¿De dónde vino el lenguaje?
Si hablamos de aquello que más han influido en la historia, muy pocos señalarían el lenguaje como uno de ellos. Sin embargo, es quien ha hecho posible el gran paso adelante de la humanidad, permitiendo la aparición de todas las innovaciones técnicas, sociales y artísticas.

El lenguaje nos permite entablar una comunicación más precisa que cualquier otra especie animal. Gracias a él podemos trazar planes conjuntos, enseñarnos unos a otros y aprender de la experiencia de otros humanos alejados en el tiempo y en el espacio. De igual modo, el lenguaje nos permite almacenar en nuestras mentes imágenes precisas del mundo, así como procesar información con una eficacia que sobrepasa con mucho la de cualquier otro animal. Sin el lenguaje jamás hubiéramos construido las pirámides de Egipto o los cohetes Apolo. Por desgracia, sus orígenes constituyen el mayor enigma del largo proceso por el cual llegamos a ser humanos. Quizá en África, tres millones de años atrás, nuestros ancestros, los australopitecos africanos, emitiesen gruñidos apenas indiferenciables de los sonidos de los chimpancés, y hace un millón de años el Homo erectus emplease algunas palabras aisladas. Quién sabe. Lo que sí es cierto es que el origen del lenguaje es uno de los mayores misterios de las ciencias sociales, si no el mayor.

El tema se ha discutido durante siglos, con intensidad y vehemencia. Tanto es así que en 1886 la Sociedad Lingüística de París, una organización dedicada al estudio de los idiomas, prohibió cualquier debate sobre el tema; una prohibición que mantuvo durante varios años. ¿Qué tiene el lenguaje que lo hace tan especial?
El misterioso origen del lenguaje
Quizás porque es una habilidad única y compleja, es algo que solo los humanos pueden hacer. A lo largo de los años ha habido numerosos intentos de enseñar a los simios a hablar, y en particular a nuestro primos y parientes vivos más cercanos, los chimpancés. De ellos solo nos separa el 1,3% de nuestro genoma, pero en este caso esa diferencia es abismal. Ni los chimpancés ni ningún otro animal poseen la anatomía funcional de la voz que les permita hablar como nosotros. Incluso el intento de enseñar el lenguaje de señas a los chimpancés ha resultado ser un fracaso, ya que no demuestran tener una habilidad para la comunicación por encima del nivel de un humano de dos años. Parece que las tres cosas que una criatura necesita hablar como un humano es un cerebro como el nuestro, nuestras cuerdas vocales y una inteligencia de humano.
En la actualidad existen esencialmente dos formas de aproximarse al origen del lenguaje. Una de ellas, la que cuenta con más predicamento entre la comunidad científica, son las llamadas teorías de la continuidad. La idea subyacente es que el lenguaje es algo tan complejo que es imposible que apareciera de la nada en su forma final, esto es, que debe haber aparecido por la evolución de protolenguajes primitivos de nuestros antepasados primates. Un ejemplo es lo propuesto por el antropólogo Dean Falk, que sugiere que a medida que los primeros humanos iban perdiendo el pelo, a las madres les resultaba más difícil cargar a sus bebés a su espalda mientras recolectaban comida. Al dejarlo en el suelo, y para dejar claro al bebé que no lo había abandonado, la madre lo llamaba y usaba expresiones faciales.

Dos teorías encontradas
Justamente en el lado opuesto se sitúan las teorías de la discontinuidad, cuyo defensor más conocido es el filólogo Noam Chomsky: el lenguaje es un rasgo único de nuestra especie y no se puede comparar con nada que exista entre las especies no-humanas. Por tanto tuvo que aparecer de repente en algún momento de la evolución humana.
La hipótesis de Chomsky es que una mutación genética en uno de nuestros antepasados le dio la capacidad de hablar y comprender el lenguaje, que se transmitió a su descendencia. Como eso significó una ventaja evolutiva (puedes decir a otros de tu especie dónde hay comida o dónde se oculta un depredador) esa mutación acabó propagándose. Curiosamente un estudio de las universidades de California y de Emory publicado en 2009 parece apoya esta hipótesis. Los investigadores encontraron que el gen esencial para el desarrollo del lenguaje y el habla, FOXP2, está dentro de ese 1,3% que nos separa del chimpancé. Es más, según dijo uno de los científicos del proyecto, David Geffen, "investigaciones anteriores sugieren que la composición de aminoácidos del FOXP2 humano cambió rápidamente al mismo tiempo que surgió el lenguaje en los humanos modernos". ¿Podrá ser que este mutado gen sea lo que nos separa de toda la vida en la Tierra?