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Los de ciencias contra los de letras

¿Eres de ciencias o de letras? Es la eterna pregunta que se hacen los estudiantes unos a otros. Una pregunta que refleja una guerra soterrada que lleva librándose desde hace dos siglos.

En mayo de 2021 más de 20 sociedades científicas españolas protestaron porque la nueva ley educativa reducía la presencia de las matemáticas como materia obligatoria en el bachillerato. En la actualidad las matemáticas se ofrecen en los bachilleratos de ciencias y de humanidades, pero no en el de arte, algo que ha sido así desde los tiempos del BUP y COU, con sus ciencias, letras mixtas (con matemáticas) y letras puras.

Esta separación entre letras y ciencias es el origen de una guerra soterrada que lleva librándose en la trastienda de las facultades universitarias desde hace 200 años, cuando el Romanticismo hizo presa en las humanidades y se lanzó sobre la Ilustración, el terreno de juego de la ciencia. Fue a mediados del siglo XX cuando esta disputa, esta zanja entre dos movimientos intelectuales, se convirtió en el profundo abismo que hoy las separa.

El reconocimiento público de esta división tiene fecha de nacimiento: el 7 de mayo de 1959, durante la famosa conferencia pronunciada en la Universidad de Cambridge por el físico y novelista inglés C. P. Snow. Titulada “Las dos culturas”, mostraba no solo el desencuentro entre ambos mundos sino el desconocimiento que cada uno tenía del otro. “Mientras el gran edificio de la física moderna crece, la mayoría de la gente inteligente en Occidente tiene el mismo conocimiento científico que habría tenido su antepasado del neolítico”, aseguraba Snow.

Ciencia

Declaración de guerra

Los desencuentros suelen terminar en contienda, y poco a poco se fueron alzando voces cada vez más críticas con la ciencia. Una de las más importantes fue la del historiador de las ideas británico Isaiah Berlin, al que se le atribuye el término contrailustración, caracterizado por una forma de pensar relativista, antirracionalista y vitalista: “La ciencia -escribió en su obra Las raíces del romanticismo- es sumisión, consiste en dejarnos guiar por la naturaleza de las cosas”. ¿Y qué decir del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que culpaba del Holocausto al ideal ilustrado de “rehacer la sociedad y forzarla a adaptarse a un plan global científicamente concebido”? La famosa escuela de Fráncfort, un grupo de académicos que buscaba elaborar una teoría crítica de la cultura y moral occidental desde un punto de vista marxista, tiene como su obra fundamental La Dialéctica de la Ilustración de Theodor Adorno y Max Horkheimer. En este libro se defiende que el Holocausto no fue un hecho puntual sino una consecuencia de la Ilustración al crear un concepto de 'razón' como instrumento de dominio de la naturaleza y del ser humano. Para ellos la ciencia es otra medida de control, pues el conocimiento científico se pone al servicio de los intereses del poder.

La ciencia alineada con el poder

Esta es la línea que defiende el profesor emérito de literatura inglesa de la Universidad de Illinois Curtis White, cuando se pregunta si el verdadero valor de la ciencia, el que nunca se ha expresado en voz alta, consiste en aquello que garantiza su privilegio social, que protege sus subvenciones y becas, el acceso fácil a los pasillos del poder. “Quizás la división de las dos culturas realmente se reduzca, no al currículo, como creía C. P. Snow, sino a la clase. Desde su origen la ciencia se ha instalado con comodidad entre oligarcas y ha dependido de ellos”. En parte no le falta razón: Galileo buscó desesperadamente colocarse a la sombra de los poderosos en Florencia y al final lo consiguió en Padua; en 1801, en el discurso inaugural de la Royal Institution, su primer director, el químico Humphry Davy —aficionado a la ostentación y la buena vida—, expresó perfectamente el sentir de los científicos de la época: “La desigual división de la propiedad y del trabajo, y la diferencia de rango y condición en el género humano son las fuentes del poder en la vida civilizada”. 

