El siglo de la relatividad. Olvidados por el Nobel
En 1905, Einstein formuló la teoría de la relatividad y transformó para siempre nuestra concepción del universo. Así ha cambiado el mundo de la física en los últimos cien años. Numerosas ciencias, desde la química a la biotecnología, deben mucho a Einstein. La física matemática, la biofísica, la geofísica, la acústica y otras ramas de esta ciencia parecen estar desterradas de la gloria del Nobel.
En 1974 la Fundación Nobel decidió abrir algunos de sus archivos. Así supimos que Einstein fue nominado 62 veces en 12 años. Y no ha sido el que más nominaciones ha recibido. Arnold Sommerfeld, otro de los padres de la teoría cuántica, fue nominado 81 veces, pero nunca consiguió la preciada medalla. "La historia de la ciencia moderna podría ser escrita sin mirar más allá de los nombres de los premios Nobel de física, química y medicina", escribió un periodista en 1911. Nada más lejos de la realidad. Al menos en física.
Un comité caprichoso
Dejando a un lado que en sus primeras décadas el Comité Nobel decidió que la investigación teórica no merecía tanto crédito como la experimental, para ganar el Nobel es necesario trabajar en áreas que él considere importantes. Por ejemplo, durante el eclipse de Sol de noviembre de 1919 el astrofísico Arthur Eddington confirmó una de las predicciones más asombrosas de la relatividad general: la masa de los cuerpos curva el espacio y ése es el significado de la gravedad. Así se daba el espaldarazo a la segunda teoría más importante de la historia de la física. Cualquiera hubiera apostado por Einstein en los Nobel de 1920, pero no se le concedió. El premio recayó en Charles-Edouard Guillaume por descubrir una aleación de níquel y acero que se mantenía casi inalterada a pesar de que hubiera cambios en su entorno. Aunque este descubrimiento fue decisivo para construir instrumentos que midiesen con altísima precisión, la elección no podía ser más errada.
Einstein, caído en desgracia
Y al año siguiente fue peor. Quien informó a la Academia de Ciencias sueca del trabajo de Einstein sobre la relatividad fue Allvar Gullstrand, un profesor de óptica de la Universidad de Uppsala. No entendió nada, pero se vio en la obligación de negar el premio al alemán. La Academia conocía el error cometido, pero decidió no otorgarle el premio. Fue al año siguiente, con la incorporación del profesor de física Carl Wilhelm Oseen, cuando se le concedió con carácter retroactivo. Pero Ossen no se creía la relatividad y quería dar un tirón de orejas al genio. Al final Einstein recibió el Nobel por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, algo menor comparado con la relatividad. Los premios de los últimos 20 años han sido otorgados, casi exclusivamente, a investigaciones sobre física atómica y nuclear y física de partículas. Incluso los dos dados a temas de astrofísica son engañosos, pues tratan de procesos nucleares. Y es que algunas ramas de la física, como la biofísica o la acústica, están desterradas de la gloria del Nobel. Al menos a los geofísicos les queda el consuelo del premio Crafoord, que también se entrega en la Academia de Ciencias sueca. En 2002, este galardón recayó en el geofísico Dan P. Makenzie, el padre de la Tectónica de Placas, la teoría central de la geología moderna. El Nobel de física de ese año fue a parar, sin embargo, a la astrofísica de partículas y de altas energías, la detección de neutrinos y fuentes cósmicas de rayos X. La diferencia entre ambas contribuciones es abismal, pero estudiar nuestro planeta no parece ser motivo de reconocimiento para el Comité Nobel.
Olvidados por todos
La biofísica es otra rama olvidada. Uno de los proyectos más atractivos, que trata de elucidar el origen de la vida, se centra en la construcción de una nanoprotocélula artificial que sea capaz de evolucionar bajo condiciones controladas. En él participan muchos científicos de diversos países -en España destaca el físico Ricard Solé, de la Universidad Pompeu Fabra-, pero viendo la trayectoria de los Nobel es dudoso que sea premiado. Algo parecido ocurre en los medios de comunicación. Nunca aparece la parte de la física dedicada a medir las constantes universales o a determinar los patrones de medida. Y eso que nuestro conocimiento del mundo depende de ellos. También uno de los aspectos de la física menos conocido es el que involucra a la definición de las unidades de medida. Por ejemplo, mientras que definir un metro es fácil -la distancia recorrida por la luz en el vacío en 1/299.792.458 segundos-, no ocurre lo mismo con el kilogramo. El modelo es un prototipo de platino e iridio guardado en una cámara especial de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas. La cosa es tan compleja que como su peso aumenta una parte en mil millones cada año debido a la suciedad que se acumula en su superficie, el Comité Internacional de Pesos y Medidas ha declarado que el valor patrón es el que se obtiene al pesar el cilindro justo después de ser limpiado siguiendo un determinado protocolo. Otra de las investigaciones poco conocidas se refiere a los relojes atómicos. A finales de la década de los 90 los mejores sólo retrasaban un segundo en 300.000 años. En 2004, los británicos del Laboratorio Nacional de Física anunciaron el desarrollo de otro 300 veces más exacto, algo fundamental, por ejemplo, para mejorar la resolución espacial del sistema de posicionamiento global de los satélites.
