Arthur C. Clarke: "Un viaje de ida y vuelta al espacio costará 1.500 pesetas"
"Un viaje de ida y vuelta al espacio costará 1.500 pesetas"Científico y escritor nacido en Gran Bretaña en 1917, es uno de los cerebros más consultados por los que quieren saber algo sobre el futuro de la ciencia. Ha sido presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica y de la Sociedad Astronómica de Sri Lanka. Pero medio mundo le conoce por su obra "2001: Una odisea espacial", un clásico de la ciencia-ficción que fue llevado al cine por Stanley Kubrick.
El padre de 2001: Una odisea espacial acaba de publicar en España, de la mano de la editorial Plaza & Janés, el último producto de su imaginación: 3001: Odisea final. A sus 80 años, Arthur C. Clarke, uno de los visionarios más famosos del siglo XX vive retirado en su tecnooasis de Colombo (Sri Lanka), desde donde asiste vía Internet al día a día de la actualidad científica. Llegó a su exilio paradisíaco por casualidad, cuando buscaba las mejores aguas para practicar el submarinismo, sin sospechar que se convertiría en su residencia definitiva. Ahora, sigue haciendo gala de un optimismo irreprimible sobre el futuro de la ciencia y de su capacidad de imaginar mundos que sólo caben, hoy por hoy, en la mente de los científicos más vanguardistas del planeta.
Aunque ha escrito decenas de libros de ciencia-ficción, jamás podrá separarse su nombre del título de 2001, la obra llevada al cine por Stanley Kubrick, con la que inauguró una nueva iconografía popular sobre los viajes espaciales.
-Me gustaría hablar con usted, precisamente, a cerca de sus ideas sobre los viajes espaciales...
-Ya he escrito docenas de libros sobre ese tema y, sinceramente, estoy bastante cansado de hablar de ello. En realidad no tengo nada nuevo que añadir, excepto que cada vez estoy más convencido de que la nueva era espacial (y la nueva era de cualquier cosa) tiene que pasar por una inevitable revolución energética.
-¿A qué se refiere exactamente con revolución energética?
-A la creación de una nueva fuente de energía que podría estar relacionada con la fusión fría. Es increíble lo que está pasando con esta línea de investigación sobre la búsqueda de una fusión nuclear segura a temperatura ambiente, se habla de ella en todo el mundo; hay cientos de laboratorios trabajando con ella repartidos por todo el planeta e, incluso, ya se han registrado varias patentes. Los prototipos de generadores de fusión fría ya están a la venta, en Rusia hay 7.000 unidades... Y, sin embargo, en Estados Unidos parece que nadie repara en ello.
-¿Qué supondría para la exploración espacial la aplicación práctica de energías basadas en la fusión fría?
-Uno de lo sectores más beneficiados sería la propulsión. Yo ya no tengo interés en los cohetes y esas cosas tan añejas. Los cohetes serán para la industria aeroespacial lo que los globos fueron para la aeronáutica.
-O sea, poca cosa.
-Bueno, fueron el primer paso. Por desgracia, en el caso de la fusión fría, todavía estamos muy lejos de dar el segundo. Pero existen otras formas de energía...
-Por ejemplo, la fluctuación cuántica que usted menciona en su novela 3001.
-Sí. Es lo que algunos científicos llaman energía del Campo de Punto Cero o energía del vacío. Algunos científicos creen que del vacío podría extraerse una cantidad increíble de energía si fuésemos capaces de jugar con la estructura del espacio, de aprovechar las fluctuaciones cuánticas que allí se producen. Richard Feynman ha llegado a decir que la energía contenida en el volumen de una taza de café es suficiente para que hiervan todos los océanos de la Tierra.
-Si lográramos poner en práctica este tipo de energía, qué aplicaciones tendría para la exploración del espacio.
-Tendría que pasar mucho tiempo para que se pudiera aplicar, porque hay demasiados intereses encontrados en esta materia: los defensores de la "fusión caliente", los ingenieros encargados de hacer cohetes... todos se quedarían en paro. A pesar de esto, creo que al final de esta década la gente aceptará la existencia de este tipo de energía y rodarán muchas cabezas en el Departamento de Energía de Estados Unidos.
-Sí, pero todavía no nos ha dicho qué pasos seguiremos hasta llegar a ese momento soñado, al día en el que se pueda lograr energía del vacío.
-Lo primero que hay que hacer es convencerse de que este tipo de energía existe y empezar a diseñar prototipos que nos permitan extraerla y controlarla. Y luego comenzar a explorar las líneas de investigación más prometedoras. En la actualidad existe un trabajo muy especulativo pero interesante en torno a lo que los científicos llaman control de gravedad. ¿Ha oído usted esa curiosa noticia procedente de Islandia?
-Se refiere a la investigación de unos científicos islandeses que aseguran haber reducido la gravedad en las proximidades de un material superconductor?
-Sí. ¿Se trata de un fraude o qué?
