Mitchell Feigenbaum: "También el caos tiene sus normas"
"También el caos tiene sus normas" Bajo su aspecto de genio chiflado se esconde una de las mentes más audaces de la ciencia actual. Nacido en Nueva York hace 56 años, Mitchell Feigenbaum inició sus estudios sobre el caos en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, donde llegó a dirigir la División de Física Teórica. Hoy es profesor de la cátedra Toyota en la Universidad Rockefeller y un firme candidato al Premio Nobel.
Es uno de los físicos teóricos más conocidos del mundo, y tan característico que podría haber servido de inspirador del profesor Bacterio, del Tornasol de Tintín o de tantos otros investigadores chiflados de ficción. El objeto de su estudio también es digno de una historieta: Mitchell Feigenbaum se dedica a buscar el orden dentro del caos.
Los físicos del caos dicen que el batir de alas de una mariposa en Tokio puede causar una tempestad en Amsterdam. Con este ejemplo, denominado efecto mariposa, los seguidores de esta disciplina simbolizan la no linealidad, es decir, aquellos sistemas de los que se conoce perfectamente cómo empiezan, pero no se sabe cómo pueden acabar. En ellos, un hecho ínfimo puede tener consecuencias gigantescas e inesperadas.
En los sistemas caóticos, como el tiempo atmosférico a largo plazo, influyen tantas variables que parece imposible hacer una predicción de futuro. Sin embargo, sabemos que no funcionan por azar, sino dentro de un perfecto orden. Su estructura es tan compleja que no se percibe a primera vista, y sólo puede conocerse a través de complicadas ecuaciones.
No es extraño, pues, que Mitchell Feigenbaum se resista a dar demasiadas explicaciones. Cuando conversa con un profano en física y matemáticas, prefiere hablar de las flores, del tabaco o del Nobel, porque explicar el caos en profundidad es posiblemente tan difícil como dejar de fumar.
Parece mentira que este cincuentón de aspecto excéntrico sea precisamente el padre de esta novedosa disciplina: la teoría del caos. "Bueno, soy solamente uno de los padres. Es una circunstancia curiosa: hay muchos padres de un solo niño, y creo que lo mejor es no preguntar sobre la madre", dice.
-Lo cierto es que ese niño sufrió un parto difícil. Al principio, usted tuvo problemas para publicar sus investigaciones, porque ninguna revista científica le tomaba en serio. ¿Qué opina ahora, con la teoría del caos consagrada, de las revistas científicas?
-Puede que a muchos de los lectores más técnicos no les guste lo que voy a decir: la gente intenta publicar en las revistas especializadas más importantes, y no sólo por el prestigio que ello supone, sino porque eso ayuda a recaudar fondos. Esto ha devaluado la función original de las publicaciones. Muchos de los árbitros que deciden los contenidos no te dejan publicar si tu trabajo afecta a su campo de investigación.
-Eso representa un gran peligro para la ciencia...
-Creo que sí. Pero no debe importar mucho, porque los ordenadores hacen una gran labor. En 1970, en la Universidad de Stanford, cuando escribías un trabajo hacías muchas copias. Lo enviabas a las revistas con la esperanza de que lo publicaran, pero mientras tanto mandabas copias, los llamados preprints, a todo el mundo. En los años setenta, estos preprints eran realmente el foro donde se diseminaba la información, no las revistas. Ahora, con Internet, las revistas profesionales van a morir.
-Entonces, se correrá el riesgo de que los trabajos no vayan avalados por árbitros, por científicos reconocidos...
-Pero la diseminación funcionará bien. En cuestión de minutos se podrá ver lo que es correcto y lo que está mal. El hecho es que las revistas ya están pensando en adaptarse para ser electrónicas.
-¿Para usted, que es un físico teórico que debe realizar complicadas operaciones matemáticas, el ordenador es una herramienta imprescindible?
-Se puede hacer mucho sin un ordenador. Lo primero es que, si no sabes lo que estás buscando, no verás nada en el ordenador.
-Pero, como instrumento, le será imprescindible para poder trabajar...
-Es algún tipo de sinergia. Tienes que venir preparado mentalmente para formular las preguntas adecuadas al ordenador. Después observas lo que hace, y te informa sobre tus pensamientos y juegas con él. Sigues afilando tus preguntas con el ordenador, y también él te informa de cómo debes pensar. Cuando terminas, si lo has hecho bien, a menudo ya no te hace falta el ordenador. Sólo con lápiz y papel, le puedes ganar un millón de veces, no importa lo inteligente y rápida que pueda ser la máquina.