Miguel Ángel Sabadell
Un comité caprichoso
Dejando a un lado que en sus primeras décadas el Comité Nobel decidió que la investigación teórica no merecía tanto crédito como la experimental, para ganar el Nobel es necesario trabajar en áreas que él considere importantes. Por ejemplo, durante el eclipse de Sol de noviembre de 1919 el astrofísico Arthur Eddington confirmó una de las predicciones más asombrosas de la relatividad general: la masa de los cuerpos curva el espacio y ése es el significado de la gravedad. Así se daba el espaldarazo a la segunda teoría más importante de la historia de la física. Cualquiera hubiera apostado por Einstein en los Nobel de 1920, pero no se le concedió. El premio recayó en Charles-Edouard Guillaume por descubrir una aleación de níquel y acero que se mantenía casi inalterada a pesar de que hubiera cambios en su entorno. Aunque este descubrimiento fue decisivo para construir instrumentos que midiesen con altísima precisión, la elección no podía ser más errada.
Einstein, caído en desgracia
Y al año siguiente fue peor. Quien informó a la Academia de Ciencias sueca del trabajo de Einstein sobre la relatividad fue Allvar Gullstrand, un profesor de óptica de la Universidad de Uppsala. No entendió nada, pero se vio en la obligación de negar el premio al alemán. La Academia conocía el error cometido, pero decidió no otorgarle el premio. Fue al año siguiente, con la incorporación del profesor de física Carl Wilhelm Oseen, cuando se le concedió con carácter retroactivo. Pero Ossen no se creía la relatividad y quería dar un tirón de orejas al genio. Al final Einstein recibió el Nobel por su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, algo menor comparado con la relatividad. Los premios de los últimos 20 años han sido otorgados, casi exclusivamente, a investigaciones sobre física atómica y nuclear y física de partículas. Incluso los dos dados a temas de astrofísica son engañosos, pues tratan de procesos nucleares. Y es que algunas ramas de la física, como la biofísica o la acústica, están desterradas de la gloria del Nobel. Al menos a los geofísicos les queda el consuelo del premio Crafoord, que también se entrega en la Academia de Ciencias sueca. En 2002, este galardón recayó en el geofísico Dan P. Makenzie, el padre de la Tectónica de Placas, la teoría central de la geología moderna. El Nobel de física de ese año fue a parar, sin embargo, a la astrofísica de partículas y de altas energías, la detección de neutrinos y fuentes cósmicas de rayos X. La diferencia entre ambas contribuciones es abismal, pero estudiar nuestro planeta no parece ser motivo de reconocimiento para el Comité Nobel.
Olvidados por todos
La biofísica es otra rama olvidada. Uno de los proyectos más atractivos, que trata de elucidar el origen de la vida, se centra en la construcción de una nanoprotocélula artificial que sea capaz de evolucionar bajo condiciones controladas. En él participan muchos científicos de diversos países -en España destaca el físico Ricard Solé, de la Universidad Pompeu Fabra-, pero viendo la trayectoria de los Nobel es dudoso que sea premiado. Algo parecido ocurre en los medios de comunicación. Nunca aparece la parte de la física dedicada a medir las constantes universales o a determinar los patrones de medida. Y eso que nuestro conocimiento del mundo depende de ellos. También uno de los aspectos de la física menos conocido es el que involucra a la definición de las unidades de medida. Por ejemplo, mientras que definir un metro es fácil -la distancia recorrida por la luz en el vacío en 1/299.792.458 segundos-, no ocurre lo mismo con el kilogramo. El modelo es un prototipo de platino e iridio guardado en una cámara especial de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas. La cosa es tan compleja que como su peso aumenta una parte en mil millones cada año debido a la suciedad que se acumula en su superficie, el Comité Internacional de Pesos y Medidas ha declarado que el valor patrón es el que se obtiene al pesar el cilindro justo después de ser limpiado siguiendo un determinado protocolo. Otra de las investigaciones poco conocidas se refiere a los relojes atómicos. A finales de la década de los 90 los mejores sólo retrasaban un segundo en 300.000 años. En 2004, los británicos del Laboratorio Nacional de Física anunciaron el desarrollo de otro 300 veces más exacto, algo fundamental, por ejemplo, para mejorar la resolución espacial del sistema de posicionamiento global de los satélites.
Miguel Ángel Sabadell