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¿Sabías que Einstein era un ligón?

La imagen que todos tenemos de Einstein es la de un viejecito encantador, además de un genio científico. Lo que no llegamos a imaginar es que también fue un balarrasa con una larga colección de amantes.

¿Sabías que Einstein era un ligón? (Miguel Angel Sabadell)

La reputación de Einstein descansa no solo en sus logros científicos sino también como defensor incansable de la paz y los derechos humanos. Públicamente aparentaba una gran humildad y dulzura, y en su madurez se rodeó de un aura de hombre santo. Pero, como comentan Roger Highfield y Paul Carter en su obra The private lives of Albert Einstein, “fue un hombre cuyas palabras en público se contradecían con sus hechos en privado; un hombre cuya miopía emocional dejó tras de sí una serie de vidas dañadas”.

La primera de ellas fue su amor de adolescencia, Marie Winteler, a quien conoció durante su estancia en Aarau, donde preparó su examen de ingreso en el Politécnico de Zurich. Allí se hospedó en la casa de la familia Winteler, que le acogió como a un hijo. De las tres hijas del matrimonio, Marie era la más guapa. No es aventurado decir que ambos se enamoraron como colegiales. Durante las vacaciones escolares que Albert pasó con su familia en Italia conservamos su primera carta de amor: “Muchas, muchas gracias por tu encantadora cartita, que me ha hecho inmensamente feliz. Es maravilloso apretar contra tu propio corazón ese trozo de papel que dos ojitos tan queridos han mirado con amor”. No cabe más ñoñería adolescente.

Marie Winteler

Marie Winteler (parte inferior izquierda)

En septiembre de 1896 Einstein aprobó su examen de ingreso en el Politécnico y marchó a Zurich en octubre. La relación continuó, más por empeño de Marie que de Albert, quien por entonces solo tenía ojos para su compañera de clase del Politécnico, Mileva Maric. Zurich significó para Einstein el paso de la adolescencia a la adultez, lo que los anglosajones llaman “coming in age”. Su aspecto en nada tenía que ver con la imagen que perdura en la imaginería popular, que alguien ha descrito como de perro pastor jubilado. En aquellos años mozos era un joven atractivo y carismático. Con una altura de 1,70 m, cálidos ojos marrones, melena negro azabache y bigote, a pesar de su indolencia hacia el deporte su físico era impresionante, algo que mantuvo hasta su madurez. Pero lo más importante, era encantador con las mujeres, que las atraía con su provocador sentido del humor.

Mileva Maric

Mileva Maric

Una cohorte de mujeres

Todas las cartas de amor de Einstein a Mileva expresan su anhelo sensual e intelectual, y también sus reflexiones sobre temas científicos. Con todo, la intensidad del cariño era evidente: ella le proporcionaba fuerza y felicidad, era su “tesoro sagrado”. Las frecuentes separaciones le resultaban dolorosas: “quien ha probado la libertad no puede llevar cadenas nunca más... Excepto contigo, estoy solo en el mundo”. A pesar de estas palabras, Einstein era un ligón. En las vacaciones de verano de 1899 con su familia, lo encontramos en compañía de la cuñada del propietario del hotel donde se alojaban, el Paradise: Anna Schmid. A ella le escribió unos versos en su diario personal entre los que podemos leer: “Podría pensar muchas cosas/ incluso un beso/en tu pequeñita boca”. Durante su estancia allí y mientras coqueteaba con Anna, Einstein invitó a su amiga Julie Niggli a que acudiera al hotel. Sorprendida de que un joven pudiera tener el descaro de invitarla a acompañarla en un hotel, se tranquilizó al pensar que estaría también en compañía de la madre y hermana de Einstein. Y le dijo que sí, a sabiendas de que su estricta madre no iba a permitir que fuera.

En Zurich Einstein tampoco perdía el tiempo. Tocaba música y salía a pasear en barco por el lago con Susanne Markwalder, se unía a tomar el té con Mileva y sus amigas, a las que acompañaba gentilmente a sus casas, especialmente con Marie Rohrer, cuyos libros insistía en devolver a la biblioteca. Y en 1903 Einstein y Mileva se casaron.

