¿Hasta qué punto es real la realidad?
Según los expertos, "no somos conscientes de que lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación".

Corría el año 1969 en Francia. El general De Gaulle era derrotado en las elecciones presidenciales. Mientras, en la ciudad de Orleans se extendió la noticia de que estaban desapareciendo muchas mujeres jóvenes porque algún tipo de mafia las estaba secuestrando para un negocio de trata de blancas. Por todos lados aparecían personas que conocían o habían oído hablar de alguien que había desaparecido. Las sospechas recayeron sobre ciertas boutiques de moda, tapaderas de tan sórdido negocio. Según se decía, las drogaban en los probadores y un minisubmarino las sacaba de Francia por el río Sena.
El 20 de mayo aparecieron nuevas informaciones, mucho más detalladas. El total de desaparecidas era 28 y se descubrió que en las zapaterías se colocaban jeringuillas en los zapatos para drogar a las jóvenes clientas. Incluso en las tiendas sospechosas se recibían llamadas telefónicas de un burdel de Tánger. El rumor creció y creció: las tiendas incriminadas por la población eran aquellas que vendían minifaldas y en las acusaciones se podía oler un cierto tufillo antisemita. El 30 de mayo los judíos pidieron protección a la policía. Cuando ésta tomó cartas en el asunto descubrió que no había desaparecido ninguna joven. Todo había sido un rumor creído y alimentado por la gente de la ciudad. El problema estaba en la existencia del rumor y no en la verdad que contuviera. La moraleja de toda esta historia es que somos capaces de "crear" una realidad que no necesita de un punto de apoyo real para existir.

La realidad es resultado un acto de comunicación
"No somos conscientes de que lo que llamamos realidad es resultado de la comunicación", afirmaba el psicólogo Paul Watzlawick, uno de los grandes defensores del llamado constructivismo radical: la realidad es, hasta cierto punto, una construcción inventada por el observador, de manera que nunca seremos capaces de conocerla tal y como es. "La más peligrosa manera de engañarse a sí mismo es creer que sólo existe una realidad", continúa Watzlawick. "Se dan innumerables versiones de la realidad, que pueden ser muy opuestas entre sí, y todas ellas son el resultado de la comunicación, y no el reflejo de verdades eternas y objetivas".
En los años 1950 el psicólogo norteamericano Solomon Asch dio una vuelta de tuerca a nuestra percepción de la realidad con una serie de curiosos experimentos. Imagínese que se encuentra en una sala con siete personas más. Por la puerta entre el psicólogo encargado de la prueba, que lleva en la mano unas pocas cartulinas. Según explica, va a mostrar una serie de parejas de tarjetas. En una de las tarjetas de cada par hay una línea vertical; en la otra hay tres líneas verticales donde una de ellas tiene la misma longitud que la de la primera tarjeta. Las tres están numeradas y cada uno de los presentes deberá indicar cuál de las tres líneas es la idéntica. Empieza la prueba. Todo parece ir bien. La línea que le parece correcta es la que el resto elige. Pero, en la tercera serie, todos eligen una que usted apostaría que no es la correcta. Desde ese momento usted se da cuenta que todo el mundo señala como correcta la que a usted no se lo parece. Pero lo que no sabe es se trata de un experimento diseñado donde usted es el conejillo de indias. El psicólogo ha acordado con el resto de los asistentes para que a partir de la tercera pareja de tarjetas señalaran una de las rectas equivocadas, pactada de antemano.

Solomon Asch
El grupo decide la realidad
Este experimento fue realizado por el psicólogo Solomon Asch en los años 1950. Demostró que enfrentados al dilema de ‘¿he de responder lo que veo con mis ojos o de acuerdo con el grupo?’ casi el 37% de la gente elegía la segunda opción. Es más, los que así lo hacían se justificaban diciendo que debían tener mala vista o que cometían algún error de apreciación. Asch demostró que un grupo de personas puede inducir la duda sobre lo que estamos percibiendo, lo que creemos que es real. Si esto es así, ¿cómo somos capaces de afirmar que percibimos la realidad tal y como es?
Niveles de realidad
Por supuesto, todo lo dicho hasta ahora no invalida la existencia de una realidad externa a nosotros. Simplemente nos señala que somos capaces de construir una realidad que, en última instancia, percibimos como real. Ahora bien, no debemos olvidar que existen dos conceptos diferentes de la realidad. Uno es el que se refiere a propiedades físicas, objetivamente mensurables. Por ejemplo, la existencia de agua en la Luna. En 2009 la sonda india Chandrayaan-1 descubría hielo en el fondo de un cráter del polo sur lunar. Hasta entonces la situación no estaba clara, pero tras el descubrimiento no se puede negar la realidad de su existencia. A esto Watzlawick lo llama realidad de primer orden. Cosa diferente es el significado que le damos, “el valor, en el sentido más amplio de la palabra, que posee”, matiza el psicólogo. Esta es la realidad de segundo orden, de la que hemos estado hablando hasta ahora. El conflicto aparece al no diferenciar entre ambas situaciones, lo que hace que vivamos “bajo la ingenua suposición de que la realidad es naturalmente tal y como nosotros la vemos, y que todo el que la ve de otra manera tiene que ser un malicioso o un demente”, añade. Según Watzlawick, lo que no existe es una realidad “real” del segundo orden.
¿Hay una realidad real?
Eso sí, ¿podemos afirmar que sí hay una de primer orden, un mundo objetivo delante de nuestros ojos? Nuestra experiencia diaria nos dice que si alguien que se pierde de nuestra vista al atravesar una puerta no deja de existir: simplemente hemos dejado de verlo. ¿Seguro? La teoría cuántica dice que eso no es cierto. Es más, la exploración del mundo subatómico nos ha llevado muchísimo más lejos, a un lugar que nadie esperaba encontrar: la realidad es sólo una ilusión. No vemos las cosas en sí mismas, sino aspectos de lo que son.

Teoría cuántica
Por ejemplo, los electrones y los fotones de luz se comportan como las olas del mar y también como los balines disparados por una escopeta de feria: somos nosotros los que decidimos cómo deben hacerlo en función del tipo de experimento que hayamos diseñado. Dicho de otro modo, al observar hacemos que el mundo sea de una forma y no de otra.
Sea como fuere quien tenga razón, la mecánica cuántica nos conduce a una consecuencia terrible: no existe ninguna realidad profunda. Esta es la llamada la interpretación de Copenhague, la corriente ortodoxa dentro de la física. Vivimos en un mundo fantasma donde nada hay definido hasta que se mide. Claro que las consecuencias de esta interpretación no preocupan demasiado a los físicos. La teoría cuántica satisface el principal criterio de una teoría, estar de acuerdo con los resultados experimentales, luego, ¿qué más da lo que implique filosóficamente?