro astro rey mueren de una manera mucho más espectacular.
Las estrellas masivan dan lugar a supernovas, grandes estallidos de energía cuya violenta explosión de materia puede viajar hasta sistemas estelares cercanos.
Los científicos estiman que basta que una supernova explote a una distancia de un año luz de la Tierra para que este estallido nos pulverizase por completo. Pues bien; ¿qué previsión hay de que esto suceda?
La estrella más cercana a la Tierra, que sepamos, es Próxima Centauri, a cuatro años luz de la Tierra; y, en cualquier caso, no parece probable que vaya a convertirse en una supernova, igual que nuestro Sol.
La estrella Betelgeuse, en cambio, es una candidata ideal, al ser la novena estrella más brillante del cielo. Recientes observaciones han detectado cambios drásticos en su brillo: una reducción de su luz dos veces y media menor a la habitual. Esto ha hecho pensar a algunos astrónomos que tal vez se trate de un indicador de un eventual estallido en forma de supernova. Pero, dado que se encuentra a 600 años luz de nosotros, es improbable que suframos las consecuencias.

De nuevo, el Sol es el protagonista de este thriller apocalíptico para nuestra planeta.
Una tormenta solar es una poderosa eyección de masa de la corona del Sol hacia la Tierra, enviando rayos X y radiación ultravioleta a la velocidad de la luz.
Una de estas poderosas eyecciones provoca una ionización inusual en la atmósfera, lo que causaría apagones generalizados y la inhabilitación de dispositivos, como el GPS. Un duro golpe para la civilización, sin duda; pero ¿y para la Tierra como planeta?
Lo peor que podría pasarnos en la Tierra tras una fuerte tormenta solar es devolver a la civilización a la Edad Media, en términos de tecnología. Por la pontencia de las tormentas solares estudiadas hasta ahora (la peor tuvo lugar en 1859), no parece probable que la Tierra pueda sufrir daños en su integridad como planeta.

En todas las alternativas apocalípticas de este listado estamos obviando sistemáticamente la acción humana (excepto, tal vez, en la contribución humana al cambio climático).
En el siglo XX se descubrió una reacción física, la que responde a la célebre ecuación E=mc2, que pone en relación la masa y la energía. Estamos hablando de la energía nuclear.
Pese a que la energía nuclear de fisión (la de fusión todavía es inviable) tiene usos muy prolíficos para las actividades humanas (salvando el importante inconveniente de los residuos), el manejo de esta poderosa fuente de energía puede tener usos dañinos: la bomba atómica.
Si los humanos se pusieran de acuerdo en detonar una serie de bombas atómicas al mismo tiempo, el cataclismo que se desencadenaría acabaría con la humanidad, y con gran parte de seres vivientes, provocando importantes cicatrices en la Tierra que podrían dejarla irreconocible.
Muy dañada, sí; pero tal vez, no muerta. La Tierra ha superado otros cataclismos con anterioridad y ha salido adelante.
Quienes no lo haremos por mucho tiempo, probablemente, seremos los humanos. Algunas de las mentes más brillantes de la humanidad, como Stephen Hawking, pronosticaron que la humanidad deberá, algún día, abandonar la Tierra para colonizar otros territorios en el cosmos, o bien iniciar un viaje, tal vez infinito, en un nuevo hogar artificial. Pero otros creen que el Antropoceno es una fase más de la Tierra, tal vez muy desafortunada, entendiendo la civilización humana como una suerte de virus del que el planeta lucha por desprenderse y, una vez recuperado, resurgiría de sus cenizas.