Copérnico: un cuidadoso revolucionario
La aventura de conocer nuestra posición en el Cosmos comenzó cuando Nicolás Copérnico afirmó que si los planetas giraban alrededor del Sol podía explicar mejor las observaciones que, desde tiempo de los babilonios, se habían hecho de esos «cuerpos errantes».

Desde la antigüedad los seres humanos hemos creído que ocupamos un lugar muy especial en el universo. Salvo contadas excepciones, durante 2000 años hemos aceptado que nos encontrábamos en el centro del universo.
Esta imagen fue radicalmente modificada por un sacerdote, hijo de un comerciante de cobre, llamado Nicolás Copérnico. Su idea de que el Sol y no la Tierra era el centro del universo la expresó por primera vez en un pequeño tratado escrito desde su cuarto, en una torre almenada junto a un lago en el castillo de Frombork. Aunque este texto circuló de manera privada, sus nuevas ideas se extendieron como la pólvora y allí donde se reunían varios astrónomos su nuevo sistema era comentado y discutido. Mientras, Copérnico pulía su teoría y sus cálculos los iba almacenando en un cajón sin la menor intención de publicarlos.
Llega el discípulo
Hacia el final de su vida apareció un joven profesor de matemáticas y astronomía que había acudido a estudiar bajo su tutela. Se llamaba Georg Joachim Iserin, aunque era más conocido como Rheticus. Un cambio de nombre, muy a la moda de entonces, que le ayudó a que no le identificaran con su padre, un médico decapitado por brujería. Su buen hacer logró que el obstinado Copérnico accediera a publicar su teoría. Rheticus copió meticulosamente el manuscrito de su maestro corrigiendo algunos errores de poca importancia. La responsabilidad de imprimirlo recayó sobre el editor y sacerdote luterano Andreas Osiander. Queriendo proteger a Copérnico y a sí mismo de las críticas añadió un prefacio que se ha hecho famoso en la historia de la astronomía:
«Estas hipótesis no necesitan ser ciertas, ni siquiera probables; si aportan un cálculo coherente con las observaciones con eso basta. Por lo que se refiere a las hipótesis, que nadie espere nada cierto de la astronomía que no puede proporcionarlo, a no ser que se acepten como verdades ideas concebidas con otros propósitos y se aleje uno de estos estudios estando más loco que cuando los inició. Adiós.»
Este prefacio, que apareció sin firmar, se atribuyó a Copérnico. Osiander le hizo un flaco favor pues daba a entender que las ideas expresadas en el libro no se las creía ni el propio autor.

El libro tardó en imprimirse un año. Durante ese tiempo Copérnico sufrió una apoplejía que le dejó parcialmente paralizado. El 24 de mayo de 1543 llegaba al castillo de Frauenburg el primer ejemplar de su obra. Cuenta la leyenda que pocas horas más tarde Copérnico fallecía a la edad de 70 años. Según una carta del canónigo Tiedemann Giese a Rheticus “Durante muchos días había estado privado de su memoria y vigor mental; solo vio su libro completo en el último momento, el día de su muerte”.
Un libro maldito
Con todo, los temores de Osiander y Copérnico eran fundados. El papa puso este libro, titulado Sobre las revoluciones de las órbitas celestes, en el Índice de los Libros Prohibidos de la Iglesia (Decreto de la Congregación Católica Romana del Index, 5 de marzo de 1616):
«También ha llegado a conocimiento de la antedicha congregación que la doctrina pitagórica -que es falsa y por completo opuesta a la Sagrada Escritura- del movimiento de la Tierra y la inmovilidad del Sol, que también es enseñada por Nicolás Copérnico en De Revolutionibus Orbium Coelestium, y por Diego de Zúñiga en Sobre Job, está difundiéndose ahora en el extranjero y siendo aceptada por muchos... Por lo tanto, para que esta opinión no pueda insinuarse en mayor profundidad en perjuicio de la verdad católica, la Sagrada Congregación ha decretado que la obra del susodicho Nicolás Copérnico, De Revolutionibus Orbium, y de Diego de Zúñiga, Sobre Job, sean suspendidas hasta que sean corregidas.»
Allí permaneció hasta 1835. Por ironías del destino, ese fue el año en que un joven naturalista llamado Charles Darwin embarcaba en el Beagle con rumbo a las Galápagos. De este viaje surgiría otro de los grandes -y polémicos- libros de la historia de la ciencia: El origen de las especies.

La tumba perdida
Como última vuelta de tuerca a la vida de Copérnico, su cuerpo fue enterrado en la catedral de su ciudad natal, Frombork. Pero el paso de los años hizo que se perdiera su localización. Durante más de dos siglos se buscvó en vano, hasta que en 2004 un equipo dirigido por el arqueólogo Jerzy Gąssowski inició una nueva búsqueda. En agosto de 2005, después de rastrear con un escáner la zona por donde el equipo polaco creía que se encontraba, dieron con los restos de Copérnico.
Tres años tardó en confirmarse que realmente eran los huesos del astrónomo. Pero no estaban todos: faltaba, entre otros huesos, la mandíbula inferior. La confirmación definitiva llegó cuando se comprobó que ADN de los huesos coindía con muestras de pelo tomadas de un libro que fuera propiedad de Copérnico, el Calendarium Romanum Magnum de Johannes Stoefflerse, y que se guarda en la biblioteca de la Universidad de Uppsala en Suecia.