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¿Por qué nos fuimos de la Luna y volvemos ahora?

El programa Artemis de la NASA, y en el que colabora la Agencia Espacial Española, pretende no sólo volver a la Luna sino quedarnos allí estableciendo una base permanente. Después de más de 50 años de abandonarlo, volvemos a nuestro satélite.

¿Por qué nos fuimos de la Luna y volvemos ahora? (Miguel Angel Sabadell)

En febrero de 2019 representantes de la NASA y de nueve compañías aeroespaciales se reunieron para evaluar la posibilidad de volver a poner un ser humano en la Luna. Y pronto, como muy tarde en los próximos diez años. Para remachar esa idea, el vicepresidente Mike Pence aseguró en marzo de aquel año que en cinco otro norteamericano volvería a pisar la Luna. Y ahí tenemos el programa Artemis, un programa de exploración lunar de la NASA en colaboración con las agencias espaciales europea, japonesa y canadiense.

España a través de su recién creada agencia espacial, ha firmado este 25 de mayo un acuerdo de colaboración con la NASA en este programa, cuyo objetivo último es mantener una base permanente en nuestro satélite. Parece que esta vez va en serio y no es otro 'Viva Cartagena' espacial, de los muchos que hemos venido escuchando desde que abandonamos la Luna por primera vez.

Una de las consecuencias inesperadas de cuando Armstrong y Aldrin pusieron un pie en la Luna es que el entusiasmo popular y político por la hazaña se desvaneció. El 2 de septiembre de 1970 la Casa Blanca tenía claro que el espacio había dejado de ser una prioridad nacional y la NASA anunciaba que las dos últimas misiones previstas, Apolo 18 y 19, se cancelaban. Pero la Casa Blanca tenía otras miras, y en 1971 pretendía cancelar completamente el programa Apolo después del 15. Por otro lado, las negociaciones de limitación de armas estratégicas que empezaron en noviembre de 1969 -y que acabarían cristalizando en los Acuerdos SALT de 1972- comenzaron a congelar la cantidad de misiles que podían desplegar. El sentimiento de urgencia que alimentó el comienzo de la carrera de armamento de la Guerra Fría empezaba a enfriarse y, con ella, el apoyo a gran parte del esfuerzo necesario para llevar la gente a la Luna. Al final, las dos misiones restantes se mantuvieron, y debido a las presiones ejercidas por el lobby científico para llevar arriba a uno de los suyos, el geólogo Harrison Schmitt, que se había estado entrenando para el Apolo 18, fue trasladado al Apolo 17.

Apolo 17

Apolo 17, la última misión lunar del programa Apolo, dejó huella en la historia. Foto: Getty

La exploración humana de la Luna había llegado a su fin. La revista Science publicó en portada una viñeta donde una roca lunar le confesaba a otra: “Echaré de menos a esos chicos del Apolo”. ¿Qué sucedió? ¿Cómo se pudo pasar de la euforia nacional provocada por la histórica declaración de John Fitzgerald Kennedy al Congreso el 25 de mayo de 1961 a mirar para otro lado? ¿Quién se cargó el proyecto Apolo? ¿O murió porque tenía que morir?

Un sueño hecho pedazos

Resulta curioso encontrar lo mucho que se esperaba de la llegada a la Luna. El administrador de la NASA Thomas Payne (lo fue entre 1969 y 1970), desarrolló un ambicioso plan que incluía una pequeña estación espacial y un shuttle reutilizable para 1975, una nueva estación para 15 personas para 1980 y una misión tripulada a Marte cuya planificación empezaría en 1981. Y antes de finales del siglo XX se construiría una plataforma en órbita lunar y una base permanente en nuestro satélite, una idea apoyada con entusiasmo por el que fuera Vicepresidente de los EEUU en la aciaga era Nixon, Spiro Agnew. Al año de producirse el aterrizaje del Apolo 11, Clarke escribió en un epílogo a la primera edición del libro First on the Moon, “todo lo que se escriba sobre la Luna a comienzos de la década de los 70 parecerá tonto en los 80 y probablemente graciosísimo en los 90, particularmente el aumento del número de habitantes de nuestra primera colonia extraterrestre... Y antes del final de este siglo el primer ser humano nacerá allí. Será interesante saber qué nacionalidad tendrán sus padres...”

Apolo 11

Los astronautas del Apolo 11, Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, se convirtieron en leyendas al realizar el histórico viaje a la Luna en 1969, siendo Armstrong el primero en pisar su superficie. Foto: Getty

Semejantes esperanzas no podían desaparecer así como así, en un suspiro. Un buen número de los astronautas del programa Apolo se quedaron perplejos por su brusca cancelación y anonadados por el final del programa. Buzz Aldrin lo expresó de forma memorable: “Durante un momento maravilloso fuimos criaturas del océano cósmico, un momento que se verá en siglos venideros como la firma de nuestro siglo. Sin embargo, ahora, una apatía misteriosa parece afligir a las mismas generaciones que presenciaron ese evento”. El astronauta Stu Roosa, piloto del módulo de mando del Apolo 14, que durante una visita a Asuán (Egipto) vio el famoso obelisco inacabado, fue mucho más franco: “Siempre he pensado que el proyecto Apolo era nuestro obelisco inacabado. La historia no será amable con nosotros, porque fuimos estúpidos”. Algunos periodistas compartían esta visión. Con ocasión del 25 aniversario del Apolo 11, el periodista científico del The New York Times, John Noble Wilford, escribió: “Pero la maravilla que ahora evocamos es que EEUU, durante un simple parpadeo del ojo de la historia, tuvo el optimismo de concebir una gran empresa y la voluntad de ver más allá, para luego abandonarla rápidamente”.

¿Por qué acabó el programa Apolo?