-¿Opina usted que no es cierto?
-Bueno, no sé. La verdad es que el efecto que han conseguido es bastante pobre. Aunque las primeras reacciones nucleares también lo fueron. En cualquier caso, si es cierto, el hallazgo borraría las fronteras del Sistema Solar, del mismo modo que el avión nos borró las fronteras del planeta. Si podemos controlar la gravedad y la inercia, reducirlas aunque sólo sea un poco, estaremos abriendo las puertas a un nuevo sistema de propulsión. Si en ausencia de gravedad alguien nos da un empujón leve, desapareceríamos al instante a miles de kilómetros por hora hasta rebotar al otro lado de la habitación: sería el primer paso a la teleportación.
-En sus libros ha adelantado algunos descubrimientos que luego se han producido. ¿Puede indicarnos algún hallazgo que crea que saltará, en el futuro, de la ciencia-ficción a la realidad?
-Bueno, puedo decirle algunas cosas que yo predije y que están empezando a hacerse realidad. Por ejemplo, en uno de mis libros predije que hallarían hielo en la Luna, y así ha sido. Ahora acabo de enterarme de que en el MIT han inventado un sistema de comunicación electrónica a través de un simple apretón de manos que yo ya había vislumbrado.
-¿En qué consiste?
-Se trata de un dispositivo que se implanta en la palma de la mano y permite transmitir datos a otra persona que tenga un aparato igual.
-¿Alguna otra sorpresa para el futuro?
-Creo que también lograremos crear ascensores espaciales suspendidos de un cable, que unan la Tierra con un satélite geoestacionario. La materia del cable podrían ser unos nanotubos de carbono 60 que acaban de descubrirse en la Universidad de Rice. Todavía sólo podemos generar carbono 60 en cantidades mínimas, pero pronto lograremos suficiente material para crear ascensores espaciales. En ese momento, podría reducirse el coste de los viajes espaciales de forma increíble. En el futuro, un viaje de ida y vuelta al espacio costará 1.500 pesetas, porque el 90 por 100 de la energía consumida para ir se podrá aprovechar también para volver.
-¿Qué opina de la posibilidad de que la famosa roca marciana hallada en la Antártida contenga restos de vida?
-Me encantaría, por supuesto. Pero no apostaría más de 80 centavos en ello.
-También debe de estar encantado con las imágenes de Europa (la luna de Júpiter) captadas por la nave Galileo...
-Sí, claro. Pero espero que haya otros acercamientos. De momento los datos no son definitivos, no hay nada realmente nuevo en ellos.
-¿Cree que algún día podremos estudiar el subsuelo de Europa y comprobar si hay restos de vida?
-Creo que podremos hacer lo que queramos en Europa, pero no en las próximas dos décadas.
-El tiempo se nos acaba. ¿Le importa si seguimos la entrevista a través del correo electrónico?
-Ah, no por favor. Tengo demasiado correo electrónico. De hecho he contratado a ocho secretarias sólo para que me lo administren. Así que prefiero acabar aquí
Aunque ha escrito decenas de libros de ciencia-ficción, jamás podrá separarse su nombre del título de 2001, la obra llevada al cine por Stanley Kubrick, con la que inauguró una nueva iconografía popular sobre los viajes espaciales.
-Me gustaría hablar con usted, precisamente, a cerca de sus ideas sobre los viajes espaciales...
-Ya he escrito docenas de libros sobre ese tema y, sinceramente, estoy bastante cansado de hablar de ello. En realidad no tengo nada nuevo que añadir, excepto que cada vez estoy más convencido de que la nueva era espacial (y la nueva era de cualquier cosa) tiene que pasar por una inevitable revolución energética.
-¿A qué se refiere exactamente con revolución energética?
-A la creación de una nueva fuente de energía que podría estar relacionada con la fusión fría. Es increíble lo que está pasando con esta línea de investigación sobre la búsqueda de una fusión nuclear segura a temperatura ambiente, se habla de ella en todo el mundo; hay cientos de laboratorios trabajando con ella repartidos por todo el planeta e, incluso, ya se han registrado varias patentes. Los prototipos de generadores de fusión fría ya están a la venta, en Rusia hay 7.000 unidades... Y, sin embargo, en Estados Unidos parece que nadie repara en ello.
-¿Qué supondría para la exploración espacial la aplicación práctica de energías basadas en la fusión fría?
-Uno de lo sectores más beneficiados sería la propulsión. Yo ya no tengo interés en los cohetes y esas cosas tan añejas. Los cohetes serán para la industria aeroespacial lo que los globos fueron para la aeronáutica.
-O sea, poca cosa.
-Bueno, fueron el primer paso. Por desgracia, en el caso de la fusión fría, todavía estamos muy lejos de dar el segundo. Pero existen otras formas de energía...
-Por ejemplo, la fluctuación cuántica que usted menciona en su novela 3001.
