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La conexión denisovana, así se pobló el sudeste asiático

Zona un tanto ignorada, en yacimientos de Java y otras islas del sudeste asiático se han recuperado fósiles importantes para la comprensión de nuestro devenir.

Han pasado ya 130 años desde los primeros hallazgos de los fósiles del Pithecanthropus en Trinil, en la isla de Java (Indonesia). Se trataba de una calota –la parte superior de la bóveda craneal–, un fémur y una muela del juicio, que posteriormente han sido atribuidos a la especie Homo erectus. El llamado hombre de Java, primer espécimen de Homo erectus en ser descubierto, fue un éxito personal del médico anatomista neerlandés Eugène Dubois, quien emprendió una sensacional aventura para buscar el eslabón perdido en la evolución humana. Esa era la denominación que se empleaba entonces para el hipotético ser extinguido que debía conectar linealmente a los monos con los humanos.

Aunque hoy sabemos que aquel concepto era erróneo y que la evolución dista mucho de ser lineal, el descubrimiento de Pithecanthropus erectus (‘hombre-simio erguido’) dio un impulso gigante a los inicios de la paleoantropología moderna. Y es que, en aquella época, el punto de mira estaba puesto en un puñado de restos neandertales que iban apareciendo por Europa y en el debate entre los oponentes y los defensores de la teoría de la evolución aplicada al ser humano. Desde entonces, en distintos yacimientos en Java y en otras islas del sudeste asiático se han recuperado fósiles importantes para la comprensión de nuestro devenir. Las dataciones de estos hallazgos narran un viaje extraordinario de los primeros humanos a lo largo de 16 000 kilómetros desde África hasta aquella región, que pisaron por primera vez hace 1,5 millones de años. Y lo hicieron de manera relativamente rápida, dejando en su expansión un rastro de restos anatómicos y útiles líticos en Dmanisi (Georgia), hace 1,8 millones de años, y en otras regiones del interior del continente asiático, sobre todo en China (Shangchen, Yuanmou, Shangshazui, Majuangou, Lantian), en distintos momentos desde hace 2,1 hasta 1,5 millones de años. Los motivos de esta asombrosa hazaña siguen siendo un misterio, pero entre ellos no podemos descartar la curiosidad. A lo largo de milenios, la transformación física que acompañó a la aparición de los humanos en África implicaría también el acrecentamiento de una inquietud por explorar, empujada por otras causas como la aridificación de los ecosistemas y el desarrollo de una tecnología lítica, el Modo 2 o Achelense, que transformó para siempre el acceso a los recursos alimentarios de aquellos primeros exploradores.

Por todo esto, entender y esclarecer la dispersión de los homininos por el sudeste asiático sigue teniendo una enorme importancia. En 2019 se consiguieron fechar con precisión los restos que indican la última presencia de Homo erectus en Java, concretamente en el sitio de Ngandong. Allí vivieron hasta hace solo 110 000 años, una cronología muy reciente en términos de tiempo geológico, si pensamos en el millón y medio de años de existencia de esta especie. En sus momentos finales, el Homo erectus ya no era un humano solitario en aquellas islas, sino que al menos otros dos homininos coexistían con ellos en el mismo periodo: el Homo floresiensis y el Homo luzonensis. Esas tres especies representan caminos evolutivos muy distintos y las tres terminaron extinguiéndose. Pero hemos de preguntarnos si, antes de su desaparición, tal vez tuvieron encuentros con la única especie humana superviviente hoy en el planeta, el Homo sapiens. Aunque este es un debate apasionante, el sudeste asiático es una región muchas veces aparcada, cuando el foco de la investigación y la divulgación se vuelca en Europa y en África.

Afortunadamente, el estudio de la evolución en estos continentes enriquece y genera lecciones que podemos aprender y aplicar en aquella tierra más lejana. Por ejemplo, últimamente empezamos a comprender lo que ocurrió cuando los humanos modernos entraron en Europa occidental y se encontraron con los neandertales: lejos de ser una crónica de rivalidad y violencia, los últimos hallazgos genómicos narran una historia de mestizajes frecuentes y de posible asimilación de los neandertales entre los sapiens. Pues bien, ¿qué sucedió cuando representantes de nuestra especie pisaron por primera vez las islas del sudeste asiático hace 50 000 o 60 000 años? Lo primero es que probablemente se encontraron con una curiosa variedad de homininos. Veamos cuáles.

