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¿Es el delfín el animal más inteligente del planeta?

Si hay un animal al que podamos catalogar de inteligente ése es, sin lugar a dudas, el delfín. Algunos piensan que, a pesar de que nos resulte imposible determinar su grado de inteligencia, pueda que sea muy similar a la humana.

¿Es el delfín el animal más inteligente del planeta? (Miguel Angel Sabadell)

Los delfines, unos cetáceos, surgieron hace 50 millones de años a partir de unos mamíferos terrestres que se fueron adaptando a la vida acuática. Igual que nosotros y el resto de los mamíferos, los delfines son animales de sangre caliente y respiran aire, no como los peces, que absorben el oxígeno disuelto en el agua. Y es que hay cosas que la adaptación evolutiva no puede cambiar.

Pero lo que más nos interesa de los delfines es su cerebro, que pesa algo más de kilo y medio -el nuestro tiene una masa de 1,36 kg-. Ahora bien, si lo que queremos evaluar es la posible inteligencia de un animal lo que importa no es la masa ni el tamaño del cerebro. Si así fuera, la ballena tendría que ser más inteligente que nosotros pues su cerebro es mucho mayor. Lo que realmente se debe tener en cuenta es la relación cerebro y resto del cuerpo. En nosotros esta relación es de masas es del 2% y en el delfín algo superior al 1%, mayor que la del chimpancé, un primo hermano nuestro, que es inferior al 1%. Su corteza cerebral es tan complicada como la nuestra pero en nuestro cerebro la densidad de neuronas es mayor.

¿Es el delfín el animal más inteligente del planeta?

El lenguaje de los delfines

Uno de los elementos de estudio más interesantes es si los delfines tienen desarrollado un lenguaje suficientemente complejo. Si es así, podríamos preguntarnos si algún día podremos encontrar en él algo parecido a vocablos, una sintaxis y una gramática. Todo un reto, teniendo en cuenta que los delfines no hablan sino que silban, por decirlo de algún modo. Los delfines poseen un sistema de ecolocalización muy parecido al de los murciélagos con el que obtienen información relativa a la distancia, dimensiones y estructura del objeto sobre el que se ha reflejado el sonido. Incluso sus característicos saltos pueden servirles para algo más que respirar: con el sonido del chapoteo señalen su presencia al resto del grupo.

Por tanto, la visión que el delfín tiene del mundo es absolutamente diferente a la nuestra. El ser humano obtiene su imagen del mundo a partir de la vista, de la luz, mientras que el delfín lo hace a partir del oído, del sonido. Eso quiere decir que cualquier intento de comunicación con ellos pasaría por transformar su mundo sonoro en nuestro mundo visual, algo millones de veces más complicado que el querer descifrar una lengua muerta. ¿Cómo transmitirles percepciones como el color? Si reflexionamos un poco, la mayor parte de nuestro lenguaje está mediatizado por nuestra percepción y consiguiente interpretación del mundo. Incluso el llamado lenguaje no verbal como puede ser alzar una ceja, una media sonrisa o un guiño tienen un potencial impresionante: a nadie se le escapa que es mucho más profunda la comunicación cara a cara que la conversación telefónica, o que ésta lo es más que la carta, el correo electrónico o el chat.

Intentar comprender el lenguaje de los delfines —¿podríamos bautizarlo como delfinés?— puede sernos de gran ayuda por si algún día nos llega un mensaje de las estrellas, proveniente de una civilización extraterrestre. ¿Seremos capaces de comunicarnos con ellos? Al menos, con los delfines compartimos un planeta, un patrimonio genético y una evolución biológica hasta cierto punto paralela. ¿Cómo podremos comunicarnos con extraterrestres con los cuales no compartimos nada en absoluto, ni la más mínima brizna de ADN?

Sea como fuere, otro de los peculiares comportamientos de los delfines es su relación con el ser humano. Y de entro todos los ejemplo, el sucedido en Nueva Zelanda a mediados del siglo pasado es de lo más extraordinario.

Respiración del delfín

El delfín que transmitió buenos sentimientos

En 1955 los habitantes de la ciudad de Opononi observaron que un delfín joven se acercaba casi todos los días al puerto y se ponía a seguir a las barcas y los nadadores. En particular, el delfín parecía tener predilección por una muchacha de 13 años, por la que se dejaba tocar y a la que, en ocasiones, la llevaba en su lomo. La noticia se extendió como un reguero de pólvora y a finales de 1955 gentes de todos los lugares, daba igual que estuvieran cerca o lejos, abarrotaban la pequeña ciudad, atestaban la carretera de la playa y acampaban en la arena. El delfín, que había sido bautizado con el nombre de Opo, parecía disfrutar de su fama y todos los días se daba un garbeo por la mismísima orilla. Pero lo más fascinante de todo no fue el comportamiento del delfín, sino el efecto que produjo en quienes los miles de turistas que hasta allí se acercaron. Por primera vez en la historia, y al contrario que ocurría todos los años, no se produjo ni un solo caso de borrachera o de pelea. Las gentes que no se conocían charlaban amigablemente entre sí, intercambiaban sus experiencias e inquietudes.

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