Muy Interesante

El heliocentrismo de Copérnico no fue tan revolucionario como pensamos

Nicolás Copérnico introdujo la idea de que el Sol ocupaba el centro del universo y que los planetas giraban a su alrededor, sin embargo esta idea era más un cambio de perspectiva que una explicación científica de la causa del movimiento planetario. Sus ideas no fueron tan revolucionarias como podríamos pensar.

El heliocentrismo de Copérnico no fue tan revolucionario como pensamos (Jose Luis Oltra)

La historia de la ciencia (e incluso la historia general) rara vez sigue un camino lineal. Rara vez se dan únicamente pasos acertados en dirección a la “verdad”, sino que suele andar dando tumbos, probando diferentes opciones hasta que da con la acertada. Si nos parece lo contrario es simplemente por cómo contamos esa historia, donde recalcamos las ideas vencedoras y obviamos todas las que le fueron contemporáneas.

Un claro ejemplo de esto es el de la evolución de las teorías que pretendían explicar la configuración del Sistema Solar, de los astros que habitan cercanos a la Tierra. Tenemos la idea de que en la antigüedad todo el mundo creía que la Tierra era plana y que el Sol, la Luna, los planetas y el resto de la bóveda celeste daban vueltas alrededor de nuestro planeta. Pensamos también que el heliocentrismo de Copérnico consiguió desbancar definitivamente al geocentrismo anterior y que la ciencia y la razón se impusieron, por su propio peso. Pero esto no fue así.

Para empezar la idea general en la antigüedad, al menos en la Grecia clásica, no era la de una Tierra plana que se situaba en el centro del universo. Los griegos aceptaban la esfericidad de la Tierra. Aunque no pudieran llevar a cabo observaciones directas de su redondez como sí podemos en la actualidad, había otros métodos que les permitieron averiguar y medir la forma y tamaño del planeta. Eratóstenes, un filósofo griego que vivió en Alejandría en el siglo III a.C. consiguió medir el perímetro de la Tierra (y con eso el radio) utilizando las sombras que proyectaba el Sol el día del solsticio de verano en Alejandría y en la ciudad de Asuán (en aquél momento conocida como Siena). Por otro lado, aunque la concepción más popular sí era la de que la Tierra ocupaba el centro del universo y que el resto de astros daban vueltas a su alrededor (pero no orbitaban) anclados a diferentes esferas que conformaban la bóveda celeste, sí hubo pensadores que propusieron modelos heliocéntricos.

El heliocentrismo de Copérnico

Descripción de la imagen

Aristarco de Samos, inspirado por ideas de Filolao de Tarento, propuso que en verdad la Tierra daba vueltas sobre el Sol. Al igual que Eratóstenes él consiguió medir el tamaño de la Tierra y además intentó estimar el tamaño y la distancia de la Luna y el Sol. Aunque estas últimas estimaciones no fueron correctas sí le dieron la noción de que el Sol era considerablemente mayor. Él propuso por tanto que tendría más sentido que el cuerpo menor, la Tierra, girara en torno al mayor, el Sol. Además, las estrellas estarían situadas todavía más lejos, o de lo contrario veríamos su posición cambiar cuando la Tierra completara cada vuelta. Sin embargo, estas ideas no recibieron mucha atención y no llegaron a calar entre el resto de filósofos griegos. Unos siglos más tarde Ptolomeo recogería y asentaría las teorías geocéntricas de la época con tal firmeza que éstas perduraron hasta la llegada, casi catorce siglos después, del heliocentrismo de Copérnico, publicado a principios del siglo XVI.

Mientras que el geocentrismo de Ptolomeo situaba a la Tierra en el centro con la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno rodeándola ancladas a esferas fijas cada una de mayor tamaño, Copérnico situaba al Sol en el centro, pero mantenía el papel de las esferas como “motor”, como causa del movimiento de los planetas. Por tanto el modelo heliocéntrico de Copérnico tenía la virtud de que simplificaba considerablemente las enrevesadas “órbitas” del modelo de Ptolomeo, pero no conseguía darles una explicación. Copérnico básicamente hizo un cambio de sistema de referencia que simplificaba el problema, pero no le dio solución. De hecho durante el primer siglo desde la publicación de este nuevo modelo no recibió especial persecución por parte de la Iglesia Católica (aunque no fuera de su agrado). No fue hasta que Kepler y Galileo aportaron pruebas empíricas del heliocentrismo y una explicación física para el movimiento de los planetas que se censuraron estas ideas.

Kepler publicó en 1609 su Nueva Astronomía, un tratado donde introdujo sus dos primeras leyes del movimiento planetario y estableció al Sol como el verdadero motor, como la causa última de las órbitas (ahora sí) de los planetas a su alrededor. Y aunque hubo que esperar varias décadas a la Gravitación Universal de Newton para entender la forma exacta de la fuerza que movía a los planetas, las leyes de Kepler consiguieron dar un peso matemático y físico al modelo heliocéntrico. También las observaciones con el telescopio de Galileo avanzaron estas ideas en la buena dirección. Por un lado él observó el relieve de la Luna y descubrió las cuatro lunas mayores de Júpiter, demostrando con ello que el resto del universo (de lo que se conocía de él) era un lugar con estructura e interés. Galileo también observó que Venus presentaba fases, que no toda su superficie estaba iluminada al mismo tiempo, además de que cambiaba de tamaño aparente a lo largo del año, evidenciando con ello que orbitaba alrededor del Sol y no de la Tierra.

Muchas veces las teorías científicas tardan años, décadas o siglos en comprobarse o tardan el mismo tiempo hasta que se demuestra que no eran válidas. Por esto es siempre importante profundizar en su historia y en la motivación y el contexto que las vio nacer.

Referencias:

  • C. Solís, M. Sellés, 2021, Historia de la Ciencia, Espasa Libros
tracking