¿Los expertos son de fiar?
A lo largo de la historia muchos expertos han pronosticado lo que nos espera y nosotros, simples mortales, hemos escuchado sus vaticinios. Pero muchos se equivocaron. Te descubrimos algunos ejemplos.

“Empiezan a verse brotes verdes”, “hay armas de destrucción masiva escondidas en Irak”, “es la guerra que terminará con todas las guerras”, “una guerra con la Unión Soviética es tan cierta como nada en este mundo”. A lo largo de la historia los expertos han pronosticado lo que nos espera y nosotros, simples mortales, con expresión reverencial, hemos escuchado sus vaticinios. El problema es que si miramos atentamente descubrimos que todos los expertos futurólogos han fallado en sus predicciones como una escopeta de feria. Pero lo más sorprendente es que no solo continúan apareciendo en los medios de comunicación, sino que seguimos pidiendo su opinión.
No habrá guerra Mundial
Ninguno de los acontecimientos más importantes de los últimos cien años, ya sean guerras, crisis o cambios radicales en la política de un país, han sido previstos por ningún experto-tertuliano. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en lo que sucedió en Europa a mediados de 1914. En agosto de ese año se produjo algo que todos los expertos de entonces estaban convencidos de que nunca podría suceder. El prestigioso analista político inglés H. N. Norman publicaba a principios de 1914 en el Manchester Guardian que “tan cierto como puede ser algo en política, las fronteras de los estados modernos ya están dibujadas. Creo que no habrá más guerras entre las seis Grandes Potencias”. Tres años antes G. P. Gooch había escrito, con toda la credibilidad que le daba ser un prestigioso historiador, que “las guerras entre naciones civilizadas se han convertido en algo tan anticuado como los duelos”. Con la Primera Guerra Mundial en marcha el optimismo de la mayoría era inasequible al desaliento, no había motivo para desesperarse: desde la fallida frase de H. G. Wells de que iba a ser “la guerra que terminará con todas las guerras”, a la predicción del The Economist para quien era “imposible que las hostilidades se mantengan durante muchos meses” por puros motivos económicos y financieros.

Demografía, o el arte de no acertar nada
Un ejemplo diáfano de la nula capacidad de los expertos en vaticinar lo que va a suceder es su imposibilidad de predecir cómo va a evolucionar la demografía, un campo que es, inicialmente, de los más fáciles de prever. Entre las predicciones más equivocadas se encuentra la del biólogo de la Universidad de Stanford Paul Ehrlich. En 1967 publicó The population bomb donde afirmaba sin ambages: “hemos perdido la batalla para alimentar a la Humanidad... en la década de 1970 cientos de millones de personas morirán de hambre incluso aunque empecemos programas de choque ahora mismo”. Nada de eso sucedió. El mismo año en que aparecía el libro de Ehrlich, William y Paul Paddock (agrónomo el primero y diplomático el segundo) publicaban Famine 1975! El título lo dice todo. En la recensión publicada por la prestigiosa revista Science el biólogo James Bonner escribió: “todos los estudiosos serios están de acuerdo en que es inevitable una hambruna en las naciones subdesarrolladas”. Y continuaba: “el Departamento de Agricultura predice que 1985 será el año en que comience”. En realidad, pasó todo lo contrario: la Revolución Verde, que estaba desarrollándose cuando aparecieron esos libros, consiguió que la producción de alimentos no solo diera de comer a toda la población mundial, sino que lo hiciera en exceso.
El impredecible precio del petróleo
¿Y la insistencia en predecir la evolución del precio del barril de petróleo? Puede parecer muy sencillo pues solo hay que fijarse en la sencilla ley de la oferta y la demanda. Craso error. En 1977 el presidente Jimmy Carter afirmó en un emocionante discurso a la nación que la crisis de la energía les enfrentaba a un “equivalente moral de la guerra”; la economía norteamericana debía alejarse del petróleo porque en muy poco tiempo la demanda superaría con creces la produción y los precios se dispararían sin posibilidad de descenso. Carter estaba poniendo en negro sobre blanco lo que todos los expertos pensaban en los años 70: que el precio del petróleo iba a seguir un aumento continuado y perpetuo. Ocho años más tarde de su discurso el precio del crudo se desplomó. Desde entonces toda predicción ha sido peor que la anterior. Como afirma cínicamente James Atkins, diplomático y autor del libro Foreing Affairs, “todos los que han intentado prever el precio del petróleo solo lo han hecho un poquito mejor que aquellos que predicen terremotos o la segunda venida del Mesías”.
Los economistas son los peores vaticinadores
Si eso sucede con el valor de un barril de petróleo, la economía es un cenagal de arenas movedizas. Pero economistas, asesores bursátiles y agencias de calificación no se arredran y año tras año lanzan sus predicciones como quien arroja unos dados en Las Vegas, a sabiendas que, al igual que pasa con los videntes y sus predicciones de fin de año, nadie las va a comprobar doce meses más tarde. Por ejemplo, en diciembre de 2007 la revista BusinessWeek publicó las predicciones económicas para el año entrante por parte de 54 de los más prestigiosos analistas norteamericanos: todos estaban de acuerdo en que la economía de EEUU no entraría en recesión en 2008 y que ese año iba a ser “estable, poco espectacular”. Pero lo más sorprendente no fue no supieran por dónde soplaba el viento, sino que a finales del horrible 2008 la revista volvió a preguntar a los mismos expertos sobre cómo iba a ser 2009. ¡Y al consejo de redacción de la revista ni siquiera se les ocurrió reflexionar sobre el fiasco predictivo del año anterior!
Las crisis económicas siguen una sencilla regla: si un experto predice una, no sucederá, y si entre los expertos hay consenso de que las cosas irán bien, agárrense a la silla. En 1987, el libro The Great Depresion of 1990 del economista Ravi Batra estuvo durante año y medio entre los libros más vendidos de EEUU. Y pasamos la Gran Depresión sin enterarnos. Ese año, supuestamente desastroso, Jacques Attali, antiguo asesor del expresidente francés François Mitterand, publicaba Millenium que predecía grandes cambios para el año 2000. Según Attali EE UU y la URSS irían perdiendo su cariz de superpotencia para ser reemplazadas por Europa y Japón, mientras que China y la India lo tendría difícil para superar su situación de pobreza. Sólo un milagro muy improbable lograría poner en el tablero mundial a esos dos países. Nada de lo que dijo el que fuera asesor de uno de los presidentes más importantes del planeta se cumplió.

Los Premios Nobel de Economía también se equivocan. En 1997, cuando las economías asiáticas estaban asfixiadas por una crisis tremenda, el columnista del New York Times y Premio Nobel de Economía en 2008 Paul Krugman temía que si Asia no se ponía las pilas se enfrentaría a un escenario de Gran Depresión. ¿La solución de Krugman? Control estricto de la moneda. Ningún país hizo lo que este experto sugirió y Asia subió al Olimpo económico en menos de dos años.
En tiempos más recientes tenemos a los economistas James Glassman y Kevin Hassett, que en 1999 publicaron el libro Dow 36,000: “si cree que ha dejado pasar la última tendencia alcista de la bolsa, no debe preocuparse, no es demasiado tarde”. De hecho lo era porque al poco de aparecer su libro el índice de la Bolsa de Nueva York se desplomaba a los 12 000 puntos y continuó bajando.