En la isla de Flores (Indonesia), algunos descendientes de poblaciones superarcaicas evolucionaron durante milenios hacia formas enanas de apenas un metro de estatura y un cerebro de unos 400 cc, parecido al de un chimpancé adulto o al de un australopiteco, pero con cuerpo robusto y molares grandes. Sus orígenes posiblemente hay que buscarlos en una antigua migración de Homo erectus, o incluso de grupos anteriores relacionados con Homo habilis. Para llegar a la isla, tuvieron que cruzar necesariamente al menos 20 km de mar, ya que Flores se encuentra al este de la línea de Wallace. El resultado evolutivo de este aislamiento fue el Homo floresiensis, apodado el Hobbit, una especie modelada mediante un proceso llamado especiación alopátrica, en que la selección natural favorece fenotipos diferentes en regiones extremadamente separadas. Así surgieron también otros animales únicos, como elefantes enanos del tamaño de vacas (Stegodon florensis insularis), ratas gigantes de medio metro (Papagomys armandvillei) o marabúes de dos metros de altura (Leptoptilos robustus). La especie Homo floresiensis fue publicada en 2004, y de ella por ahora conocemos un esqueleto muy completo y restos de otros nueve individuos recuperados en la cueva de Liang Bua, con una morfología inaudita entre otros grupos humanos. Asociadas a estos homininos aparecieron herramientas líticas, restos de fuego y huesos de estegodones jóvenes que les sirvieron de alimento. Su presencia allí se ha estimado entre hace 50 000 y 200 000 años. Sin embargo, en Mata Menge, otra ubicación en Flores a 125 km de Liang Bua, también se han hallado otros restos humanos indicativos de un tamaño aún más pequeño, datados en unos 700 000 años, así como herramientas líticas en niveles más profundos del yacimiento que rondan el millón de años.

Una evolución similar ocurrió en Luzón, la mayor de las islas de Filipinas que, al igual que Flores, siempre ha estado aislada del continente asiático. De allí procede un pequeño conjunto de fósiles humanos de entre 50 000 y 67 000 años encontrados en la cueva de Callao, en el norte de la isla, a partir de los cuales se definió en 2019 una nueva especie, Homo luzonensis. El tamaño pequeño y la estructura simple de sus dientes recuerdan a los de Homo floresiensis y Homo sapiens, pero el esmalte y las raíces se parecen a los de los australopitecos. Sorprenden los huesos de los pies y las manos por su curvatura adaptada a la vida arbórea, una curiosa retención de los rasgos arcaicos de los humanos de que descienden. A veces se habla de Homo luzonensis como una reliquia de nuestra evolución. Por otra parte, un conjunto de 57 herramientas líticas en el Valle del Cagayán, en el norte de Luzón, asociadas a restos procesados de rinoceronte y estegodón, tienen una datación de 709 000 años. Aún no sabemos qué homininos se comieron a esos animales y si tenían relación con Homo luzonensis.

Estas especies de Filipinas siguen asombrando a los paleoantropólogos y plantean un reto a la hora de entender su origen. ¿Cuál es su relación con los flujos migratorios de los distintos grupos humanos que llegaron al sudeste de Asia durante el Pleistoceno? Una pieza clave que no conseguimos encajar en este puzle es la de los denisovanos, un linaje emparentado con los neandertales. El registro fósil de estos humanos por ahora se limita a Asia, y está compuesto por unos pocos dientes y fragmentos óseos de entre 50 000 y 250 000 años procedentes de la cueva de Denisova en el macizo de Altái (Rusia), y una mandíbula de 160 000 años de la cueva kárstica de Baishiya, en la meseta tibetana. Denisova también es conocida por ser lugar de ocupación de tres especies humanas distintas (neandertales, denisovanos y humanos modernos) y por los tesoros culturales que contiene, de autoría enigmática. Su complicado nivel 11 es un palimpsesto donde se mezclan materiales de distintas épocas, entre ellos varios objetos singulares cuya asignación parcial o total a los denisovanos no se puede descartar: un precioso brazalete verde de cloritolita, la figurita zoomorfa de un posible león en marfil, un lápiz de hematita y piedra de mármol con restos de ocre, una diadema de marfil, agujas, colgantes…

Los denisovanos son la primera especie humana que se ha identificado no por su morfología, sino por su genoma. Es más, en la mencionada cueva de Baishiya se ha encontrado ADN denisovano en su suelo, en niveles de entre 45 000 y 100 000 años. El extraordinario avance de la genómica y su aplicación a la paleontología ya permite revelar la presencia de seres en un yacimiento sin necesidad de fósiles. También es posible detectar grupos fantasma entre sus pobladores: el genoma de uno de los especímenes de la cueva de Denisova contiene la traza de un humano desconocido por ahora, que divergió hace entre 1 y 4 millones de años del antepasado común de neandertales, denisovanos y sapiens. ¿Podemos estar ante el primer encuentro con restos genéticos de Homo erectus? El genoma denisovano aporta una rica información y nos dice que esa especie comparte con los neandertales un antepasado común –llamado en ocasiones neandersovano–, el cual, a su vez, tiene un ancestro común con el linaje de Homo sapiens.