-Usted trabajó en Los Álamos...
-Sí. Trabajé allí durante ocho años, desde 1974 a 1982. Ahora soy lo que nosotros llamamos un afiliado, pero ya no trabajo allí.
-Para la gente ajena a la ciencia Los Álamos significa algo más que investigación...
-Ya, la bomba atómica.
-Sí, representa el lado negativo de la ciencia...
-Es un asunto complicado. La gente que hizo esa bomba estaba entre los físicos más grandes que habían vivido en el siglo. La idea de un físico es que la naturaleza es extraordinaria, y lograr entenderla, algo maravilloso. Y eso implica amarla. Esa idea se deformó para fabricar algo realmente feo y destructivo, y fue una tragedia. La invención de la bomba atómica no sólo manchó a Los Álamos, sino a toda la ciencia del mundo moderno. Cuando una sociedad se malea, hasta sus puntos más finos se pueden malear. Es una abominación... ¡Empezar a entender cómo funcionan realmente todos los átomos y lograr un objeto tan asqueroso...!
Feigenbaum envuelve la conversación en el humo provocado por su incesante fumar. Las caóticas volutas parecen una excusa para dejar de hablar de ciencia.
-¿Le inspira el tabaco en su trabajo?
-Sí. Toda la generación de físicos anteriores a mí fumaba. La mayor parte de los físicos de alta energía, los maestros del campo, dejaron de fumar hacia el año 1965, ¡y lo hicieron a la vez! Pero no pudieron hacer nada productivo durante un año. Yo no comencé a fumar hasta más o menos los 23 años. Antes de empezar, cada cuatro horas de trabajo tenía que salir a pasear. Una vez que comencé a fumar, podía estar sentado y concentrado durante dos o tres días a la vez, sin dormir. El tabaco es malo para la salud, sin duda, pero me facilita la concentración. Es un precio que he pagado, y he conseguido algo a cambio.
-¿Qué significa para usted el Nobel?
- Desde luego, es el premio más prestigioso en física.
-Mucha gente dice que, en un futuro, el Premio Nobel recaerá en la teoría del caos...
-Puede que sí, no tengo ni idea.
-Y entonces podría recaer en usted...
-Mi madre se alegraría muchísimo si yo ganara el Nobel... Y, desde luego, yo también, pero no es una cosa en la que piense mucho. Cuando llega esa época del año, no estoy pendiente. Si ocurriese, pues muy bien.
-Sé que no le gusta hacerlo, pero no nos queda más remedio que hablar del caos. ¿Cómo podría llegar a entender un profano lo que usted investiga?
-Primero, yo diría que soy un científico teórico. En ciencias, hay que diferenciar entre lo teórico y lo experimental. Los que hacen experimentación van por ahí estudiando la interacción de las cosas en el mundo. Algunas de esas interacciones las entendemos tan bien que las podemos definir de forma matemática. Un científico teórico se dedica a trabajar con estas fórmulas. Yo soy físico teórico o, como me llaman a veces, físico matemático. Mi línea de investigación se centra en desentrañar interacciones muy enrevesadas que se dan en la naturaleza. Empezamos a entender cómo las constelaciones naturales más complicadas, cuyo comportamiento no es lineal y parece caótico, se pueden comprender desde los principios de la física. Más o menos, a eso es a lo que me dedico.
-Pero ¿qué es entonces el caos?
-El caos observa que realmente existen movimientos sin orden. La idea dominante que nos transmitían los físicos de los dos últimos siglos era que, cuando los fenómenos naturales se desenvuelven de manera incomprensible, es que responden a motivos aleatorios. Luego se han sabido interpretar los movimientos erráticos de la naturaleza mediante las leyes de la probabilidad y del azar. No importan mucho los detalles de cómo se producen; simplemente, sabemos interpretarlos aleatoriamente. Gracias a la teoría del caos, hemos comprendido que puede haber movimientos erráticos que no son aleatorios, sino que responden a reglas fijas. Sí, efectivamente son fenómenos sin orden aparente -como por ejemplo el clima planetario-, cuya motivación causal puede ser incomprensible y cuyas leyes se nos escapan, pero en ab soluto son fenómenos derivados del azar. También el caos tiene sus normas internas, y eso es precisamente lo que los físicos teóricos tratamos de descubrir.
Óscar Menéndez
Esta entrevista fue publicada en abril de1996, en el número 179 de MUY Interesante