-Sí. Es lo que algunos científicos llaman energía del Campo de Punto Cero o energía del vacío. Algunos científicos creen que del vacío podría extraerse una cantidad increíble de energía si fuésemos capaces de jugar con la estructura del espacio, de aprovechar las fluctuaciones cuánticas que allí se producen. Richard Feynman ha llegado a decir que la energía contenida en el volumen de una taza de café es suficiente para que hiervan todos los océanos de la Tierra.
-Si lográramos poner en práctica este tipo de energía, qué aplicaciones tendría para la exploración del espacio.
-Tendría que pasar mucho tiempo para que se pudiera aplicar, porque hay demasiados intereses encontrados en esta materia: los defensores de la "fusión caliente", los ingenieros encargados de hacer cohetes... todos se quedarían en paro. A pesar de esto, creo que al final de esta década la gente aceptará la existencia de este tipo de energía y rodarán muchas cabezas en el Departamento de Energía de Estados Unidos.
-Sí, pero todavía no nos ha dicho qué pasos seguiremos hasta llegar a ese momento soñado, al día en el que se pueda lograr energía del vacío.
-Lo primero que hay que hacer es convencerse de que este tipo de energía existe y empezar a diseñar prototipos que nos permitan extraerla y controlarla. Y luego comenzar a explorar las líneas de investigación más prometedoras. En la actualidad existe un trabajo muy especulativo pero interesante en torno a lo que los científicos llaman control de gravedad. ¿Ha oído usted esa curiosa noticia procedente de Islandia?
-Se refiere a la investigación de unos científicos islandeses que aseguran haber reducido la gravedad en las proximidades de un material superconductor?
-Sí. ¿Se trata de un fraude o qué?
-¿Opina usted que no es cierto?
-Bueno, no sé. La verdad es que el efecto que han conseguido es bastante pobre. Aunque las primeras reacciones nucleares también lo fueron. En cualquier caso, si es cierto, el hallazgo borraría las fronteras del Sistema Solar, del mismo modo que el avión nos borró las fronteras del planeta. Si podemos controlar la gravedad y la inercia, reducirlas aunque sólo sea un poco, estaremos abriendo las puertas a un nuevo sistema de propulsión. Si en ausencia de gravedad alguien nos da un empujón leve, desapareceríamos al instante a miles de kilómetros por hora hasta rebotar al otro lado de la habitación: sería el primer paso a la teleportación.
-En sus libros ha adelantado algunos descubrimientos que luego se han producido. ¿Puede indicarnos algún hallazgo que crea que saltará, en el futuro, de la ciencia-ficción a la realidad?
-Bueno, puedo decirle algunas cosas que yo predije y que están empezando a hacerse realidad. Por ejemplo, en uno de mis libros predije que hallarían hielo en la Luna, y así ha sido. Ahora acabo de enterarme de que en el MIT han inventado un sistema de comunicación electrónica a través de un simple apretón de manos que yo ya había vislumbrado.
-¿En qué consiste?
-Se trata de un dispositivo que se implanta en la palma de la mano y permite transmitir datos a otra persona que tenga un aparato igual.
-¿Alguna otra sorpresa para el futuro?
-Creo que también lograremos crear ascensores espaciales suspendidos de un cable, que unan la Tierra con un satélite geoestacionario. La materia del cable podrían ser unos nanotubos de carbono 60 que acaban de descubrirse en la Universidad de Rice. Todavía sólo podemos generar carbono 60 en cantidades mínimas, pero pronto lograremos suficiente material para crear ascensores espaciales. En ese momento, podría reducirse el coste de los viajes espaciales de forma increíble. En el futuro, un viaje de ida y vuelta al espacio costará 1.500 pesetas, porque el 90 por 100 de la energía consumida para ir se podrá aprovechar también para volver.
-¿Qué opina de la posibilidad de que la famosa roca marciana hallada en la Antártida contenga restos de vida?
-Me encantaría, por supuesto. Pero no apostaría más de 80 centavos en ello.
-También debe de estar encantado con las imágenes de Europa (la luna de Júpiter) captadas por la nave Galileo...
-Sí, claro. Pero espero que haya otros acercamientos. De momento los datos no son definitivos, no hay nada realmente nuevo en ellos.
-¿Cree que algún día podremos estudiar el subsuelo de Europa y comprobar si hay restos de vida?
-Creo que podremos hacer lo que queramos en Europa, pero no en las próximas dos décadas.
-El tiempo se nos acaba. ¿Le importa si seguimos la entrevista a través del correo electrónico?
-Ah, no por favor. Tengo demasiado correo electrónico. De hecho he contratado a ocho secretarias sólo para que me lo administren. Así que prefiero acabar aquí
Fred Guterl
Esta entrevista fue publicada en septiembre de 1997, en el número 196 de MUY Interesante.
(Arthur C. Clarke falleció el 19 de marzo de 2008 a la edad de 91 años en Colombo, Sri Lanka)