Además, hubo distintos impulsos de mestizaje entre denisovanos y grupos de sapiens en el este y el sur de Asia, que dejaron un rastro de hasta un 5% en el genoma de los humanos actuales de las islas del sudeste asiático, Nueva Guinea y Australia. Una reciente investigación liderada por João Teixeira, Guy Jacobs y Chris Stringer aborda las causas de la chocante ausencia de fósiles denisovanos en las islas de esa región, dado que hay un rastro genómico de esta especie muy extendido. Una posibilidad para explicar esa circunstancia es que los denisovanos sean descendientes de antiguos grupos arcaicos vinculados con los Homo floresiensis y Homo luzonensis. Sin embargo, aunque no se ha podido recuperar material genético de estas dos especies, sí parece descartable su parentesco con los denisovanos, ya que su morfología es muy distinta. ¿Cómo podemos conocer las características anatómicas de los individuos de Denisova con un registro fósil tan limitado? De nuevo, gracias a la información genética.

La metilación del ADN es un proceso químico que marca qué genes se muestran activos y cuáles inactivos. En 2019, la comparación del mapa de metilación en el ADN de un fósil de denisovanos con los de humanos modernos y neandertales posibilitó predecir 56 rasgos morfológicos de los primeros. De esos 56, 21 los comparten con sus parientes más próximos, los neandertales, y coinciden con los atributos más típicos y característicos que tenemos en mente de esta especie: cráneo aplanado y robusto, tórax amplio, pelvis ancha, fémur robusto y dedos grandes, entre otros. Además, otros once de esos rasgos son distintos en los denisovanos respecto a los neandertales. Por ejemplo, la expansión de los huesos parietales y temporales, el arco dental alargado y el cóndilo mandibular grande. Curiosamente, poco después de este trabajo se publicó la mandíbula denisovana de Xiahe, cuyos rasgos coinciden con los previstos: es robusta, primitiva y mezcla características del Homo erectus y de los primeros neandertales y el Homo sapiens.

Otra posibilidad podría ser que existiera un parentesco de los Homo floresiensis y Homo luzonensis con alguna radiación reciente de un linaje vinculado a los denisovanos, que resultaría cercana a los humanos modernos y muy posterior a las primeras ocupaciones intermitentes de las islas por parte de otros homininos desde hace un millón de años. Sin embargo, la evaluación morfológica y filogenética de los Homo floresiensis y Homo luzonensis hace complicado trabajar sobre esta hipótesis, debido al enanismo pronunciado y los largos periodos de evolución aislada.

Por otra parte, tampoco se han hallado por el momento rastros de especies superarcaicas tardías en el genoma de los humanos actuales de la región, que podrían indicar algún vínculo con esas dos especies endémicas. Aunque sí aparece un rastro de aquel antepasado fantasma mencionado anteriormente, que fue detectado en el genoma de los denisovanos continentales.

Quién sabe si un antepasado de Homo floresiensis dejó ese rastro fantasma superarcaico y haría encajar la pieza que falta para vincular el origen del humano-reliquia de Flores con un antepasado erectus o habilis. Sin embargo, en paleontología las explicaciones sencillas no suelen servir y, aunque los fósiles de los hombres de Flores y de Luzón, sin olvidar al Homo erectus, parecen estar en el tiempo y lugar correctos para dar pistas sobre los denisovanos, puede que nunca tuvieran relación con ellos. Los antepasados de los primeros habitaban aquellas islas desde hace un millón de años, mientras que los denisovanos están emparentados con los neandertales y los humanos modernos, que son linajes posteriores al medio millón de años. Hay que localizar más pruebas fósiles para encontrar a los escurridizos denisovanos. ¿Dónde buscar?

La cercana Célebes (Sulawesi, en indonesio) es una isla candidata para hallar pistas que ayuden a aclarar todos estos parentescos. En 2016 se presentó un conjunto de centenares de artefactos líticos asociados a restos de megafauna, con dataciones de entre 100 000 y 200 000 años. Para llegar a Célebes desde el cercano continente, siempre se necesitó la navega­ción. Su ubicación intermedia en una probable ruta norteña hacia Sahul –el continente que abarcaba Australia, Tasmania, Nueva Guinea e islas adyacentes–, atravesada desde hace 50 000 años, y la presencia de algunos de los ejemplos de arte rupestre más antiguos de la humanidad (representaciones de cerdos verrugosos de la isla y escenas de caza de hace unos 45 000 años, junto con otros paneles más recientes) dotan a Célebes de un atractivo especial para la investigación. Desde allí, los humanos enseguida continuaron expandiéndose hacia el este.

Mediante modelizaciones matemáticas con parámetros ecológicos, tectónicos, oceanográficos, climáticos y de fertilidad y longevidad, se ha logrado estimar que más de un millar de humanos llegaron a Nueva Guinea hace unos 50 000 años, probablemente en varias oleadas sucesivas no accidentales sino intencionadas. Sin embargo, hay una presencia todavía más antigua e intrigante en lo que en su día fue el continente de Sahul, en el sitio de Madjedbebe, situado en el norte de Australia. Hace 65 000 años, ya habían llegado allí unos pobladores que dejaron una huella de miles de restos líticos, lo que hace pensar en migraciones aún más tempranas, bien de humanos modernos desde el sudeste asiático, bien de otros grupos que habían navegado por las islas previamente a ellos. ¿Llegaron a Australia los denisovanos? Los paleoantropólogos tienen trabajo.

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