¿Quién descubrió el primer virus de la historia?
Los virus son agentes infecciosos que solo pueden replicarse en el interior de otros organismos. Se encuentran entre la vida y la no-vida y no fuimos conscientes de su existencia hasta hace poco más de un siglo.

En los últimos años del siglo XIX un joven botánico ruso llamado Dimitri Ivanovski estaba investigando sobre una enfermedad infecciosa que afectaba a las plantas de tabaco y conocida con el nombre del mosaico del tabaco. Este peculiar nombre provenía de la estructura en mosaico con colores verde claro y verde oscuro que aparecen en las hojas infectadas.
Ivanovski trituró unas cuantas hojas de plantas enfermas y recogió el jugo que soltaban al exprimirlas envueltas en un trozo de lino. Como cualquiera puede imaginar, al tratar plantas sanas con este jugo, se les transmitía la enfermedad. Después Ivanovski hizo pasar un poco de este jugo a través de un filtro de porcelana que se pensaba que era lo suficientemente fino como para retener todo tipo de microorganismos, y entre ellos, evidentemente, el causante del mosaico del tabaco. Para su sorpresa, Ivanovski descubrió que aún pasándolo por el filtro de porcelana, el jugo seguía estando activo. ¿Cómo explicar lo que estaba pasando? Ivanovski, siguiendo los pasos de Pasteur y Koch, suponía que la enfermedad era debida a una infección bacteriana. Pero, claro, o eran increíblemente pequeñas para poder colarse por los diminutos intersticios de la porcelana, o quizá esas bacterias segregaban una toxina soluble que podía pasar a través del filtro. El botánico ruso publicó todas estas ideas en 1892, pero no tuvo una gran repercusión en el mundo de la microbiología. Quizá si hubiera llevado sus investigaciones un poquito más allá entonces...

Mosaico del tabaco
Una segunda oportunidad
Eso es lo que hizo el holandés Martinus Beijerinck, que empezó a trabajar con esta enfermedad en 1897, cinco años más tarde y sin conocer, aparentemente, el trabajo de Ivanovski. Al igual que el ruso, Beijerinck descubrió que el jugo infectado pasaba a través de los filtros a prueba de bacterias y tampoco fue capaz de descubrir ningún microorganismo al mirarlo a través de un microscopio. Ahora bien, no pensaba que se tratase de una toxina o cualquier otra sustancia infecciosa porque ese jugo era capaz e infectar a un número ilimitado de plantas, lo que significaba que el causante de la enfermedad se podía reproducir en las plantas. Luego debía ser algún tipo de microorganismo vivo. Pero un microorganismo bastante extraño. Era resistente al alcohol y a una fuerte deshidratación, algo que no podía esperarse de organismos vivos. Del mismo modo, se difundía a través de geles de agar, un medio de cultivo sólido para bacterias, cuando se creía que únicamente esto era posible con líquidos y sustancias disueltas y para nada con células vivas. Beijerinck se enfrentaba a un microorganismo que atravesaba filtros que retenía todas las formas de vida conocidas y que se comportaba más como una sustancia química que como un microorganismo. Dando un salto al vacío propuso un nuevo nombre para esta asombrosa forma de vida: contagium vivum fluidum, o germen vivo soluble. Lo que había descubierto era el virus del mosaico del tabaco.

Martinus Beijerinck. Foto: Wikimedia
Comenzaba una nueva guerra contra un nuevo enemigo, del que poco a poco hemos ido descubriendo que se trata de un adversario formidable.
Al borde de la catástrofe
En noviembre de 1989, en el Laboratorio de Productos de Investigación Hazleton en Estados Unidos, doscientos monos del género Cynomolgus, unos pequeños macacos de cola larga llegados en barco desde las Filipinas, comenzaron a morir en sus jaulas. Estos animales son muy apreciados en la investigación médica y sin embargo, empezaron a morir de manera imprevista. Los especialistas de los centros de control de enfermedades estaban muy preocupados... y no era para menos. En 1989 habían llegado a los Estados Unidos sólo por el aeropuerto John F. Kennedy 16 000 de esos monos y daba miedo pensar que “algo” hubiera entrado con ellos. Se tomaron muestras de los tejidos de los monos muertos. Observándolas al microscopio descubrieron ese “algo”, que hizo pensar lo peor: unas clarísimas estructuras alargadas, filamentosas, extremadamente parecidas a un virus llamado ébola.
El ébola es un virus que causa fiebres y hemorragias internas en los humanos. Su nombre es heredado de un río del Zaire y ha sido responsable de las tres peores epidemias ocurridas en África en la década de 1970, cuando tuvimos l primera noticia de su existencia: en una de ellas el 98% de los infectados enfermó y el 88% de ellos murió. El ébola era el virus más letal conocido por la humanidad hasta la aparición del sida. Y hasta 2105 —cuando se desarrolló la primera vacuna— no existía cura.

Virus del ébola
Por ello, todos los monos de Hazleton fueron preventivamente sacrificados. Pero a los pocos meses, unos monos que estaban en cuarentena en un laboratorio de Texas comenzaron a enfermar. En abril de 1990 sucedió lo que muchos temían: una persona quedó infectada a través de una herida en el dedo ocurrida durante una autopsia a un mono. Lo único que pudieron hacer los médicos fue aislar al enfermo y esperar. A las tres semanas el hombre se encontraba invadido por los anticuerpos del virus. En los días siguientes otras tres personas se infectaron debido al contacto con los monos. Afortunadamente, ninguno de ellos murió. El virus no era idéntico al ébola. Se trató de una nueva versión (en términos médicos, una nueva cepa) del fatal virus, no mortal.
No hay enemigo pequeño
Hay cientos, quizá miles de virus que causan enfermedades a la especie humana. La mayoría de las enfermedades víricas no son fatales, aunque hay alguna pocas asesinas, como ébola, y otras que nos hacen vulnerables a otras infecciones, como el VIH. La preocupación de virólogos y especialistas en enfermedades infecciosas es la aparición de nuevos virus. Joshua Lederberg, premio Nobel de Medicina en 1958, lo dijo hace ya medio siglo: “Lo que muchos no entienden es que el sida es un fenómeno natural, casi predecible, y que cosas así volverán a pasar: el sida no será un caso único en la historia. Las pandemias no son actos de Dios sino que están basadas en las relaciones ecológicas entre los virus, las especies animales y los humanos”. En 2020 el mundo entero tuvo que enfrentarse a un nuevo virus, el SARS-CoV-2. Y suerte tuvimos que no es muy letal.