Amantes y peleas

En mayo de 1909 Einstein, con su prestigio científico in crescendo, recibió una carta de Anna Schmid felicitándole por su triunfo científico. Esto despertó en Einstein los recuerdos de aquel verano en el hotel Paradise y comenzaron un intercambio epistolar. El efecto que tuvo en él fue el de un hombre buscando la pasión perdida. En cierto momento le pidió que fuera a verle a Zurich, donde iba a trabajar a partir de octubre. Parece que ella le contestó enseguida, pero esta vez la carta la interceptó Mileva. El efecto fue instantáneo: sospechando un affaire entre ambos escribió al marido de Anna protestando por el tono “inapropiado” de la correspondencia de su esposa.

Con el paso de los años el matrimonio fue enrareciéndose. En mayo de 1912 la discordia ya era innegable. Para entonces Einstein había retomado su relación con su prima Elsa, la que sería su segunda mujer -el primer mensaje que Einstein le mandó el 30 de abril era una nerviosa declaración de amor-. Su papel en la desintegración del matrimonio no está claro debido al natural secretismo con que Einstein envolvió su vida. Lo cierto es que la evolución del matrimonio Einstein-Mileva desde ese año hasta su divorcio en 1919, justo el año en que el físico se convirtió en una figura reverenciada a nivel mundial, fue el clásico: distanciamiento, peleas, falta de relación... incluso llegó a más: hubo violencia doméstica.

Elsa Einstein

Elsa Einstein

Segundas nupcias y más amantes

Einstein se divorciaba el 14 de febrero de 1919 y se casaba con Elsa el 2 de junio. Su segunda mujer fue la pareja que Einstein necesitaba: cuidaba de él tan amorosamente como podría hacerlo una madre. Einstein, convertido ya en una figura legendaria por los medios de comunicación, se dedicaba a su gran amor: la ciencia. Claro que jamás descuidó su relación con las mujeres. Muchos estudiosos piensan que fueron, casi sin excepción, relaciones puramente platónicas pero lo suficientemente intensas como para que sus dos mujeres tuvieran celos. Hasta el punto de que Elsa, enfrentada al secreto a voces de la relación entre su marido y Margarete Lebach -una joven rubia austríaca- recibiera el consejo de sus hijas de separarse.

En 1998 se subastaron en la casa de subastas Sothesby's nueve cartas escritas por Einstein entre 1945 y 1946 a, mujer En 1935 el escultor Serguéi Koniónkov, al que a veces se le ha llamado “el Rodin ruso, recibió el encargo de realizar un busto de Albert Einstein para la Universidad de Princeton. Allí acudió con su mujer Margarita Konenkova. Su belleza fascinó a Einstein y comenzó a tirarle los tejos. Porque, como explicó a su amigo Peter Bucky, “la mitad superior del cuerpo piensa y hace planes, pero la mitad inferior determina nuestro destino”. No se sabe si comenzaron su relación antes de la muerte de Elsa en 1936, pero lo cierto es que Konenkova fue una habitual en su casa de la calle Mercer. Einstein se encaprichó tanto que volvió a sus tácticas de juventud. Pero en lugar de escribirle a ella, envió una carta a su marido para convencerlo de que enviara a Margarita a Saranac Lake, donde Einstein tenía una casa. ¿La excusa? Que estaba enferma y que necesitaba pasar tiempo en un clima apropiado para recuperarse (desde 1876 la ciudad era un lugar de moda para el tratamiento de distintas enfermedades). Para darle más credibilidad, adjuntó un certificado médico falso.

Margarita Konenkova

Margarita Konenkova

Einstein no lo sabía, pero era el clásico cazador cazado. La tarea de Konenkova era obtener información del Proyecto Manhattan para el gobierno ruso. Para una mujer como ella -que había seducido con sus encantos a la alta sociedad rusa- encandilar a los científicos de Princeton fue coser y cantar.

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