¿Es lícito utilizar animales en la investigación científica?
Cada año se experimenta con 100 millones de vertebrados en todo el mundo, y de entre todos ellos destacan los chimpancés, que suelen utilizarse como animales de experimentación a lo largo de toda su vida. ¿Dónde ponemos el límite?

Es innegable que la experimentación con animales ha sido clave en del progreso de la medicina. Sin ella, en 1881 Louis Pasteur no hubiera podido demostrar con luz y taquígrafos la controvertida teoría de los gérmenes inoculando ántrax a 50 ovejas y vacunando únicamente a la mitad del rebaño. En la década siguiente el ruso Pavlov utilizó perros para demostrar el condicionamiento clásico. Del mismo modo, en 1922 se aisló la insulina en los perros, revolucionando el tratamiento de la diabetes.

En la década de 1940 Jonas Salk utilizó monos rhesus para aislar las 3 formas del virus de la polio que entonces afectaban a cientos de miles de personas al año, y creó una vacuna en cultivos de células de riñón del mono verde africano reduciendo la incidencia de esta enfermedad en un factor 15. Años más tarde Albert Sabin mejoraba esta vacuna pasando el virus por diferentes animales huéspedes, monos incluidos, con lo que se ha conseguido que haya menos de 1000 afectados al año en el mundo. En total 100 000 monos murieron en el desarrollo de la vacuna y por cada mono sacrificado se obtuvieron 65 dosis. Del mismo modo, la toxicología y la eficacia de los medicamentos contra el sida han sido probados en macacos, al igual que los mecanismos de transmisión de la enfermedad de madres embarazadas infectadas a los fetos, que han servido para determinar el tratamiento antiviral de las mujeres en esta situación.
¿Vale todo por la investigación?
Ahora bien, ¿dónde está el límite? ¿Aceptamos el "vale todo" con la excusa del progreso científico? En los años 70 el psicólogo de la Universidad de Wisconsin-Madison Harry Harlow utilizó bebés de macacos rhesus para provocarles depresión clínica. Durante 6 semanas dejaba a los bebés rhesus en una jaula vertical de paredes resbaladizas, bautizada por el propio Harlow como el “agujero de la desesperación”. Un nombre absolutamente merecido pues a los pocos días los pobres macaquitos se acurrucaban quietos en una esquina. Al ser liberados mostraban inadaptación social y un comportamiento violento; la mayoría no se recuperaban jamás. Estudios de este estilo se realizaron con profusión entre los 1940 y 1960, sobre todo en uno de los centros de investigación con primates más importantes del mundo, el Yerkes National Primate Research Center de Atlanta (EEUU).

La crueldad de sus estudios de privación es palmaria. Por ejemplo, se mantenía durante casi tres años a chimpancés recién nacidos en un ambiente de total oscuridad mientras que a otros se les colocaba fundas en pies y manos para impedir su manejo durante dos años. Harlow y los científicos de Yerkes realizaron experimentos de privación maternal donde sustituían a la madre por diabólicos dispositivos: cuando el bebé se agarraba a lo que creía que era su madre, la "sustituta" se enfriaba, o aparecían púas por su "piel" o empezaba a mecerse con tal fuerza que los bebés chimpancés salían despedidos. ¿Realmente ha sido necesaria tanta crueldad para demostrar lo evidente, que si a un animal social se le priva de compañía aparecen comportamientos patológicos?
Ataques cerebrales
Muchos estudios se encuentran en el límite mismo de lo permisible. En 2003 la CNN hacía públicos los experimentos del neurocirujano E. Sander Connolly de la Universidad Columbia. Connolly simulaba ataques cerebrales en babuinos quitándoles los globos oculares para poder pinzar una determinada arteria en su cerebro. Entonces probaba un medicamento neuroprotector y los mantenía vivos de 3 a 10 días en un estado calificado de terrorífico por el neurólogo de la Universidad de California en Los Ángeles Robert Hoffman. Según la descripción de uno de los experimentos, “a la mañana siguiente se notó que el animal no se podía sentar, estaba totalmente inclinado, y no podía comer. Esta tarde el babuino seguía teniendo flojera y no podía masticar”. Dos días más tarde el primate estaba “despierto, pero sin movimiento, no puede comer y vomita”. Sin notificar ni consultar a un veterinario el científico apuntó “A la 1:30 pm el animal murió en la jaula”. Acusado de crueldad por PETA el propio Connolly reconoció que estaba justificado porque "podía obtener resultados relevantes". Es la versión científica del fin justifica los medios.
Perros con el pecho abierto
Otro ejemplo es el del cardiólogo de la universidad de Columbia y showman de la televisión norteamericana, Mehmet Oz, defensor de peculiares prácticas pseudomédicas como las llamadas terapias energéticas, que defienden la existencia de una energía vital que anima los seres vivos. De sus experimentos animales destaca el realizado con el perro 6406: durante 29 días estuvo con el pecho abierto y sometido a una ablación por radiofrecuencia, que consiste en la extirpación de parte del sistema de conducción eléctrica del corazón -una técnica utilizada para tratar arritmias-. Tras sufrir durante días parálisis y un dolor intenso en las patas traseras, junto con dolor al orinar, fue "eutanasiado", según aparece en el registro, al día siguiente de que Oz anotara que el perro estaba "animado, atento y receptivo". El maltrato al que somete a sus animales es tal que PETA comenta en su página de internet: "Basta con leer alguna de las notas de laboratorio de los perros atormentados en los crueles experimentos del Dr. Oz para salir corriendo en busca del grupo de control de la ira más cercano".

¿A favor o en contra?
Sin embargo, hay muchas voces disidentes con este tipo de experimentación, sobre todo si se trata de primates. Según el primatólogo de la Universidad de California en San Diego Pascal Gagneux, “deberíamos seguir las mismas directrices éticas que utilizamos con los sujetos humanos incapaces de dar su consentimiento”. Su principal argumento es que su similitud con los seres humanos va mucho más allá de compartir el 99% del genoma. Los trabajos de primatólogos como Jane Goodall han revelado no solo su comportamiento inteligente, capaz hasta de desarrollar una tecnología rudimentaria, o su habilidad lingüística, sino que poseen una vida social y familiar muy parecida a la nuestra. Jane Goodall los llama "individuos" y ellos la tratan como si fuera un miembro del clan.
En el otro extremo se encuentra Stuart Zola, neurocientífico y exdirector del Yerkes National Primate Research Laboratory: “No creo que debamos hacer distinciones a la hora de tratar humanitariamente a cualquier especie, ya sea una rata, un mono o un chimpancé. No importa lo mucho que lo deseemos, los chimpancés no son humanos”.