La respuesta estándar es que se debió al clima político que había en aquellos tiempos: de igual forma que se impulsó, se desinfló. El programa comenzó cuando la Guerra Fría pasaba por uno de sus momentos más álgidos y poner un ser humano en la Luna parecía ser el premio de esa guerra. Pero el orgullo norteamericano menguó cuando se vio envuelto en la desastrosa guerra de Vietnam. En palabras del periodista Richard Lewis en su libro The Voyages of Apollo (1974), “la respuesta social, hostil a la política de guerra, alimentó una respuesta similar en otros programas cuasimilitares. Y los críticos del esfuerzo espacial lo veían como uno de esos programas”. Junto con la guerra, el electorado tenía en mente otras cuestiones sociales. El senador demócrata William Fullbright -creador del famoso programa de intercambio internacional a través de las becas que llevan su nombre-, que era uno de los críticos más severos del excesivo gasto de la NASA, lo dejó claro cuando dijo que “se trata de reorientar las prioridades, y las alcantarillas son más importantes que las rocas de la Luna”.

Por otro lado, hay quienes creían que la importancia científica del proyecto no era muy convincente. Antes de llegar a la Luna el astrónomo Fred Hoyle dijo que era “un montón de escoria interesante”. Mucho tiempo después Carl Sagan, en su libro Un punto azul pálido (1994), escribió que “la gente... por razones que creo que son acertadas... estaba aburrida de la Luna. Estática, sin aire, sin agua, es un mundo muerto sobre un cielo negro”. El historiador de la tecnología de la Universidad de Stanford Joseph Corn abundó en este punto: “La gente perdió interés una vez que los aterrizajes de los Apolo se convirtieron en rutinarios... realmente no vino nada del programa Apolo”.

Científicamente, ¿sirvió para algo?

Otras opiniones fueron más extremas. Henry Gee, paleontólogo y editor senior de la revista Nature, escribió en su recensión de la película Apolo 13: “La suma total del conocimiento científico obtenido por el programa Apolo no fue significativamente mayor que cero, fue un abyecto fracaso. Esta es la verdadera tragedia del programa espacial tripulado: tanta gente, en tierra y en la nave, entregaron tanta lealtad, esfuerzo y compromiso y pusieron sus vidas en juego por una meta que nunca fue más que ridícula y ahora es completamente inútil”.

Otros críticos han puesto de manifiesto que los esfuerzos por justificar el proyecto era una combinación de publicidad vacía y geología lunar. Un ejemplo sarcástico vino del que fuera editor de la revista Time, Bruce Handy. En un artículo titulado -a lo Sinatra- Fly me to the moon, publicado en el New York Times Magazine a propósito de la celebración del cuarto de siglo del alunizaje, escribió: “Un 20 de julio los primeros astronautas aterrizaron en la superficie lunar. Recogieron rocas, posaron para fotografías famosas y volvieron a casa. Los siguientes tres años los astronautas regresaron a la Luna en cinco ocasiones, recogiendo más rocas y posando para fotos menos famosas, bajo una cada vez mayor indiferencia del público. Finalmente, como cualquier show de TV con mala audiencia, se cancelaron las misiones lunares [...] la única razón realmente convincente por la que deberíamos volver sería la de una prioridad nacional: por ejemplo, que en algún lugar haya un museo de historia natural que no tenga una roca lunar”.

El historiador de la tecnología de la Universidad de Duke, Alex Roland, escribió en 1994: “si hubiéramos elegido explorar la Luna con vehículos automáticos invirtiendo solo una parte del coste de Apolo, habríamos producido más y mejor ciencia. Apolo fue una aventura humana donde los astronautas estaban por encima de todo lo demás”. Esa esperanza de que algo grandioso iba a bajar con los astronautas fue un espejismo. Para el genetista y experto en el origen de la vida Robert Shapiro, “el programa Apolo sí produjo buena ciencia en abundancia, pero fue del tipo que podríamos llamar 'ciencia normal', nada espectacular o paradigmático”. El problema es que en la mente de la mayoría se esperaba traer algo revolucionario, quizá un mineral nuevo con propiedades extraordinarias, que nunca llegó.

¿Una oportunidad perdida?

Las misiones Apolo, al “mundanizar” la Luna, destruyeron los sueños e ilusiones que durante siglos se había hecho la Humanidad sobre nuestro satélite; lo triste es que nadie de los que intervinieron en ellas fueron capaces de ofrecer una alternativa, un reemplazo. Solo hubo pequeños momentos de inspiración, determinadas situaciones, que podían haber configurado ese nuevo sueño. ¿Cómo no iba a hacerlo la imagen de Aldrin sobre la Luna, la primera foto que hizo el ser humano sobre otro planeta del Sistema Solar? ¿O la Tierra al fondo sobre un paisaje lunar, tomada el 24 de diciembre de 1968 desde el Apolo 8? ¿O la imagen de nuestro planeta azul a unos 29 000 kilómetros que tomó Schmitt desde el Apolo 15 camino de la Luna, una de las más reproducidas de la historia y conocida popularmente como The Blue Marbel o La canica azul (el nombre oficial es menos poético, AS17-148-22727)?

Y así, el 20 de diciembre de 1972 Harrison Schmitt y Eugene Cernan, astronautas del Apolo 17, despegaban de la superficie lunar de regreso a la Tierra. Fueron los últimos seres humanos que pisaron nuestro satélite. Era el final de un programa que comenzó en julio de 1960 y para el que la NASA recibió 250 000 millones de dólares actuales. Por comparación, se supone que el programa Artemis costará 93 000 millones hasta 2025, pero como siempre ocurre, acabará siendo bastante más. ¿Cuánto? Eso es difícil decirlo. Y es que regresar a la Luna va a resultar muy caro.

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