Letras

Y hoy “no es de extrañar que los gobiernos ignoren con impunidad el consejo de los científicos... son sumisos y están encariñados con perpetuar el mito del científico como servidor público”, comenta el físico y asesor de la revista New Scientist Michael Brooks. El peligro que representa una ciencia alineada con el poder fue señalado hace más de medio siglo por el matemático de origen polaco Jacob Bronowski, famoso por su celebrada serie de divulgación científica de principios de los 70, El ascenso del hombre. Que el liderazgo intelectual del siglo XX dependiera de los científicos “plantea un gran problema, porque la ciencia también es fuente de poder que camina al paso del gobierno... si la ciencia se permite seguir ese camino, las creencias del siglo XX caerán en el cinismo”.

El postmodernismo contra la ciencia

Con la llegada de la década de 1970 la batalla tomó otro rumbo. El movimiento antiilustrado cristalizó en el postmodernismo que afirma que no podemos hablar de ninguna realidad, razón o moralidad universales; lo único que tenemos son perspectivas fragmentadas. “Esa es tu realidad”, es su mantra. El postmodernismo recela de los grandes sistemas o historias explicativos y considera inaceptable todo criterio que proclame ser neutral, imparcial o racional; en definitiva, todo lo que representa la ciencia. Esta forma de ver el mundo fue permeando por las facultades de ciencias sociales y de humanidades hasta convertirse en la corriente de pensamiento imperante.

Para los historiadores y sociólogos de la ciencia postmodernos ésta no descubre leyes naturales sino que llega a consensos influidos por la ideología social dominante, es decir, que toda la ciencia no es más que un constructo social y es una ingenuidad creer que tenga algo que ver con la búsqueda de explicaciones verdaderas del mundo. Este enfoque postmoderno de la historia de la ciencia ha hecho, como dice el historiador de la ciencia británico David Wootton, que “lejos de servir de puente entre las artes y las ciencias, ofrece hoy en día a los científicos una imagen de sí mismos que la mayoría de ellos no reconocen”. En metáfora del psicólogo Steven Pinker, es “como una crónica de un partido de baloncesto narrada por un crítico de danza al que no le permiten decir que los jugadores están tratando de encestar una pelota”.

Los científicos contraatacan

Es obvio que los científicos salten enfadados como por un resorte y busquen la forma de mostrar su sinsentido de la forma más dolorosa posible. Así, en 1996 el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal decidió revelar la falta de rigor intelectual de los postmodernos al enviar a una de sus revistas más prestigiosas, Social Text, un artículo donde sostenía que la gravedad cuántica era -cómo no- un constructo social. Según el propio Sokal era “un pastiche de jerga postmodernista, reseñas aduladoras, citas grandilocuentes fuera de contexto y un rotundo sinsentido... apoyadas en las citas más estúpidas que había podido encontrar sobre matemáticas y física”. Fue publicado, provocando un gran revuelo.

Música

Dos décadas más tarde, el filósofo de la Universidad de Oregón Peter Boghossian, el matemático James A. Lindsay y la filóloga inglesa Helen Pluckrose retomaron lo que Sokal comenzó. Esta vez su objetivo fue “estudiar, comprender y exponer la realidad [de cierto tipo de estudios] que están corrompiendo la investigación académica”. Para ello empezaron a enviar 'fake-articles' que apoyaban las ideas académicas predominantes en los estudios de género y de sexualidad humana. En octubre de 2018, cuando cuatro ya habían sido publicados y otros tres estaban en ese proceso, se descubrió el pastel porque uno de los artículos llamó la atención de los periodistas. Y no era para menos; su título: “Reacciones humanas a la cultura de la violación y la performatividad queer en los parques urbanos para perros en Portland, Oregón”, publicado en la revista Gender, Place & Culture: A Journal of Feminist Geography. El artículo decía, entre otras cosas, que los hombres debían ser "entrenados como se hace con los perros para prevenir la cultura de la violación". Los revisores se deshicieron en elogios y los editores lo señalaron como un trabajo ejemplar de geografía feminista. En realidad, lo que demostró el escaso rigor intelectual que los estudios de humanidades llevan haciendo gala desde hace más de durante medio siglo.

¿Y nuestra sociedad? ¿Salvará algún día esta disonancia entre “los de ciencias y los de letras? Es muy probable que no porque, desde siempre, en nuestro sistema educativo tenemos estudiantes que a partir de los 16 años no vuelven a encontrarse con la ciencia —lo que resulta chocante en un mundo dominado por la ciencia y la tecnología—. ¿Cómo queremos que la ciudadanía aprecie su valor?

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